“En Octubre, nuestra ciudad sufrió la mayor tromba de agua que se recuerda, con graves daños personales y materiales. Las Fuerzas Armadas prestaron en aquellos días un servicio que Alicante difícilmente olvidará (…) Es de justicia reconocer que gracias a esta ayuda los ciudadanos hemos sufrido menos las consecuencias de las inundaciones”
D. José Luis Lassaletta Cano, Alcalde de Alicante.
Boletín de Información Municipal. Nº12. Año 3. Enero-Febrero, 1983
Barrio de Santo Domingo, una de las zonas de la ciudad
más castigadas por las inundaciones. (Fotografía de Vilaplana,
extraída del “Diario Información”, 21 de Octubre de 1982)
20 de Octubre de 1982. Cuando el cielo se desplomó sobre nuestras cabezas.
Doscientos diecisiete litros por metro cuadrado convirtieron la ciudad de Alicante en una pesadilla. Más tarde vendría la normalización de los servicios básicos, el restablecimiento del agua potable merced a la intervención de los servicios municipales, el llanto por las vidas perdidas, y la colaboración ciudadana. Se estimaron en 3.500 millones de pesetas las pérdidas en la capital, ascendiendo a 7.500 millones en toda la provincia, siendo las carreteras y las infraestructuras agrarias los capítulos más elevados.
Todo se había desarrollado dolorosamente rápido. No obstante, la crónica de aquellas aciagas horas quedó plasmada para siempre en la memoria colectiva de la ciudad de Alicante. No fue ni la más virulenta ni la más dramática tormenta de nuestra historia -atrás quedaba la “horrorosa Riada de Santa Teresa”, el 15 de Octubre de 1879, con una estimación general de 1.000 muertos y “uno de los diluvios más mortíferos de los anales hidrológicos europeos”, en palabras del geógrafo francés Maurice Pardé, o las inundaciones del 4 de Noviembre de 1972, con más de 330 litros por metro cuadrado… ¡en 1 hora!-; sin embargo, la catástrofe de 1982 dejó tras de sí un miedo del que nos costó mucho recuperarnos completamente.
La gran inundación comenzó a las 18:00 horas del 19 de Octubre, alargándose hasta bien entradas las 08:00 del día 20. En esas quince horas en las que el cielo de nuestra ciudad se desplomó, literalmente, sobre nuestras cabezas, los observatorios de Alicante (“Ciudad Jardín”) y del Aeropuerto de “El Altet”, trabajaron a marchas forzadas para recoger en un corto intervalo de tiempo unos datos que escapaban a los límites normales de lluvia de todo un año.
Irónicamente, el “Diario Información” publicaba unos días antes una noticia casi profética, que bien podría entenderse como la venganza de una Naturaleza a la que, según la sabiduría popular, no podíamos ponerle ni puertas ni barreras.
SE GANARÁN 12 METROS AL MAR EN LA ZONA DE CANALEJAS
"Se van a ganar doce metros al mar en la zona portuaria del Parque de Canalejas, concretamente en el tramo comprendido entre el Club de Regatas y el varadero (…) Aquí amarraban botes y pequeñas naves de recreo, así como la flotilla de “tresmayeros”, dedicados a la pesca menor (…) Hace unos días, los pescadores acudieron a la Cofradía planteando el problema que les supone amarrar en el puerto pesquero, ya de por sí sobrecargado de barcos de mayor porte que al maniobrar agitan las aguas con sus hélices dañando a las pequeñas embarcaciones (…) La última noticia es que la Junta ya ha pedido al citado organismo una relación de embarcaciones afectadas, lo que hace suponer existe interés por solucionar el tema. Estamos pues en vísperas de conocer una transformación en dicha zona portuaria del Parque de Canalejas”
La transformación se produjo, por supuesto. Aunque, en ningún caso, como estaba previsto, ya que al final no fue la Autoridad Portuaria la que le “ganó” 12 metros de terreno al mar para solucionar aquel problema con los pescadores, sino el mar a la propia ciudad de Alicante…. ¡Y por mucho más de 12 metros!
Hasta el propio humorista Enrique, sagaz y oportuno como de costumbre, vio en aquel artículo la base para una de sus mejores viñetas.
El asunto viene de lejos
Dicta un sabio proverbio valenciano: “Ací plou poc, però per a lo poc que plou, plou prou”. Y de nuevo el conocimiento popular tiene la capacidad de aleccionarnos, siempre con buen humor y mejor sarcasmo. El “que llueve poco” no es una afirmación aleatoria: nuestro clima es seco y soleado. Y aunque bastaría con asomarnos a nuestras ventanas a lo largo de todo un año para darnos cuenta de ello, lo cierto es que el estudio científico ha demostrado la escasez de nuestras precipitaciones (apenas 340 l/m2 al año), la frecuente sequía estival, la débil nubosidad (194 días despejados) y la suavidad invernal (18º C de temperatura media anual). Y sí….., a la manida pregunta de “¿Cuál fue el día más frío de nuestra historia documentada?”, tenemos que responder que dicho honor recae en el día 2 de Febrero de 1956, cuando el termómetro descendió hasta los -4,6ºC en la capital alicantina. Pero para usted de contar...
El acontecimiento del 20 de Octubre de 1982 fue conocido durante muchos años en nuestra ciudad simplemente como “LA RIADA”, por el caos y daños materiales que produjo. No fue hasta el 30 de Septiembre de 1997, con aquellos otros 287 l/m2 –que tampoco eran “moco de pavo”, cuando dejó de acuñarse ese término.
Sin embargo, nuestra ciudad y sus ciudadanos estamos más que acostumbrados a estas cíclicas venidas de agua. ¡No se crean! El gran Cronista D. Rafael Viravens Pastor, a finales del siglo XIX, ya trascribía en sus escritos que “en 1552 hubo grandes lluvias que produjeron caudalosas avenidas por las vertientes del Benacantil; las aguas desembocaron en la Puerta de Ferrizia, e invadieron las casas de la calle Mayor". No en vano, y sin citar la siempre temida “Gota Fría” atmosférica, capaz de alertar hasta al más rudo de los mortales, Alicante se asienta sobre una amplia red de ramblas y barrancos que propician los episodios y virulencia de las inundaciones: los barrancos de “Agua Amarga”, “Ovejas” y “Maldo” en las cercanías de la capital, y los de “Babel”, “San Blas”, “Canicia” y “Bonivern” integrados dentro de ella. Si a todos ellos le sumamos la zona de la Albufereta, desecada en el año 1928 y cuyo escaso desnivel y el cordón del litoral contribuyen a la retención de las aguas y a la formación de un espacio pantanoso, ya tenemos la explicación al daño y frecuencia de nuestras riadas.
El Diluvio
Avenida de Elche, a su paso por el barrio de San Gabriel.
En el centro de la imagen vemos el Barranco de las Ovejas,
completamente inundado y desalojando agua al mar (Fotografía de
Arjones, extraída de “Hoja del Lunes” 25 de Octubre de 1982)
Instalación por parte del Ejército de un puente provisional
sobre el Barranco de las Ovejas. (Fotografía de Arjones,
extraída del diario “Hoja del Lunes” 25 de Octubre de 1982)
“Los 12 litros por metro cuadrado registrados hasta anoche a las 10, en el Servicio Meteorológico del Aeropuerto de Alicante, motivaron la lesión de más de doce personas y cerca de medio centenar de vehículos averiados (…) En cuanto a la capital, solamente se registraron tres accidentes por las mismas causas, aunque en los tres casos hubo colisión de vehículos, sin que se produjeran heridos y los daños fueron de escasa importancia”
Alfredo Aracil. Diario Información. 19 de Octubre de 1982
Lo cierto es que todo comenzó varios días atrás. Mientras los alicantinos nos afanábamos en nuestros asuntillos diarios, allí arriba, en las capas altas de la atmósfera, se formaba una Depresión Aislada en Niveles Altos, más conocida técnicamente como “DANA” o “GOTA FRÍA” –la misma perturbación atmosférica que tendría como consecuencia recordada la “Pantanada” o rotura de la Pesa de Tous, en Valencia, con más de 30 fallecidos-.
El día 15 de Octubre, el Satélite ”Meteosat” ya observaba toda una circulación de potentes borrascas por el Atlántico Norte, que transportadas por la corriente de chorro penetraban en el continente europeo. “Mientras tanto, otra cuña, pero de aire cálido, penetra desde el Mediterráneo Central hacia Alemania, Polonia y el sur de los Países Escandinavos, produciendo una marcada ondulación de la corriente en chorro y generando una profunda vaguada sobre la Península Ibérica, siendo las costas mediterráneas su parte más activa” (…) El día 20 la situación era impresionante y dantesca para muchas zonas de la Comunidad Valenciana. Entre la borrasca de aire frío y el anticiclón de aire cálido y seco, se generó un flujo bien marcado de vientos de Levante en superficie”, que explotó sobre nuestras cabezas.
Las lluvias, que ya habían hecho acto de presencia de una forma esporádica el lunes día 18, se intensificaron a primeras horas de la tarde del día 19. De nada sirvieron los partes meteorológicos estatales, que pronto cambiaron su genérico “para hoy se espera nubosidad muy abundante en el área del Mediterráneo con riesgos de chubascos y tormentas” a su más que preocupante “intensas Tormentas. Durante las próximas doce horas, en el área de Valencia y Alicante continuará el cielo muy nuboso con tormentas localmente intensas”
A las 18:00 horas, la tímida y fina lluvia dio paso a un tupido manto de agua, que empezaba a deslizarse por nuestras calles y que apenas podía ser desalojado por nuestra red de alcantarillado. Como dijo la prensa, “de una caricia para una tierra sedienta durante largo tiempo” a un fuerte latigazo que derrumbaría muros, penetraría en nuestras casas, ahuyentaría a las gentes y arrastrarían coches en busca del mar. Se apagaron las luces de los semáforos y en aquella tarde oscura y plomiza Alicante se convirtió en una ciudad devastada, tan sólo iluminada por las inquietantes luces de emergencia.
A las 20:00 horas, justo en el momento en que empezaban a movilizarse los servicios públicos, Cruz Roja, Ejército y Cuerpos de Policía, se cortó definitivamente el suministro eléctrico en toda la ciudad. Las velas y linternas serían el único recurso disponible para los ciudadanos en sus casas; el anticipo del caos que llegaría esa noche y cuyos efectos descubrirían la mayoría de los alicantinos a la mañana siguiente, con las primeras luces de un amanecer nuboso y gris: serias dificultades telefónicas, incomunicación por carreteras y aviones, roturas de las vías férreas, escasez de pan, miles de casas evacuadas y, lo que aún hoy resulta más triste y dramático: un fallecido y un desaparecido.
“Informe urgente sobre los daños ocasionados en esta ciudad (y su término municipal) por la tromba de agua que ha tenido lugar la pasada madrugada y petición, en su caso, de que se declaren los mismos como catastróficos, a los efectos de que se adopten las medidas de carácter inmediato y se obtengan las ayudas y subvenciones para la reparación de los bienes y servicios afectados”
Así podemos leer a día de hoy el asunto único de la sesión plenaria celebrada en el Excmo. Ayuntamiento de Alicante con carácter “extraordinario y urgente” en primera convocatoria, el día 20 de Octubre de 1982, a las 20:00 horas. A aquella sesión, seguramente caótica, apresurada e inquieta, no acudieron según la prensa los concejales D. Juan Rodríguez Marín, D. Luis Bernardo Díaz Alperi, D. Baltasar Ripoll Ferrer, D. Ramón Montahud Villacieros, D. Francisco Liberal Rosado y D. José Antonio Chicoy Massa.
Trascribimos los datos más relevantes de aquella sesión:
“Se trata según las primeras evaluaciones realizadas de una auténtica situación catastrófica, que ha dañado de manera muy grave bienes y empresas, tanto privadas como públicas (…) Parece que es un deber municipal el patentizar desde los primeros momentos la gravedad de la situación, a fin de que, los medios que ya estén en marcha y que tienden a reponer la normalidad en la Ciudad y en sus barrios rurales, tenga toda la capacidad operativa que está prevista en nuestro orden jurídico (…) Y acogiéndose a tal principio director, ésta Alcaldía somete al Ayuntamiento en Pleno la adopción de acuerdos en los términos siguientes: Solicitar del Consejo de Ministros, previo informe de la Comisión Provincial de Gobierno, a través del Excmo. Sr. Gobernador Civil de la provincia y remitiendo la propuesta a través de la Dirección General de Protección Civil, la declaración de Alicante y su término Municipal como zona catastrófica”.
Tras las intervenciones de D. Antonio Fernández Valenzuela (PSOE) y D. Ambrosio Luciáñez Piney (Grupo Popular), en las que se alabaron los trabajos de todas las entidades, organismos y ciudadanos involucrados, se procedió a la votación ordinaria de la moción, en la que se acordó aprobarla por unanimidad en todos sus extremos, elevando a parte dispositiva los acuerdos propuestos en la misma.
Una larga noche
“18 centros de transformación de Hidroeléctrica inundados, dejaron la ciudad a media luz; 23 centrales telefónicas fuera de servicio hacían más difícil todavía la comunicación; todas las carreteras cortadas o en mal estado; la Estación de Madrid inundada y muchos tramos de la vía levantados; y el Aeropuerto cerrado al tráfico. Todo ello nos sumía en un agobiante aislamiento; incontables toneladas de barro y escombros obligaban al malabarismo en el ir y venir por las calles; y un barrio, San Gabriel, humilde y alejado, se perdía tras la estela incontenible de las aguas que, Barranco de las Ovejas abajo, iban desolando a cientos de familias (…) Buceadores del Grupo de Investigaciones Subacuáticas de Escafandristas Deportivos participaron los días 23 y 24 en las prospecciones encaminadas a la hipotética localización de más cadáveres a consecuencia de las pasadas inundaciones”
José L. Lobo. “Hoja del lunes”; 25 de Octubre de 1982
Como vemos en la foto inferior, el Ayuntamiento de Alicante habilitó el Polideportivo para dar cobijo a casi dos centenares de personas que se habían quedado en la calle. El ejército suministró mantas y colchonetas, en tanto el bar del recinto deportivo les daba de cenar a base de bocadillos, empanadillas, bebida y leche
(Fotografía del Archivo Municipal de Alicante)
La madrugada del día 20 fue una de las más largas que se recuerdan en nuestra Historia. En el Gobierno Civil comenzaba a funcionar el estado mayor de la riada. Las autoridades municipales, provinciales y militares, junto a las fuerzas de seguridad, elaboraban las estrategias de ayuda y evacuación... a la tenue luz de las velas. El Ejército se echaba a las inundadas calles; allí, entre aquellos ríos de agua, lodo y escombros, se podía ver a los efectivos de los Bomberos, Policía Municipal, Cruz Roja, helicópteros de la Armada, Guardia Civil, Policía Nacional, Servicios Municipales y Protección Civil. Todos ellos se afanaban en unas labores tan altruistas como estériles en esos momentos. Y mientras tanto, en el Teatro Principal, se anunciaba la reposición en color de la película de Roy Scheider y Bob Fosse “All That Jazz: ¡Empieza el espectáculo!”
El amanecer fue mucho más trágico de lo que se esperaba. No hubo barrio de la ciudad que no se viera afectado por la fuerza devastadora de la venida de agua. Entre las 05:00 y las 06:00 de la madrugada cayeron 60 l/m2, mientras que la tromba más fuerte había tenido lugar entre las 06:00 y las 07:39 de la mañana, con más de 98 l/m2. La zona centro estaba completamente inundada, con las avenidas y calles más importantes de la ciudad anegadas: Rambla, Portal de Elche, Plaza de Gabriel Miró, Explanada de España… Entidades bancarias, organismos oficiales y centros docentes permanecían cerrados al público, al tiempo que los juicios señalados en las dos salas de la Audiencia y en Magistratura habían sido suspendidos. El Gobernador Militar había movilizado a la Compañía de Zapadores de San Fernando para tareas de demolición de edificios ruinosos y muros, mientras se habilitaba la Casa de Socorro, Hogar de José Antonio, cuarteles y centros hospitalarios para acoger a la gente que se había quedado sin pertenencias.
Fachada trasera del Ayuntamiento de Alicante,
a la altura de la Plaza Santísima Faz
(Fotografía del Archivo Municipal de Alicante)
Con las centralitas de teléfonos inoperativas o saturadas, sin televisión y con cortes serios o muy serios de luz,
“Comienza a escucharse la única voz de Alicante que es capaz de salir a nivel local y nacional. Es la de D. Pedro Romero, por Radio Nacional de España: ¡Por favor, no circule con sus vehículos por la ciudad!”
Francisco Esquivel; 21 de Octubre de 1982
Los atascos podían llevar al caos generalizado y a un aumento considerable de accidentes. Se sucedieron desprendimientos en la Serra Grossa, el taponamiento de lodo y escombros del aliviadero de la Albufereta, un talud de tierra en la N-340, la inestabilidad del puente de San Agustín y la desaparición “física” del Barranco de San Blas. El centro era un cúmulo de basura, barro, muebles, coches destrozados y palmeras arrancadas.
Un Seat 124 en el Paseo de Óscar Esplá
(Fotografía del Archivo Municipal de Alicante)
Sin embargo, la máxima atención no se centraba en la zona centro de la ciudad, sino en determinados barrios de la periferia. Tal fue el caso del barrio de Benalúa, en las confluencias con la Estación de Renfe y las avenidas de Aguilera y Oscar Esplá. El agua había anegado el antiguo cauce, ahora convertido en concurrida zona residencial. Las plantas bajas fueron desalojadas y se generó una gran aglomeración de personas y autobuses urbanos, que habían quedado atrapados en las calles adyacentes del barrio. Al mismo tiempo, el torrente se había introducido por los raíles del ferrocarril de Alicante, llegando a alcanzar más de medio metro de altura y deslizándose hasta el propio andén de término para desembocar como una cascada por el recibidor de la Estación de Madrid (MZA). La avenida de Salamanca se convirtió en una gran laguna, afectada por vehículos paralizados o volcados, muebles, enseres y escombros.
Hubo evacuaciones masivas en la barriada de José Antonio –allí se abrieron grandes socavones en el suelo- y el Polígono de Babel. No fue hasta bien entrada las 10 de la mañana cuando la situación se normalizó en esa zona. Para ello, fue necesaria la presencia de varios jeeps del Ejército de Tierra y la instalación de cascotes procedentes de los muros destrozados para habilitar, a modo de pasarela, un acceso para los peatones.
Zona de Renfe (Fotografía de Arjones. Extraída del
“Diario Información”; 21 de Octubre de 1982)
Otro de los barrios más golpeados fue Santo Domingo. Allí había aparecido entre los restos de una vivienda cercana al paso a nivel el cadáver de la que era, hasta el momento, única víctima de la riada: Dña. Amanda Torralba Tárraga, de 93 años de edad. “A mi madre la buscamos durante toda la madrugada y buena parte de la mañana”, dijeron a la prensa sus familiares. “Hemos llegado hasta donde el agua nos cubría por la cintura, pero desistimos cuando comprobamos las dificultades que ofrecía la fuerza del agua”.
Es la cara más dramática y amarga de aquel desastre. Allí, la práctica totalidad de las 40 familias que habitaban las otras tantas viviendas se quedaron sin hogar. “Fue algo que no se puede contar. El agua derribó las paredes de los patios y entró por las casas arrastrando todo lo que encontraba a su paso, incluidas a las personas”.
Santo Domingo mostraba un panorama desolador: casas sin tabiques ni techos, muebles amontonados en las calles, calzadas cubiertas con más de medio metro de barro, palas excavadoras intentando reducir los escombros para habilitar una vía de tráfico rodado… y una ausencia total de autoridades poco dispuestas a conocer de primera mano la situación desesperada de estas familias.
Barrio de Santo Domingo, a la altura del paso a nivel.
En primer término, a mano izquierda, el desaparecido
Silo de San Blas (Fotografía del Archivo Municipal de Alicante)
El barrio de Santo Domingo, completamente desolado
(Fotografía de Vilaplana. Extraída del
“Diario Información”; 21 de octubre de 1982)
San Gabriel. Otro barrio, otra vida
Fue la “Zona Cero”, el lugar de Alicante que sufrió en mayor medida las consecuencias de las inundaciones. Casi 30 años después, todas y cada una de las imágenes, instantáneas y recuerdos que conservamos a día de hoy de aquella aciaga jornada tienen como punto en común un barrio, un barranco y una empresa que nos dejaron fragmentos imborrables en “carne viva”: San Gabriel, Rambla de las Ovejas e “Inespal” (“Industria Española del Aluminio, S. A.”)
Toda la zona anexa al Barranco de las Ovejas estaba inundada por el agua y el lodo. Las carreteras y puentes habían sido levantados por la fuerza de la tromba desalojada a través del cauce, y restos de inmuebles, viviendas y coches aparecieron flotando en el mar, en la zona que antaño era conocida como “Playa del Baver”. La Cruz Roja se sentía impotente para ayudar a nadie, puesto que el nivel del agua en las calles superaba los cinco metros de altura. “Los camiones del ejército se han quedado bloqueados en la carretera y no podemos pasar ni siquiera con la ayuda de cuerdas. A media mañana, además, el agua empezó a discurrir con tanta fuerza que corríamos el riesgo de ser atrapados. Numerosos vecinos tuvieron que encaramarse a los tejados para ponerse a salvo”.
Aislamiento, falta de alimentos, corte de suministro eléctrico, roturas de las canalizaciones del agua potable, completa destrucción del acceso sur al barrio, desaparición del puente que atravesaba el barranco, más de 60 viviendas destruidas por la fuerza del agua, rotura de la línea ferroviaria a la altura de Agua Amarga y de dos puentes de la Carretera Nacional, saqueos en las casas afectadas, desaparición de todas las infraestructuras apoyadas en el cauce.... y la sensación, con toda la razón del mundo, de no haber asistido en la vida a un espectáculo de esas características.
La Carretera Nacional a Murcia estaba partida en dos, una en el mismo Barranco de las Ovejas y otra a la altura de la factoría “Inespal”, en donde los trabajadores del turno de noche tuvieron que encaramarse a los tejados de las naves para no ser arrastrados al mar. La fábrica de abonos químicos “La Cros”, que dio origen en su día a los primeros núcleos de población de la barriada, quedó completamente destrozada, pasando definitivamente a la historia. Los relatos de los vecinos hablaban por sí solos:
“A las ocho y media nos subimos a la azotea. Éramos siete familias que estábamos viendo cómo aquella locura lo arrastraba todo. Se formaban olas que podíamos ver cómo sobrepasaban las casas y al mismo tiempo contemplábamos cómo el agua se llevaba las viviendas, los coches, las camas, las neveras, los árboles (…) Fue un helicóptero utilizado para la fumigación de cosechas quien inició los rescates. Primero a un hombre que pedía auxilio desde que empezó el temporal desde un pequeño astillero, ahora convertido en islote en medio del mar; y después a las casitas de la Cros”.
Costó mucho trabajo y no menos dinero conseguir que San Gabriel recuperara la “normalidad”. En menos de veinticuatro horas llegó la luz y una parte del suministro de agua potable –la rotura de la depuradora convirtió el agua corriente en residual-; algo más tardó el Ejército en construir un puente provisional sobre el cauce, aún muy crecido, del Barranco de las Ovejas. Fue, en cierto modo, el centro turístico local durante unos días, para disgusto de sus habitantes. Muchos damnificados encontraron cobijo provisional en las casas de “El Palmeral”, convirtiéndolos en protagonistas anónimos de un suceso que cambiaría sus vidas de una forma sustancial.
El Alcalde de Alicante, D. José Luis Lassaletta Cano, visita la zona de
Agua Amarga (Fotografía del Archivo Municipal de Alicante)
Varias imágenes de la carretera y vía férrea a su paso por
San Gabriel (Fotografías del Archivo Municipal de Alicante)
Cauce del Barranco de las Ovejas
(Fotografía del Archivo Municipal de Alicante)
Con el Sol llega la normalidad
Aún con la mirada puesta en un cielo oscuro y amenazante, la ciudad dejaba poco a poco atrás las terribles horas y los más aún terribles momentos de la inundación. Salvo algunas persistentes lagunas en ciertos tramos de la ciudad, las aguas habían proseguido por sus cauces naturales (hacia el mar), dejando tras de sí un lodazal “que nos llega a las pestañas”. El día 23 se dio por solucionado el corte general de suministro eléctrico, al recuperarse los transformadores inundados. El Ayuntamiento insistió en las totales garantías de abastecimiento de agua y víveres a la población; tanto fue así que los alimentos, ropas y medicinas entregados solidariamente por la población tuvieron que repartirse por otras localidades más afectadas.
Con el Sol ya en lo alto del cielo, los alicantinos nos sacudimos de encima un miedo que nos había atenazado casi una semana. El Gobierno Civil abría una oficina de reclamaciones, el Ayuntamiento anunciaba un “futuro” plan de avenidas para prevenir casos de nuevas riadas y los políticos se afanaban en concluir una atípica campaña electoral nacional que culminaría el 28 de Octubre con un resultado de todos sabido.
Sí… no había dudas: la “normalidad” ya había llegado.
Se cerraba, de esta manera, un fragmento del pasado de Alicante llamado a dejar huella en la memoria de todos nosotros. El agua se llevó por delante patrimonios y recuerdos, haciendas, vidas, vehículos e instalaciones. Pero quedaba el puente, ese mismo puente que en la tarde del domingo 24 fue instalado en San Gabriel y que sería una imagen simbólica de la solidaridad de una ciudad hacia unas personas que lo habían perdido todo.
Un año después: Todo pasa y ¿nada queda?
Siempre se ha dicho que en cuestiones históricas, el tiempo es nuestro mejor aliado. Al menos, es el único capaz de aleccionarnos de una forma sincera y aséptica de cuantas cosas han ocurrido en el pasado y que han marcado el devenir de las personas.
¿Qué quedó de aquel 20 de Octubre de 1982…., si acaso quedó algo?
Fueron muchas las voces que se levantaron para decir, no con poca razón, que Alicante no estuvo preparado para evitar una tragedia natural de esas dimensiones. Aunque los planes municipales elaborados en su día para que sucesos como éste no se repitieran se llevaron a la práctica en su totalidad, otras actuaciones urgentes y necesarias quedaron pendientes: entre ellas, la limpieza y adecuación del Barranco de las Ovejas y el puente elevado en la Carretera de Murcia. Entre esas voces, siempre destacó la del gran periodista D. Fernando Gil Sánchez, que a modo aleccionador dijo aquello de:
“Pues a veces, muy de tarde en tarde, los ríos se desbordan y las nubes abren sus enormes compuertas celestes. El agua es buena, pero la queremos, la necesitamos, nos urge, en la justa proporción que justifique su consumo normal, nada más; no queremos avalanchas sobre barrancos sumidos en la historia de su propia y antiquísima creación natural”. Y concluyó con toda una lección de lógica tan rotunda como sencilla: “Si el orificio de salida de su bañera tiene el tamaño de una moneda de cinco duros y usted ha abierto los grifos del agua fría y caliente a toda fuerza, es evidente que la capacidad de desagüe del caudal será mucho menor que el volumen recibido; se llenará la bañera y desbordará el agua”.
Nadie lo hubiera dicho mejor, sin duda. Bueno… quizá sí.
Luego vendría la riada de 1987, con aquellas imágenes de la crecida del Río Seco a su paso por la localidad de El Campello, y la de 1997, tan trágica en vidas humanas como dolorosamente cercana en el tiempo. Y, sobre todo, llegaría la extraña sensación de que el ser humano, por extraño que parezca, es el más torpe de cuantos deambulan por la faz de la tierra: siempre tropieza dos veces con la misma piedra. O, como en este caso, “con el mismo escombro”.
Pero eso es otra historia. Y quizás, sólo quizás, la contemos algún día.
JUAN JOSÉ AMORES LIZA
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