El Gran Maestre don Ramón de
Perellós y Rocafull.
El 7 de febrero de 1697 la Orden de San Juan del Hospital de Malta escogió Gran Maestre a un español, don Ramón Rabaça de Perellós y Rocafull y de Dijar y Mercader. Alicante le rendiría cumplidas pleitesías posteriormente.
Su padre,
don Ginés Rabaça de Perellós, era señor de Benetúser y barón de Dos Aguas, y
procedía de encumbrados linajes del patriciado valenciano que con el tiempo adquirieron
carta de nobleza. Doña María Rocafull, su madre, formaba parte del círculo de
los Rocafull de Orihuela y su tierra. Los apellidos Dijar y Mercader, de
linajes también encumbrados desde el siglo XIV, eran los de sus abuelas paterna
y materna respectivamente.
En 1654,
a corta edad, pasó las pruebas de nobleza para conseguir el título de caballero
de la Orden, dentro de una cuidada estrategia familiar de promoción social. En
1671 ya era Comendador de Castellot, y pidió recomendación al virrey de Sicilia,
a la condesa de Perelada y a la reina regente para que el Gran Maestre lo
nombrara general de las galeras de Malta. Consiguió formar parte finalmente del
consejo del Gran Maestre Adriano de Vignancourt, alcanzando la mayor dignidad
de la Orden en 1697, que ejerció hasta su muerte en 1720, descollando su
política poliorcética y artística en Malta, así como su cautela durante la
Guerra de Sucesión y sus campañas contra el corsarismo musulmán.
Alicante
celebra su elección.
La atribulada y dinámica plaza alicantina, aún herida por el bombardeo de 1691, acogió con gozo el nombramiento de don Ramón, creyendo encontrar un valedor en el convulso teatro mediterráneo. Del 5 al 9 de julio de 1697 celebró unas lucidas fiestas de San Juan Bautista en su honor. La predicación del sermón de rigor, tan caro a la mentalidad barroca, corrió a cargo del canónigo de San Nicolás José Sala. El conocido deán Martí compuso poemas para tal ocasión, dedicados al valentino héroe.
La atribulada y dinámica plaza alicantina, aún herida por el bombardeo de 1691, acogió con gozo el nombramiento de don Ramón, creyendo encontrar un valedor en el convulso teatro mediterráneo. Del 5 al 9 de julio de 1697 celebró unas lucidas fiestas de San Juan Bautista en su honor. La predicación del sermón de rigor, tan caro a la mentalidad barroca, corrió a cargo del canónigo de San Nicolás José Sala. El conocido deán Martí compuso poemas para tal ocasión, dedicados al valentino héroe.
El programa de actos contempló a lo largo de aquellas jornadas el toque de campanas, la ubicación de un monumento perecedero en Santa María, villancicos, una procesión digna del Corpus, los fuegos de fusilería y artillería, una representación de moros y cristianos, y la lidia de toros de Sierra Morena.
El esfuerzo mereció la pena para los coetáneos, inmersos en una sociedad de honor en la que las formas y las apariencias visualizaban las ideas de la jerarquía social. La concurrencia de nobles valencianos, castellanos e incluso franceses dio la medida del éxito, y quizá sirviera para limar ciertas asperezas una vez firmada la Paz de Ryswick (10 octubre de 1697) con Luis XIV, de gran interés en vísperas de la Guerra de Sucesión.
El simbolismo de las celebraciones.
El barroquismo de las celebraciones quizá aparezca
intrincado y excesivo a nuestros ojos, pero sus imágenes alegóricas eran
coherentes con las ideas de patronazgo, servicio honorable y consideración
comunitaria.
A don Ramón se le atribuyó una genealogía mítica que lo enlazaba ni más ni menos que con los reyes de Francia, Castilla, Navarra y Aragón. En las calles de Alicante los honores que se le rindieron, dignos de un monarca, se acompañaron del homenaje al rey de reyes sacramentado, el angular Cuerpo de Cristo del catolicismo trentino, ya que el Gran Maestre se convertiría en el atleta invicto de la esposa de Jesucristo, la Iglesia, desde cuyo presidio de Malta pelearía con denuedo para retornar Tierra Santa a la Cristiandad.
La
mentalidad de Cruzada, todavía presente en los testamentos de fines del XVII,
no se avenía del todo bien con las realidades de su tiempo. Los combates contra
el corsarismo berberisco habían rebasado en importancia en el Mediterráneo
Occidental y Central a la lucha directa con el Imperio Otomano, ya en declive y
cada vez más considerado como una potencia más a reajustar por otras más
briosas, como la Austria de los Habsburgo, Francia e Inglaterra. En 1649 los
turcos otomanos, inquietos ante la hostilidad veneciana, ofrecieron a España
una paz en la que se prometía la libre visita de los Santos Lugares por los
cristianos y atajar las depredaciones corsarias. Los venecianos extendieron el
rumor del matrimonio de una hija del sultán con don Juan José de Austria,
dotándola con Argel y Túnez. La seguridad de Nápoles y Sicilia y el fomento del
comercio hispánico podían haber ganado grandemente con ello, pero las
negociaciones no llegaron a buen puerto y todo discurrió por los cauces
habituales. Los dispendios de la celebración en Orihuela del alzamiento del
asedio turco de Viena (“feliz suceso para los Reinos de España”) merecieron la
reprobación del Mestre Racional del Reino de Valencia el 10 de agosto de 1685.
Los
espectáculos de las celebraciones expresaron este mundo ideal. La quema de las
arquitecturas perecederas en honor a San Juan Bautista, cuya procesión se
celebró con la solemnidad del Corpus, constituyen uno de los primeros ejemplos
documentados de nuestras populares Fogueres, pero con un espíritu muy distinto
del actual, pues en lugar de anunciar a todas las gentes el inicio del verano y
sus placeres se proclamaba el carácter trascendental del nuevo Gran Maestre,
subyugador del infiel, siguiendo los pasos del Bautista que se postró ante la
grandeza de Jesús.
El complemento indispensable vino dado por una representación de moros y cristianos cerca de la contemporánea Plaza del Mar. Allí se erigió una fortaleza de madera defendida por los cristianos, realidad bien cotidiana en el Alicante de fines del XVII. El desembarco de los turcos culminaba con su conquista matinal, seguida por la tarde de la reconquista cristiana, que no ahorraba la simulación de baterías de artillería, minas y asaltos como si de Viena, Buda o de una plaza norteafricana se tratara. La corrida de toros del día siguiente insistía en la idea de la victoria sobre la fiera de la infidelidad. No en vano la rendición de Granada se festejó en Orihuela corriendo toros, según Bellot.
Las tiranteces con la Orden de Malta.
Los festejos no ocultan que no siempre las relaciones entre Alicante y la Orden de Malta estuvieron presididas por la cordialidad, pues en una plaza comercial como la nuestra los litigios y los encontronazos fueron moneda corriente.
La guerra contra las Provincias Unidas entre 1621 y 1648 ocasionaría más de un incidente, en especial cuando el Almirantazgo impulsado por el conde-duque de Olivares se mostró más contundente. En junio de 1629 una nao fue apresada en las cercanías de Malta por tres navíos del Almirantazgo. Su carga y su tripulación fueron conducidos a Alicante, convertido ocasionalmente en punto de operaciones de una guerra que perjudicaba los intereses comerciales de la Orden en el Mediterráneo.
Para defender sus intereses con mayor efectividad los sanjuanistas reclamaron un consulado en Alicante, petición sobre la que insistieron en 1667, algo muy recomendable dada la heterogénea composición de la sociedad maltesa y de la propia Orden.
En 1673 el baile sanjuanista de Lora se quejó del embargo en nuestro puerto de la mercancía de un vecino de Malta por ser transportada en una nave cuyo patrón era francés. Se mantuvo que la propiedad de la nave correspondía a un maltés, y en 1674 el virrey de Valencia se dirigió al gobernador de Alicante para que suavizara la situación dado el estado de hostilidad con los franceses.
En años sucesivos la tensión cedió en una atmósfera mezclada de astucias y claudicaciones españolas. Los holandeses, ahora aliados interesados, aseguraron la comunicación entre Malta y la Península. El 24 de febrero de 1678 el caballero de San Juan don Manuel de Cardona y el de Montesa don Francisco de Cardona obtuvieron plaza en la flota o caravana holandesa que se dirigía a Malta, junto a Liorna punto de contacto de primer orden con las aguas del Imperio Otomano.
El atractivo de la Orden.
Los tiempos de la caballería andante, tan idealizados, eran un venerable recuerdo en el siglo XVII, cuando en los campos de batalla impusieron su ley las grandes formaciones de infantería provistas de armas de fuego, enfrentadas con frecuencia a sofisticados sistemas poliorcéticos. Los escuadrones de caballería potenciaron los efectos de aquella Revolución Militar, y la ética caballeresca tenía la virtud de prestigiar el alto mando militar nobiliario. Las obras de calidad diversa que glosaban o relataban los grandes hechos caballerescos de los linajes de un reino sirvieron a tal propósito. Las “Trovas” de mosén Jaime Febrer ensalzaron a los caballeros de Valencia en calidad de conquistadores del Reino. En las Españas coetáneas, al igual que en el resto de la Cristiandad, la condición caballeresca legitimaba una gran variedad de exenciones de gran utilidad ante los embates de una monarquía exigente de recursos y servicios. Los hábitos de una Orden Militar, aureolada por un pasado de guerra contra el infiel, disponían en consecuencia de un enorme atractivo.
Los caballeros alicantinos habían acostumbrado a ingresar en las filas de la valenciana Orden de Montesa a lo largo de los siglos XVI y XVII. Tal fue el caso de los Escorcia y Ladrón, Sanz, Rotlà y Canicia, Pascual, Mingot y Fernández de Vera. A fines del XVII la de San Juan aumentó sus caballeros de Alicante. En 1686 ingresó tras pasar las prescriptivas pruebas de nobleza don Cipriano Juan Canicia Pascual y Pascual, y en 1687 don Juan Bautista Pascual Robles Martínez de Fresneda y Riquelme, y su hermano don Vicente. Los Pascual acentuaron tales timbres de distinción aristocráticos coincidiendo con una época en la que el Gran Priorato de la Orden en Consuegra fuera ostentado por miembros de la realeza como don Juan José de Austria o el mismo Carlos II.
El Gran Maestre don Ramón condescendió por razones interesadas con estos tratos aristocráticos, y el 8 de junio de 1707 se prestó gustoso a satisfacer al duque de Gandía en la promoción de un varón incapaz de superar las pruebas de nobleza, contrariando a todas las lenguas o divisiones “nacionales” de la propia Orden. En este sistema elitista conseguiría entrar años después nuestro conocido Jorge Juan, hijo de los condes de Peñalba y sobrino del bailío (o baile) de Caspe don Cipriano Juan. Antes de su retorno a España en 1729 con dieciseis años fue paje del Gran Maestre en Malta y comendador de gracia de Aliaga.
La Guerra de Sucesión y las posteriores campañas antimusulmanas.
En los atribulados años de la Guerra de Sucesión Alicante no recibió ayudas particulares del celebrado Gran Maestre, pero tampoco encajó graves decepciones. Don Ramón supo mantenerse en la medida de lo posible al margen del conflicto que significaría el fin de la Italia hispánica de antaño, pese a declararse fiel a la persona de Felipe V. Sus vinculaciones familiares y personales con una nobleza valenciana, caso del citado duque de Gandía, con importantes seguidores de la causa borbónica ejercerían importante influencia en su ánimo. Su inclinación felipista se hizo más visible hacia la fase final de la guerra, cuando el trono del Borbón pareció más firme ante Carlos III de Austria. En 1711 la Orden de Malta ayudó a la flota comandada por el conde de Alcudia y el duque de Vendôme contra la Mallorca austracista, cuyo virrey era el inquieto marqués de Rafal.
De todos modos el intento no tuvo éxito, y las energías militares de don Ramón en el remodelado Mediterráneo posterior a la Paz de Utrecht se canalizarían contra los pertinaces corsarios norteafricanos. En este ambiente ganó experiencia el joven Jorge Juan antes de ser guardiamarina, y don Ramón de Perellós y Rocafull justificó un tanto la fabulosa fama que le atribuyeron las enfáticas celebraciones alicantinas de 1697, que en cierta manera sirvieron de compás de espera al triunfo de la reconquista de Orán en 1732.
VÍCTOR MANUEL
GALÁN TENDERO
Fotos: Alicante Vivo
Fuentes y bibliografía.
ARCHIVO DE LA CORONA DE ARAGÓN, Consejo Supremo de Aragón, Legajos 0696, nº 064; 0770, nº 019; 0780, nº 035; y 0917, nº 037.
ARCHIVO DEL REINO DE VALENCIA, Libro de la Bailía de Orihuela-Alicante, 1684-1699, nº. 1335.
ARCHIVO
MUNICIPAL DE ALICANTE, Cartas recibidas 1665-1704 (Armario 11, Libro 11) y
Privilegios Reales de Felipe IV (Armario 1, Libro 20).
BELLOT,
P., Anales de Orihuela, 2 vols. Edición de J. Torres Fontes, Murcia, 2001.
BRATUTTI, V., Embajada turca en España, Madrid,
Biblioteca Nacional, Manuscrito 11.017.
FEBRER,
J., Trovas de mossen Jaime Febrer que tratan de los conquistadores de Valencia.
Edición de J. Mª. Bover de 1848 (copia facsímil de París-Valencia).
SALA,
J., Sermón panegyrico, que las solemnes fiestas a San Juan Bautista, que se
celebraron en la ciudad de Alicante, en hazimiento de gracias á Dios N. Señor
por la...elección de gran Maestre de Malta en el... señor Don Ramón de Perellós
y Rocafull.., Orihuela, 1698.
SÁNCHEZ
DONCEL, G., Presencia de España en Orán
(1509-1792), Toledo, 1991.
SANZ,
P. (ed.), Tiempo de cambios. Guerra, diplomacia y política internacional de la
Monarquía Hispánica (1648-1700), Madrid, 2012.