31 diciembre 2012

OBRAS SON AMORES (2). JORGE JUAN. UN MARINERO A TRAVÉS DE LOS SIGLOS

 “Este eminente científico español del siglo XX”, dijo el gran historiador, escritor –y amigo personal-, D. Emilio Soler Pascual, “es al mismo tiempo (paradojas de la vida) una de las personalidades menos conocidas de nuestro reciente pasado”. Y si tal aseveración surge de la pluma de todo un maestro en Historia Moderna como él, motivo de más para acercar su figura y la de su tiempo a Alicante Vivo, ahora que se cumple el III Centenario de su nacimiento, ocurriera donde ocurriese –Novelda o Monforte-. “Pues el tiempo, único amigo fiel en temas del pasado, ha demostrado que el genial marino fue, ante todo y sobre todo, un gran provinciano de Alicante”


Querer conocer un poco –o mucho- la figura de D. Jorge Juan y Santacilia, Caballero de la Orden de Malta, Jefe de la Armada Española, Capitán de los Guardamarinas, Fundador del Real Observatorio Astronómico de San Fernando, Rector del Seminario Real de Nobles de Madrid, Constructor de Barcos, espía, escritor, etcétera, etcétera y etcétera, supone adentrarse en la fascinante obra del señor Soler, “Viajes de Jorge Juan y Santacilia”, texto completamente indispensable para vislumbrar el pasado –y presente- del más grande “ilustre” que ha dado esta tierra. Y si no nos creen, miren, miren….

Había nacido el 5 de enero de 1713 –ya ha llovido desde entonces- en la masía solariega del siglo XVII “Fondonet”, propiedad de su padre y situada en el término municipal de Novelda. “Otro asunto fue su bautizo, que tuvo lugar cuatro días después en la iglesia parroquial de Nuestra Señora de las Nieves, en Monforte, entonces adscrita a Alicante (…), debido supuestamente a una fuerte riada en el Vinalopó que impidió a su familia acercarse a Novelda”. Independientemente de qué población quiso contar entre sus próceres a tan insigne científico, lo cierto es que su figura se convirtió en universal desde el mismo momento en que quedó huérfano de padre y pasó a la tutela de su tío, D. Cipriano Juan y Canicia, bailío de la Orden de San Juan.

 Tras cursar estudios elementales en el Colegio de los Jesuitas de Alicante, marchó a Zaragoza primero, en donde se graduó de Gramática y Humanidades, y a Malta después, ciudad en la que sería nombrado Caballero de dicha Orden y Comendador de Aliaga tras coronar con éxito cuatro campañas navales contra los piratas berberiscos. Tenía entonces 18 años, y “su barco ya había escoltado al futuro rey Carlos III desde Antibes a Liorna”. En su último servicio en el Mediterráneo, accidentado por una “epidemia de tifus que acabó con la vida de más de quinientos hombres”, Jorge Juan enfermó gravemente y tuvo que regresar a Cádiz para proseguir sus estudios en la Academia Naval. Fue allí donde, recuperado milagrosamente, conoció a D. Antonio de Ulloa, otro joven oficial con el que compartiría, sin saberlo, el viaje más emocionante de sus vidas.

 “Los llamaban 'Los Caballeros del Punto Fijo', pues siempre se hallaban ensimismados midiendo la forma y magnitud del globo terráqueo”. Ese fue su cometido y su gran viaje, un empeño personal del monarca Felipe V, que deseaba mandar una expedición al continente sudamericano para realizar tareas científicas. “Isaac Newton había deducido la hipótesis de que la Tierra no era una esfera perfecta sino achatada por los polos (...), pero los astrónomos franceses Piccard, La Hire y Cassini la rebatieron”. Felipe V, enterado que su homólogo galo, Luis XV, iba a mandar a un grupo de eminentes personalidades encabezadas por Louis Godin, Pièrre Bouger y Charles M. de la Condamine, para dilucidar ese entuerto, “hizo lo mismo con Jorge Juan y Antonio, dos jóvenes capaces de impedir que la gloria recayese en manos extranjeras”.

 Y lo consiguieron. “Su llegada causó estupor y risa entre los veteranos y renombrados miembros franceses, que veían en aquellos dos jóvenes españoles inexpertos el fracaso de toda la nación hispana”. Los cinco investigadores se dividieron en grupos y, tras nueve años de investigaciones entre las ciudades de Quito y Cuenca, en ocasiones con unos instrumentos antiguos o defectuosos que impedían medir con exactitud un grado de meridiano en el Ecuador, se llegó a la conclusión de que los resultados más precisos fueron los que obtuvieron Jorge Juan y Antonio de Ulloa, y que confirmaban la hipótesis de Newton sobre la forma de la Tierra.

 
Tumba de Jorge Juan

Aquello marcó indefectiblemente el resto de la trayectoria de nuestro marino, que fue ascendido a Capitán de Fragata y titulado como Miembro de la Real Academia de Ciencias. Tras eso, publicó varios libros sobre sus observaciones astronómicas, ganándose severos problemas con la Inquisición por admitir el sistema heliocéntrico copernicano y que hubieran acabado como el Rosario de la Aurora de no ser por el insistente apoyo del censor-jesuita D. Andrés Marcos.

 “Observador de los métodos de construcción de barcos extranjeros bajo el nombre clave de Mr. Josues” –lo que en nuestro pueblo siempre se ha llamado “espía”-, sus últimos años los pasó como Director del Observatorio Astronómico de San Fernando, centro aún hoy en activo “que se ocupa del control del tiempo cronológico de España por medio de avanzados relojes atómicos”.

 Enfermo de epilepsia y con dos cólicos biliosos graves, regresó a Madrid en 1773 tras pasar unos días de recuperación en el balneario de Busot de su Alicante natal. Allí entraría en coma y moriría el 21 de junio “víctima de un accidente alferético”. Su cuerpo, tras el triste adiós, viajaría por España más que el baúl de Concha Piquer, pues tras ser enterrado en dos ocasiones en la Iglesia de San Martín, sus restos fueron exhumados en la Guerra de la Independencia y almacenados temporalmente dos años en los sótanos del Ayuntamiento de Madrid. Por fin, un 2 de Mayo de 1860, serían trasladados al Panteón de los Marinos Ilustres de San Fernando, Cádiz, en donde continúan bajo la enseña: “Entregó al Señor su vida tras ennoblecerla con su piedad y buenas costumbres”.

Descanse en paz.

JUAN JOSÉ AMORES
 
Otros enlaces:

27 diciembre 2012

EL AMANECER DE LA EDAD MODERNA EN ALICANTE (PARTE Y 3)


Las tensiones locales y las Germanías.

El gobierno municipal continuó preocupando a la monarquía. El 3 de julio de 1502 se confirmó con matices la insaculación, en unos tonos más aristocráticos. Una comisión de doce graduadores revisaría quinquenalmente a los candidatos. La elección del justicia se trasladó a San Andrés, la de los jurados al último día de Pascua, y la del almotacén a San Bartolomé. Ingresaron en el Saco Mayor el sobrecequiero y el clavario. Se intentó controlar el endeudamiento municipal. En 1508 padeció una nueva suspensión, y en 1510 se confirmó otra vez, ejemplificando las dificultades de la ciudad, sometida a las disputas oligárquicas, los rigores del endeudamiento inducido por la monarquía y la exclusión de los menestrales (obligados a cargar con el grueso de los pagos de la hacienda local).

Estos problemas fueron comunes a otras localidades del Reino de Valencia con variantes, y condujeron al estallido de las Germanías, expresión inicialmente despectiva aplicada a una fraternidad de mala gente. Sus partidarios se inclinaron por la de “germandat”, pero la primera hizo fortuna, bautizando definitívamente el alzamiento popular que intentó reformar la institución y la gestión municipales. Al comienzo se legitimó en nombre del monarca, pero el ritmo de los acontecimientos condujo a la ruptura descarnada con las autoridades reales y a la violencia antimusulmana. A partir de agosto de 1519 se configuró en la capital valenciana la germanía por vez primera. El 22 de febrero de 1520 los agermanados de Valencia enviaron emisarios a otros puntos del Reino para extender el movimiento. El 22 de junio de aquel mismo año la inquietud ya atenazaba Alicante: sus jurados mostraron su fidelidad al virrey don Diego Hurtado de Mendoza, que les instó a administrar justicia. Sin embargo, en agosto Orihuela se sumó a la rebelión, arrastrando finalmente a nuestra localidad.


 El cronista Bendicho intentó minimizar el vuelo de la germanía en Alicante, ciudad siempre fiel al monarca, y Viravens interpretó en este sentido una serie de cartas de las autoridades reales a nuestro municipio. Sin embargo, la lectura de Martí de Viciana, Bellot, Escolano y Cascales, además del estudio de documentos como los de las composiciones, no lo confirma. A la espera de ulteriores investigaciones, bien podemos sostener su importancia en nuestra ciudad.

En el último trimestre de 1520 los grupos de la ciudadanía menor se alinearon militarmente sin el consentimiento de la autoridad, estructurándose en “dehenes” al uso de la hueste municipal. El propio Bendicho menciona el alzamiento de una de sus banderas en la calle de labradores, que Viravens interpretaría como un intento de los sublevados de sumar a su causa al caballero Francesc Pérez. Esta fuerza popular impondría una Junta de Trece encargada de supervisar y corregir las elecciones locales, el reparto de cargas y otras gestiones de una administración municipal que no sería abolida de “iure”.

Pronto surgieron las discrepancias entre agermanados moderados y radicales. Carlos I, con el deseo de aprovecharlas, envió como mediador al secretario aragonés Juan González de Villasimpliz, viajando hacia Alicante por la también agermanada Jijona en compañía del moderado Soriano. El 22 de febrero de 1521 llegó a nuestra localidad. En aquel mismo mes la insurrección ilicitana contra su señor don Bernardino de Cárdenas fortalecería al ala radical.

 Las tendencias moderadas se impusieron en Alicante, libre de tales vínculos señoriales, y el citado secretario consiguió la detención del síndico ilicitano por los oficiales reales de nuestra ciudad. El 30 de marzo Carlos I advirtió a Alicante contra cualquier anulación de derechos fiscales y le instó a separarse de la germanía. Tal cosa no sucedió, y el 30 de abril los agermanados alicantinos escribieron a Valencia recabando auxilio. 

Las hostilidades se desataron con vigor. Los agermanados compensaron su derrota en Oropesa el 4 de julio con la toma del castillo de Játiva el día 14 y la victoria en la batalla de Gandía el 24, donde combatieron al lado del virrey varios caballeros alicantinos. El enfrentamiento tuvo un cariz fratricida muy marcado. En las Montañas los agermanados desataron la furia de los bautizos forzados de los mudéjares.

En las inmediaciones de Alicante se acecharon las fuerzas virreinales de Andrés Porta, sitas en su Huerta, y las agermanadas de tránsito en Jijona, que iban a socorrer a Orihuela. Los grandes aristócratas de la gobernación, como su titular don Pero Maça, combatieron con denuedo la germanía. Contaron con el apoyo del adelantado de Murcia, el marqués de Los Vélez don Pedro Fajardo, que había coqueteado con los comuneros.

 Las fuerzas caballerescas lograron sus objetivos. El 12 de agosto capituló finalmente Elche. Antes del día 26 Alicante siguió el mismo camino, dada la inclinación de muchos de sus naturales y el influjo de don Pero Maça en la localidad, según Martí de Viciana. La tenencia del castillo por Gaspar Tárrega (justicia en 1528 y en 1533) resultó de gran importancia, ya que la posesión de las fortalezas de villas y ciudades facilitó la estrategia nobiliaria, como también se verificó en Játiva y en Orihuela. El 30 las fuerzas agermanadas, entre las que se contaron soldados alicantinos, encajaron una derrota definitiva en la batalla de Orihuela. El brutal saqueo de la capital de nuestra gobernación, en el que se profanaron sus templos sin escrúpulos, se asemejó más a una campaña de Pedro el Cruel que a una simple operación aristocrática de pacificación de vasallos. Las anteriores muestras de cooperación entre los comuneros murcianos y los agermanados valencianos fueron arrinconadas vergonzosamente por el tradicional odio entre vecinos enfrentados por términos territoriales y la creación del nuevo obispado oriolano.

El 26 de agosto el virrey exigió a Alicante la contribución de tres a cuatro mil ducados de oro para su ejército. El municipio podría recurrir a la confiscación de los bienes de los agermanados o a la imposición de algún arbitrio sobre los derechos reales. Se ofrecieron dos mil a través de Jaume Torres. Las huestes del marqués de Los Vélez y del de Elche emprendieron su ruta hacia Valencia por el camino interior de Villena y Requena, pero los dineros pagados no bastaron y el Campo del Turia sufrió su brutal saqueo en octubre y noviembre. Prohombres como Pere Seva (justicia en 1507 y en la recuperada Alicante de 1521) cooperaron con gusto con la causa nobiliaria y combatieron contra los agermanados en retirada. El 18 de noviembre de 1522 el municipio alicantino mandó a Canales una fuerza nada baladí de 150 hombres. En cambio otros alicantinos optaron por proseguir la lucha en los últimos enclaves agermanados de Játiva y Alcira. El virrey les ofreció salvoconducto en 1522. Ese mismo año Alicante pagó una composición o sanción económica de 7.000 ducados frente a los 6.000 de la más poblada Orihuela y los 2.500 de Elche. Todavía en enero de 1524 la virreina doña Germana de Foix mandó actuar contra la buena memoria de nuestros agermanados, germen de la política posterior del silencio desplegada por los amantes de las glorias locales al servicio de la monarquía. 

Las consecuencias de la insurrección.

En contra de lo que algunos autores sostuvieron sin grandes datos, la animación del puerto de Alicante no arrancó tras las Germanías, según hemos comprobado anteriormente. Tal hipótesis, muy mal informada, suponía que la fuerte represión de los agermanados de Valencia obstaculizaría la expansión mercantil de su puerto, mientras la fiel (?) Alicante recibiría franquicias muy valiosas, que no se detallaban de ninguna forma. Se remataba el disparate con alguna consideración anacrónica e inoportuna acerca de la antivalencianía alicantina, corrosiva para el País (¡).

El fracaso de las Germanías no nos aportó ninguna lluvia de premios precisamente. Mientras los monfortinos representaron el 24´5% de la población del término general en 1510, trece años después decayeron al 15´2%. Las cifras de pobres indican que muchos indigentes abandonaron las áreas ponentinas para refugiarse en Alicante, sobrecargada con un 28´6% de pobres antes de la peste de 1529, corolario de las dificultades de los tiempos. En 1535 las partidas de l´Horta i Ravalet, Canyelles, Cotelles y Lloixa registraron el mísero número de veinticuatro vecinos, quizá como consecuencia de algún fenómeno de ocultación fiscal. Los enfrentamientos y las fobias perjudicaron a nuestros productores, y el municipio alicantino respondió hasta 1544 agravando las prohibiciones de compra de comprar productos hechos en otras localidades, como las modestas “espardenyes”.

 En lo político, la monarquía intentó acrecentar su autoridad potenciando la oligarquización. La insaculación quizá fuera temporalmente abolida al igual que la de Orihuela. Entre 1522 y 1523 Bendicho no registró ningún titular del oficio de justicia, ejerciéndolo en 1524-25 Francesc Bernat, el de 1519, cuando las ordenanzas vedaban permanecer en el cargo dos años consecutivos. El 16 de junio de 1545 el emperador Carlos removió los escollos para convertir en jurados a Pere Seva, Pero López de Ayala y Joan Castelló, que representaron una combinación de familias oligárquicas en declive y advenedizos a la caza de oportunidades en una plaza mercantil con importantes obras de defensa en curso. Entre 1524 y 1546 los Pasqual, los Martínez de Vera y los Ferrández de Mesa, entre otros, mantuvieron su hegemonía local. Durante la postguerra se agravó un problema bajomedieval, el del influjo del gobernador Pere Maça de Liçana y del marqués de Elche. Este último porfió con nuestro municipio por la preeminencia de su escudo sobre el ciudadano en la Porta Ferrissa, recomendando a Carlos I que no recalara en Alicante al retorno de su penosa expedición a Argel en 1541.

 Carlos I

 Las Germanías introdujeron la enojosa cuestión morisca en la precaria coexistencia religiosa del Reino, justo cuando se recrudeció la amenaza otomana en el Mediterráneo. La brutal y forzada conversión de los mudéjares consiguió finalmente el beneplácito de la Corona y de la Iglesia sin excepciones. Los musulmanes ilicitanos que combatieron al lado de sus vecinos cristianos corrieron pareja fortuna que los fieles al señor de Novelda, el citado Pere Maça. La conversión no les garantizó ningún alivio fiscal, perjudicial para las arcas de los potentados. La insurrección de Benaguacil y del Espadán no se acercó a nuestras comarcas, y sus conversos se decantaron más por la adaptación flexible. En la cercana Novelda la guerra agermanada se insertó dentro de una lenta y penosa recuperación, pues los 193 cabezas de familia de 1379 se convirtieron en 230 en 1510 y en 233 en 1563. Hasta 1572 su población no levantó el vuelo. A la par que experimentaba nuevos bríos a partir de 1547, el Montfort islámico fue herido de muerte al reducirse a cinco hogares en 1563. Los moriscos de Agost presentaron una importancia testimonial, reiterándose las condiciones de su carta en 1535. El golpe morisco acentuó la agónica declinación del muy modesto mudejarismo alicantino.

Los primeros tiempos modernos conservaron no poco de la herencia alicantina bajomedieval de potentados locales y de combates contra los musulmanes. Sin embargo, su crecimiento comercial ya se encontraba a pleno ritmo, conectando con realidades geográficas cada vez más lejanas. Este nuevo Alicante llegó a la madurez en el último tercio del XVI, y sin él nada de nuestro presente sería inteligible. 

VÍCTOR MANUEL 
GALÁN TENDERO
Fotos: Alicante Vivo

Fuentes:

* ARCHIVO DE LA CORONA DE ARAGÓN. 
- Cancillería Real, nº. 1651. 
- Real Patrimonio, Mestre Racional, nº. 2648. 

* ARCHIVO DEL REINO DE VALENCIA. 
- Real Patrimonio, Mestre Racional, nº. 4573, 4573bis y 4579. 

* ARCHIVO MUNICIPAL DE ALICANTE. 
- Libro de los Privilegios. 
- Libro de arrendamientos del muelle, Armario 5, Libro 18. 
- Ordenanzas municipales de Alicante, 1459-1669. Edición de A. Alberola y Mª. J. Paternina, Alicante, 1989. 
- Privilegios reales de Pedro IV, Juan I y Martín I, Armario 1, Libro 2. 

Bibliografía:

- Barrio, J. A., La organización municipal de Alicante, ss. XIV-XV, Anales de la Universidad de Alicante. Historia Medieval, nº 7, pp. 137-158, Alicante, 1990. 
- Bellot, P., Anales de Orihuela, 2 vols. Edición de J. Torres Fontes, Murcia, 2001. 
- Bendicho, V., Chrónica de la Muy Ilustre, Noble y Leal Ciudad de Alicante, 4 vols. Edición de Mª. L. Cabanes y C. Mas, Alicante, 1991. 
- Hinojosa, J., Textos para la Historia de Alicante. Historia Medieval, Alicante, 1990. 
- Maltés, J. B.-López, L., Ilice Ilustrada. Historia de la Muy Noble, Leal y Fidelísima Ciudad de Alicante. Edición de Mª. L. Cabanes y S. Llorens, Alicante, 1991. 
- Martí de Viciana, R., Libro quarto de la Crónica de la Ínclita y Coronada Ciudad de Valencia y de su Reino. Edición de J. Iborra, Valencia, 2005. 
- Rodríguez-Bernabeu, E., Alacant contra València, Barcelona, 1994. 
- Vallés, V. J., La Germanía, Valencia, 2000. 
- Vicens Vives, J., Els Trastàmares (segle XV), Barcelona, 1988. 

24 diciembre 2012

OBRAS SON AMORES (1): CÁNTICO A LA NAVIDAD


Un año más, la Nochebuena y la Navidad rondan nuestras puertas. Es ese tiempo, curioso donde los haya, en que los creyentes celebran con pasión el advenimiento de Jesús, mientras los no-creyentes festejan con ardor –nunca mejor dicho- el advenimiento de los turrones, mantecados y peladillas. Y aunque “a nadie le amarga un dulce”, si llama poderosamente la atención el febril ambiente costumbrista de fiesta que surge del y para el pueblo. El boticario –y Alcalde- de Alicante, D. Agatángelo Soler Llorca, ya se percató de ello a principios de la década de los sesenta; y tanto fue así que hubo de plasmar en su libro “Historias de la placeta de Sant Cristófol” –para gozo de propios y extraños- toda aquella “iluminación, ruido y trasiego de tantos seres humanos que obran, como si pensaran por un momento, que nada hay complicado en la vida si se tiene tiempo para reflexionar en algo que no sean las dificultades”.

Y es que, de repente, todo huele a abacería, confites, canela, pan tierno y turrón, elementos más que suficientes para que nuestras “caras se tornen bondadosas y alegres (...) Se olvidan los sinsabores, las penas, el mal humor y las úlceras de estómago”. Bueno... las úlceras de estómago, no. Incluso los niños “encuentran a las personas mayores menos ariscas, menos preocupadas y aún incluso, simpáticas”. ¡Qué ya es difícil! Sólo por ese pequeño viaje a nuestro pasado más popular, hemos decidido rememorar hoy junto a ustedes “la multitud de recuerdos de los tiempos que se fueron, de todas las Navidades del ayer, buenas y malas, que marcaron la infancia, juventud y madurez de nuestros padres y abuelos”. ¿Nos acompañan?

 Mercado de la Cascaruja (Foto del Archivo Municipal de Alicante)

El viaje comenzó para D. Agatángelo a las once de la noche de un día 24 de Diciembre cualquiera. Nochebuena. “De frío, nada. Frescoreta alacantina, en todo caso, que a tantos balda si los coge en descuido”. Atrás quedaba la copiosa cena familiar, de olores y sabores, finiquitada con viejos villancicos, zambombas y panderetas. Atrás quedaba también el recuerdo de los que ya no estaban, “como mi madrina, la tía Matilde”. Y nos damos cuenta que todos nosotros, usted y yo, amable lector, hemos tenido en alguna ocasión una tía Matilde en Nochebuena, “delgada, pequeña, fragilísima de salud, que estuvo en vida siempre muriéndose –según ella- y que acabó enterrando a todo Cristo: hermanos, hermanas, cuñados, cuñadas, sobrinos, sobrinas, familiares cercanos, familiares lejanos…”

Pero ahora era el momento de la Misa del Gallo, y entre canciones marchaba el gentío a las Iglesias de Alicante, en donde los sacerdotes “atienden a esos pecadores con aliento a vinos y aguardientes, a licores, sidra o champán”. La Concatedral de San Nicolás siempre fue muy solemne para todo esto: “Per omnis saecula saeculorum; paz domini sit semper bobis cum”. La Plaza del Abad Penalva estaba siempre repleta “de casi todos los tontos de Alicante, que por entonces eran tres o cuatro”. Ahí se veía a “El Chache”, con su guardapolvo amarillento, vendiendo flores y molinillos de papel; a “Pahuet”, desgarbado, contrahecho y estrafalario, bailando al son de un “tam-tam” de madera; a “Chelín” y su bigotuda esposa, “oliendo ambos a pescado y gato”; y, como no, al “Negre Lloma”, mirando con esos grandes ojos que casi se le salían de las órbitas. “La gente le tiraba monedas y él no las cogía por no agacharse, aunque las necesitara”. Desde luego, Alicante siempre fue una ciudad diferente en todo.

Al día siguiente, la Navidad traía las “estrenas”, también llamadas “aguinaldos”. Los niños iban a ver “a sus parientes, que les daban duros de plata y piezas de dos y una peseta; también moneditas de dos reales”. La tradición del “aguinaldo” sobrevive en la actualidad a malas penas –demos gracias a la Feria de Navidad por ello-, pero en aquellos años “se mantenía por la finura y educación de los carteros, faroleros, barrenderos, basureros, vigilantes, recaderos, butaneros y lavacoches”. ¡Ahí es nada!

En el menú de la sobremesa siempre había un invitado de excepción: “el puchero en tarongetes”, con pavo, jarrete de vaca, huesos de caña, pie de puerco y codillo, blanquitos y morcillas de cebolla. “Y para el picadillo, magro y ternera, con raspadura de limón y ajo, amasado en la sangre del pavo, con pan rallado, piñones y yemas, bien sazonado todo ello con sal, pimienta, nuez moscada y perejil”. ¡Menudas pelotas!, con perdón, del tamaño de “tarongetes”. “Te deum” a gran orquesta. Eso sí… había que hacerlo grande, ¡muy grande!, pues nos tenía que durar 365 días, luna arriba, luna abajo.

 Feria de Navidad (Foto del Archivo Municipal de Alicante)

Por la tarde, mientras los mayores hablaban de sus cosas –los hombres de unas, y las mujeres de otras-, era el turno de “los caballitos”. La Feria recibía ese nombre “por la cantidad de tíovivos que se instalaban movidos por un asno, caballejo o abuelo con espardenya, y que sonaban mitad a manubrio cascabelero, mitad a cajita de música averiada (…) Se podía entrar a misteriosos barracones para ver a la mujer barbuda, a los enanos trepadores, al encantador de serpientes y a las motos de la muerte”. Incluso si la comida familiar no había sido del todo saciante, allí había churros, patatíbiris, manzanas glaseadas, tramusos y quisquillas saladas, llenas de polvo y con olor a urinario. Todo transcurría en la Plaza de Séneca, antaño yerma, terrosa y desangelada, y ahora igualmente yerma, terrosa y desangelada. ¡Carajo… hay cosas por las que parece que no pasa el tiempo!

Rememorar nuestras Navidades pasadas, como aquel personaje siniestro y avaro de Charles Dickens, nos obliga también a visitar el “Mercado de la Cascaruxa”, instalado en la Plaza del Ayuntamiento –conocida popularmente como “Plaza de los Porches”-. Allí, los vendedores de “golosinas, turrones, torraos, cacahuetes salados, figues en cofí, orejones y pasas, ofrecían su manduca”, que había de portar en bolsas de tela similares a fundas de almohada porque aquello del “plástico” aún estaba por venir. O recordar la Lotería de Navidad, que como no había ni televisión ni casi radio, se seguía la lista de los premios “por medio de grandes pizarrones de la Rambla, al lado de los Maristas (…) Un gran gentío provisto de libretas apuntaba los números que aparecían en blanco, sobre las negras tablas”. Pues, como dijo nuestro desaparecido Alcalde y boticario, “si hay algo que resiste al paso de los años, es la vana ilusión navideña de una suerte con nombre de riqueza que siempre nos resulta cochina”.
Nos marchamos ya sin dilación, pues bastante les hemos molestado en un día tan señalado como hoy. Sin embargo, no quisiéramos despedirnos sin desearles antes –con permiso de esta maldita crisis-, unas felices fiestas, las vivan como las vivan, pues al final, digan lo que digan, no hay más dicha y alegría que el disfrute personal de cada uno. No somos nadie. 


JUAN JOSÉ AMORES

18 diciembre 2012

EL AMANECER DE LA EDAD MODERNA EN ALICANTE (PARTE 2)


Las claves del éxito alicantino. 

A fines del XV la presencia de mercaderes forasteros y la circulación de monedas aragonesas y castellanas representaron los nuevos bríos alicantinos. Aunque las circunstancias reales pudieron reducir el alcance de sus teóricos beneficios, ciertos privilegios reales simbolizaron muy bien el éxito local.

La enunciación de motivos dada por el Rey Católico en la concesión del título de ciudad (1490) presenta un gran interés para el historiador. La conjugación de una buena ensenada y de un muelle insigne, la congregación de mercaderes, agricultores, artífices y mecánicos, y la presencia de hombres de armas que custodiaran la cosa pública aportaron unos méritos dignos de reconocimiento por la realeza. Se dibujó una comunidad no exenta de idealismo. Gracias a ello sabemos cómo se valoraba el éxito en aquel tiempo. Otra cosa es explicar cómo se llegó a este punto. 

 Título de Ciudad para Alicante (AMA)

Desde el siglo XII la conexión entre producción agrícola y comercio resultó indiscutible. Así lo expuso Al-Idrisi con gran claridad. Los conquistadores cristianos intentaron mantenerla con fuerza, pero el debilitamiento de la población musulmana reducida a un mudejarismo cada vez más marginal, la profunda crisis bajomedieval y los durísimos enfrentamientos entre castellanos y aragoneses a lo largo de más de cien años de conflictos (1254-1375) la perjudicaron gravemente. En la segunda mitad del XIV Alicante vivió horas bajas. La exportación de alguno de los más característicos frutos de nuestra tierra resultó de gran ayuda. En 1374 el infante don Juan de Aragón permitió la venta a precio libre en los dominios reales de la buena cosecha de higos para conseguir grano y otras utilidades. El crecimiento y la ampliación de la red de intercambios locales del Reino de Valencia favoreció esta orientación alicantina. Desde las Montañas y desde el Valle del Vinalopó llegaron mercaderes y productos capaces de revalorizar la condición portuaria de Alicante en las rutas internacionales. El comercio de esclavos fortaleció esta posición. A mediados del siglo XV los litigios con la Bailía General del Reino nos informan del protagonismo alcanzado tras años de duro caminar.

Alicante, una nueva ciudad.

Las contribuciones prestadas por los alicantinos durante la campaña de la toma de Málaga en 1488 inclinaron a la realeza a aprobar nuevas gracias, dentro del esquema de contraprestaciones clásico de las sociedades estamentales.

El 26 de julio de 1490 Fernando el Católico concedió en Córdoba, en la fase final de la conquista de Granada, el título de ciudad a Alicante. Era una aspiración de la oligarquía local, deseosa de gozar del mismo título urbano que Orihuela. El caballero Jaume Pasqual y Joan Torró condujeron las negociaciones, felizmente culminadas. A diferencia de la villa, la ciudad era una comunidad urbana facultada para aplicar la alta justicia criminal en nombre del monarca.

La conmemoración de su quinto centenario, durante una época muy dada a este tipo de fastos, motivó la celebración de diversos actos y la publicación de diferentes obras. En ellos primó el tono de reconocimiento. Muy pocos adoptaron una actitud crítica, como Emili Rodriguez Bernabeu, que la consideró un acto de españolismo provinciano de imitación, dentro de la idiosincrasia de la “coentor” de la aristocracia del “bacallar”. La gigantesca figura histórica del Rey Católico servía a pedir de boca para la ocasión. No en vano una de nuestras más céntricas avenidas había sido bautizada con el nombre de Alfonso el Sabio.

Fernando el Católico fue una personalidad histórica de enorme relieve sin ningún género de dudas, pero no fue el artífice del nuevo Alicante. Su flamante título ciudadano no le granjeó una mayor superioridad real a comienzos del siglo XVI. A nuestro juicio su importancia reside más en el terreno de lo simbólico, como ya dijimos Mientras los privilegios de Alfonso X apuntaron una posibilidad de engrandecimiento, de difícil cumplimiento a lo largo de la Baja Edad Media, el título fernandino se fundamentó en un hecho cierto, el de la victoria de Alicante contra la adversidad que la podía haber reducido a la nada. El honor ciudadano lo expresó a la perfección. Los elogios del viajero germano Münzer en 1494, a despecho de su elevada atribución demográfica, no fueron gratuitos ni injustificados. 

La vertebración y variedad del territorio de Alicante.

Hacia 1247 los castellanos conquistaron a los musulmanes Laqant, un espacio ciudadano jerarquizado dotado de una serie de alquerías. Siguiendo usos de ordenación del territorio que se remontaban a los siglos X y XI, Alfonso X intentó crear aquí una Comunidad de Villa y Tierra. En tales comunidades el núcleo de cabecera controlaba de forma señorial al resto de puntos del término general o alfoz, susceptibles de distribuirse geográficamente por sexmos y de desarrollar instituciones particulares en los ejemplos más acabados. Ciertos autores han catalogado tal sistema de señorío terminiego. El rey sabio incorporó a este Alicante núcleos como Novelda y Aspe el Nuevo y el Viejo. Tales anexiones no arraigaron y Alicante no se transformó en la gran Comunidad de Villa y Tierra proyectada. La conquista aragonesa y la posterior incorporación al Reino de Valencia mantuvieron con otros matices la jerarquización del territorio urbano. La entonces villa de Alicante rigió en nombre del monarca una parte del Patrimonio Real, imponiendo su disciplina a sus núcleos subordinados o aldeas. La subordinación fue mal llevada por Nompot en la Baja Edad Media, que intentó deslindarse de Alicante bajo el nombre de Montfort.

Alicante, por ende, dispuso de un territorio diverso, abarcando las áreas más montuosas de Busot, Aguas y Barañes, las zonas de secano del Noroeste, el enclave montfortino del Vinalopó Medio, las fuentes periurbanas al poniente de la ciudad, y su emblemática Huerta. Desde mediados del siglo XV se constata un impulso remarcable.

En la Montfort de 1458 se intentó promocionar la comunidad islámica dentro de la tradicional política mudéjar valenciana. Se atrajo a musulmanes del Valle del Vinalopó (Sax, Crevillente, Aspe, Elda y Novelda), rentando beneficios al Real Patrimonio según su representante Taher Alazarach. El valor medio de sus tierras pasó de 20 a 50 florines, creció la recaudación de las sisas, la construcción se animó, y se mejoró su castillo. Los mudéjares reclamaron la protección real a través del baile de la gobernación y la creación de una aljama dotada de cadí, dos jurados, zahatmedina y alamín-almotacén.

Los prohombres de Alicante y Orihuela acogieron mal el proyecto, opinando que sólo fortalecería a los forajidos mudéjares. El síndico alicantino Joan d´Artés propuso la instalación de sus mudéjares en otros lugares de la contribución, sin organizarse en aljama y pagando el tradicional besante de tres sueldos y cuatro dineros. Los musulmanes montfortinos habían denunciado que no se les permitiera cultivar sus heredades en el señorío de Novelda contrariando la práctica antigua del Reino. El rey Juan II no hizo mucho caso de las reticencias de Alicante y Orihuela. De 1458 a 1461 los fuegos de la morería subieron de 18 a 39. Entre 1475 y 1489 su número se estabilizó en 25, y en 1490 ascendió a 30. En este último año el lugar rindió 100 sueldos en concepto del besante de los moros, 82 de la aduana, 10 del molino harinero y 6 del horno de cocer pan. Aquí concurrieron los ganaderos de Albarracín y de las Montañas alicantinas, y comerciantes musulmanes de variadas procedencias (como la murciana Ricote), judíos y burgaleses, mercando con trigo, cebada, pasas, higos, cominos, canela, “batalafua”, ovejas y cabras. En 1493 obtuvo de Fernando el Católico el privilegio de insaculación como Alicante para evitar exclusiones y conflictos, y en 1510 alcanzó las 34 casas de moros y las 64 de cristianos.

El 21 de junio de 1482 el señor de Agost Joan Puig de Vallebrera estableció carta de poblamiento. Los cuatro cristianos y siete musulmanes mencionados en el documento se comprometieron a residir un mínimo de cinco años, disfrutando de heredades con balsa de agua (con posibilidad de deslindar posteriormente el agua de la posesión del terrazgo) y de la franquicia de los materiales de construcción de sus viviendas. Todos pagarían el diezmo eclesiástico pues se distribuyeron bienes de anteriores tenentes cristianos. Sus condiciones se encontraron entre la insistencia en las rentas más jurisdiccionales y las más territoriales, fruto de la heterogénea composición de sus gentes y de la potestad superior de Alicante. El señor dispuso del derecho de almazara y del simbólico de las dos gallinas y una carga de leña por hogar. En los gravámenes agrarios se distinguió entre el quinto tributado por los granos del secano y el cuarto de los productos del regadío. Olivos y algarrobos siempre pagarían la tercera parte de su fruto, y la higuera 6 dineros desde el tercer año (excepto las de la variedad de Burjassot). La tahúlla plantada de alfalfa o dedicada a la viña satisfaría 4 sueldos y 6 dineros. Sin duda el señor intentó promover la agricultura más comercial. En 1510 se alcanzaron 9 casas de cristianos y 15 de moros.

Menos fortuna tuvo por el momento Alfons Martínez de Vera en Busot. En 1484 intentó atraer a población mudéjar con vistas a crear una réplica de los pequeños dominios señoriales propios del Condado de Cocentaina. En las vertientes del Cabeçó d´Or, Busot compartió con Aguas y Barañes poblamiento discreto, potencialidades mineras y explotación arborícola. Sin embargo, se impusieron las desconfianzas hacia este tipo de enclave. Contó en 1510 con 26 casas cristianas y 4 moras.

En las áreas ponentinas de las partidas de la Creu d´Elx, la Saborida, el Clot y la Vall-Llonga se recolectaron cultivos adaptados a la aridez ambiental del valor del esparto, con el que se confeccionaron desde tiempos remotos toda clase de productos y objetos. Su venta en calidad de materia primera o de manufactura ayudó a muchas familias modestas a sobrevivir hasta el siglo XX. La ganadería adquirió vuelo con la ayuda de las “casetes sotils” destinadas a los rebaños de ovicápridos. La hora de San Vicente del Raspeig todavía estaba por llegar.

Las zonas periurbanas irrigadas de la huerta de la Sueca, área donde crecería el arrabal de San Francisco, se abastecieron de las aguas de la Font Santa, cercana a la ermita de los Ángeles. Algunas heredades de terratenientes locales como doña Violant de Rebolledo concentraron hasta 24 aljibes en explotaciones de 60 tahúllas o unas 7 hectáreas, alcanzando el acrecido valor de 4.000 sueldos. El empleo intensivo del agua alentó la viticultura y la horticultura.

La gran Huerta alicantina, ya vaciada de mudéjares, no ofreció en aquel tiempo un perfil señorial equiparable al de Agost o Busot. Las anteriores alquerías ya habían cedido su testigo al eje de poblamiento de San Juan-Benimagrell y Muchamiel. Ninguno de estos núcleos se gestó al calor de una carta puebla señorial. A lo largo de los siglos XIV y XV San Juan se erigió en la cabecera de una zona de anteriores alquerías islámicas. La antigua Lloxa o Lloixa, que bautizó un célebre barranco, declinó en su beneficio y Benimagrell terminó subordinándosele. Ostentó San Juan la primacía parroquial en la Huerta. No en vano sus sacerdotes entre 1489 y 1490, Pedro de Mena y Francesc Bendicho, estuvieron ligados al milagro del Lienzo de la Santa Verónica.

 Caserío de Lloixa en la actualidad

De la primera demarcación parroquial de San Juan se segregó la de Muchamiel entre 1511 y 1513, primer impulso de autonomía local. Erigida en el área de la acequia de Alconxell, en 1480 un cultivador como Jaume Planelles pagó en concepto de censal 17 sueldos a la mencionada Violant de Rebolledo. Veinte años después ya tuvo la fuerza necesaria para reclamar su propia parroquia. Negociaron la cuestión el barbero Martí Pastor y el labrador Bertomeu Lledó.

Entre 1481 y 1510, en suma, asistimos a la revalorizarización de nuestro espacio agrario si nos dejamos guiar por los fuegos consignados. Mientras la Huerta pasó de representar el 14´6% de la población de todo el término al 25´4%, y Montfort del 12´9% al 24´5%, Alicante descendió del 72´5% al 50%. Tales cambios se reflejaron en el dominio de las mentalidades. 

 Los compases de la cristianización.

Estos elementos contribuyeron a la sacralización del espacio, confiriéndole un sentido trascendente al incierto destino de Alicante. El sentido de comunidad cristiana se tradujo en la sacralización de la “res publica” con su cohorte de repercusiones políticas de uniformidad religiosa, identidad, participación de sus integrantes y gestión.

Lejos de relegarse a espacios individuales, la religión tuvo una importancia medular para la cohesión y la identidad de toda comunidad del siglo XV. En los reinos hispanocristianos se permitió la presencia de judíos y musulmanes por razones eminentemente prácticas, legitimadas a veces con la pretensión de escenificar la superioridad del cristianismo sobre otras creencias.

Emplazada en una de las fronteras de la Cristiandad, Alicante fue considerado por Alfonso el Sabio punto de apoyo para sus futuras conquistas en el Norte de África. En la fallida empresa de Almería sirvió a Jaime II. Durante la Baja Edad Media vivió bajo la amenaza granadina y de otros poderes islámicos. En 1423 un fanático conocido como “lo sant moro” saqueó nuestra Huerta, en un tiempo en el que la declinación de la población mudéjar ya era más que notorio. A fines del siglo XV Alicante colaboró activamente en el control de los musulmanes del Reino. En 1491 el habitador Francesc Sepulcre obtuvo 54 sueldos por la guardia y custodia en la mazmorra del castillo de un moro inculpado por el baile general. Los mudéjares de Elda se mostraron díscolos aquel mismo año con su señor el conde de Cocentaina, insultando a su alguacil. Nuestro vecino Fernando Villaldo lo auxilió junto a los guardias de la bailía en el cobro del servicio, montazgo y almojarifazgo. 

El cristianismo local no acusaba a fines del Cuatrocientos signos de fisura e inquietud que anunciaran nada similar a la Reforma. La heterodoxia de los beguinos, presente en el Alcoy bajomedieval, no alcanzó Alicante. La actuación del Santo Oficio se adscribió en nuestro caso al tribunal del obispado de Cartagena, del que dependía todavía nuestra gobernación con disgusto. El 19 de enero de 1492, antes de la expulsión de los judíos, Fernando de Aragón dictó unas normas para devolver la propiedad a los conversos reconciliados de la gobernación. Los judeoconversos no suscitaron grandes problemas como en Sevilla o Toledo, y linajes como los Santángel hicieron buenos negocios en nuestras tierras.

Tras la etapa fundacional de las primeras redes eclesiásticas, los alicantinos vivieron desde finales del XIV a bien entrado el XVI un dilatado período de vigorización del sentimiento de comunidad cristiana (coincidente con graves rupturas de la Cristiandad), preludio del mayor control sacerdotal de la Contrarreforma. Bien puede decirse que Alicante aún respiraba la atmósfera de las creencias del gótico. Se concebía a Dios Padre como un temible justiciero capaz de sancionar a los infractores con grandes castigos. La tahurería o casa de juego podía atraer su ira. En 1489 Jaumot Ferri fue sancionado con 11 reales castellanos por jugar en su casa. Los fieles procuraron la intercesión de los abogados celestiales, como Santa María, San Pedro, San Nicolás, San Miguel y santos de devoción más particular como San Juan Bautista, San Antonio de Vianes, Santa Catalina, San Blas o San Andrés si seguimos nuestra toponimia y las mandas testamentarias de Santa María. 

La celebración del Corpus adquirió notoriedad, y el milagro de la salvación de las sagradas formas del incendio de Santa María del 31 de agosto de 1484, reafirmado a fines del XVI, destacó este aspecto del culto. La predicación de los sermones de Cuaresma orientaba a los fieles hacia un comportamiento más cristiano. Predicaciones como la de San Vicente Ferrer adquirieron una notoria fama en unas sociedades marcadas por el gestualismo y el analfabetismo, donde la palabra adquirió un protagonismo extraordinario. El santo predicador supo emocionar como pocos a sus oyentes. Bien provisto de la dialéctica escolástica, fue un convencido de la misión de las órdenes de predicadores de redimir a los cristianos de sus faltas antes del Juicio Final. Anunció con fervor la venida del Anticristo, señal ineludible del final de los días ante la que cabía purificarse abandonando disputas fraternales, adulterios, juegos y blasfemias. La monarquía autoritaria tomó muchos de estos planteamientos. Su prédica en Alicante dispone de una doble tradición. La línea erudita representada por Bendicho se preocupó por acreditar su estancia aquí en 1411, y la popular de les “rondalles” (posterior a su canonización en 1455) nos transmite sus milagros. 

Las cofradías pretendieron mantener vigentes estas conquistas espirituales. Ya el 10 de abril de 1402 Martín el Humano había aprobado las normas de la de San Nicolás, en teoría arruinada tras la Guerra de los dos Pedros. Los cofrades se reunían en un capítulo las jornadas de Santa María de marzo, del Corpus y ocho días antes de San Nicolás, y la gestión se confiaba a dos mayordomos. El justicia supervisaba su funcionamiento. Se propuso la exaltación litúrgica y de la piedad, en especial hacia los pobres, los enfermos y los viajeros. 

Las parroquias de Santa María y de San Nicolás, no exentas de rivalidad, dieron cabida a las necesidades de los fieles locales, siempre bajo la atenta mirada del poder municipal. La citada afirmación del sentimiento de comunidad cristiana alentó el asentamiento franciscano en nuestras tierras, paralelo al desarrollo de nuestro espacio productivo. No dejó de ser un movimiento de prestigio ya un tanto anticuado, que arrancó en otros puntos de la Corona de Aragón en el siglo XIII y que ya experimentó fuertes dificultades en el XIV. La coyuntura de la periférica Alicante mantuvo un ritmo particular, muy distinto del de las grandes capitales hispánicas. En 1440 el municipio instó a los franciscanos a establecerse en el pinar de la ermita de Nuestra Señora de los Ángeles. En 1514 abandonaron este primigenio emplazamiento por el de un lugar cercano a la Muntanyeta, el de Nuestra Señora de Gracia, cuya advocación franciscana se transmitiría al arrabal en ciernes. En 1489 se propuso fundar un monasterio jerónimo (muy apto para la colonización agraria), mas en 1518 su posición fue ocupada por las hermanas clarisas, la rama femenina de la orden franciscana, regentando el “sancta sanctorum” de las devociones de la Terreta, el monasterio de la Santa Faz.

La onomástica nos ayuda a comprender mejor la interiorización de las creencias religiosas. En las mandas testamentarias conservadas del primer tercio del XIV se mencionan diez veces el nombre de Bernat, ocho el de Ramon, seis el de Pere, cinco el de Joan y Guillem, cuatro el de Berenguer, tres el de Jaume y Francesc, dos el de Tomàs y Baldoví, y una el de Simó, Ferran, Garcia, Gil, Alamany, Eixemen, Nicolau, Domingo, Arnau, Llorenç y Guerau. Se muestra a las claras entre los varones la preferencia cisterciense de Bernat, en contraste con otros puntos del Reino de Valencia (más decantadas hacia Pere). Esta situación se alteró un tanto a principios del XVI. En el Muchamiel de 1511 Joan gozó de cinco menciones, Bernat de cuatro, Francesc de tres, Jaume y Miquel de dos, y Pere, Guillem, Bertomeu, Martí, Salvador, Cristòfol, Pasqual y Ferran de una, y entre los miembros del “consell” municipal de Alicante en 1518 también Joan ocupó el primer lugar con tres menciones, seguida de las dos de Pere y Jaume, y de una de Francesc, Benet, Miquel, Salvador, Lluis, Carles y Andreu. La primigenia herencia catalana de la repoblación, aún visible en los enclaves de la Huerta, fue difuminándose en el comienzo de los tiempos modernos, marcados por las disputas políticas. 

Continua AQUÍ

VÍCTOR MANUEL 
GALÁN TENDERO
Fotos: Alicante Vivo

17 diciembre 2012

ENRIQUE CUTILLAS BERNAL, HIJO PREDILECTO DE ALICANTE


Palabras de agradecimiento con motivo de la entrega de la distinción honorífica de Título de Hijo Predilecto de Alicante, a D. Enrique Cutillas Bernal en el Pleno Extraordinario del 13 de diciembre de 2012. 


Sra. Alcaldesa y Concejales en pleno del Excmo. Ayuntamiento de Alicante, Autoridades, queridos amigos y paisanos. Buenos días a todos. 

Me corresponde, en nombre de mi madre y mío, dar las gracias en este Pleno Extraordinario por la entrega del Título de Hijo Predilecto de Alicante a mi padre, Enrique Cutillas Bernal . Distinción que nos honra profundamente. 

Como orgulloso hijo y alicantino, el solo hecho de hablar de mi padre ya resulta un honor en sí mismo. He preparado estas líneas tratando de emular, si quiera sea en las formas, el rito que vuestro hijo predilecto seguía al escribir. Sobre cuartillas, manuscrito con sus bolígrafos favoritos, y esquematizando las ideas que nacían en sus fichas. Ritual que espero, nos acerque hoy a él. 

Y permítanme seguir más con la expresión acelerada, y el nudo de la emoción por esta distinción. A sabiendas de lo injusto que resultaría, en un acto en torno a los cinco insignes paisanos que nos reúnen, terminar aquí sin más el agradecimiento. Porque –y hablo ya de mi padre– nunca lo vi rellenar sus trabajos sino vaciarse de cariño en ellos. Sean cuales fueran. 

Hace 15 años, un poco más, el 26 de febrero de 1997, ese mismo espacio, solemne, el salón azul, acogía la presentación de un libro. Este libro, el primero que se publicaba de mi padre, se titulaba “El monasterio de la Santa Faz: El patronato de la Ciudad: 1518-1804” 

Casi nada, alicantinos. ¡La Santa Faz! Porque Enrique Cutillas es cronista, Enrique Cutillas es articulista y Enrique Cutillas, ahora, es hijo predilecto. Pero antes que todo esto, Enrique Cutillas es Santa Faz y Alicante ha de reivindicarlo. Nada que ver con la magia o la autenticidad de la reliquia, sino con algo más real y palpable, objeto de codicia de las élites sociales: el fervor que mueve a los alicantinos hasta su más importante centro de religiosidad. 

Aquel día de 1997, mi madre y yo asistíamos, silentes, a esta puesta de largo. Y apenas, se lo aseguro, podíamos vislumbrar las satisfacciones que recibiríamos del historiador. Hoy somos nosotros quienes recibimos en su derecho el foco de atención. En el mismo lugar y ya con una idea más formada del alcance de quien a la postre sería Cronista Municipal. 

El homenaje que a título póstumo hoy le brinda la Ciudad culmina el que ya le dedicaron antes, con el mérito del pionero, otras ilustres instituciones locales, como la Universidad de Alicante, el Real Liceo Casino, el Ateneo Científico y Literario y sobre todo, prueba de su reconocimiento popular, callados actores de la Ciudad como son cofradías de Semana Santa, hogueras y barracas. 

Llegados a este punto quiero revelar que fue, muy cerca de aquí, en las dependencias que ocupaba el viejo archivo municipal, en los bajos del edificio consistorial en el que ahora estamos, donde descubrí por vez primera qué era esa investigación en que mi padre ocupaba su tiempo. El papel viejo, con olor y tacto característico que bien respetan quienes beben estas fuentes. Sin duda me considero un testigo privilegiado de ello y me da cierta libertad para aseverar que, apreciados asistentes, puede haber eruditos y entendidos, pero no dejan de ser habilidosos diletantes de la historia leída en papel satinado, rústica y las más veces, lugares comunes. Pero para investigar la Historia, para ser cronista de verdad, no vale el nombramiento de un pleno municipal. Ni siquiera te hace falta. Has de optar por descender, agarrado al pasamano de los legajos, hacia un destino conservado en los archivos y al que llegas para cuestionarlo. Y esto, hacerlo un día tras otro, año tras año.

Así se lo tomaba mi padre, no me cabe duda. Con una peculiar combinación de responsabilidad e ironía, ya fuera para llamar la atención por antiguas dejaciones municipales que ocuparon antes esos asientos, ya fuera para alertar a actuales corporaciones, como en el ameno estudio que Cutillas Bernal nos dejó sobre la geografía urbana del Plà del Bon Repós de 1940 a 1990. Ahora, a la vista de los honores que tributa la Ciudad en la que escogió quedarse a vivir el autor, y siempre que Cultura, Sr. Miguel Valor, me brinde la ocasión, me veo placenteramente obligado a pedir, para Alicante, la recuperación pública de este primigenio trabajo de su hijo predilecto. 

Por lo dicho anteriormente, la obra de investigación que ha dejado mi padre, la más severa, la de más difícil comprensión, ha de trascender a la escrita en su condición de cronista municipal, cargo que ocupó los tres últimos años de su vida. Lamentablemente, como Cronista de este Ayuntamiento, mi padre no pudo asistir a la presentación de ninguno de los tres libros que nos legó sobre su visión de setenta y cinco años del siglo XX. 

En efecto, y para terminar, desde donde empezaba, sus tres libros sobre la Santa Faz acicalaban el contenido de la que había sido la tesis doctoral de Cutillas Bernal. Sobre el monasterio de las Clarisas, su fundación municipal hace más de 500 años, el trato y dejación que impartieron gobernadores y corporaciones de todos los colores, la vida cotidiana de las monjas, las encomiendas de los alicantinos ante la muerte y en fin, cómo fue arrebatada la propiedad del monasterio por la diócesis hace algo más de 30 años. 

En medio de todo ello, casi medio millar de artículos, muchos de ámbito históricocientífico, pues no en vano el doctor Enrique Cutillas Bernal tuvo merecido predicamento por su rigor entre la comunidad universitaria, donde el tema del monasterio verónico se mostró en foros nacionales. Pero sobre todo, por centenares de artículos de prensa que en apenas 10 años, publicó en el Diario Información de Alicante, dotándole, no me cabe duda, del predicamento popular que es la causa de que, muchos de ustedes estén hoy aquí. 

Etimológicamente historiador viene de histor, que en el griego clásico pudiera traducirse como 'el que ve', y hoy 13 de diciembre se celebra Santa Lucía, la patrona de la vista. Desde luego, aún con mi gesto adusto por la responsabilidad de mostrarme sinceramente honrado, evoco el rostro de mi padre, y sé que, con mucho más sentido del humor recibiría él este honor que hoy le conceden. 

Muchas gracias. 

ENRIQUE CUTILLAS IGLESIAS

14 diciembre 2012

TABARCA. UTOPÍA Y REALIDAD (Revista Canelobre n.º 60)


El jueves 13 de diciembre de 2012, fue presentado, multitudinariamente, el número 60 de la Revista Canelobre, que edita el Instituto Alicantino de Cultura "Juan Gil-Albert", con el título TABARCA. UTOPÍA Y REALIDAD, en su sede de la Casa Bardín. En él, he tenido la suerte y el placer de participar con el artículo La almadraba de Tabarca: un medio de vida entre la historia y la leyenda.



Esta publicación, coordinada por José Manuel Pérez Burgos, Director del Museo Nueva Tabarca, Licenciado en Geografía e Historia y especializado en Prehistoria y Arqueología, pretende convertirse en un referente multidisciplinar sobre Nueva Tabarca, su historia, arqueología, geografía, biología, protagonismo en cine y literatura, sus habitantes y su forma de vida, tradiciones, arquitectura, gastronomía, fondos fotográficos...


Incluye más de 450 páginas de artículos originales y documentación gráfica inédita, la reproducción en gran formato de un plano detallado de los fondos de la Reserva Marina, un encarte de fotografías antiguas de la isla, y una copia en DVD de la película Tabarka, de Domingo Rodes, basada en la conocida novela del escritor alicantino Miguel Signes.

Presentación del n.º 60 de la Revista Canelobre: "Tabarca. Utopía y Realidad"

Índice General de la obra:

GEOGRAFÍA DE UN ENCLAVE SINGULAR
 
Juan Antonio Marco Molina:
Aspectos geográficos del entorno físico: morfología de la costa de Nueva Tabarca. 
 
Gregorio Canales Martínez y Remedios Muñoz Hernández:
Nuevas poblaciones en el sur alicantino. La intervención de la Iglesia en la consolidación de núcleos vecinales, siglo XVIII.

LA CONSTRUCCIÓN DE UNA UTOPÍA 

José Manuel Pérez Burgos:
El sueño de Nueva Tabarca. Un anhelo utópico entre el deseo y la realidad. 
 
Emilio Soler Pascual:
Poblaciones idealizadas y viajeros en la España del XVIII. El caso de Nueva Tabarca.

Enrique Giménez López:
Nueva Tabarca. El lado oscuro del optimismo.

Susana Llorens Ortuño, Santiago Linares Albert y Agustín Medina Ramos:
Fuentes documentales para el conocimiento histórico de Nueva Tabarca.

Marius Beviá y Jaime Giner Martínez:
"Nunc Minerva postea Palas": la ciudad de Nueva Tabarca.

Andrés Martínez Medina:
Los secretos de las piedras: el proceso de intervenciones en la iglesia de Nueva Tabarca.

ACERVO ETNOGRÁFICO TABARQUINO 
 
José Luis González Arpide:
Costumbres y tradiciones de Nueva Tabarca.

Armando Parodi Arróniz:
La almadraba de Tabarca: un medio de vida entre la historia y la leyenda.

Aitor Forcada:
La pesca artesanal en Nueva Tabarca: una alternativa sostenible.

Ángel Arturo Lozano Quijada:
Entre el mar y el cielo. El tercer hito de El Campo: una propuesta contra el olvido.

Francesc Xavier Llorca Ibi:
La llengua tabarquina: de Gènova a Alacant.

José María Vives Ramiro:
La música de tradición oral en la Isla de Nueva Tabarca.

Antonio Ruso:
Pescadores tabarquinos en el Larache, una travesía más allá del Mediterráneo.
 
Fragmento de la Carta Geomarina "Tabarca Insulae",
original de Felio Lozano, incluida como anexo a la obra

EMPÍREO NATURAL Y PARADIGMA DEL PATRIMONIO INTEGRAL 

Alfonso A. Ramos Esplá:
La Reserva Marina de la Isla de Tabarca, una realidad después de un sueño. 
 
Felio Lozano Quijada:
Eunice "La Victoriosa" y el fabuloso viaje submarino de Nueva Tabarca y su Reserva Marina. Reino de Escila, Sueño de Proteo. 
 
Santiago V. Jiménez Gutiérrez:
Especies marinas de alto valor ecológico en Nueva Tabarca: "Posidonia oceanica" y "Pinna nobilis". 
 
Roque Belenguer Barrionuevo:
El ecosistema terrestre tabarquino: avatares e incertidumbre. 
 
Germán M. López Iborra, Antonio Bañuls Patiño y Antonio Zaragozí Llenes:
La migración primaveral de aves en Nueva Tabarca: resultados de cuatro años de proyecto "Piccole isole". 
 
Monique Longerstay:
Legado inmaterial de la aventura histórica de los "tabarchinis". Balance y perspectivas. 
 
Luis Pablo Martínez Sanmartín:
El patrimonio como proceso social. Acerca de la Isla de Nueva Tabarca.

Alfonso Sánchez y Celia Gosálbez:
Nueva Tabarca como recurso educativo. La Educación Ambiental: una "explotación" pedagógica de la naturaleza.

Ricardo Matas Pita:
Nueva Tabarca: un plató cinematográfico anclado en el Mediterráneo.

José Benito Ruiz:
Luces en Nueva Tabarca: la isla en imágenes.

DVD con la película Tabarka, de Domingo Rodes,
basada en la novela Tabarca, de Miguel Signes, que se incluye anexo a la obra

ANEXOS
 

NUEVE CALAS LITERARIAS EN NUEVA TABARCA Y UNA NOTA CERVANTINA.
Un apéndice literario a cargo de Carmen Alemany, Ricardo Matas y Armando Parodi.

TRADICIONES GASTRONÓMICAS TABARQUINAS.
Un apéndice gastronómico a cargo de José Luis González Arpide y Antonio Ruso.
 
LA ESENCIA DE L'ILLA.
Un recorrido por l'Illa en imágenes del siglo XX.
 
PLANO CARTA GEOMARINA "TABARCA INSULAE".
A cargo de Felio Lozano.
 
TABARKA (1996).
Una película de Domingo Rodes.


Dossier de prensa:

Diario Información, 14 de diciembre de 2012: "Canelobre" da luz a los aspectos menos conocidos de Tabarca
elperiodic.com, 14 de diciembre de 2012: El número 60 de la revista Canelobre del Instituto Gil-Albert dedica un monográfico a la Isla de Tabarca

EL PLAN DE PARTICIPACIÓN PÚBLICA

Ya tenemos a nuestra disposición en la página web municipal el Plan de Participación Pública (cuyo título completo podéis ver bajo) en ESTE ENLACE para que todos los ciudadanos de Alicante podamos emitir nuestra opinión sobre un tema tan importante en el futuro de nuestra ciudad. Seguramente habrá más artículos sobre el tema, pero de momento os dejamos unos planos que están en dicha página:
Página inicial de la encuesta.

 Plano general de la zona
Plano concreto de la actuación.
 
Publicado conjuntamente con Alacantí de profit


04 diciembre 2012

EL AMANECER DE LA EDAD MODERNA EN ALICANTE (PARTE 1)


Tiempos modernos.

Los días en que los humanistas restablecieron la vigencia de los clásicos tras la incultura medieval ha pasado ya a la historia de las ideas con el nombre del Renacimiento, un verdadero mito que se propuso atrapar un pasado lejano al servicio de la renovación, antes de que apareciera la idea del progreso. Los florentinos, por ejemplo, intentaron revivir el espíritu pagano sin abdicar de sus costumbres y del cristianismo.

En el Alicante del Cuatrocientos no se verificó una transformación cultural al estilo de Florencia, pero sí una maduración social digna del amanecer de la modernidad, pregonados por varios signos, como los de la técnica y la medida del tiempo. Desde 1459 el molino de viento de Joan Torres ejecutaría sus tareas ante el Tossal, y en 1465 se reparó la Torre del Reloj de nuestro castillo, ya dotado de artillería. Los alicantinos se expresaron en términos bajomedievales, sin disfrazarse de romanos, pero conectaron con el espíritu de renovación de una Europa de redes comerciales cada vez más tupidas y de monarquías cada vez más conscientes de su autoridad. En este tiempo de transición, el linaje de los Trastámara terminó encarnando en la Península Ibérica aquella última fuerza, de tanta trascendencia para la organización comunitaria.

Alicante en la Hispania de los Trastámara. 

Los Trastámaras simbolizan mejor que nadie el afán de poder de la aristocracia ibérica en la Baja Edad Media, enlazando sus ambiciones los distintos reinos hispánicos hasta forjar la unión dinástica de los Reyes Católicos. Cercana a la frontera castellana y abierta al mar, Alicante acusó los conflictos en los que anduvieron los Trastámara a lo largo del siglos XV. Las ambiciones de los Infantes de Aragón tensionaron las relaciones con Castilla, estallando en ocasiones la guerra. Entre 1429 y 1430 nuestra localidad estuvo expuesta a los zarpazos castellanos. Tras la firma de la tregua en 1430 la armada castellana atacó Alicante, siendo derrotada por el intrépido Pere Maça. También nos afectaron las disputas entre la realeza y sus súbditos en la Corona de Aragón. La guerra civil que asoló Cataluña desde 1462 incidió sobre Alicante, pues la ruptura entre Juan II de Aragón y Enrique IV de Castilla, protector ocasional de los insurrectos catalanes, repercutió en la frontera valenciana. En 1463 Novelda y Montfort padecieron una incursión castellana. Asimismo desde tierras de Castilla actuó el señor de Guadalest Joan de Cardona, que tras la renuncia de Enrique IV al título de conde de Barcelona siguió la causa del condestable Pedro de Portugal. Su sucesor en la Barcelona contraria a Juan II, Renato de Anjou, animó el corsarismo en nuestras aguas, y alertó a nuestra plaza en 1469.



Teoría y práctica del cesarismo trastámara. 

Desde su entronización en la Corona de Aragón tras el Compromiso de Caspe (1412) la dinastía trastámara pugnó por ampliar la autoridad real, lo que ocasionó serios problemas en lugares como la Cataluña de la segunda mitad del Cuatrocientos. Algunos autores han hablado de cesarismo al invocarse sus fundamentos en la aplicación del Derecho Romano, si bien también hemos de considerar sus supuestos teológicos, que podemos estudiar muy bien en las declaraciones de motivos de las ordenanzas municipales alicantinas.

Según éstas, Dios confiaba al rey un edicto perpetuo de paz y concordia, que era la base de la virtud moral de la que emanaba el buen gobierno y la riqueza. El monarca, en consecuencia, ejercitaba este bien divino ayudando la disposición natural con su capacidad. Los Trastámara aragoneses, desde Fernando de Antequera a Fernando el Católico, la acreditaron con creces, aprovechando toda oportunidad por difícil que resultara. Siempre tuvieron muy claro su objetivo autoritario, máxime cuando asistieron a la degradación efectiva de la autoridad real en la coetánea Castilla, en la que tanta responsabilidad tuvieron. El modelo jerarquizado de la milicia celestial sirvió a sus intenciones, y animaron la vía judicial para la resolución de los conflictos (las disputas entre banderías desgarraban el cuerpo social cristiano). En 1474 Juan II remitió al municipio alicantino a dilucidar ante su lugarteniente general en el Reino de Valencia, el maestre de Montesa, el litigio por el ejercicio del consulado de castellanos. Fernando el Católico no dudó en seguir un proceso contra Alicante en 1491 por los derechos de entrada y salida. Más que forjadores de nuevas instituciones fueron partidarios de controlar lo más estrictamente las ya existentes a través de personas de confianza, capaces de hacer rendir al Real Patrimonio mayores beneficios. En Alicante el cometido del baile o administrador de los bienes y tributos reales tuvo una gran importancia. En 1445 se observaron con particular atención las debidas seguridades antes de conceder la bailía a Joan Margarit o a su procurador. En 1489 recayó en Alfons Martínez de Vera, caballero de puntilloso sentido de la autoridad: impuso una sanción de 112 sueldos al pescador Daroca en 1490 por palabras injuriosas. La Corte de la bailía, servida por el notario Jaume Puigvert, auxilió su gestión. En el fondo la captación de determinadas voluntades oligárquicas reforzó la imposición de la voluntad real.

La nueva forma de elección municipal. 

Las disputas por el poder local eran moneda corriente en aquellos tiempos. En la Corona de Aragón las luchas de parcialidades enturbiaron la gestión municipal y cuestionaron la paz pública. La dinastía de los Trastámara intentó embridarlas expulsando temporalmente a los más díscolos, aliándose con una de las facciones en pugna, supervisando a través de un oficial como el mestre racional la vida local, y determinando la forma de elección de los candidatos a los oficios municipales. Además de un sistema político era un sistema de acción política, si seguimos las conclusiones de la historiografía más reciente.

La insaculación alteró el precedente sistema de elección. Se aplicó en Játiva en 1427 por primera vez en el Reino de Valencia, ensayándose en Alicante en 1459. Se legitimó con la idea del decreto de la paz divina. La codicia precipitaba a la lucha y al empobrecimiento, y sólo la suerte conducida por la bondad y la sabiduría de Dios lo evitaría. Los magistrados, en conclusión, se escogerían al azar entre un grupo escogido de personas. Detrás de Dios se ocultó un rey deseoso de acrecentar su poder efectivo.

La concesión de tal sistema el 20 de abril de 1459 fue al principio más un ideal que una realidad completa, requiriendo severas puntualizaciones al menos hasta 1566. Los linajes dominantes se comisionaron para hacer (o graduar) una lista de aspirantes a justicia y jurados dentro de un Saco Mayor, y a almotacén, sobrecequiero y clavario en el Menor. Se determinaría si alguien encajaba más en un Saco que en otro por la adjudicación de habas blancas o negras: en caso de primar las blancas se inscribiría en el Mayor. Los Sacos con los nombres de los candidatos se depositaron en una caja guardada en el archivo municipal. Cada 21 de diciembre, festividad de Santo Tomás, todo el consejo se reuniría en Santa María, y la mano inocente de un niño de diez años extraería del Saco Mayor el nombre del justicia. La Vigilia de Pentecostes se haría lo propio con los jurados y el sobrecequiero, en San Miguel con el almotacén, y el cuarto día de febrero con el clavario, exigiéndole fianzas seguras. No se podía ejercer el mismo oficio hasta transcurridos dos años, ejerciendo de consejero durante la espera. El nuevo consejo se componía de los citados oficios y de dieciseis consejeros del Sacro Mayor y ocho del Menor hasta alcanzar los treinta miembros. Con un plazo mínimo de tres meses se obligaba a que poseyeran rocín y armas, a mantener durante la anualidad en curso y la siguiente. Se prohibía la coincidencia de personas de la misma familia en distintos oficios. Los simples abastecedores de víveres y los arrendadores no podían ingresar por razones de honorabilidad caballeresca. Mucho de todo ello fue más teórico que real.

El 18 de julio de 1459 Juan II atendió las primeras quejas sobre los electos tras menos de tres meses de proclamar con solemnidad el carácter irrevocable de las primeras decisiones. Jaume de Seva el Mayor, Lope Ferrández de Mesa, Francesc Burgunyo, Pere Bonivern, Melcior de Vallebrera, Pere Pasqual, Gaspar Rolf y Bernat Martí llenaron fraudulentamente el Saco Mayor con menores de edad, y con vizcaínos, portugueses y franceses ignorantes de idioma y costumbres locales el Menor. Se excluyeron aspirantes cualificados, según denunciaron Jaume Pérez y Jaume Esteve. Los linajes que controlaban Alicante desde hacía más de un siglo se negaron a compartir su poder.

El rey impulsó ese mismo día una comisión formada por Andreu de Seva en representación del Saco Mayor, el maestro de obras Miquel Luqués del Menor, Melcior Vallebrera por los habilitadores y el síndico Joan d´Artés. Se designaron ocho habilitadores o graduadores.

El sistema recibió el 6 de noviembre de 1461 unas pinceladas aconsejadas por la práctica cotidiana, que fueron negociadas por Joan d´Artés y Pere Pasqual. El almotacén de nuestra comercial comunidad ingresó en el Saco Mayor. Los oficiales podrían elegir lugartenientes. Los jurados salientes se convertirían al año siguiente en consejeros automáticamente. En el cuarto día de Cuaresma, cada dos años, se practicaría una nueva promoción a los Sacos. El edificio oligárquico se quiso mantener con puntuales concesiones a los recién llegados a las filas de la fortuna. Sin embargo, la prosecución de los enfrentamientos persuadió a Juan II en el delicado 1464, año de rebelión del Principado contra su autoridad, de depositar una vez más en el baile de la gobernación el nombramiento de los oficios. En mayo de 1468 los prohombres alicantinos pidieron mandar al rey nombres o “cedes” a considerar, en línea con el Maestre Racional de la ciudad de Valencia.

El triunfo final de algunos linajes oligárquicos. 

A partir de 1470 la vida comercial alicantina ganó dinamismo: los salvoconductos de entrada de los mudéjares en la gobernación de Orihuela pasaron de dos en 1469 a veintitres en 1478. Las exacciones que se hicieron en Valencia sobre los productos adquiridos en la feria alicantina de octubre (exenta de peaje y aduana) fueron reclamadas por los síndicos municipales en 1474 y 1488. En este ambiente los linajes dirigentes entraron en un período de paz, que permitió recuperar la insaculación.

En 1471 se acordó escoger los consejeros por parroquias. Los jurados elegirían junto a dos prohombres de cada una dieciseis consejeros de la Mano Mayor (ocho por parroquia) y ocho de la Menor (cuatro en este caso). No se hizo mención de ninguna Mano Media en este punto. Melcior de Vallebrera y Guillem Bernat actuaron por la de Santa María, y en nombre de la de San Nicolás Francesc Burgunyo y Pere Pasqual. Esta alianza entre los prohombres de las dos parroquias se rubricó con la sindicatura extraordinaria de Guillem Bernat y Jaume Pasqual. El 9 de marzo de 1477 formaron parte de una comisión habilitadora junto a Francesc Burgunyo, Pere Pasqual, Melcior de Vallebrera, Joanot de Vallebrera, Miquel Çalort, Francesc Çeller y Bernat de Seva. Sus decisiones contaron con una validez mínima de un sexenio.

La coalición conducida por los Pasqual se impuso finalmente a los Bonivern y los Çalort. Los datos brindados por Bendicho acerca de los titulares del justiciazgo hasta las Germanías lo avalan: Joanes Pasqual en 1475, Joan de Vallebrera en 1484, Joan Ramos en 1487, Antoni Merita en 1488, Pasqual Lillo en 1489, Joan Ramos en 1490, Francesc Portes en 1491, Joanot de Vallebrera en 1492, Joanot Pasqual en 1494, Joan Rolf en 1495, Alfons Martínez de Vera en 1496, Perot Burgunyo en 1501, Perot Pasqual en 1504, Francesc Portes en 1505, Joan Rius de Vallebrera en 1506, Perot Seva en 1507, Gaspar Seva en 1507, Gaspar Seva en 1510, Pere Martínez de Vera en 1511, Martí Ferrández de Mesa en 1512, Ferran Portes en 1518 y Francesc Bernat en 1519.

Se asimiló a los recién llegados más afortunados. Los Martínez de Vera, según ya tratamos en otro artículo, procedían de la baronía de Cocentaina tras una azarosa trayectoria política y familiar. Sirvieron en las campañas italianas de Alfonso el Magnánimo y en la bailía alicantina, sin desdeñar los negocios mercantiles. Los Rotlà, llegados de la baronía de Planes (donde sirvieron en la administración señorial), entroncaron con los Burgunyo y los Rebolledo. Los Lillo posiblemente procedieron de tierras toledanas e hicieron fortuna con la ayuda del ejercicio de la notaría desde 1425. Los Ramos escalaron posiciones desde la zona de Muchamiel.

Familia, oficio y negocio dibujaron un círculo compacto de promoción social. Asimismo, la expansión urbana de Alicante aprovechó a constructores, notarios y labradores. La otra cara de la moneda la ofrecieron los linajes en retroceso. Entre 1474 y 1480 los Artés perdieron la sindicatura y la posibilidad de ejercer el consulado de los castellanos. Sus divisiones internas les pasaron factura. Al igual que los Bonivern, no tuvieron más remedio que pedir dinero prestado a los Rebolledo. Los Rolf y los Ferrández de Mesa consiguieron ciertas distinciones. De todos modos un símbolo de los nuevos tiempos fue la adquisición del señorío de Busot, Aguas y Barañes por los Martínez de Vera a los Ferrández de Mesa en 1475.

Guerra y comercio. 

La guerra de conquista de la temida Granada nazarí y las campañas del Norte de África animaron las transacciones esclavistas en particular y el comercio alicantino en general. La conquista de Orán en 1509 comportó el desembarco de un nutrido grupo de esclavos. En 1510 el conquistador de Mazalquivir, el alcalde de los donceles don Diego Hernández de Córdoba, solicitó provisiones de Alicante, pagadas como limosna a la fábrica de Nuestra Señora de Gracia. La compañía del caballero santiaguista Francesc de Vallebrera lo secundó en la empresa de Tremecén. Aquellas jornadas de conquista parecían abrir las puertas del Norte de África a los naturales de la Corona de Aragón, que esperaban satisfacer el deseo de expansión consignado en el tratado de Monteagudo entre Jaime II y Sancho IV de Castilla en 1291.

 Jaime II

Se persiguió en la medida de lo posible todo fraude e infracción, pues desde las embarcaciones se vendieron en el mar esclavos para evitar toda tributación. En 1490 Pere Ferrándiz compró un esclavo negro con la condición que su vendedor no pagara derecho alguno por desembarcarlo de su nave ligera o “fusta”. El baile general del Reino protestó en 1509 del cobro indebido de derechos sobre los esclavos por parte del baile alicantino, que se defendió esgrimiendo la autonomía de la gobernación de Orihuela y la oportunidad de incrementar el Real Patrimonio. A partir 1490 el rey don Fernando concedió a la bailía alicantina la percepción del derecho del “mollatge”. Una vez pagadas las pensiones de los censales, se destinaron las ¾ partes de su producto a la reparación y a la conservación del muelle. Las embarcaciones pudieron acercarse desde la playa del Bavel a las inmediaciones del Benacantil con mayor seguirdad. La cuarta parte restante se dedicó al castillo. A partir de 1495 se ofrecieron de 2 a 4 ducados en concepto simbólico de “exarich”, en recuerdo de la antigua obligación de los mudéjares alicantinos arrendatarios de tierras de contribuir a las obras de defensa.

El mantenimiento del castillo y las murallas impusieron desde mediados del siglo XIII una severa carga, agravada con las exigencias derivadas de la aplicación de la artillería. Antes de 1490 parte de los emolumentos de la corte civil y criminal se invirtieron en las obras de reparación del castillo. La carencia de arrendadores entre 1487 y 1490 determinó la concesión del “mollatge” ya comentada, pues las necesidades eran de gran importancia. En el mismo 1490 se destinaron 2.740 sueldos para la reparación de las torres del castillo, 1.570 para sus torres de vigia y aljibe, 1.295 para su torre del homenaje, 300 para dispendios de obras, 135 para provisión de pólvora, 120 para su molino, 90 para la adquisición de una bandera y 50 por la ordenación de capítulos. Entre 1491 y 1501 el “mollatge” rentó un total de 26.071 sueldos, de los que se dedicaron 10.120 a pagar los censales pendientes. De los restantes 15.951 quedarían 3.988 para el castillo, faltando 2.276 para completar lo presupuestado en 1490. En esta situación la puerta estuvo abierta al endeudamiento.

La expansión mercantil posibilitó la concertación de nuevos préstamos y la atracción de todo género de negociantes. Disponemos de una serie de indicadores para valorar el impulso comercial de Alicante. El “mollatge” pasó de los 1.270 sueldos en 1491 a los 2.940 en 1501, incrementándose sus sumas en 1496-97, cuando se trasladó la fecha de su arrendamiento de San Miguel a final de año. El derecho de las cosas vedadas ascendió de los 120 sueldos de 1489 a los 302 de 1547. Los ingresos de la aduana real saltaron espectacularmente de los 3.001 sueldos de 1489 a los 11.000 de 1547. La aduana de Montfort pasó en el mismo período de los 82 a los 240 sueldos. El derecho del almojarifazgo de Orihuela en cambio se mantuvo en unos niveles mucho más discretos: sus 5.020 sueldos de 1490 se convirtieron en 5.700 en 1547. En el alba de la Modernidad emergía con dinamismo la vocación comercial alicantina.

Ya entre 1468 y 1490 habían ganado terreno las importaciones de manufacturas con destino a Castilla, una tendencia que se reforzaría en los años siguientes, a la par que Alicante se convertiría en un importante puerto de embarque de las lanas castellanas hacia Italia. Nuestro vino blanco y especialmente el tinto se consumió en los Países Bajos, Inglaterra y Escocia. Las naves italianas, portuguesas, vizcaínas y flamencas fondearon en nuestro puerto, imbricándose en nuestra vida local. Los portugueses trajeron esclavos que fueron vendidos en Jijona y en Alcoy. El portugués don Diego López arrendó la aduana y las cosas vedadas en 1489. El bilbaíno Ochoa García fue sancionado por el baile en represalia del embargo a la compañía de Felip Infant en una época en la que no existían tribunales de comercio comunes y las diferencias entre los territorios hispánicos todavía estaban muy vivas.

Continua AQUÍ

VÍCTOR MANUEL 
GALÁN TENDERO
Fotos: Alicante Vivo

 
La Asociación Cultural Alicante Vivo se reserva el derecho de moderación, eliminación de comentarios malintencionados, con lenguaje ofensivo o spam. Las opiniones aquí vertidas por terceras personas no representan a la Asociación Cultural Alicante Vivo.