Don Fadrique Enríquez se enfrenta don Pero Maça.
De encumbrado linaje, que se remontaba a Alfonso XI como el de los Trastámara, don Fadrique recibió en 1426 de su padre don Alfonso la dignidad de almirante de Castilla, capaz de proporcionar grandes honores y no menores oportunidades de medro. En la guerra contra Aragón acreditó dotes de organizador y una falta de escrúpulos notoria, digna de los caballeros de su siglo, que convirtieron la guerra en un lucrativo negocio transido de intrigas políticas de todo género. El cronista del reinado de Juan II Fernán Pérez de Guzmán tuvo de él una mala opinión, que no compartió el historiador aragonés del XVI Zurita, distanciado de las pasiones políticas de épocas pasadas.
Enfrente tuvo al inquieto don Pero Maça, hijo también de otro almirante, procedente de las filas de la nobleza media. El señor de Moixent y Novelda, que anduvo metido en las turbulencias nobiliarias de la Valencia coetánea, rigió la Gobernación de Orihuela durante aquel tiempo, pero sus ausencias por razones militares y políticas provocaron las acres censuras de los oriolanos. En la canícula de 1430 se enfrentaron estos dos comandantes de carácter resoluto y combativo.
El combate y sus cronistas.
A la sombra de los vestigios de la evocadora Numancia los reyes de Aragón y Castilla depusieron temporalmente sus diferencias el 25 de julio de 1430 en las treguas de Almajano, entrando en vigor el 10 de agosto para Valencia y Murcia. Deseando atacar las tierras de la Gobernación, el adelantado de Murcia no la hizo pública inmediatamente. Pese a que no podía demorar en exceso su publicación y mantener por mucho tiempo un nutrido contigente de tropas, Elche y Alicante fueron avisados de las intenciones hostiles de los castellanos, especialmente de las del almirante.
Don Fadrique quiso aprovechar los seis días que le restaban hasta el 10 de agosto para lanzar una verdadera acción pirática, justificada sólo por su afán de lucro y notoriedad. El informado Zurita lo atribuyó a su falta de conocimiento de las treguas, pero el también documentado Bellot lo descartó con rotundidad, coincidiendo con el parecer del cronista Fernán Pérez de Guzmán, que sostuvo que ya el 16 de julio conoció en Cartagena que las treguas se rubricarían el 25.
El 10 de julio don Pero Maça había conseguido eludir su cautiverio castellano, y pudo atender a las peticiones de auxilio de Alicante. A instancias de su síndico Berenguer d´Artés, Orihuela había mandado en su ayuda cien hombres con algunos caballos pagados por seis días. No satisfecho con ello, el de Maça convocó a toda la hueste municipal oriolana bajo pena de cinco mil florines, encendiendo una vidriosa disputa legal.
La armada enemiga llegó a las vistas de la entonces ilicitana Torre de l´Aljub, en el área de Santa Pola, en una fecha que Pero Maça en su pequeña crónica fija en el 26 de agosto, pero que sería antes del 10. No olvidemos que los alicantinos emplearon el Cap de l´Aljub como cargador portuario por razones fiscales y prácticas: en 1423 Joan de Mena (quizá ascendiente del famoso sacerdote de San Juan) embarcó allí dieciseis cahíces de cebada con destino a Barcelona, y en 1434 se les prohibió emplearlo. Aunque Bellot y Bendicho no mencionan tal concreto lugar, el registro del Mestre Racional lo confirma al aseverar que la armada castellana, esperada en Guardamar, descargó en Elche.
Catalogado de simple “brega” por estos registros de documentación fiscal, el austero Bellot nos lo describe con laconismo. El almirante Enríquez ordenó desembarcar parte de sus hombres, pero el gobernador Maça les cercenó el paso con la fuerza de la hueste municipal de Alicante, los cien guerreros de Orihuela y otras compañías bajo su mando. Esta resistencia obligó a los invasores a volver a sus navíos a nado, empeñados más en una acción depredatoria que en una militar más seria. Decepcionado por el resultado, el almirante quiso resarcirse en Ibiza de la bofetada en Alicante, cosechando frutos igualmente pésimos para su ambición.
El triunfo llenó de orgullo a las gentes de la Gobernación, que transmitieron su satisfacción a los futuros cronistas del siglo XVII, como el sacerdote de Catral Pedro Bellot, tan influyente en nuestro Bendicho. Se exaltó una acción menor. No olvidemos que todavía en aquella centuria aún colearon las rivalidades entre Orihuela y Murcia por las aguas de riego del Cuatrocientos, especialmente cuando una noche un nutrido grupo de murcianos armados tomaron y dañaron la Mota, auténtico valladar del agua de los marjales de donde partía una vital acequia de derivación que regaba más de cinco mil tahúllas de árboles, huertos, viñas y otros frutos. Tampoco hemos de deshechar la pretensión de gloria, tan propia de los caballeros del siglo XV, de don Pero Maça tras las críticas vertidas por su actuación durante la guerra. La exaltación del combate de la Torre de l´Aljub reforzó su influjo en la villa de Alicante y contrapesó las censuras de Orihuela. Al fin y al cabo una victoria tras una guerra adversa, por pírrica que resulte, siempre ha seducido a todos los pueblos, desde la Roma azotada por los galos a los Estados Unidos vencedores en Nueva Orleans, inspiración de su himno patrio.
Las represalias contra los castellanos.
Las relaciones con la Corona de Castilla y sus gentes siempre habían sido muy íntimas en las tierras de más allá de Jijona. Conquistadas del Islam por un juvenil Alfonso el Sabio y separadas del Reino de Murcia tras el acuerdo de Torrellas (1304), los conflictos entre las dos grandes coronas hispánicas no las aniquilaron, ni las desanimaron los pleitos de términos o alrededor del Obispado de Cartagena, señor de derechos como el diezmo del montazgo de las cabañas de ganado que herbajeaban en suelo alicantino. En la Novelda mudéjar de 1379 el derecho del baile también recibía la denominación castellana del merino, y el del gobernador la del adelantado. A ambos lados de la frontera fluyeron los contactos humanos y los negocios hasta tal punto que aquí se verificó bastante bien la complementariedad ecónomica entre Castilla y el Reino de Valencia. Una rica gama de productos agrícolas y artesanales valencianos fluyeron a tierras castellanas a cambio de ganados, lanas y metales amonedados.
La salida de metales preciosos hacia Aragón alertó a comienzos del siglo XV a Enrique III, padre de Juan II, que adoptó una serie de medidas restrictivas (hoy en día consideradas proteccionistas) nada favorables a los valencianos. En 1406 se prohibió la importación de paños aragoneses. La entronización de Fernando de Trastámara suavizó algunas aristas, pero mantuvo en pie el problema de cuál de las dos Coronas iba a ser la más beneficiada.
En el puerto de Alicante recalaron no pocos particulares castellanos, pues la cercanía de Cartagena no sólo incitó a la competencia, sino también a la colaboración al calor del corsarismo contra los países musulmanes. En 1424 un leño o pequeño navío cartagenero satisfizo aquí los derechos de cabalgada contra enemigos islámicos. Nuestra villa ya se había convertido en punto de tránsito hacia otros lugares del Reino (caso de la baronía de Cocentaina) de muelas de molino procedentes de Castilla, como la transportada por Pere Eximénez en el mismo 1424. El tráfico mercantil era vital para un Alicante que a comienzos del Cuatrocientos ya había perdido su comunidad de aparceros mudéjares, además de para mantener las rentas del fisco real. Entre el baile real y el concejo local se porfió por el pago de los tributos, ya que la atracción de hombres de negocios iba en detrimento de los ingresos regios ante el consentimiento de fraudes. Así pues, la solícita actitud de algunos alicantinos hacia ciertos comerciantes castellanos no se correspondió con las exigencias fiscales y legales de las autoridades del rey. En 1417 Guillermo Palomar informó al arzobispo de Toledo, hombre de confianza de los infantes de Aragón, sobre la justicia en Alicante.
La guerra complicó esta situación al recaer sobre los castellanos de paso todo tipo de resquemores. En 1430 Bernat Escuder acusó por once doblas ante el “subrogat” del gobernador Joan Burgunyo (señor de un “balener”) de un castellano, cuya nave estaba surta en nuestro puerto. Sintomáticamente entre 1423 y 1429 no se verificaron en nuestra localidad este género de denuncias. Ahora bien, en Alicante no se alcanzaron durante esta guerra los extremos anticastellanos de Orihuela, que ordenó la ejecución o confiscación en sus términos de bienes por valor de 5.600 sueldos de trece vecinos de Murcia, cinco de Lorca y dos de procedencia castellana no especificada. La villa alicantina no atraía por entonces a una población más estable de carniceros, artesanos, barqueros o viudas del Reino murciano, resultando más del agrado de navegantes cartageneros y cantábricos de tránsito por un puerto cercano al Norte de África y conectado con Ibiza (necesitada de granos con frecuencia), la Ciudad de Mallorca (gran consumidora de “l´oli de ginebre”), Valencia y Barcelona, solicitadoras de toda clase de géneros.
Las repercusiones en la actividad económica.
La guerra arruinó la vida de simples particulares atrapados al otro lado de la frontera. Quizá de procedencia valenciana, como no escasas personas de su Reino, el murciano Joan Català padeció la confiscación de sus bienes en Orihuela. De la conflagración sólo arrancaron provechos determinados artesanos y mercaderes gracias a las provisiones militares, y los más afortunados nobles en calidad de caballeros del rey. Eximén Pérez de Corella, agraciado desde 1425 con el almojarifazgo de los mudéjares de Elda, escaló de esta forma posiciones, alcanzando posteriormente el condado de Cocentaina.
La guerra sobrecargó los compromisos del tesoro regio. La Bailía de nuestra Gobernación se desprendió de 20.059 sueldos en 1426 y en 1430 de 30.207. Por las mismas fechas sus ingresos cayeron de los 25.622 a los 21.615 sueldos. En otras palabras, pasó de tener un superávit anual de 5.563 sueldos a un déficit de 8.592. El trastorno de las actividades económicas mermó las recaudaciones. Las del almojarifazgo de Orihuela, que gravaban las transacciones comerciales exteriores, se desplomaron de los 2.430 sueldos de 1429 a los 269 del siguiente año. Muy afectada por las operaciones militares, su caso presenta paralelismos con el de la fronteriza Biar, cuya tributación del tercio-diezmo se hundió de los 2.196 a los 549 sueldos entre 1429 y 1430. Afortunadamente la guerra no se prolongó en exceso.
Los ingresos aduaneros de Alicante no acusaron una trayectoria tan dramática. Los 922 sueldos de 1428 se convirtieron en los 611 de 1429, pero en el azaroso 1430 se mantuvieron en la cantidad de 660. En el fondo la guerra no consiguió alterar la evolución mercantil alicantina, tan determinante de cara a nuestra vida comunitaria. Es de sobra conocido que del 7 de agosto de 1427 al 27 de mayo de 1430 se remataron las importantes obras de su lonja. Aunque los niveles de recaudación por diferentes conceptos comerciales de comienzos del siglo XIV no se recuperaron plenamente hasta fines del XV, Alicante ya había experimentado un importante cambio hacia 1430. El descenso iniciado en 1324 alcanzó su punto más bajo en 1388. A las dificultades de la organización de una nueva villa en la frontera de la Cristiandad se añadieron las derivadas de la gran crisis de la Baja Edad Media. Posiblemente las franquicias comerciales tuvieron a la larga un impacto más negativo sobre las rentas reales que la destructiva Guerra de los Dos Pedros, pues Alicante mantenía un activo intercambio con las comunidades mudéjares del Vinalopó, libradas al patrimonio de diferentes señores, como las reinas doña Sibila y doña Violante, que insistieron en favorecer a sus vasallos. Los aparceros musulmanes de la Huerta alicantina quizá se sintieran tentados por acogerse al amparo de tales señoríos, y entre 1399 y 1409 nuestra aljama se consumió. La modestia alicantina contrastaba con la mayor pujanza ilicitana, cuya aduana devengó las notables cantidades de 2.520 sueldos en 1399 y de 3.000 en 1417, fruto de su activa comunidad mudéjar, riqueza natural y ubicación en los caminos del transitado Valle del Vinalopó.
En tales circunstancias los alicantinos hicieron de la necesidad virtud, alentando con el fraude fiscal el corso y el atraque de las pequeñas embarcaciones para cargar higos y pasas. Hoy en día diríamos que la economía sumergida auspiciaba el fortalecimiento de la más visible. En el renovado Mediterráneo del Cuatrocientos, ya bien accesible a los navegantes atlánticos, Alicante pudo tallarse una posición, pasando de la preponderancia del tráfico comercial terrestre con el Vinalopó al marítimo, lo que a medio plazo le ayudaría a gozar de un renacido impulso de su espacio agrícola (una vez fracasada la tentativa de repoblación mudéjar de diciembre de 1430) y fortalecer su vinculación con otros enclaves valencianos, como las Montañas entre Biar y Denia necesitadas de mano de obra esclava al calor de su expansión textil y comercial, seduciendo a linajes caballerescos como el de los contestanos Martínez de Vera, afincados en Alicante a finales del XV.
La Guerra de los Infantes, por ende, aquilató tales novedades alicantinas, pero también demostró la palmaria miseria humana de unos gobernantes prestos a sacrificar los logros de una incipiente recuperación económica en aras de sus ambiciones políticas. No vacilaron en espolear las pasiones entre localidades vecinas, sin atender a sus consecuencias más perjudiciales. Por desgracia es algo que nos resulta de sobra conocido a los españoles de nuestro tiempo. Décadas antes del matrimonio entre Isabel y Fernando, los Trastámara eran más capaces de ensangrentar Hispania con sus disputas familiares que en proporcionarle una añorada era de paz.
En tales circunstancias los alicantinos hicieron de la necesidad virtud, alentando con el fraude fiscal el corso y el atraque de las pequeñas embarcaciones para cargar higos y pasas. Hoy en día diríamos que la economía sumergida auspiciaba el fortalecimiento de la más visible. En el renovado Mediterráneo del Cuatrocientos, ya bien accesible a los navegantes atlánticos, Alicante pudo tallarse una posición, pasando de la preponderancia del tráfico comercial terrestre con el Vinalopó al marítimo, lo que a medio plazo le ayudaría a gozar de un renacido impulso de su espacio agrícola (una vez fracasada la tentativa de repoblación mudéjar de diciembre de 1430) y fortalecer su vinculación con otros enclaves valencianos, como las Montañas entre Biar y Denia necesitadas de mano de obra esclava al calor de su expansión textil y comercial, seduciendo a linajes caballerescos como el de los contestanos Martínez de Vera, afincados en Alicante a finales del XV.
La Guerra de los Infantes, por ende, aquilató tales novedades alicantinas, pero también demostró la palmaria miseria humana de unos gobernantes prestos a sacrificar los logros de una incipiente recuperación económica en aras de sus ambiciones políticas. No vacilaron en espolear las pasiones entre localidades vecinas, sin atender a sus consecuencias más perjudiciales. Por desgracia es algo que nos resulta de sobra conocido a los españoles de nuestro tiempo. Décadas antes del matrimonio entre Isabel y Fernando, los Trastámara eran más capaces de ensangrentar Hispania con sus disputas familiares que en proporcionarle una añorada era de paz.
VÍCTOR MANUEL
GALÁN TENDERO
Fotos: Alicante Vivo
Fuentes.
ARCHIVO DE LA CORONA DE ARAGÓN.
- Archivo Real. Cancillería, Cartas Reales, Alfonso IV (V), Serie general, nº. 0507, 0682, 0713, 0874 y 215.
- Consejo Supremo de Aragón, Legajos 0586, nº. 050.
ARCHIVO DEL REINO DE VALENCIA.
- Real Patrimonio. Mestre Racional, Bailía de Orihuela-Alicante, nº. 4551.
Bibliografía.
- Bellot, P., Anales de Orihuela. Edición de J. Torres, 2 vols, Murcia, 2001.
- Bendicho, V., Chrónica de la Muy Ilustre, Noble y Leal Ciudad de Alicante. Edición de Mª. L. Cabanes, 4 vols, Alicante, 1991.
- Crònica de Pere Maça. Edición de J. Hinojosa, Valencia, 1979.
- Ferrer, M. T., Les aljames sarraïnes de la governació d´Oriola en el segle XV, Barcelona, 1988.
- García de Castro, F. J., La marina de guerra en la Corona de Castilla en la Baja Edad Media. Desde sus orígenes hasta el reinado de Enrique IV. Tesis doctoral accesible por internet, Valladolid, 2011.
- Pérez de Guzmán, F., Crónica del señor rey don Juan, segundo de este nombre en Castilla y en León...Edición de L. Galíndez, Valencia, 1779.
- Riquer, M. de, Vida i aventures de don Pero Maça, Barcelona, 1984.
- Rosser, P., La ciudad explicada en su castillo, Alicante, 2012.
- Ryder, A., Alfonso el Magnánimo. Rey de Aragón, Nápoles y Sicilia (1396-1458), Valencia, 1992.
- Sáiz, J., Caballeros del rey. Nobleza y guerra en el reinado de Alfonso el Magnánimo, Valencia, 2008.
- Zurita, J., Anales de la Corona de Aragón. Edición de A. Canellas, 8 vols., Zaragoza, 1976-77.