07 agosto 2014

ENTRE EL ATAVISMO Y LA NOVEDAD. ALICANTE EN 1748 (PARTE 1)


La instantánea de una época.


 En su famoso viaje por España de 1786 a 1787 Joseph Townsend anotó sobre Alicante:


            “Aunque sus estrechas calles estaban antes muy mal pavimentadas, la dedicación infatigable de su actual gobernador, don Francisco Pacheco, ha hecho que pocas ciudades puedan alardear de mayor pulcritud; y gracias al buen trabajo que ha realizado este hombre, se ha podido hacer de ella, antiguamente un nido de sabandijas en todos los sentidos, un lugar muy agradable para vivir.” 


El tiempo anterior parece sumergido en el pozo de la degradación. Alicante fue rescatada por un hombre providencial.

Esta manera de ver las cosas no se aviene con la complejidad del cambio histórico, que en el siglo XVIII navegó entre el respeto a la tradición y el gusto por las novedades. En los primeros años del reinado de Fernando VI (1746-59) nuestra ciudad se debatía en este mar de dudas. Los sinsabores de la Guerra de Sucesión iban quedando atrás, y Lorenzo López culminaba la Ilice Ilustrada que emprendiera el también jesuita Juan Bautista Maltés. El orgullo de los alicantinos hacia su patria chica permanecía incólume, pese a todos los cambios institucionales introducidos en el municipio por las autoridades borbónicas. Arrieros, carreteros, pescadores, marineros y factores de la mercadería prosiguieron vivificando la vida comercial de Alicante hacia 1748. Veamos cómo era su vida en aquel tiempo.

 Fernando VI

Las amenazas de la Madre Naturaleza.

Un 21 de febrero de 1748 cayó torrencialmente la lluvia sobre Alicante. Desde las alturas del castillo el agua se despeñó por los cauces de las avenidas hasta la ciudad. La de la Mina, cuyo nombre recordaba el terrible acontecimiento de la Guerra de Sucesión, llegó a arrasar la Calle Mayor. Muchos de sus vecinos se salvaron de ahogarse al poderse romper las paredes medianeras de sus viviendas. La furia de las aguas alcanzó la Plaza del Mar y la ya quebrantada Puerta Nueva, cuyo lienzo ya requería mucho antes un urgente reparo.

El 23 se consideraron con gran preocupación los daños del temporal. Muchas calles estaban cubiertas de las piedras arrastradas por las aguas. Se contrataron jornaleros para limpiarlas y componerlas. Tal fue el rastro de este episodio de intensas precipitaciones en la habitualmente poco lluviosa Alicante, tan castigada por prolongadas sequías.

Aun así nuestra ciudad bien pudo considerarse afortunada al salvarse de la furia de las fuerzas telúricas. Los terremotos que afectaron a fines de marzo el área de Játiva no nos violentaron, y el milagro se atribuyó a la voluntad de Dios. Las rogativas y muestras de especial devoción se intensificaron hasta tal extremo que se prohibieron el 27 de mayo las representaciones de comedias para mantener el alicaído Hospital de San Juan de Dios. Los cómicos bien podían ofender con sus irreverencias a la Divinidad, que en su ira desencadenaría un atroz temblor de tierra. En la ciudad de Valencia se había obrado con igual “cordura”.
           
Tanto favor de las alturas bien merecía que se celebrara solemnemente el 3 de junio el patrocinio de Santa Felicitas. Decididamente el Siglo de las Luces no se mostró muy diáfano aquellos días entre los alicantinos.


El peligro del contagio epidémico.

Antes que nos visitara la fiebre amarilla y el cólera morbo, la peste bubónica todavía amenazaba nuestra localidad portuaria en su retirada histórica europea.

En 1743 esta enfermedad asoló Mesina, y a finales de enero de 1748 llegaron de Sicilia nuevas muy inquietantes. Una embarcación liornesa había traido el contagio desde el Levante otomano, registrándose dos fallecidos y siete enfermos de su tripulación. En el Mediterráneo de los comerciantes y las epidemias todo detalle informativo alcanzaba un elevado valor.

El Imperio turco no acertó a liberarse de los embates pestíferos en el siglo XVIII, suponiendo un enorme riesgo desde las fronteras del Imperio austriaco al español, cuyo sistema de información se extendía hasta las Italias, en la órbita borbónica en parte.

 Desde Nápoles se informó cumplidamente del peligro, que confirmaron Florencia y Génova, puntos tradicionales de nuestra actividad mercantil y financiera. Así el obispo gobernador del Consejo de Castilla podía ordenar las medidas oportunas para evitar el contagio.

 La amenaza era muy seria, y a fines de agosto las autoridades de Mallorca dieron buena cuenta a las peninsulares de su gravedad. En Argel había prendido el contagio, cuya trayectoria alcanzaría Esmirna, Salónica, Alejandría, Tetuán, Saphí y Santa Cruz de Berbería. El drama se extendió en los umbrales de Alicante. 

Los grandes remedios a los grandes males.

Y si no nos alcanzó fue merced a las medidas de cuarentena para evitar el temido contagio. Malta se salvó de igual modo.

 El dirigismo de la monarquía borbónica no tuvo más remedio que contar con la colaboración del poder local. En 1743 se alzaron barracas de control en la marina del distrito alicantino y al año siguiente se transfirió al municipio el barco del resguardo de sanidad, capitaneado por Pedro Carratalá, y la confección de los boletines de pescadores, en los que se daba cuenta de todas las novedades.

 El 16 de septiembre de 1748 muchas de estas disposiciones parecían hacer aguas. Los boletines no se cumplimentaban debidamente para no perjudicar al comercio. Era habitual que las naves infectadas arrojaran al agua los cuerpos de los apestados antes de tocar puerto, escondiendo todo mal con letales resultados.

La Universidad de San Juan a finales del siglo XVII

 En consonancia se exigió cumplimiento el 20 de septiembre, especialmente en lo relativo a los boletines de la villa de Muchamiel y de la universidad de San Juan, reforzando de paso la autoridad de la ciudad de Alicante sobre ellas. Se ordenó a los soldados de las torres del litoral que extremaran su vigilancia. Cuatro morberos supervisarían el estado de salud, extremándose la vigilancia alrededor del matadero. El esfuerzo rindió sus frutos.

 Limosnas poco remunerativas.

 La cofradía de caleseros apeló el 13 de julio a la piedad cristiana de la autoridad para resolver sus problemas. La caridad mantenía unida la sociedad alicantina en teoría.

Las limosnas eran una de sus fórmulas predilectas, pero con frecuencia no estuvieron a la altura de las expectativas, según se reflejó en algunas dotaciones eclesiásticas. El Hospital de San Juan de Dios se quejó de ello, y la dotación de la Peregrina se encontró insuficiente.

Pese a todo el apego a la religión se mantuvo vivaz. El municipio cumplimentó con solemnidad al obispo de Orihuela, se predicaban las bulas de cruzada, y el Corpus se celebraba con esplendor, encargándose de uno de sus sermones el padre dominico Vicente Rico. En el Alicante coetáneo el catolicismo se compatibilizó con las nacientes formas económicas y sociales.
           
El deseo de trazar una ciudad nueva.

La histórica trama urbana alicantina acusaba no pocas deficiencias de seguridad, comodidad y salubridad, difíciles de subsanar, pero al menos en diciembre de 1748 se intentó hacer algo mejor. 

A la sombra del Hospital Nuevo se proyectó la ampliación del arrabal de San Antón. El maestro albañil Francisco Asensi examinó el terreno bajo supervisión municipal y el padre mercedario Ambrosio preparó en diciembre el memorial, el de un trazado regular.

Se proyectó para desahogo del Hospital una plaza de 199 palmos de amplitud (unos 50 metros), trazando un ángulo con las casas del tratante Juan Sánchez hasta el Portal de la Santa Faz. A fin de evitar la violencia  de las avenidas de las aguas pluviales descendentes del Benacantil se diseñaron dos calles, una de 41 palmos (más de 9 metros) de amplio y otra de 22 (casi de 5) cercana a las casas de la canterería con salida al Camino de los Capuchinos.

Hacia los Capuchinos ya había un camino, donde más tarde se encontraría la Calle San Vicente, con unos pocos álamos reservados a la Intendencia de Marina del Mediterráneo.

Las heridas del bombardeo de 1691 iban siendo restañadas, alzándose las Casas del Ayuntamiento, arrendando Vicente Soler sus obras hasta el 9 de septiembre. El proyecto del deseado muelle fue prohibitivo para las arcas alicantinas y las reales.


Continua AQUÍ

VÍCTOR MANUEL 
GALÁN TENDERO
(Fotos: Alicante Vivo) 

 
La Asociación Cultural Alicante Vivo se reserva el derecho de moderación, eliminación de comentarios malintencionados, con lenguaje ofensivo o spam. Las opiniones aquí vertidas por terceras personas no representan a la Asociación Cultural Alicante Vivo.