El impacto sobre la ganadería.
En Cocentaina predominaron los pequeños tenentes de
ganado, alentando el desarrollo de las actividades artesanales la ganadería
equina, especialmente la cría de asnos y mulos, de gran ayuda en la labranza y
en las labores de la arriería de cristianos y musulmanes. Su piel también
aprovechó a los curtidores. Los “perayres” junto a particulares de Albaida y
gentes de posición acostumbraron a venderlos y a comprarlos.
Los
rebaños de ovicápridos proveyeron de lácteos, carne y lana a los contestanos.
Las transacciones ganaderas resultaron particularmente intensas con Alicante,
Alcoy y Biar. En 1416 el contestano Pere Berbegal se comprometió a satisfacer
926 sueldos al biarense Domingo Pérez por un rebaño de cabras. En las veredas
de la baronía el ganado forastero no tuvo el mismo protagonismo que en otros
territorios hispanos. Generalmente los ganados no menoscabaron aquí los
cultivos, regulándose los aprovechamientos a través de ordenanzas locales, pero
en 1422 la escasez provocó problemas. Varios particulares acusaron al carnicero
Pasqual d´Espanya de invadir olivares, viñas, bancales de leguminosas y
trigales. El guardián de Muro encontró una vaca del prohombre Domingo
Nogueroles en el trigal del moro Caat Castelli de Fraga en el piedemonte (el
“raiguer”).
Imponer
orden distó de ser fácil, y en 1397 los ganaderos Martí de Agres se encararon
violentamente con las autoridades de Cocentaina, llegando a talar las cosechas
del guardián de la alquería y huerta de Muro Joan Crespo. Pese a todo se logró
impedir la arbitrariedad de los grandes señores de rebaños, compatibilizándose
la ganadería con la agricultura y la artesanía.
Las oportunidades comerciales.
En cierto modo el lesivo gravamen dejado por la
guerra con Castilla actuó como un reto capaz de espolear la recuperación. Para
pagarlo Pedro IV permitió al municipio contestano en 1376 el cobro de sisas o
impuestos sobre las transacciones del pan, el vino, la carne y otros artículos
de primera necesidad. No se exceptuó ni a gentes de paso ni a mercaderes
forasteros, y la imposición se renovó en 1381 y por veinte años en 1386. La
venta de vino contestano ayudó a pagar tales cargas y a sufragar la compra de trigo en Castilla, al igual que
la cosecha de higos en Alicante y la venta de pasas en Denia abrieron vías de
escapatoria a la crisis. El desarrollo de la agricultura comercial y la
diversificación de las actividades artesanas, a veces con la inestimable
aportación de la población musulmana de condición mudéjar, dio alas al comercio
contestano.
Palacio Condal de Cocentaina
El
auge de las transacciones mercantiles en Cocentaina se reflejó en las
recaudaciones señoriales del peaje y del alhóndigo, mesón de origen islámico
habilitado para el alojamiento de viajeros y la custodia de sus mercancías. De
1378 a 1426 el peaje llegó a rendir hasta un 123% más, y un 125% la alhóndiga
entre 1378 y 1421. Las incursiones granadinas en territorio valenciano, la
inseguridad de los caminos, los malos años agrarios o las obras de reparación
de la propia alhóndiga en 1428 no detuvieron esta tendencia al alza, igualmente
consignada en Alicante a lo largo del siglo XV. El abastecimiento triguero
mejoró con el establecimiento a comienzos del Cuatrocientos del almudín,
encargado de proporcionar grano y simiente a los campesinos necesitados y
harina a los panaderos, cobrando una tasa de interés por el préstamo. El alza
del precio de los alimentos preocupó sobremanera, y se impuso su debida
provisión en la alhóndiga para que los forasteros no acudieran a comprarlos a
la villa. No en vano en los años de mala cosecha los mudéjares de las alquerías
de La Alcudia y Gayanes llegaron a consumir con mayor abundancia cereales
inicialmente destinados al ganado como la “dacsa” o la alcundia.
El crecimiento comercial animó a un buen número de
campesinos cristianos y musulmanes a complementar sus ingresos como arrieros o
“traginers”, animando a su vez la artesanía y la ganadería. Los contestanos
necesitaron en consecuencia mayores cantidades de sal, y exigieron a las
autoridades reales que en Játiva se las vendieran a 12 dineros la fanega según
la disposición de 1287, que en teoría obligaba al arrendador de las salinas
saetabenses a disponer de depósito en Cocentaina y vender la fanega al
susodicho precio. Los mudéjares del arrabal comerciaron con mayor afán en el
mercado local, y en 1393 fueron agraciados con una almotacenía propia,
encargada de supervisar la licitud de las transacciones, recayendo por decisión
señorial en Alí Abnayub Mayella, que pudo transferirla a su hijo Mahomet en
1399. Al socaire de los negocios se forjó tanto una oligarquía islámica como
cristiana dispuesta a colaborar con la señoría a cambio de ofrecimientos de
enriquecimiento y de distinción social.
La coexistencia entre cristianos y musulmanes.
A diferencia de las mayoritariamente cristianas Alcoy
y Alicante, y las predominantemente islámicas Elda y Novelda, la baronía de
Cocentaina tuvo una población mixta como Elche. La villa contestana estuvo
habitada por unas 350 familias cristianas, y su morería anexa del arrabal por
unas 159 musulmanas y 27 cristianas. Alrededor de la villa se emplazaron una
serie de alquerías de poblamiento islámico: Muro con 36 familias (y 13
cristianas), Gayanes con 26, La Alcudia con 16, Turballos con 9, Cela con 3, y
el resto de las consignadas con 7.
La
mayoría cristiana vivió más agrupada que la musulmana, cuya condición
tributaria (o mudéjar) reportó la quinta parte de los ingresos fiscales de la
señoría. Los propietarios cristianos también contaron con el servicio de
arrendatarios y aparceros islámicos, que constituyeron más de la mitad de la
población musulmana.
Las
incursiones granadinas en el Reino de Valencia en los años de 1385-86 y el
grave estado de tensión desatado en 1391 a raíz de los tumultos contra los
judíos no quebraron la coexistencia entre cristianos y musulmanes contestanos.
En abril de 1398 el rey Martín el Humano clamó contra los “desafrenats” de
Cocentaina, Alcoy, Onteniente, Biar, Orihuela, etc. que sin temer a Dios y a la
ley del Reino valenciano amenazaron a los musulmanes bajo pretexto de la
cruzada norteafricana. Ahora bien, a los cristianos no les convino privarse de
valiosos auxiliares en un tiempo de zozobras. Dirigidos por una minoría más o
menos letrada presta a cooperar como ya dijimos a cambio de reconocimiento
social y de lucrativos negocios, muchos musulmanes se conformaron con su
estatuto mudéjar, protegidos legal y religiosamente por la organización local
de su aljama. La emigración a Granada entrañó el peligro de la pérdida de
bienes y del deterioro de los contactos familiares sin conseguir una mejora
sustancial de vida en lo tributario.
La
coexistencia se impuso, defendiéndose a veces intereses comunes. En la revuelta
de 1368 contra los agentes reales los musulmanes se sumaron a la resistencia.
En 1380 el alfaquí Hamet Abdarache ordenó el poblamiento de Torremanzanas (la
Torre de les Maçanes) con los poderes otorgados por el cadí o juez islámico de
Cocentaina y el auxilio, entre otros, del baile contestano Andreu de Pujaçons
frente a las pretensiones de Penáguila y Jijona.
Los acuerdos de gobierno entre la señoría y la
oligarquía.
La
complejidad social de la villa y baronía de Cocentaina impide absolutamente
considerarla una simple comunidad campesina sometida a la autoridad señorial.
Tanto doña Sibila como doña Violante, residentes habituales en puntos como la
Barcelona cortesana, transigieron con
los poderosos locales para que sus mandatos se cumplieran con mayor acatamiento
y efectividad, anudándose a escala más circunscrita una relación “pactista” que
no fue exclusiva del monarca y la sociedad de órdenes de los Estados de la
Corona de Aragón.
Los
oficios señoriales sellaron tal alianza. En 1398 doña Violante otorgó la
alcaidía del castillo y la bailía de la villa con unos emolumentos anuales de
50 florines al caballero Pere Martínez de Vera, desplazando al ciudadano
valenciano Miquel de Novals, al frente de tales responsabilidades desde 1387,
presentando documentos de pago y las reservas de trigo, armas y arneses. Se reservó
con premeditado cálculo el 10% de los ingresos locales de la señoría para los
prohombres en concepto de distintas remuneraciones.
Las
dificultades de la época condujeron a agrias disputas sociales en numerosas
localidades de la Corona aragonesa, pugnándose por el reparto de las cargas
tributarias, las medidas comerciales y la gestión municipal. En el último
tercio del siglo XIV los reyes y ciertos magnates aprobaron las reformas de
muchos concejos. En 1382 doña Sibila dio el beneplácito para que los vecinos
escogieran al día siguiente de Todos los Santos para el “consell general”
treinta representantes anuales, diez de cada mano o categoría urbana. Integrada
por las familias de los prohombres, la mano mayor resultó claramente favorecida
frente a las más numerosas media y menor. Asimismo se incentivó el desempeño
del oficio del justicia con la retribución de 500 sueldos al año. Doña Violante
en 1393 autorizó asimismo al “consell” a elegir seis candidatos para que el
baile extrajera al azar tres para los oficios municipales más descollantes.
El deseo
señorial de protección de la oligarquía chocó con la tozudez de la crisis. El
abandono de la villa por muchos prohombres, imputada a la esterilidad de los
tiempos, indujo a los munícipes a pedir a la señora en 1394 que se escogieran
por suertes doce varones aptos para los oficios. Se temió el acceso al poder
local de las categorías sociales subalternas. Las banderías o enfrentamientos
entre facciones familiares por el dominio, tan habituales en tierras aragonesas,
añadieron mayores dificultades. Peleas o “bregues” como la protagonizada por
Bernat Martí armado de lanza alimentaron un ambiente violento susceptible de
estallar por motivos de preeminencia o de otro tipo. En 1401 se les quiso poner
coto imponiendo treguas. El acto de bandería más renombrado del que tengamos
noticia lo llevó a cabo el baile Pere Martínez de Vera, de cuyo linaje ya nos
ocupamos en otro artículo de esta misma página. En 1421 suspendió la elección
del “consell”. Entre sus excesos se contaron hacer huir a sus rivales de
Cocentaina, el ataque a Muro y violentar la corte del justicia.
El ideal
de vida caballeresco, heredero de la ambiciosa acometividad de los primeros
repobladores, también se plasmó en la creación de pequeños dominios susceptibles
de convertirse con el transcurso del tiempo en señoríos de carácter inferior
dentro de la baronía. Mosén Pere Guillem Cepello o Lluís Català dispusieron de
su propia alquería. El caballero generoso Bernat de Bonastre gozó de la
tenencia de partes de Fraga, Beniamer y Benitaer hasta que las cedió a los
cistercienses.
Faccionalismos
y ambiciones individuales no impidieron que se alcanzara en Cocentaina una
cierta paz pública, con todas las reservas que se quiera, alejándose de la
insurgencia de los días de la Unión o de las graves disensiones que conmovieron
a Mallorca y a Cataluña en el siglo XV.
El ideal comunitario.
Los enfrentamientos de la Baja Edad Media
convirtieron en deseable el ideal comunitario del Cuerpo de Cristo, el de una
sociedad cristiana respetuosa de los preceptos eclesiásticos, acercándolo a los
seglares las cofradías, células de una nueva vida.
Doña Violante
En
1391 doña Violante aprobó los estatutos de la cofradía de Santa María de
Cocentaina. La iniciativa partió del propio municipio, asimilándose
implícitamente la devoción a la Virgen con el respeto hacia la señora. La
cofradía se propuso ser más numerosa que multitudinaria, ya que se fijó un
máximo de cien hombres y cien mujeres, lo que representaría menos de la tercera
parte de la población cristiana de la baronía. En cierta manera se buscó la
creación de un grupo de puros capaces de pautar la moral de todos, con normas
de gobierno propias de un municipio valenciano. Los cofrades escogerían sus
mayorales o regidores. Desde el espacio físico de la parroquia de Santa María
se creó un espacio espiritual con pretensiones de mayor autenticidad.
Entre
sus objetivos nunca entró el proselitismo religioso hacia musulmanes y hebreos,
pese a fundarse en vísperas del gran estallido antijudío peninsular, pero sí
difundir una serie de valores, que en cierto modo avanzaron los de la reforma
católica de tiempos de los Reyes Católicos y de los Austrias: la idea de la
purísima concepción de Santa María (tan querida en la corte de Juan I por
influencia franciscana), alta valoración de la casta fidelidad de los
matrimonios (digna de la perfecta casada de fray Luis de León), práctica
frecuente de la oración y de la caridad, y asistencia ante el trance de la
muerte. Fueron respuestas a una sociedad lacerada por la peste, la
insolidaridad, la falta de respeto hacia muchas normas y los enfrentamientos
familiares. Este deseo de superación caracterizó al llamado Siglo de Oro
valenciano, que superó con mucho la prosa de Joanot Martorell o la lírica de
Ausias March y Joan Roís de Corella, según nos muestra la inquieta Cocentaina
de campesinos, artesanos y arrieros, de moros y cristianos.
VÍCTOR MANUEL
GALÁN TENDERO
Fotos: Alicante Vivo
Fuentes documentales.
* ARCHIVO DE LA CORONA DE ARAGÓN.
- Real
Cancillería, Rs. 541 (f. 16r), 1893 (ff. 199r-201v), 1896 (ff. 40r-50r), 1898
(f. 218r) y 2598 (ff. 13v-14v).
- Real
Patrimonio. Mestre Racional, Rs. 2647, 2648 y 2649.
* ARCHIVO
MUNICIPAL DE COCENTAINA.
- Llibres
de la Cort del Justícia de 1347, 1380, 1397, 1402, 1405-06, 1409, 1415, 1416,
1418 y 1422.
Bibliografía.
- BÓSCOLO, Alberto, La reina Sibil.la de Fortià,
Barcelona, 1971.
- CAVANILLES, Antonio José, Observaciones sobre la
historia natural, geografía, agricultura, población y frutos del Reyno de
Valencia, Valencia, 2002. Edición facsímil en 2 vols.
- FULLANA, Luis, Historia de la villa y condado de
Cocentaina, Alcoy, 1977.
- GALÁN TENDERO, Víctor Manuel, Los mudéjares de
Cocentaina en el tránsito de los siglos XIV al XV. Memoria de licenciatura
inédita. Universidad de Alicante, 1994.
- TINTÓ,
Margarita, Cartas del baile general de Valencia, Joan Mercader, al rey Fernando
de Antequera, Valencia, 1979.