24 septiembre 2013

SEIS PREGUNTAS SOBRE EL TRATADO DE TEODOMIRO (PARTE 2)



4ª. ¿Pagaron mucho los acogidos al tratado?

A veces se ha presentado la conquista islámica como una liberación de los campesinos más humildes de las condiciones honerosas visigodas. Lo cierto es que los invasores nunca tuvieron en mente nada parecido a una revolución social, y en la medida de lo factible intentaron preservar una serie de situaciones sociales para afirmar su dominio.

El tratado nos puede brindar alguna precisión al respecto, pese a consignar simplemente la imposición de un montante individual genérico: una moneda de oro, cuatro medidas de trigo, cuatro de cebada, cuatro de vinagre, dos de miel y una de aceite por persona libre, pagando la mitad los siervos. En la fiscalidad bajorromana, heredada por los visigodos, se diferenció entre “capitatio” y “iugum”, y la musulmana la conservó aquí asociándola a una población sometida. No sabemos si los tributos impuestos a los judíos por los postreros reyes visigodos pudieron servir de valioso precedente.
 
Se puede comparar el tratado con la Epístola barcelonense del 592, que estipuló la detracción a la hora de recaudar los tributos sobre la tierra y las personas.  Aprobó de partida una punción del 9´5%, que con los recargos de daños y de actualización de los precios ascendía al 13%.

Tomando como punto de referencia que una persona consumía un mínimo diario de 0´15 litros de trigo en la España del siglo XVII, una familia de cuatro personas necesitaría 219. La medida o modio contenía 8´75 litros, de tal forma que cuando a un hombre libre de fortuna media se le exigían 4 medidas la carga ascendía al 16% de la manutención familiar. En relación a la Epístola la exigencia era alta, si bien se rebajó al 8% a los siervos para ofrecer un margen de ganancia a sus poderosos señores encargados de la recaudación, aquellos que intervinieron en la negociación del tratado y cuyo nivel de fortuna permitió minorar el tributo a una cantidad simbólica. En todo caso Teodomiro supo hacer uso de sus atribuciones y dotes fiscales en aquellas inciertas circunstancias.

Se respetó una jerarquía social, pero a la par se ofrecieron garantías legales a los acogidos de las que no se gozaron en otros rincones de Al-Andalus, especialmente a la hora de alzar un Estado musulmán desvinculado de Bagdad. Ar-Razi evocaría en el siglo X Tudmir bajo el signo de la equidad, donde era posible comprar bienes a cristianos y muladíes (o conversos al Islam), y los hijos heredar la fortuna de sus padres.

5ª. ¿Quiénes eran aquellos acogidos al pacto?

El sentido de la superioridad musulmana sobre las otras religiones reveladas se vehiculó a través de los pactos de protección que permitieron a las comunidades cristianas y judías la prosecución de sus prácticas sagradas a la espera de su conversión al Islam. Semejante tolerancia tenía unos clarísimos límites, máxime vistos desde la óptica liberal del siglo XXI, pero tal solución preservó la identidad de los sometidos por un tiempo, décadas más tarde erosionada por el influjo de la cultura árabe e islámica en la Península. Los principales rasgos que definirían aquella identidad, atendiendo a la letra del mismo pacto, fueron de carácter cultural, religioso y social.

La mediterraneidad de la comunidad representada por Teodomiro se plasmó en los productos alimenticios consignados en el acuerdo, los de la característica trilogía del cereal, el olivo y la vid. Su catolicismo no merece grandes precisiones, a diferencia de lo reconocido en el 635 por el califa Omar a los cristianos de Damasco, una de las grandes metrópolis religiosas de la Baja Antigüedad junto con Alejandría, Jerusalén o Roma. A estos romanos orientales (los cada vez más helenizados bizantinos) se les impuso una clara segregación simbólica y de indumentaria para que no influyeran en las inclinaciones personales de los conquistadores. En nada se obligó a los acogidos al acuerdo suscrito por Teodomiro a adoptar una vestimenta específica diferenciadora o a prender de sus ropajes algún distintivo en concreto. No subyace en nuestro caso ningún miedo a un cristianismo floreciente y expansivo, quizá porque en nuestra tierra fuera más discreto que en Siria.

En el pacto sí se recogió la dicotomía básica entre libres y siervos. La definición de estos segundos no resulta sencilla y ha dado pie a un intenso debate en la historiografía europea acerca de la transición del esclavismo al feudalismo. En la Hispania visigoda el gran dominio esclavista ya coexistió con la parcelación servil en beneficio de unos terratenientes poderosos, situación esta última que parece acomodarse más a lo transmitido por el acuerdo. Quizá de aquí arrancara la distinción, aún viva en época mudéjar bajomedieval, del besante de los labradores y de los exentos.

6ª. ¿Qué utilidad tuvo el tratado?

De la utilidad del tratado no cabe dudar si atendemos al prestigio alcanzado por el propio Teodomiro. Ya vimos como Ar-Razi encomió su benevolencia social. Más delicado resulta calibrar la que pudo tener para los musulmanes más allá de resolver un aprieto puntual de la conquista.

Pacto de Teodomiro (Foto MARQ)

La cronología de los autores que nos han transmitido el tratado (Al-Udri, Al-Dhabbi, Al-Himyari y Al-Garnati) nos aporta alguna pista. Sus obras se confeccionaron entre finales del siglo XI y mediados del XIV, coincidiendo con la gran expansión reconquistadora de los reinos hispanocristianos, que expulsaron a los musulmanes de sus solares o los redujeron a una condición tributaria variable. El tratado del reconocido Tudmir ibn Gabdus ofrecía un modelo de trato benigno hacia un grupo que había opuesto resistencia, el de la pleitesía, al que se acogieron localidades como Requena. En 1276 los musulmanes de Chulilla, en la actual comarca valenciana de los Serranos, consiguieron un tratado del rey de Aragón por el que conservaron las condiciones fiscales estipuladas en 1260 y una deferencia hacia su identidad religiosa muy similar a la obtenida por Teodomiro. 

Por otra parte la condición de los mudéjares suscitó importantes debates entre los sabios musulmanes. A fines del XV el almeriense Ibn as-Sabbâh aún consideró pecaminoso para un musulmán permanecer bajo dominio cristiano cuando tenía la oportunidad de marchar a una tierra islámica, aunque Dios lo perdonara. El tratado y su benevolencia supondría un elemento valioso a considerar en una vidriosa controversia.
 
Por todo ello el tratado es una ventana de conocimiento abierta a las sociedades tardorromanas y a los andalusíes declinantes a punto de padecer el sino del vencido, lo que acentúa la grandeza histórica del singular Teodomiro.


VÍCTOR MANUEL
GALÁN TENDERO
Fotos: Alicante Vivo


 Fuentes.
- AB´ADH-DHABBI SCRIPTUM, Desiderium querentis historiam virorum populi Andalusiae (Dictionarum Biographicum). Edición de F. Codera y J. Ribera, Madrid, 1885.
- AJBAR MACHMUA. Edición de E. Lafuente, Madrid, 1867.
- AL-HIMYARI, Kitab ar-Rawd al-Mi´tar. Edición de M. P. Maestro, Valencia, 1963.
- CONTINUATIO ISIDORIANA HISPANA A. DCCLIV. Edición de Th. Mommsen, Berlín, 1894.
- CRÓNICA DEL MORO RASIS. Versión romanzada para el rey Dionís de Portugal, Madrid, 1975.
- IBN IDARI AL-MARRAKUSI, Historia de Al-Andalus. Edición de F. Fernández González, Málaga, 1999.
- SAN ISIDORO, Historia de los Godos, Vándalos y Suevos. Edición de Rodríguez Alonso, 1975.

Bibliografía.

- COLLINS, R., La España visigoda: 409-711, Barcelona, 2005.
- FRANCO, F., Los mudéjares, según la Rihla de un almeriense: ibn as-Sabbâh, webislam.com, nº. 213, 2003.
- GARCÍA MORENO, L. A., Historia de España visigoda, Madrid, 1989.
- GASPAR Y REMIRO, M., Historia de la Murcia musulmana, Zaragoza, 1905.
- GUICHARD, P., Estudios sobre historia medieval, Valencia, 1987.
- GUINOT, E., Cartes de poblament medievals valencianes, Valencia, 1991
- GUTIÉRREZ, S., La cora de Tudmir de la Antigüedad Tardía al Mundo Islámico. Poblamiento y cultura material, Madrid-Alicante, 1996.
- ISLA, A., “Conflictos internos y externos en el fin del Reino visigodo”, Hispania, LXII/2, nº. 211, 2002, pp. 619-636.
- LLOBREGAT, E., Teodomiro de Oriola. Su vida y su obra, Alicante, 1973.
- MONTENEGRO, J.-DEL CASTILLO, A., “La invasión musulmana de la Península Ibérica en el año 711 y la flota de Ifriqiya”, Anuario de Estudios Medievales, vol. 42, nº. 2, 2012, pp. 755-769.
- THOMPSON, E. A., Los godos en España, Madrid, 1969.
- VALLVÉ, J., Al-Andalus: sociedad e instituciones, Madrid, 1999.
- VILAR, J. B., Orihuela musulmana, Murcia 1976.

11 septiembre 2013

LA VIRGEN DEL ESCLAVO NO ES TABARQUINA


Cansado ya de esperar que alguno de los medios a los que envié este artículo,
encuentre el momento y el lugar, la oportunidad, la conveniencia, la ocasión,
la importancia, el interés, la idoneidad, etc. para publicarlo,
no me voy a quedar con las ganas de que vea la luz.
Así que lo copio/pego aquí, esperando que todo el que se interese por nuestra cultura,
nuestra historia y nuestro folklore, especialmente de Nueva Tabarca,
guste de leerlo y, si lo cree oportuno, compartirlo, para darle la difusión que,
a los que se hacen llamar medios de comunicación, no les ha dado la gana de darle.
Así les va, y así van las cosas...

LA VIRGEN DEL ESCLAVO NO ES TABARQUINA

Es innegable que iniciativas como la Virgen del Esclavo son muy buenas para reforzar el atractivo cultural y turístico de Nueva Tabarca, pero es imperdonable que sea a costa de importar historias foráneas, queriendo justificarse en un pasado remotamente común, cuando la propia historia de la isla es tan rica en sucesos y matices que no necesita ser reforzada por invenciones ni adaptaciones de leyendas marianistas de otras tierras. Tampoco es de recibo que la Diputación Provincial, que respalda y colabora con el evento, no sea capaz de controlar la información que la entidad organizadora transmite a los medios.

Cuando se trata de la historia, de nuestra historia, connotaciones religiosas o legendarias aparte, la información de las fuentes ha de ser fidedigna y rigurosa, y debería, además, ser contrastada por los propios medios. Pero lo cierto es que han sido muy desafortunadas las noticias publicadas, ya que, en contra de lo que se afirma, ni la obra refleja los auténticos orígenes de la isla, ni la Virgen del Esclavo tiene nada que ver con Nueva Tabarca ni con la liberación de sus habitantes de la esclavitud, ni hay constancia histórica de la «Reina Mora» o «Sultana» (por muy Sara Montiel que la encarnara -que Dios la tenga en su gloria-) ni de «Sultán» Pepe Ruiz alguno, y así podríamos continuar con muchos más ejemplos de errores históricos garrafales que se han venido vertiendo en las páginas de los diarios.

Para empezar, se puede decir que en el Mediterráneo existen cuatro «islas Tabarca»: la Tabarka o Tabarqa tunecina, origen de todas las demás, situada frente a la costa de la ciudad de este mismo nombre, hoy unida al litoral por un pequeño istmo artificial; la ciudad de Calasetta, en la isla de Sant'Antioco, al suroeste de Cerdeña, unida a esta por un istmo y un puente de origen cartaginés; la ciudad de Carloforte, frente por frente a Calasetta, en la también sarda isla de San Pietro; y Nueva Tabarca, nuestra alicantina Isla Plana, frente al cabo de Santa Pola o de l’Aljub.

Tabarka (Túnez). La historia comienza con los hermanos Barbarroja y sus lugartenientes, que llevaban a cabo innumerables ataques piratas en las costas italianas y españolas, donde causaban numerosos destrozos y se llevaban cautivos para canjearlos mediante rescate. Barbarroja se autoproclama rey de Argel, en 1534 conquista Túnez y, desde Trípoli hasta Orán, se le someten el resto de pueblos, convirtiéndose en un formidable enemigo para España. Ante tamaña amenaza, en 1535 el Emperador Carlos V (Carlos I de España) ataca y conquista Túnez, reponiendo al anterior rey, y en 1541 intenta, sin éxito, conquistar la plaza de Argel para neutralizar los ataques corsarios.

Cercana a la frontera entre Argelia y Túnez, en territorio tunecino, se encuentra la población de Tabarka, frente a la que está situada la pequeña isla del mismo nombre. Por esta situación estratégica, Carlos V la elige para construir un presidio custodiado por una guarnición de soldados y, dado que en sus inmediaciones existían ricos bancos de coral, el Emperador decide arrendarla a la familia genovesa de los Lomellini, firmándose contrato en abril de 1540 para poder pescar dicho coral. España construye un presidio para quinientos hombres, fortificado y artillado, y los arrendatarios se comprometen a que siempre ondee la bandera española. De este modo, España mantendría una pequeña avanzadilla en esta zona.

Carloforte y Calasetta (Cerdeña, Italia). La pesca del coral convirtió a la isla en una comunidad tan próspera que en el siglo XVII el número de habitantes empezaba a superar los límites de acogida. Por esta razón, en 1738, el rey piamontés Carlo Emanuelle otorgó a los tabarkinos permiso para poblar la isla sarda de San Pietro, cuya capital, en agradecimiento al monarca, pasaría a denominarse Carloforte. Pero peor suerte corrieron los que se quedaron en Tabarka, pues en 1741 la isla fue asolada por corsarios tunecinos que raptaron a más de ochocientos tabarkinos para ser vendidos en Túnez y Argel. Tras doce años de negociaciones y el pago de numerosos rescates, muchos de ellos recuperaron su libertad para iniciar una nueva vida en Calasetta, frente a Carloforte donde ya prosperaban sus hermanos.

Nueva Tabarca (Alicante, España). Pero no todos los esclavos tabarkinos tuvieron la misma fortuna, y tuvieron que esperar a 1768, momento en que se da la necesidad del rey Carlos III de poblar la Isla Plana, para evitar que fuera base de operaciones de los piratas berberiscos que asolaban la costa levantina, para lo cual, encargaría al Conde de Aranda la fortificación de la misma, pero sin éxito a la hora de conseguir que residiera alguien en la isla de forma permanente.

Para resolver este problema, el 5 de abril de 1768 el rey Carlos III firmó una orden que se transmitió a las tres órdenes redentoras: Trinitarios Calzados, Trinitarios Descalzos y Mercedarios. Dicha orden mandaba concertar un canje de cautivos argelinos por los españoles que habían quedado en Argel, sirviendo como mediador el embajador marroquí en España, Hamet Elgazel. El Conde de Aranda recomendó a Carlos III que, para apoyar la redención, se procediese al envío de cuatro navíos de guerra que hiciesen de escolta y actuasen a su vez como medio de intimidación. El 7 de octubre zarparon las naves San Vicente, San Isidro y Santa Isabel, y la fragata Santa Teresa, además de una tartana. El 26 de octubre, ya en la bahía de Argel, los padres redentores saltaron a tierra y procedieron al canje de veintiséis capitanes o patronos de barco a cambio de los arráeces argelinos. El resto se continuó según norma establecida de un argelino por cada dos españoles. En esta situación apareció un temporal que obligó a los barcos españoles a levar anclas y dejar la bahía. Mientras, los padres redentores permanecían en tierra, encabezados por Fray Alonso Cano, para rescatar, obedeciendo órdenes secretas dadas por el gobierno de Carlos III y pagando fuertes sumas de dinero, al resto de los cautivos que poblarían Nueva Tabarca. La escuadra española regresó a la bahía de Argel el 23 de febrero de 1769, llevándose a cabo los últimos canjes tres días después. A la mañana siguiente embarcaron finalmente para España.

A su llegada a Alicante el 7 de marzo, donde permanecerían unos meses para reponerse del viaje y las penurias sufridas y adaptarse, se hizo un recuento de los habitantes de Tabarka, la célebre Matrícula de los tabarkinos, que fueron destinados a poblar la Isla Plana, a la que llegaron el día 8 de diciembre de 1769, y que a partir de entonces recibiría el actual y correcto nombre de Nueva Tabarca.

Iglesia de la Madonna dello Schiavo, Carloforte, isla de San Pietro, Cerdeña, Italia

La Madonna dello Schiavo (La Virgen del Esclavo). Pero la epopeya tabarquina aún tenía que ver un último episodio. Conforme se recoge en fuentes históricas mercedarias, la ciudad de Carloforte sería sorprendida por medio millar de piratas tunecinos en la madrugada del 3 de septiembre de 1798, que vencieron a los pocos soldados de su guarnición, e invadieron las calles de la ciudadela y las casas de los habitantes que aún dormían. Muchos habitantes lograron huir de la captura, escondiéndose en los campos o hasta simulando estar muertos, pero novecientos treinta y tres carlofortinos, alrededor de la mitad de los habitantes, de toda edad y sexo, fueron hechos prisioneros y enviados a Nabeul, en Túnez, donde serían vendidos en subasta, como mercadería. Era 10 de septiembre de 1798, y comenzó para ellos una dolorosa odisea. La situación de estos esclavos conmovió a las autoridades civiles de Cerdeña, y especialmente a los mercedarios, que tomaron la iniciativa para lograr su liberación.

La suma pedida por cada cautivo era considerada enorme y absolutamente superior a las posibilidades de los pocos carlofortinos que escaparon a la captura, y del mismo Estado Sardo-Piamontés, reducido a muy mala situación económica por las guerras napoleónicas. Reunir los recursos necesarios para rescatar a estos desventurados fue empresa difícil y prolongada. Muchos cristianos se movilizaron en Italia y en buena parte del resto de Europa. En particular se distinguieron los mercedarios, que recorrieron todos los pueblos de la isla para recoger fondos para la redención, ayudados por los llamados «síndicos», obreros o hermanos de la redención, nombrados en cada población por el superior de la viceprovincia mercedaria de Cerdeña.

Mientras tanto, los años pasaban y algunos cautivos habían muerto, de modo que en 1803 estaban reducidos a setecientos ochenta y tres. Hacia el año 1800 un cautivo, llamado Nicolás Moretto, que gozaba de cierta libertad concedida por su patrón, encontró abandonado en la orilla del mar parte del mascarón de un barco que representaba a La Inmaculada, que recuperó y se transformó en el soporte de la fe, refugio y esperanza de los prisioneros. Esta escultura en madera fue denominada Madonna dello Schiavo, y aún hoy es venerada en la iglesia de Carloforte. La liberación llegó en junio de 1803. El 24 de dicho mes, todos los cautivos rescatados fueron acogidos en el santuario de Bonaria, en Cagliari, de donde se trasladaron a la catedral. Concluidas las necesarias diligencias de la cuarentena, hacia finales de julio, los carlofortinos liberados tornaron a su isla.

* * *

Es decir, volviendo al tema que nos ocupa, que habían transcurrido treinta y un años desde la llegada de los tabarquinos a Nueva Tabarca hasta el hallazgo de la Virgen del Esclavo en tierras tunecinas por los carlofortinos esclavos. Entonces, ¿dónde están esos orígenes históricos, esa redención de los tabarquinos alicantinos, esa Reina Mora o ese Sultán que recoge la prensa escrita y relaciona con la Virgen del Esclavo? Bajo mi criterio, en la imaginación de sus promotores que, o no quisieron o no supieron transmitir lo que una comisión que se define de descendientes de tabarquinos originales, que en su día fueron a Carloforte, oyeron y, según dicen, investigaron, hasta que alguien pensaría que no estaría mal exportarla y adaptarla. Y el caso es que está muy bien, que no deja de ser cultura y «orígenes comunes», pero lo que no se puede tolerar es tergiversar la realidad para hacerlos propios, y con mayor razón cuando nuestra isla tiene historia y tradición más que suficientes como para no precisar importación alguna, ni cultural, ni folklórica, ni religiosa.

08 septiembre 2013

SEIS PREGUNTAS SOBRE EL TRATADO DE TEODOMIRO (PARTE 1)


“En tanto que observe y cumpla 
fielmente lo que pactamos con él”

Todo un hito de la Historia.
Hace trece siglos un aristócrata visigodo alcanzó un acuerdo beneficioso con los triunfantes conquistadores musulmanes. Aquel hombre se llamó Teodomiro (en árabe Tudmir), y su nombre se asoció desde entonces a nuestras tierras. En un tiempo que cronistas como nuestro Vicente Bendicho conocieran como la Pérdida de España, siguiendo la tradición historiográfica hispanocristiana, y que los historiadores actuales encuentran en muchos puntos ayunos de fuentes de información suficientemente elocuentes, emerge en el área alicantina la colosal figura de Teodomiro entre el trágico final de la Hispania visigoda y el comienzo de Al-Andalus.


En nuestro panteón histórico particular aparece junto a Jorge Juan o Rafael Altamira, si seguimos las publicaciones auspiciadas por las instituciones y los diarios locales en la década de los ochenta. Por otra parte el estudio del celebérrimo pacto ha atraído con justicia a toda clase de investigadores naturales y forasteros. La identificación exacta de sus famosas siete ciudades ha hecho correr ríos de tinta desde el siglo XIX, y es una cuestión que dista de estar clausurada. Recientemente se le ha dedicado a la efeméride un Congreso en Orihuela. A través de seis preguntas planteamos una serie de cuestiones todavía abiertas a la investigación sobre el pacto con el fin de animar a su lectura y a la reflexión particular a todas aquellas personas interesadas por la Historia o lo alicantino.

 1ª. ¿Quién era Teodomiro?

La llamada “Crónica mozárabe” o la “Continuatio Isidoriana Hispana”, terminada de redactar hacia el 754, elogia a Teodomiro en unos términos favorables a un aristócrata de la Baja Antigüedad, la de la decadencia del Imperio romano de Occidente y de la paulatina aparición de los reinos germánicos en su solar. Es muy posible que su anónimo autor tuviera mantuviera una firme amistad con el propio Teodomiro, que le informaría de puntos como el de su viaje a la corte del califa Al-Walid. En tal obra a sus cualidades militares se sumaron sus dotes políticas y sapienciales. La idea del bárbaro arquetípico se encuentra fuera de lugar por completo. En las últimas décadas se ha reivindicado el gusto por la latinidad, el acierto de su cultivo y el deseo de mantener contactos culturales con otros poderes mediterráneos y europeos de la Hispania visigoda con capital en Toledo, la del gran San Isidoro ni más ni menos. Nótese que ningún autor le aplicó a Teodomiro el tratamiento de don, como al rey Rodrigo o Roderico, más propio de un magnate de un tiempo histórico posterior.
Desconocemos el lugar y la fecha exacta de su nacimiento. Enric Llobregat, su gran estudioso, ya destacó su vinculación con el círculo cortesano del Reino de Toledo bajo Egica y su hijo Witiza, el de los jóvenes gardingos o servidores regios, que le proporcionaría honores y riqueza, como el de su matrimonio con una rica heredera del área ilicitana. Una figura de su mismo nombre aparece en las Actas del XVI Concilio de Toledo, y dos inscripciones en el complejo arquitectónico del Pla de Nadal de Ribarroja (quizá una villa rural) contienen la forma Tevdinir. De tratarse de la misma persona nos encontraríamos con un hombre de especial relevancia en la Hispania de su tiempo.

Antes de la irrupción islámica, intervino en un interesante episodio bélico en calidad de “dux” derrotando a una fuerza invasora. El “dux” era el responsable militar regio de una de las provincias de raigambre romana en las que aún se dividía la Hispania coetánea. Teodomiro no rigió la extensa Cartaginense, y a veces se ha propuesto interpretar el “ducado” como una circunscripción militar especial de aquella provincia. De todos modos más parece cuadrarle a Teodomiro la más discreta dignidad condal, igualmente dotada de autoridad militar en su distrito. Con independencia de sus distinciones supo revestirse en todo caso del prestigio del protector del “populus” en línea con lo expresado hacia el 625 por San Isidoro en relación al rey Suintila (antes de ser acusado de robar a los pobres): “munícipe para todos, largo para pobres e indigentes, pronto a la misericordia, hasta el punto que mereciera ser llamado no sólo príncipe de los pueblos, sino también padre de los pobres.” Bajo tales premisas ideológicas negoció el acuerdo con los conquistadores, sin olvidar los inexcusables componentes marciales. 

Los citados invasores que venció fueron romanos de Oriente, los bizantinos, con los que los visigodos habían mantenido un fuerte conflicto décadas antes. Roger Collins data tal incursión en el 698, coincidiendo con la pérdida de Cartago ante los árabes, aunque no podamos precisar el lugar del enfrentamiento. Además este episodio plantea otro interrogante. En horas bajas, la Roma de Oriente con capital en Constantinopla había encajado terribles derrotas ante los musulmanes desde Siria y Palestina hasta la actual Tunicia, y enzarzarse en una renovada lucha con los visigodos no parecía demasiado lógico, aunque distintos autores han postulado varias causas ingeniosas: una intervención en un pleito interno visigodo, el deseo de compensar la pérdida de territorios en la cuenca mediterránea o incluso el intento de hallar refugio desde la Cartago a punto de perderse o ya expugnada por el Islam.

De forma colateral el estudio de tal episodio ha reanimado la investigación sobre las incursiones islámicas contra la Península antes del 711. Un fragmento del historiador Al-Tabari ha sido relacionado con lo expuesto en la “Crónica de Alfonso III” sobre el ataque de una flota musulmana en tiempos del rey Wamba (672-80). Los visigodos alcanzaron en este encuentro la victoria. A finales del siglo VII los musulmanes crearon el arsenal de Túnez, lanzando incursiones contra Sicilia, Cerdeña y las Baleares. Fundándose en todo ello algunos historiadores propusieron considerar islamitas a los invasores derrotados por Teodomiro. Desde la costa norteafricana los musulmanes alcanzarían el Sureste peninsular con relativa facilidad. En esta línea Joaquín Vallvé propuso reinterpretar la Historia de la conquista musulmana de Hispania, que no se iniciaría por el Estrecho de Gibraltar sino por el litoral murciano, trasladando la batalla de Guadalete al Campo de Sangonera entre Murcia y Lorca. Teodomiro sería el primero en comunicar al rey Roderico la llegada de los conquistadores. Estos planteamientos tan sugerentes colisionan con el carácter tardío de las fuentes hispanocristianas que les sirven de base y con el carácter esencialmente terrestre de la conquista islámica de Hispania. Con razón Julia Montenegro y Arcadio del Castillo han destacado el muy discreto protagonismo en aquélla de la flota musulmana, más pendiente del objetivo sardo. Nuestro Teodomiro no actuaría como un primer campeón ibérico contra el Islam sino como uno de los últimos comandantes victoriosos de la frontera militar de los visigodos con los bizantinos.


En todo caso Teodomiro ya se nos muestra bajo el prisma de un militar ducho y de un varón experimentado. Aquel aristócrata militar que acrecentó su poder tras la firma del pacto puede ser comparado ventajosamente con el galorromano Siagrio, “magister militum” finalmente derrotado por el monarca franco Clodoveo en el 486. No acaudilló un movimiento de resistencia como don Pelayo, llamado a tan gran porvenir, pero supo hacer de la guerra una prolongación de la política como pocos. No olvidemos que en nuestras tierras no habitaba un pueblo poco romanizado acostumbrado a porfiar con una autoridad lejana. Su perfil aparece en la historia con unos perfiles más nítidos que el de otro gran negociador de la moribunda Hispania visigoda, el conde Casio del Valle del Ebro. Ciertas atribuciones literarias tampoco hicieron de él una especie de Rey Arturo, el caballeresco personaje que engulló al dirigente britano, y Teodomiro personifica ante nuestros ojos los problemas de supervivencia política de las aristocracias de la Antigüedad Tardía, atentas a las oportunidades de los cambios de régimen político. Era un juego que se remontaba en nuestras tierras al menos a los dirigentes iberos que lidiaron con cartagineses y romanos, prolongándose hasta los días de la conquista cristiana.

2ª. ¿Teodomiro creó un pequeño reino sometido a los musulmanes?

El territorio al que se aplicó el pacto era el de siete ciudades que han suscitado y suscitan problemas de identificación severos en algunos casos. En las listas más habituales de los estudiosos figuran los nombres de Orihuela, Alicante, Elche, Mula, Lorca, Hellín y Villena, lo que no ha librado a algunos (caso de la última citada) de ser impugnados por arqueólogos e historiadores. La atribución de uno de los topónimos citados en el pacto a Valencia no ha parecido muy verosímil, planteando importantes interrogantes. Con independencia de estas controversias clásicas resulta claro que era un territorio estructurado en ciudades.

 La tradición urbana ya era milenaria en nuestras tierras. Los romanos la fomentaron con decisión, dotando a las ciudades de origen diverso de amplios territorios propios. La crisis del mundo romano fue acompañada del declive de ciertas expresiones de la vida urbana, lo que no significó la desaparición de la ciudad. Con razón en el registro arqueológico de los siglos V al VIII las urbes identificadas se nos muestran modestas, apuntándose en el pacto un silencio tan elocuente como el de Cartagena por razones no del todo claras y que van más allá de los combates entre visigodos y bizantinos ya citados. Al-Himyari, geógrafo de los siglos XIII-XIV, nos informa que allí fue vencido Teodomiro antes de refugiarse en Orihuela, desde donde alcanzó a negociar el tratado.  


 Sintomáticamente frente a la cita pormenorizada en las distintas versiones del pacto de sus testigos por parte musulmana, no aparece ninguno de la cristiana. En las ciudades hispanas coetáneas los condes tenían que tener presentes a los potentados de sus curias y a sus obispos. Toda resistencia en una hora tan difícil como la de la invasión islámica pasaba obligatóriamente por su cooperación más o menos estrecha. En Mérida su papel fue esencial.
Quizá Teodomiro aprovechara las circunstancias bélicas especiales para reforzar su autoridad de forma definitiva, implantando un nuevo caudillaje con resabios monárquicos para algunos coetáneos. La posible marcha de algunas notabilidades locales le ayudaría en este empeño, en una Hispania que caminaba hacia la feudalización de manos de los visigodos, y además dividida en vísperas de la conquista, como ha subrayado García Moreno, entre las zonas de obediencia a Roderico (las tierras meridionales y centrales peninsulares) y a Agila II, que al final sufrió la invasión de sus dominios en el Este y en el Norte. Las fuentes posteriores consagraron a Teodomiro como un varón carismático capaz de contentar a todo un califa, de casar ventajosamente a su hija y de transmitir su poder a Atanagildo. De ser veraces las noticias llegadas a nosotros rigió el territorio entre el 713 y el 743, año de su posible fallecimiento. Durante aquellos treinta años puso los fundamentos de la posterior “kura” o demarcación musulmana de Tudmir, identificada elocuentemente con él durante muchas centurias. En las atribuladas circunstancias del naciente Al-Andalus, un waliato dependiente del califato de Damasco, el avispado Teodomiro ejercería su autoridad con gran libertad, a veces propia de un rey a ojos de sus coetáneos hispanovisigodos, granjeándole las simpatías de personas destacadas. La conquista no supuso precisamente un drama para él. 
3ª. ¿Colaboró Teodomiro en la conquista islámica?
Según autores como Ibn Idari al-Marrakusi, Teodomiro tuvo que combatir para conseguir el “sulh” o pacto de protección. Tras guerrear en campo abierto contra las tropas de Abd al-Aziz, el hijo de Musa, se hizo fuerte en Orihuela. Allí vistió a las mujeres como si de guerreros se tratara, simulando barbas varoniles sus largos cabellos. Indujo a su rival a considerar en exceso dificultosa su toma, inclinándolo a la negociación y al pacto. Una vez firmado, Teodomiro descubrió su ardid a Abd al-Aziz, que guardó lo acordado con caballerosidad.

Este episodio se ha identificado con un motivo literario de la cultura árabe, que pasó a la de la Europa medieval, como bien se demuestra en la “Crónica” de Ramón Muntaner con motivo del lance de Galípolis. Poca cosa más tenemos de la actividad batalladora de Teodomiro, materia más para el estudioso de la literatura que para el de la historia bélica.

En el pacto sólo constan indicaciones genéricas acerca de la prohibición de cooperar con los enemigos de los musulmanes, no acogiendo a todos aquellos que pudieran destruir el espíritu del acuerdo, sin recogerse en el mismo las habilidades militares de Teodomiro y de sus seguidores. En consecuencia nada se detalló de ningún contingente de tropas a reclamar por los nuevos señores islamitas en los supuestos de alarma. En el fondo era una victoria en toda regla para un potentado como Teodomiro, pues los últimos monarcas visigodos insistieron con tanta angustia como ineficacia en el cumplimiento de los deberes militares de los aristócratas, obligados a enviar a las campañas de las huestes reales tropas serviles. Tampoco los conquistadores musulmanes estarían muy interesados en aquella hora histórica en ampliar su número de seguidores armados con guerreros de otra religión, que romperían su sentido de la superioridad y los obligarían a innecesarios repartos de botín.

En lugar de ofrecer unidades de federados al estilo romano para las grandes operaciones peninsulares, Teodomiro y los suyos ejecutarían de forma autónoma acciones tan discretas como necesarias de control local tendentes a reforzar su dominio sobre lo que más tarde se llamó la “kura” de Tudmir. Este sistema militar eventual no satisfizo realmente las necesidades militares de la nueva autoridad en Hispania, y en caso de sedición se podía volver con enorme facilidad en su contra, según acreditó el proceder de Atanagildo contra el poder cordobés. El establecimiento en la región de ciertas unidades de las tropas sirias de Baly, cuya retribución fue supervisada por las autoridades islamitas en la Península, intentó zanjar esta cuestión. En todo caso el tiempo de Teodomiro supuso el tránsito entre los ejércitos protofeudales de los visigodos, herederos de los de la Baja Romanidad, y los andalusíes costeados por la administración del “diwan”. 
Continua AQUÍ

VÍCTOR MANUEL
GALÁN TENDERO
Fotos: Alicante Vivo




01 septiembre 2013

EL MONUMENTO AL DOCTOR RICO, DE NUEVO DECAPITADO


Esta mañana nos hemos levantado con la triste noticia de la segunda decapitación del monumento al Doctor Rico, situado en el Parque de la ladera del Tossal. Cristian Martínez y Silvia Carbonell nos avisaban a través de Facebook del acto vandálico que ha sufrido, de nuevo, el busto del Doctor Rico, obra del escultor Daniel Bañuls. Si bien la cabeza hoy decapitada había sido retallada con motivo de la reciente restauración del monumento, ya que la cabeza original se encuentra en paradero desconocido.

Quizás pequeños de ingenuos, pero en ningún caso hubiéramos imaginado que el monumento podría ser decapitado de nuevo. El busto había sufrido ya roturas en la nariz y en uno de los dedos, así como pintadas, pero nunca creímos que alguien pudiera arrancar de nuevo la cabeza (la cual no sabemos dónde está)

Este acto vandálico se une a los sufridos por el ninot del Sargento Antonio Pomares (el Sargento Moquillo) que apenas duró dos semanas en el parque infantil.

Os adjuntamos dos fotos realizadas por Silvia. A ella y a Christian  les agradecemos el aviso.



El busto del Doctor Rico, hoy. Fotos: Silvia Carbonell

Ser alicantino duele


Enlaces de interés:


 
La Asociación Cultural Alicante Vivo se reserva el derecho de moderación, eliminación de comentarios malintencionados, con lenguaje ofensivo o spam. Las opiniones aquí vertidas por terceras personas no representan a la Asociación Cultural Alicante Vivo.