“En tanto que observe y cumplafielmente lo que pactamos con él”
Todo
un hito de la Historia.
Hace trece siglos un aristócrata visigodo alcanzó un
acuerdo beneficioso con los triunfantes conquistadores musulmanes. Aquel hombre
se llamó Teodomiro (en árabe Tudmir), y su nombre se asoció desde entonces a
nuestras tierras. En un tiempo que cronistas como nuestro Vicente Bendicho
conocieran como la Pérdida de España, siguiendo la tradición historiográfica
hispanocristiana, y que los historiadores actuales encuentran en muchos puntos
ayunos de fuentes de información suficientemente elocuentes, emerge en el área
alicantina la colosal figura de Teodomiro entre el trágico final de la Hispania
visigoda y el comienzo de Al-Andalus.
En
nuestro panteón histórico particular aparece junto a Jorge Juan o Rafael
Altamira, si seguimos las publicaciones auspiciadas por las instituciones y los
diarios locales en la década de los ochenta. Por otra parte el estudio del
celebérrimo pacto ha atraído con justicia a toda clase de investigadores
naturales y forasteros. La identificación exacta de sus famosas siete ciudades
ha hecho correr ríos de tinta desde el siglo XIX, y es una cuestión que dista de
estar clausurada. Recientemente se le ha dedicado a la efeméride un Congreso en
Orihuela. A través de seis preguntas planteamos una serie de cuestiones todavía
abiertas a la investigación sobre el pacto con el fin de animar a su lectura y
a la reflexión particular a todas aquellas personas interesadas por la Historia
o lo alicantino.
1ª. ¿Quién era Teodomiro?
La llamada “Crónica mozárabe” o la “Continuatio
Isidoriana Hispana”, terminada de redactar hacia el 754, elogia a Teodomiro en
unos términos favorables a un aristócrata de la Baja Antigüedad, la de la
decadencia del Imperio romano de Occidente y de la paulatina aparición de los
reinos germánicos en su solar. Es muy posible que su anónimo autor tuviera
mantuviera una firme amistad con el propio Teodomiro, que le informaría de
puntos como el de su viaje a la corte del califa Al-Walid. En tal obra a sus
cualidades militares se sumaron sus dotes políticas y sapienciales. La idea del
bárbaro arquetípico se encuentra fuera de lugar por completo. En las últimas
décadas se ha reivindicado el gusto por la latinidad, el acierto de su cultivo
y el deseo de mantener contactos culturales con otros poderes mediterráneos y
europeos de la Hispania visigoda con capital en Toledo, la del gran San Isidoro
ni más ni menos. Nótese que ningún autor le aplicó a Teodomiro el tratamiento
de don, como al rey Rodrigo o Roderico, más propio de un magnate de un tiempo
histórico posterior.
Desconocemos
el lugar y la fecha exacta de su nacimiento. Enric Llobregat, su gran
estudioso, ya destacó su vinculación con el círculo cortesano del Reino de
Toledo bajo Egica y su hijo Witiza, el de los jóvenes gardingos o servidores
regios, que le proporcionaría honores y riqueza, como el de su matrimonio con
una rica heredera del área ilicitana. Una figura de su mismo nombre aparece en
las Actas del XVI Concilio de Toledo, y dos inscripciones en el complejo
arquitectónico del Pla de Nadal de Ribarroja (quizá una villa rural) contienen
la forma Tevdinir. De tratarse de la misma persona nos encontraríamos con un
hombre de especial relevancia en la Hispania de su tiempo.
Antes de la irrupción islámica, intervino en
un interesante episodio bélico en calidad de “dux” derrotando a una fuerza
invasora. El “dux” era el responsable militar regio de una de las provincias de
raigambre romana en las que aún se dividía la Hispania coetánea. Teodomiro no
rigió la extensa Cartaginense, y a veces se ha propuesto interpretar el
“ducado” como una circunscripción militar especial de aquella provincia. De
todos modos más parece cuadrarle a Teodomiro la más discreta dignidad condal,
igualmente dotada de autoridad militar en su distrito. Con independencia de sus
distinciones supo revestirse en todo caso del prestigio del protector del
“populus” en línea con lo expresado hacia el 625 por San Isidoro en relación al
rey Suintila (antes de ser acusado de robar a los pobres): “munícipe para
todos, largo para pobres e indigentes, pronto a la misericordia, hasta el punto
que mereciera ser llamado no sólo príncipe de los pueblos, sino también padre
de los pobres.” Bajo tales premisas ideológicas negoció el acuerdo con los
conquistadores, sin olvidar los inexcusables componentes marciales.
Los citados
invasores que venció fueron romanos de Oriente, los bizantinos, con los que los
visigodos habían mantenido un fuerte conflicto décadas antes. Roger Collins
data tal incursión en el 698, coincidiendo con la pérdida de Cartago ante los
árabes, aunque no podamos precisar el lugar del enfrentamiento. Además este
episodio plantea otro interrogante. En horas bajas, la Roma de Oriente con
capital en Constantinopla había encajado terribles derrotas ante los musulmanes
desde Siria y Palestina hasta la actual Tunicia, y enzarzarse en una renovada
lucha con los visigodos no parecía demasiado lógico, aunque distintos autores
han postulado varias causas ingeniosas: una intervención en un pleito interno
visigodo, el deseo de compensar la pérdida de territorios en la cuenca
mediterránea o incluso el intento de hallar refugio desde la Cartago a punto de
perderse o ya expugnada por el Islam.
De forma
colateral el estudio de tal episodio ha reanimado la investigación sobre las
incursiones islámicas contra la Península antes del 711. Un fragmento del
historiador Al-Tabari ha sido relacionado con lo expuesto en la “Crónica de
Alfonso III” sobre el ataque de una flota musulmana en tiempos del rey Wamba
(672-80). Los visigodos alcanzaron en este encuentro la victoria. A finales del
siglo VII los musulmanes crearon el arsenal de Túnez, lanzando incursiones contra
Sicilia, Cerdeña y las Baleares. Fundándose en todo ello algunos historiadores
propusieron considerar islamitas a los invasores derrotados por Teodomiro.
Desde la costa norteafricana los musulmanes alcanzarían el Sureste peninsular
con relativa facilidad. En esta línea Joaquín Vallvé propuso reinterpretar la
Historia de la conquista musulmana de Hispania, que no se iniciaría por el
Estrecho de Gibraltar sino por el litoral murciano, trasladando la batalla de
Guadalete al Campo de Sangonera entre Murcia y Lorca. Teodomiro sería el
primero en comunicar al rey Roderico la llegada de los conquistadores. Estos
planteamientos tan sugerentes colisionan con el carácter tardío de las fuentes
hispanocristianas que les sirven de base y con el carácter esencialmente
terrestre de la conquista islámica de Hispania. Con razón Julia Montenegro y
Arcadio del Castillo han destacado el muy discreto protagonismo en aquélla de
la flota musulmana, más pendiente del objetivo sardo. Nuestro Teodomiro no
actuaría como un primer campeón ibérico contra el Islam sino como uno de los
últimos comandantes victoriosos de la frontera militar de los visigodos con los
bizantinos.
2ª. ¿Teodomiro creó un pequeño reino sometido a los
musulmanes?
El territorio al que se aplicó el pacto era el de siete ciudades que han suscitado y suscitan problemas de identificación severos en algunos casos. En las listas más habituales de los estudiosos figuran los nombres de Orihuela, Alicante, Elche, Mula, Lorca, Hellín y Villena, lo que no ha librado a algunos (caso de la última citada) de ser impugnados por arqueólogos e historiadores. La atribución de uno de los topónimos citados en el pacto a Valencia no ha parecido muy verosímil, planteando importantes interrogantes. Con independencia de estas controversias clásicas resulta claro que era un territorio estructurado en ciudades.
La tradición urbana ya era milenaria en nuestras tierras. Los romanos la fomentaron con decisión, dotando a las ciudades de origen diverso de amplios territorios propios. La crisis del mundo romano fue acompañada del declive de ciertas expresiones de la vida urbana, lo que no significó la desaparición de la ciudad. Con razón en el registro arqueológico de los siglos V al VIII las urbes identificadas se nos muestran modestas, apuntándose en el pacto un silencio tan elocuente como el de Cartagena por razones no del todo claras y que van más allá de los combates entre visigodos y bizantinos ya citados. Al-Himyari, geógrafo de los siglos XIII-XIV, nos informa que allí fue vencido Teodomiro antes de refugiarse en Orihuela, desde donde alcanzó a negociar el tratado.
Sintomáticamente frente a la cita pormenorizada en las distintas versiones del pacto de sus testigos por parte musulmana, no aparece ninguno de la cristiana. En las ciudades hispanas coetáneas los condes tenían que tener presentes a los potentados de sus curias y a sus obispos. Toda resistencia en una hora tan difícil como la de la invasión islámica pasaba obligatóriamente por su cooperación más o menos estrecha. En Mérida su papel fue esencial.
Quizá
Teodomiro aprovechara las circunstancias bélicas especiales para reforzar su
autoridad de forma definitiva, implantando un nuevo caudillaje con resabios
monárquicos para algunos coetáneos. La posible marcha de algunas notabilidades
locales le ayudaría en este empeño, en una Hispania que caminaba hacia la
feudalización de manos de los visigodos, y además dividida en vísperas de la
conquista, como ha subrayado García Moreno, entre las zonas de obediencia a
Roderico (las tierras meridionales y centrales peninsulares) y a Agila II, que
al final sufrió la invasión de sus dominios en el Este y en el Norte. Las
fuentes posteriores consagraron a Teodomiro como un varón carismático capaz de
contentar a todo un califa, de casar ventajosamente a su hija y de transmitir
su poder a Atanagildo. De ser veraces las noticias llegadas a nosotros rigió el
territorio entre el 713 y el 743, año de su posible fallecimiento. Durante
aquellos treinta años puso los fundamentos de la posterior “kura” o demarcación
musulmana de Tudmir, identificada elocuentemente con él durante muchas
centurias. En las atribuladas circunstancias del naciente Al-Andalus, un
waliato dependiente del califato de Damasco, el avispado Teodomiro ejercería su
autoridad con gran libertad, a veces propia de un rey a ojos de sus coetáneos
hispanovisigodos, granjeándole las simpatías de personas destacadas. La
conquista no supuso precisamente un drama para él.
3ª. ¿Colaboró Teodomiro en la conquista islámica?
Según autores como Ibn Idari al-Marrakusi, Teodomiro
tuvo que combatir para conseguir el “sulh” o pacto de protección. Tras guerrear
en campo abierto contra las tropas de Abd al-Aziz, el hijo de Musa, se hizo
fuerte en Orihuela. Allí vistió a las mujeres como si de guerreros se tratara,
simulando barbas varoniles sus largos cabellos. Indujo a su rival a considerar
en exceso dificultosa su toma, inclinándolo a la negociación y al pacto. Una
vez firmado, Teodomiro descubrió su ardid a Abd al-Aziz, que guardó lo acordado
con caballerosidad.
Este episodio se ha identificado con un motivo literario de la cultura árabe, que pasó a la de la Europa medieval, como bien se demuestra en la “Crónica” de Ramón Muntaner con motivo del lance de Galípolis. Poca cosa más tenemos de la actividad batalladora de Teodomiro, materia más para el estudioso de la literatura que para el de la historia bélica.
En el pacto sólo constan indicaciones genéricas acerca de la prohibición de cooperar con los enemigos de los musulmanes, no acogiendo a todos aquellos que pudieran destruir el espíritu del acuerdo, sin recogerse en el mismo las habilidades militares de Teodomiro y de sus seguidores. En consecuencia nada se detalló de ningún contingente de tropas a reclamar por los nuevos señores islamitas en los supuestos de alarma. En el fondo era una victoria en toda regla para un potentado como Teodomiro, pues los últimos monarcas visigodos insistieron con tanta angustia como ineficacia en el cumplimiento de los deberes militares de los aristócratas, obligados a enviar a las campañas de las huestes reales tropas serviles. Tampoco los conquistadores musulmanes estarían muy interesados en aquella hora histórica en ampliar su número de seguidores armados con guerreros de otra religión, que romperían su sentido de la superioridad y los obligarían a innecesarios repartos de botín.
En
lugar de ofrecer unidades de federados al estilo romano para las grandes
operaciones peninsulares, Teodomiro y los suyos ejecutarían de forma autónoma
acciones tan discretas como necesarias de control local tendentes a reforzar su
dominio sobre lo que más tarde se llamó la “kura” de Tudmir. Este sistema
militar eventual no satisfizo realmente las necesidades militares de la nueva
autoridad en Hispania, y en caso de sedición se podía volver con enorme
facilidad en su contra, según acreditó el proceder de Atanagildo contra el
poder cordobés. El establecimiento en la región de ciertas unidades de las
tropas sirias de Baly, cuya retribución fue supervisada por las autoridades
islamitas en la Península, intentó zanjar esta cuestión. En todo caso el tiempo
de Teodomiro supuso el tránsito entre los ejércitos protofeudales de los
visigodos, herederos de los de la Baja Romanidad, y los andalusíes costeados
por la administración del “diwan”.