Awryula.
A Orihuela, citada en el Tratado del 713, llegaron los vikingos tras las referidas peripecias en una fecha del 859-860 indeterminada.
De
gran antigüedad según autores como Bellot y con antecedentes romanos, la
Awryula de los árabes ejerció un destacado protagonismo en el territorio de
Tudmir en los siglos VIII y IX, mientras localidades de la importancia
histórica de Cartagena yacían eclipsadas. Al-Udri ponderó su fortaleza. Sin
embargo, la localidad atacada por los vikingos no parece especialmente
importante en la geografía urbana de Al-Andalus.
Antiguo grabado de Orihuela
Al
igual que otras áreas del Occidente romano experimentaría el declive de la vida
ciudadana con matices todavía debatidos por la historiografía. Al parecer,
según la interpretación de ciertos vestigios arqueológicos, desarrolló un
importante hábitat en altura entre los siglos VI y VII, antecedente probable de
la fortaleza del IX. Ibn Idari la califica de “hisn” o de punto elevado
fortificado. Los primeros restos de la ciudad o “madina” cercana al río Segura
datarían de época posterior, del año 950 al 1000.
La
comprensión del “hisn” andalusí ha dado pie a un vivo debate en las últimas
cuatro décadas. En nuestro caso englobaría una pequeña urbe de tradición
cristiana parapetada tras sus defensas en altura, distinta de una fortificación
de nueva creación por los conquistadores islámicos. Dominaría en un grado
variable un territorio de extensión no establecida para la época que nos ocupa,
quizá jalonado de pequeñas unidades de poblamiento. Más que como la emanación
de unas comunidades enlazadas familiarmente dispersas por alquerías, acogidas
en caso de alerta a sus murallas, el “hisn” de Awryula parece el embrión de una
futura “madina”, reducto de una aristocracia local heterogénea, díscola al
poder de la Córdoba omeya y capaz de suscitar la envidia de otras aristocracias
en un país de Tudmir lacerado por las rivalidades.
El acceso naval.
Ibn Idari destacó en el ataque a Orihuela el detalle
de la reunión de las distintas unidades navales vikingas (dispersas en pequeñas
operaciones saqueadoras) a la hora de lanzar una embestida fuerte. El factor
sorpresa resultó clave en el éxito, y no se tuvo que recurrir a instrumentos
poliorcéticos como los arietes o a añagazas del género de las gastadas por los
normandos de la misma expedición ante Luni, entre la Liguria y la Toscana, cuando
se fingió el funeral de uno de sus comandantes falsamente convertido al
cristianismo para irrumpir en la fortaleza.
Orihuela
atrajo por su nombradía local y su accesibilidad desde el mar.
El
Golfo Ilicitano constituía un gran entrante marino entre la falla del Bajo
Segura y el plegamiento del Altet en tiempos prehistóricos. Los sedimentos
transportados por las crecidas de los barrancos de las serranías adyacentes y
por los ríos Vinalopó y Segura fueron colmatando con parsimonia su área. En el
siglo IV antes de Jesucristo la erosión marina y la eólica ya habían creado un
cordón de separación de dunas, dibujando una importante albufera que comprendía
gran parte de la Vega Baja, la Laguna del Fondó, los Almajales, los Saladares y
la Albufera de Elche. Los sedimentos que el Vinalopó aportó al Segura en la
actual Rojales forjaron un brazo que separó el espacio húmedo del Norte
(ocupado por la Albufera ilicitana) del meridional, el que ocuparían las
Lagunas de La Mata y de Torrevieja. Esta gran zona de marjal brindó a los
pobladores de los cabezos de los siglos VIII-IX grandes recursos cinegéticos y
pesqueros, como ha puesto de manifiesto Sonia Gutiérrez. Alcanzaría celebridad
entre los siglos XIII y XVII la explotación de sus salinas, sin desdeñarse sus
posibilidades ganaderas.
Los
vikingos, navegantes avezados de grandes ríos y lagos en sus naves de quilla
plana, no tuvieron ningún problema a la hora de irrumpir por el acceso de la
restinga de las dunas a la altura de la actual Guardamar. Siguieron el Segura río
arriba, flanqueado por varios cabezos, hasta alcanzar el “hisn” de Orihuela.
Ibn Idari nada menciona de incursiones saqueadoras en los alrededores tras su
toma.
Con
justicia la vulnerabilidad defensiva en la desembocadura del Segura a lo largo
de la Historia fue evocada por el gran historiador Pedro Bellot cuando escribió
a propósito de Guardamar en sus “Anales de Orihuela”:
"La primera vez que fue saqueada y quemada por Scipión con todas las muchas gúmenas y otras jarcias que los cartagineses tenían en ella aprestadas para sus armadas. Cuando los alanos y vándalos y otros septentrionales destruyeron tantas veces esta tierra, no quedaría ella libre, ni cuando los moros la ocuparon. Después de la conquista, siendo de cristianos, ha sido saqueada tres veces...”“Año 1357 (...) vino a Guardamar Nicolás Bagomant, hombre de Beltrán de Canelles, catalán, en dos fustas con 200 hombres, y entró río arriba antes de amanecer, y quemó el molino con cuanto había en él, y tomó unos caballos que estaban allí y nueve barcas de Guardamar.”
Al igual que el Mediterráneo el gran humedal de la
Vega Baja acompañaba los dones de graves peligros.
El choque religioso.
Los musulmanes consideraron a los vikingos “mayus”,
idólatras. Nunca se refirieron a su procedencia geográfica o a sus acciones más
características. Tampoco tomaron prestada ninguna denominación escandinava o de
la Europa cristiana.
Algunos
arabistas como Francisco Fernández González transcribieron la citada palabra
bajo la forma de “magos”, inductora de confusiones. Los idólatras eran los
seguidores de las religiones no reveladas, en contraposición a las del Libro, y
no podían acogerse a la protección legal como los judíos o los cristianos, a
los que se les permitía continuar practicando su credo a cambio del pago de una
serie de tributos. Sólo se les planteaba la tesitura entre la conversión o la
muerte.
Muchos
pueblos fueron calificados de idólatras pese a las diferencias que los
separaban entre sí. El sentido de adoradores del fuego que a veces se le ha dado
a la expresión cuadraría más a ciertos creyentes persas que a los vikingos,
fieles del panteón germánico coronado por Wottan-Odín antes de su conversión al
cristianismo.
La
confrontación entre vikingos y andalusíes tuvo un claro componente religioso, interpretado
como “yihad” desde el prisma musulmán, dando pábulo al establecimiento de
rábitas, como la de las dunas de Guardamar desde fines del siglo IX y comienzos
del X. Allí el retiro espiritual de los fieles fortalecía la predisposición y
la capacidad para combatir en la guerra santa.
Los
vikingos no mostraron ningún escrúpulo en saquear los templos de sus enemigos,
y nunca intentaron alcanzar un pacto con las divinidades del territorio al uso
de los conquistadores romanos. Los guió el afán de ganancia y no el
proselitismo. En la Europa cristiana las abadías los padecieron con frecuencia.
En la campaña emprendida en el 859 no titubearon en atacar la mezquita de
Algeciras, pero Ibn Idari nada nos dice de ninguna mezquita violentada en
Orihuela. Se plantean en consecuencia ciertos interrogantes.
Orihuela
estaba islamizándose y no podemos hablar de inexistencia de una mezquita en una
localidad todavía de mayoría cristiana o mozárabe. Más bien parece que los
normandos atacaron una población que en aquel tiempo no se distinguió por el
esplendor de sus templos, un “hisn”. Se incursionó en un territorio en el que
el mozarabismo se encontraba en un estadio terminal por falta de una jerarquía
eclesiástica (según postularon Enric Llobregat y Míkel de Epalza) y en el que
la islamización aún aguardaba a ser impulsada con mayores ímpetus, algo que
acontecería a partir del siglo X, el del Califato.
Otras depredaciones.
Los vikingos no atacaron otros puntos de Tudmir. Ya
elevada en el Monte Benacantil, la Laqant islámica no sufrió su acometida.
Quizá la modestia del botín no merecería la importancia del esfuerzo.
Viajes de los vikingos
La
armada de los normandos prosiguió su singladura por las costas mediterráneas
hasta alcanzar la zona del Delta del Ródano, donde invernaron en una isla de la
Camarga. Desde allí se dirigieron a Italia con la mirada puesta en asaltar la
mismísima Ciudad Eterna, que confundieron con Luni.
En
el 861 emprendieron el camino de retorno. Tudmir no volvió a experimentar
nuevas agresiones, si seguimos el relato escueto de Ibn Idari. En el Rif del
Mar de Al-Andalus las naves emirales tuvieron la dicha de apresar dos de sus
buques a la altura de Medina Sidonia, una victoria pírrica que complació
consignar al historiador musulmán, pues los normandos finalizaron su periplo
ricos y famosos.
Las consecuencias.
La toma de Orihuela no fue un cataclismo que se
abatió sobre una sociedad virginal y desprevenida. Tudmir se encontraba en
conflicto consigo mismo y con la autoridad emiral, aprovechándose los invasores
de la situación según una inveterada costumbre.
Tampoco
abrió ninguna caja de Pandora de traumáticas transformaciones. El saqueo de
Orihuela no terminó de rebajarla ante la flamante Murcia emiral en la primacía
sobre Tudmir, ya que la expansión murciana cuajó en el siglo XI y se acentuó en
el XII. Los deseos de control cordobés, ya existentes antes del ataque, no
fueron espoleados de forma rápida ante los dolosos acontecimientos. La
fundación de la rábita de las dunas de Guardamar, tan valiosa para contener
nuevas incursiones normandas, data del 944, sobre una anterior “musalla” o
espacio cultual a cielo abierto de fines del siglo IX al parecer.
El
episodio, en consecuencia, tuvo una importancia muy puntual, inscribiéndose en
una trayectoria mediterránia de combates piratas, comercio y ansias de
dominación mucho más amplia.
El
ataque vikingo simboliza en este difícil comienzo del siglo XXI las
complejidades de una de las primeras “globalizaciones”, la protagonizada por
los osados normandos, en la que las tierras alicantinas no estuvieron ausentes.
Nuestra Historia dispone de una dimensión que sobrepasa con mucho lo meramente
local o anecdótico.
VÍCTOR MANUEL
GALÁN TENDERO
Fotos: Alicante Vivo
Fuentes impresas.
- ABBÓN DE SAINT-GERMAIN y GUILLERMO DE POITIERS,
Testimonios del mundo de los vikingos, Barcelona, 1986.
- BELLOT, P., Anales de Orihuela. Edición de J. Torres
Fontes, 2 vols., Alicante-Murcia, 2001.
- CRÓNICA
DEL MORO RASIS. Edición de D. Catalán y M. S. de Andrés, Madrid, 1975.
- CRÓNICA
DE LOS ESTADOS PENINSULARES. Edición de A. Ubieto, Granada, 1955.
- IBN IDARI AL-MARRAKUSI, Historia de Al-Andalus.
Edición de F. Fernández González, Málaga, 1999.
Bibliografía.
- AA. VV., Guía islámica de la Región de Murcia,
Murcia, 1990.
-ACIÉN, M., Entre el Feudalismo y el Islam. Umar ibn
Hafsun en los historiadores, en las fuentes y en la historia, Jaén, 1994.
- AZUAR,
R. et alii, La rábita califal de Guardamar del Segura (Alicante): cerámica,
fauna, malacofauna y epigrafía, Alicante, 1989.
- BONNASSIE,
P., Del esclavismo al feudalismo en Europa occidental, Barcelona, 1993.
- CALVO,
F.-IBORRA, J., Estudio ecológico de la Laguna de la Mata, Alicante, 1986.
- DE
EPALZA, M., “Costas alicantinas y costas magrebíes: el espacio marítimo
musulmán según los textos árabes”, Sharq Al-Andalus, nº. 3 (Alicante, 1986),
pp. 25-31 y nº. 4 (Alicante, 1987), pp. 45-48.
- DE
EPALZA, M.-LLOBREGAT, E., “¿Hubo mozárabes en tierras valencianas? Proceso de
islamización del Levante de la Península Ibérica”, Revista del Instituto de
Estudios Alicantinos, nº. 38, Alicante, 1982, pp. 3-31.
- DOZY, R., Los vikingos en España, Madrid, 1987.
- GRAHAM-CAMPBELL, J., Los vikingos. Orígenes de la
cultura escandinava, Barcelona, 1995.
- GUICHARD,
P., Estudios sobre historia medieval, Valencia, 1987.
- GUTIÉRREZ,
S., La cora de Tudmir de la Antigüedad Tardía al Mundo Islámico. Poblamiento y
cultura material, Madrid-Alicante, 1996.
- KEEN,
M. (ed.), Historia de la guerra en la Edad Media, Madrid, 2005.
- LÓPEZ
GÓMEZ, A.-ROSSELLÓ, V. M., Geografía de la provincia de Alicante, Alicante,
1978.
- MUSSET,
L., Las invasiones. El segundo asalto contra la Europa cristiana, Barcelona,
1968.
- VILAR,
J. B., Orihuela musulmana, Murcia, 1976.