La autoridad real cabalgó sobre la acción de los
municipios, dotados de amplísimas competencias. Cada 31 de diciembre se
sorteaba entre los regidores perpetuos de Alicante los empleos de las distintas
comisarías de urbanismo, sanidad o abasto con carácter semestral y anual. La
contratación de personal eventual y subalterno le granjeaba las mieles del
patronazgo: los dulzaineros Tomás Bleda y Pedro Lázaro se disputaron con ardor
en mayo el honor de tocar en las Danzas de los Enanos.
El
consistorio alicantino no cejó de reclamar sus derechos, y el 24 de octubre
reincorporó el alguacilazgo mayor, compensando a su titular desde 1739 Pedro
Driges con 5.125 reales. Desde 1741 los municipios de la Corona de Aragón (con
la excepción de Zaragoza, Barcelona y Valencia) podían recuperar los oficios
enajenados ejerciendo el derecho de tanteo.
Desde
1747 se había consolidado la nueva estructura de las fuentes de ingresos
municipales. El impuesto sobre los pesos y las medidas suplió en cierta manera
a las antiguas sisas. Los derechos nuevos del siglo XVII sobre el esparto, la
barrilla, el jabón, las sedas y los paños fructificaron generosamente alrededor
de la barrilla. Gran parte de tales entradas acabaron en manos de las figuras
dominantes de Alicante por la vía de las retribuciones de toda laya.
Alicante en el siglo XVIII
Los linajes dominantes y el gobernador.
A partir de 1709 nuestra ciudad se encontraba bajo el
mando de una figura militar, el gobernador con atribuciones de corregidor.
Ejercía la gobernación en 1748 el marqués de Alós, hombre tan activo como
puntilloso de su honor.
Posteriormente
tendría serias desavenencias con algunos aristócratas locales, imprescindibles
en el manejo de la administración alicantina. Eran regidores perpetuos el
caballero de la Orden de Montesa don Luis Rotlá Canicia y Doria, don Pablo
Salafranca Pasqual de Bonanza, don Juan Bautista Vergara y Paravezino, Tomás
Viar y Juan, Vicente Beviá y José Alcaraz. Entre los tres primeros se citaban
añejos linajes de Alicante maridados con grandes apellidos del comercio genovés
de los siglos XVI y XVII.
Poco
a poco otras familias del mundo de los negocios alcanzarían los peldaños de la
oligarquía, una fuerza demasiado presente como para ser ignorada por el absolutismo,
cuyo éxito radicó en ser considerado garante de los intereses de aquella
minoría dentro de una sociedad de órdenes.
La guarnición de la plaza de armas.
La gobernación militar entrañó el despliegue de
tropas reales en la ciudad, cuya veterana milicia vecinal quedó arrinconada por
razones de eficiencia técnica y de desconfianza política. Sufragado con 800
pesos del impuesto del equivalente, el escuadrón de caballería de Montesa
protegería la litoral Alicante con su celeridad, subsanando en la medida de lo
posible las carencias de la caballería urbana de los tiempos de los Austrias.
La
recluta de voluntarios pretendió ser una alternativa a las aborrecidas quintas,
y en enero se habilitó una casa para completar de tal forma el regimiento de
infantería de Córdoba. Los voluntarios alicantinos nutrieron los batallones de
marina destinados a los navíos del rey.
Junto
al mantenimiento de las tropas se impuso la carga del abastecimiento de maderas
con destino a la armada. Se insistió al gobernador que en Alicante no se
plantaban árboles suficientes para tal efecto, máxime atendiendo las urgentes
necesidades de las baterías de costa y de la propia plaza como capital de
armas.
La emergencia de una nueva sociedad.
Ciertamente la sociedad alicantina todavía vivía bajo
las normas pundonorosas del Antiguo Régimen, donde cada persona tenía una
honorabilidad distinta. El contador real de la aduana Joaquín Fernández
Mendisával pleiteó con éxito para no ser incluido indebidamente en el
repartimiento del impuesto del equivalente del común. Gentes como los cómicos
eran tratados con todas las prevenciones.
La
familia servía para transmitir el honor y los rangos de generación en
generación, y no sólo entre los linajes caballerescos y de los más acaudalados
comerciantes. El patrón del resguardo Pedro Carratalá consiguió del municipio
que su hijo le sucediera al frente de su responsabilidad.
Se
diría que los alicantinos se superponían en castas cerradas con contactos
funcionales entre sí, pero su sociedad no estaba cerrada a la promoción. La
actividad mercantil atraía a no escasos forasteros, que con el paso del tiempo
se afincaban con éxito en nuestra tierra. Agrupados en compañías de base
familiar, los comerciantes desafiaron en más de una ocasión las normas del
municipio de Alicante.
Samper,
Bartoldi y Compañía quisieron introducir indianas de Barcelona sin pagar la
sisa de las puertas de tierra, y Lion y Cia. se salieron con la suya a la hora
de comercializar licores foráneos, pese a que la entrada de vinos forasteros
estaba muy limitada para proteger la producción local, aunque ya hemos visto
que las excepciones no eran precisamente infrecuentes. El 19 de abril se
dejaron entrar hasta 2.000 arrobas de vino con destino a los hospitales reales
de Cartagena, el 2 de diciembre se toleró la venta de vino nuevo de regadío, y
el 16 del mismo mes el cónsul neerlandés Gaspar Ernet Vernet pudo introducir
para Amsterdam dos charrionadas (577 litros y medio) de moscatel compradas en
Elche, pues tal variedad no se laboraba en nuestra Huerta por aquel entonces.
La
animación comercial empujó hacia arriba a los precios, oportunidad bien
aprovechada por no escasos especuladores. Las reventas eran en teoría vigiladas
y perseguidas por el fiel del almotacén, no siempre eficaz. Los representantes
de los caleseros, como Bautista Galant, protestaron contra los revendedores de
paja, muy capaces de ahogar su negocio. Preocupaba sobremanera el alza del
coste del pan, elemento imprescindible en la dieta de los europeos capaz de
desatar toda clase de motines y de revoluciones. Se reguló el peso del pan
francés y los arrieros tuvieron que conducir los granos al almacén municipal de
la casa de José Claret. Antes había servido de almacén frumentario o almudín la
casa de Martín García.
La
libertad de comercio con todos sus defectos y sus virtudes se iba abriendo
camino en el mundo de los negocios de Alicante. Ya encontramos algunos
apellidos que alcanzarían mayor celebridad en el siglo XIX, como el del
impresor Nicolás Carratalá. Decididamente el mundo se movía, y en el Alicante
del XVIII se dispondrían los fundamentos del decimonónico, el de una
plutocracía que lidiaría con las exigencias de la autoridad central y los
anhelos de los grupos populares.
La utilización económica en las áreas periurbanas.
Los negocios no se llevan a cabo en el vacío, y
requieren un territorio apto libre de trabas y ciertas normativas, donde los
costes de producción sean inferiores. Por añadidura tiene que estar cercano a
un gran centro de consumo. Los enclaves asiáticos han cumplido recientemente
una función que ya desempeñaron las zonas periurbanas de Europa durante siglos.
En
Alicante se asignó tal cometido al Valle Medio del Vinalopó entre los siglos
XIII y XVIII. Los Bouligni fabricaron en Aspe y Novelda sus aguardientes, para
los que solicitaron licencia de embarque por el puerto alicantino.
Esta
tendencia contribuyó al auge de algunas zonas de nuestro término municipal,
como la partida o pago del Raspeig, cuya alcaldía ejerció Gregorio Torregrosa,
que en representación de los labradores allí residentes consiguió desde 1743
que los ganados no pastasen en los plantíos desde mediados de febrero a la
mitad de septiembre.
La Huerta de Alicante en la obra de Cavanilles
La
Huerta alicantina no permaneció al margen del movimiento de renovación, y los
derechos de sisa y saca de vinos en San Juan fueron burlados por muchos
deseosos de conseguir buenos beneficios.
Al
finalizar el siglo XVIII Cavanilles comentaría la introducción en Alicante de
trajes y usos que no se veían en otras tierras del Reino de Valencia. Era el colofón
de una comunidad que se había ido transformando por la acción del comercio,
superando no sin dificultades sus atavismos y acomodando sus costumbres al
discurrir de los nuevos tiempos.
VÍCTOR MANUEL
GALÁN TENDERO
Fotos: Alicante Vivo
Fuentes:
- ARCHIVO MUNICIPAL DE ALICANTE. Libro de cabildos de
1748, 9-38-0/0.
Bibliografía:
- GIMÉNEZ, E., Alicante en el siglo XVIII. Economía de
una ciudad portuaria en el antiguo régimen, Valencia, 1981.
- TOWNSEND, J., Viaje por España en la época de Carlos
III (1786-1787), Madrid, 1988.