EL ABOGADO
No obstante su intensa actividad en los ámbitos culturales e institucionales, de los que hemos dejado pálido testimonio, su medio de vida, como acabamos de apuntar, fue la profesión de abogado; fuente, además, de satisfacciones, pero también de sinsabores.
Finalizada con brillantez la carrera de Derecho, inmediatamente, en 1896, causó alta en el Colegio de Abogados de Alicante y al poco tiempo empezó a destacar como abogado criminalista, cuya oratoria -dicen- encandilaba a los propios magistrados. Fue celebre en su día la defensa que hizo de su correligionario -y, sin embargo, adversario por sus diferencias estratégicas- el popular doctor Rico, encausado por negarse a prestar juramento -con ocasión de comparecer como testigo en una causa- por motivos de conciencia o convicciones, amparado en la Constitución.
Su bufete, además de próspero fue también magistral: en él se ejercitaron otras figuras de los estrados alicantinos, como José María Ruiz Pérez-Águila, José Manuel Gomis Iborra o, el que luego sería su yerno, gran abogado también y político, Antonio Pérez Torreblanca, que llegó a ser diputado, Director General de Agricultura y Consejero de Estado.
Accedió al Decanato del Ilustre Colegio de Abogados de Alicante por primera vez, de forma accidental, cuando, siendo vocal (diputado primero) de su Junta de Gobierno, falleció el Decano Rafael Beltrán Ausó. Permaneció en el cargo entre el 25 de diciembre de 1925 y el 13 de junio de 1926, en que fue elegido Antonio Martínez Torrejón en unas elecciones a las que también se presentó y perdió Guardiola.
De nuevo, en 1936, José Guardiola accedió al Decanato del Colegio de Abogados. Fue el treinta y uno de julio, cuando los colegiados de izquierdas celebraron una asamblea para destituir a la Junta de Gobierno de sus cargos y el Gobierno Civil ratificó sus resoluciones, nombrando Decano a Guardiola Ortiz. No volverían a celebrarse elecciones para este cargo hasta 1952.
Durante este período y hasta la finalización de la guerra civil, el Decano Guardiola se debatió frecuentemente entre presiones, dadas las anormales circunstancias reinantes, por una parte, y su carácter recto, cumplidor de la legalidad vigente... atemperada por las virtudes de la equidad, la ética civil y la dignidad humana que le adornaron, como el hombre de orden, honesto, culto y liberal que fue, por otra. Desde luego, los propósitos de su mandato no dejaban lugar a dudas: en la Circular de la Junta de Gobierno del Colegio, del día de su constitución, se expresa la “incondicional adhesión a las Instituciones constitucionales del país y su resolución de colaborar con las autoridades para restablecer la legalidad republicana perturbada…” y “velar escrupulosamente por que el ejercicio de la abogacía goce de las prerrogativas que legalmente tiene otorgadas”.
Lejos de todo sectarismo se distinguió personalmente por ejercer la defensa, ante los Tribunales Populares, de todo aquél que lo requirió y es sintomático de su talla humana e independencia profesional que uno de sus defendidos, no obstante las diferencias políticas que les separaban, fue un joven falangista: Agatángelo Soler Llorca (el recordado Alcalde de Alicante de 1954 a 1963), que nunca lo olvidó: “conocí yo, de pequeño a Guardiola... Posteriormente, y en momentos políticos muy duros para mí, en 1938, actuó, como letrado, en mi defensa. Tuve el honor de corresponder, haciendo yo de valedor suyo, escasamente un año después” (pórtico de la edición, realizada a sus expensas en 1972, de las obras de Guardiola Gastronomía alicantina y Conduchos de Navidad).
Así las cosas, llegó el fin de la guerra civil y con él la destitución gubernativa del cargo de Decano, sustituido al frente del Colegio por Ambrosio Luciáñez Riesco, que también se posesionaría de la Alcaldía el mismo 1º de abril de 1939. Juzgado por un Tribunal Militar en el Salón Azul del Ayuntamiento, por responsabilidades políticas, distintos avales (Arzobispado de Valladolid, periódico El Norte de Castilla de la capital castellana (con cuyo director, Francisco de Cossío, también había trabado amistad), monjas de la misma ciudad, Agatángelo Soler en Alicante, etc.) le evitaron penas mayores, pero no su confinamiento en su domicilio de la playa de San Juan, paulatinamente atenuado.
Unos meses después, una orden ministerial de 12 de septiembre ordena la depuración de los miembros de los Colegios profesionales sobre la base de un cuestionario que todos los colegiados debían cumplimentar y, en función de su resultado, un Tribunal instructor compuesto por tres colegiados practicaba las diligencias sobre aquellos que eran sometidos a la segunda fase de depuración y proponía la resolución que entendía pertinente. Tras la instrucción del expediente que afectó a Don José Guardiola Ortiz, se resolvió su expulsión del Colegio y, por lo tanto, su inhabilitación para el ejercicio de la abogacía, que ratificó, en el correspondiente recurso del interesado, la Sala de Gobierno del Tribunal Supremo, el 6 de agosto de 1942, por estimar su conducta “antipatriótica y contraria en todo al Glorioso Movimiento Nacional… exteriorizada desde mucho antes de surgir aquél e intensificada gravemente en el período rojo”.
Y ello después de haberse acreditado en el expediente la intachable conducta profesional de Guardiola, que defendió ante los Tribunales Populares, sin distinción de ideologías, a cuantos requirieron sus servicios profesionales, como los militares alicantinos sometidos a juicio por haberse sumado a la rebelión, por lo que precisó protección policial y sufrió actos vandálicos en sus posesiones. Él, que siempre defendió al acusado y dio asilo al perseguido.
El 23 de enero de 1946 Guardiola solicita a la Junta de Gobierno su reincorporación al Colegio, el único, entre las corporaciones profesionales alicantinas, que acordó la expulsión de algunos de sus miembros. El entonces Decano, Don Ricardo Pérez Lassaletta, de acuerdo con su Junta de Gobierno, resuelve la revisión del expediente y designa para ello a un nuevo Instructor, el colegiado Enrique Sala Mira (no el mismo que propuso la expulsión, como alguien sugirió), quien, tras el estudio de los antecedentes, se pronuncia en los siguientes términos: “Que a pesar de estar plenamente probado que José Guardiola Ortiz fue siempre republicano, militante de partidos de izquierda en el amplio sentido de la palabra, no es menos cierto que ha sido uno de esos republicanos rebotados de la generación del 73 (del siglo XIX) que creían de buena fe que en España era posible una república de orden. Que igualmente su actuación durante la pasada dominación roja no fue de persecución contra los abogados derechistas sino de apoyo a los mismos, defendiendo con gran tesón y aun con riesgo de su libertad y su vida a los militares alicantinos, así como a otras personas que hubieron de comparecer ante los tribunales marxistas. Que por estas razones… es por lo que el juez que suscribe estima suficientemente sancionado a Guardiola, a quien se le deben abrir de nuevo las puertas de nuestro Colegio”.
Y así se acordó el 13 de julio de 1946. Inmediatamente, se formó una comisión que había de desplazarse al domicilio del ilustre Letrado para comunicarle la buena noticia. Cuando sus miembros, abogados amigos, llegaron a la plaza de Gabriel Miró su alegría se tornó desolación al encontrar a Guardiola de cuerpo presente: acababa de fallecer. La toga y el birrete, preceptiva indumentaria de la profesión en los actos formales de su ejercicio, cubrieron el féretro.
EL POLÍTICO
Como el mismo Letrado instructor que propuso la rehabilitación de Guardiola dijo en su propuesta, éste, en su calidad de republicano, pertenecía –tardíamente debido a su juventud, pues nació justamente en vísperas del fracaso de la experiencia republicana de 1873- a la saga de los ilustres prohombres que, desde el antiguo liberalismo político -del que Alicante había hecho profesión de fe a lo largo de todo el siglo diecinueve- precipitado en progresismo y democratismo, veían en esa forma de Estado un remedio para los ancestrales defectos de una dinastía que había acabado en el exilio y cuya Restauración (1874) rechazaban. Y ello era así porque los ideales republicanos del momento eran sinónimo de democracia, progreso y modernidad y nuestro personaje se adornaba de las virtudes del trabajo, de la igualdad y la superación personal. Un digno sucesor de Eleuterio Maisonnave, que había mantenido viva la tradición republicana de Alicante, fallecido en 1890, cuando Guardiola contaba dieciocho años.
Así pues, a lo largo del último decenio del siglo XIX y primero del XX, cuando el republicanismo naufragaba en la atonía por la extrema dispersión de sus fuerzas, Guardiola se erige en uno de los paladines de su recuperación, dentro de la tendencia posibilista de Emilio Castelar (uno de los cuatro Presidentes de aquella efímera I República) y, en Alicante, de Maisonnave.
Pero a partir de 1895 -con un Castelar retirado de la política cinco años antes- se orienta hacia la concepción centralista republicana de Nicolás Salmerón (otro de aquellos cuatro Presidentes), liderada en Alicante por José Ausó Arenas, quien, de acuerdo con Salmerón funda en 1897 el nuevo Partido Republicano Único o Fusión Republicana, al que apoyó Guardiola desde la dirección del periódico El Republicano, y que sufrió dos refundaciones (1900, 1903) hasta dar en la Unión Republicana.
Es a partir de 1897 cuando Guardiola entra a formar parte del Consistorio alicantino, en el que permanecerá ininterrumpidamente hasta la implantación de la dictadura de Primo de Rivera en 1923, resultando reelegido Concejal en 1901, 1905, 1909, 1913, 1917 y 1922. De 1897 hasta 1905 concurre como candidato independiente y se convierte en un referente del republicanismo alicantino.
De 1903 data la única tentativa de Guardiola de obtener un acta de diputado del Congreso, a cuyas elecciones concurrió también como republicano independiente, no resultando elegido. Posteriormente, se integró en el Partido Republicano Radical Socialista, que capitaneaba, en el ámbito nacional, el futuro ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes de uno de los Gobiernos de la II República Marcelino Domingo.
Los Concejales de la Conjunción republicano-socialista de
1909-1911. De pie,por la izquierda, el cuarto es Bono Luque,
que inauguró el Mercado Central de Abastos como alcalde en 1922.
Sentados, por la izquierda, el primero, Lorenzo Carbonell, el tercero,
Guardiola Ortiz, y el cuarto, el doctor Rico
(Del libro “Lorenzo Carbonell, Alcalde popular de Alicante”)
En 1908, con la fundación del Partido Republicano Radical por Alejandro Lerroux, con un nuevo modo de acción política, tiene lugar una dinamización de las corrientes antidinásticas que cristaliza en formaciones electorales con la denominación de Conjunción republicano-socialista. Dentro de esta coalición electoral concurre, de nuevo, a las elecciones municipales en 1909 (Distrito VI, Santa María), formación que alcanza un notable resultado y en la que figuran otros republicanos históricos, como Carbonell, Bono, Rico, Oarrichena, etc. Es precisamente con el famoso doctor Rico, dentro del profundo respeto y admiración que ambos se profesan, con el que se produce una fisura en los planteamientos que debe adoptar la formación y que darán lugar a enfrentamientos y conciliaciones, erigiéndose cada uno en cabeza de una facción: Guardiola, la centralista o radical; Rico, la autónoma o localista.
Repite acta de Concejal en 1913 por el Distrito I, Casas Consistoriales, y en 1917 por el mismo distrito, pero encuadrado como independiente en una nueva coalición: Alianza de Izquierdas. Y en 1922, por el Partido Radical Socialista.
Tras el interregno electoral de la dictadura de Primo de Rivera, concurre, otra vez como independiente, a las elecciones municipales del 12 de abril de 1931, en la que de nuevo obtiene acta de Concejal.
Pero esas elecciones han traído aparejada, además, otra forma de Estado: la República, y Guardiola, republicano histórico, es reclamado por el nuevo régimen para un cargo de confianza: Gobernador Civil de Valladolid, por lo que abandona el Ayuntamiento al poco tiempo, y ya no volverá, pues en 1933 renuncia al acta de Concejal.
El desarrollo de los avatares partidistas durante el período republicano, en el que la formación Radical Socialista se fusionó con el partido Acción Republicana de Manuel Azaña, fusión que precipitó en el llamado Izquierda Republicana, llevó a Guardiola Ortiz a encuadrarse en este último.
Durante el desempeño del cargo de Gobernador Civil en Valladolid - donde permaneció hasta 1934, en que la conjunción de centro-derecha Partido Radical-C.E.D.A. accedió al gobierno central- impidió, como el hombre tolerante y bueno que era y con el solo uso de su elocuencia, el incendio de la catedral por elementos incontrolados, con riesgo para su persona, pues se interpuso físicamente entre la masa y el pórtico con la única protección de dos agentes voluntarios de la Guardia Civil. Esta acción le fue agradecida por el Arzobispo Don Remigio Gandásegui y Gorrochátegui, con un abrazo en el Gobierno Civil, al que se desplazó vestido de paisano; de este encuentro surgió una sólida amistad personal.
Aquel gesto heroico no fue el único pues también salvó la vida de muchas personas, perseguidas en aquel momento por sus ideas, en especial, la de las religiosas de un convento, que tomó bajo su personal protección, y que fueron las primeras en transmitir su pésame a la familia cuando conocieron su fallecimiento, así como también lo hicieron muchos seglares de la capital castellana, agradecidos o, simplemente, en reconocimiento de su ejemplar actuación al frente del cargo.
LES FOGUERES
José Guardiola vió surgir los primeros monumentos fogueriles y participó activamente en la Festa colaborando en ocasiones con el médico, poeta y foguerer Ángel Pascual Devesa que fue Presidente de la Comisión Gestora de Alicante. Buena prueba de su identificación con estas fiestas populares son la difusión que hizo por medio de la radio, de artículos en revistas, publicaciones y discursos como el que en 1933 realizó en el Teatro Principal de Valencia dedicando una parte del mismo a Les Fogueres.
Su publicación Después de les Fogueres, que recoge su intervención en Radio Alicante el 6 de julio de 1934, constituye un magnífico documento en que nuestro ilustre alicantino recrea con gran detalle su conocimiento y pasión por la Festa. En él informaba de los orígenes en tiempo remotos de las hogueras de San Juan, de las costumbres y festejos populares haciendo un recorrido de les festes de carrer, charamita y tabalet, colgaduras y guirnaldas, cucañas, reparto del pan quemao, danzas, y el muñeco colgado con la figura del zapatero remendón del barrio; de otra figura femenina con avanzadas señales de maternidad y redondeces y otras de intencionada malicia. Se extendió asimismo en les bous de corda y les piules, tróns y cuets borrachos, y les coques en toñina, y exhortaba a que “los buenos alicantinos desde su órbita social o profesional hicieran cuanto en su mano esté para que estas fiestas, adscritas de tal suerte al sentimiento y entusiasmo popular no solo se afiancen sino que perfeccionen y acrezcan en magnitud e importancia”. También recomendaba “que el motivo de la foguera tendiera a ponerse en consonancia con la popularidad de la fiesta, y, dada la naturaleza de la obra, a que en ella campee la ingeniosidad y el humorismo...” No olvidó otros aspectos como el desfile de bellees, el pregón, y un canto al optimismo, tan innato en él.
Una buena prueba de su enraizamiento y amor a la Festa es que doce años mas tarde, en enero de 1946, seis meses antes de su muerte, escribió un extraordinario trabajo titulado Falles y Fogueres del que se conserva copia del manuscrito. He aquí su última página: “... En punto la media noche queda la ciudad completamente a oscuras y desde la cima del Benacantil se eleva un enorme haz de cohetes, que, rasgando las negruras del espacio, al llegar a lo alto estallan en lluvia de luces de colores, que son flores y estrellas de vistosa
policromía, y caen languideciendo formando gigantesca palmera que dosela la ciudad y se refleja en las quietas aguas de la bahía... al propio tiempo que suenan las músicas y braman las sirenas y ensordece el estampido de las tracas, y arden las hogueras formando un halo rojizo y chispeante en las alturas, y clamorea entusiásticamente la muchedumbre que siente el racial impulso atávico de rendirse a la adoración del fuego y enardecerse con el humo y el tronar de la pólvora!”
No obstante su intensa actividad en los ámbitos culturales e institucionales, de los que hemos dejado pálido testimonio, su medio de vida, como acabamos de apuntar, fue la profesión de abogado; fuente, además, de satisfacciones, pero también de sinsabores.
Finalizada con brillantez la carrera de Derecho, inmediatamente, en 1896, causó alta en el Colegio de Abogados de Alicante y al poco tiempo empezó a destacar como abogado criminalista, cuya oratoria -dicen- encandilaba a los propios magistrados. Fue celebre en su día la defensa que hizo de su correligionario -y, sin embargo, adversario por sus diferencias estratégicas- el popular doctor Rico, encausado por negarse a prestar juramento -con ocasión de comparecer como testigo en una causa- por motivos de conciencia o convicciones, amparado en la Constitución.
Su bufete, además de próspero fue también magistral: en él se ejercitaron otras figuras de los estrados alicantinos, como José María Ruiz Pérez-Águila, José Manuel Gomis Iborra o, el que luego sería su yerno, gran abogado también y político, Antonio Pérez Torreblanca, que llegó a ser diputado, Director General de Agricultura y Consejero de Estado.
Accedió al Decanato del Ilustre Colegio de Abogados de Alicante por primera vez, de forma accidental, cuando, siendo vocal (diputado primero) de su Junta de Gobierno, falleció el Decano Rafael Beltrán Ausó. Permaneció en el cargo entre el 25 de diciembre de 1925 y el 13 de junio de 1926, en que fue elegido Antonio Martínez Torrejón en unas elecciones a las que también se presentó y perdió Guardiola.
De nuevo, en 1936, José Guardiola accedió al Decanato del Colegio de Abogados. Fue el treinta y uno de julio, cuando los colegiados de izquierdas celebraron una asamblea para destituir a la Junta de Gobierno de sus cargos y el Gobierno Civil ratificó sus resoluciones, nombrando Decano a Guardiola Ortiz. No volverían a celebrarse elecciones para este cargo hasta 1952.
Durante este período y hasta la finalización de la guerra civil, el Decano Guardiola se debatió frecuentemente entre presiones, dadas las anormales circunstancias reinantes, por una parte, y su carácter recto, cumplidor de la legalidad vigente... atemperada por las virtudes de la equidad, la ética civil y la dignidad humana que le adornaron, como el hombre de orden, honesto, culto y liberal que fue, por otra. Desde luego, los propósitos de su mandato no dejaban lugar a dudas: en la Circular de la Junta de Gobierno del Colegio, del día de su constitución, se expresa la “incondicional adhesión a las Instituciones constitucionales del país y su resolución de colaborar con las autoridades para restablecer la legalidad republicana perturbada…” y “velar escrupulosamente por que el ejercicio de la abogacía goce de las prerrogativas que legalmente tiene otorgadas”.
Lejos de todo sectarismo se distinguió personalmente por ejercer la defensa, ante los Tribunales Populares, de todo aquél que lo requirió y es sintomático de su talla humana e independencia profesional que uno de sus defendidos, no obstante las diferencias políticas que les separaban, fue un joven falangista: Agatángelo Soler Llorca (el recordado Alcalde de Alicante de 1954 a 1963), que nunca lo olvidó: “conocí yo, de pequeño a Guardiola... Posteriormente, y en momentos políticos muy duros para mí, en 1938, actuó, como letrado, en mi defensa. Tuve el honor de corresponder, haciendo yo de valedor suyo, escasamente un año después” (pórtico de la edición, realizada a sus expensas en 1972, de las obras de Guardiola Gastronomía alicantina y Conduchos de Navidad).
Así las cosas, llegó el fin de la guerra civil y con él la destitución gubernativa del cargo de Decano, sustituido al frente del Colegio por Ambrosio Luciáñez Riesco, que también se posesionaría de la Alcaldía el mismo 1º de abril de 1939. Juzgado por un Tribunal Militar en el Salón Azul del Ayuntamiento, por responsabilidades políticas, distintos avales (Arzobispado de Valladolid, periódico El Norte de Castilla de la capital castellana (con cuyo director, Francisco de Cossío, también había trabado amistad), monjas de la misma ciudad, Agatángelo Soler en Alicante, etc.) le evitaron penas mayores, pero no su confinamiento en su domicilio de la playa de San Juan, paulatinamente atenuado.
Unos meses después, una orden ministerial de 12 de septiembre ordena la depuración de los miembros de los Colegios profesionales sobre la base de un cuestionario que todos los colegiados debían cumplimentar y, en función de su resultado, un Tribunal instructor compuesto por tres colegiados practicaba las diligencias sobre aquellos que eran sometidos a la segunda fase de depuración y proponía la resolución que entendía pertinente. Tras la instrucción del expediente que afectó a Don José Guardiola Ortiz, se resolvió su expulsión del Colegio y, por lo tanto, su inhabilitación para el ejercicio de la abogacía, que ratificó, en el correspondiente recurso del interesado, la Sala de Gobierno del Tribunal Supremo, el 6 de agosto de 1942, por estimar su conducta “antipatriótica y contraria en todo al Glorioso Movimiento Nacional… exteriorizada desde mucho antes de surgir aquél e intensificada gravemente en el período rojo”.
Y ello después de haberse acreditado en el expediente la intachable conducta profesional de Guardiola, que defendió ante los Tribunales Populares, sin distinción de ideologías, a cuantos requirieron sus servicios profesionales, como los militares alicantinos sometidos a juicio por haberse sumado a la rebelión, por lo que precisó protección policial y sufrió actos vandálicos en sus posesiones. Él, que siempre defendió al acusado y dio asilo al perseguido.
El 23 de enero de 1946 Guardiola solicita a la Junta de Gobierno su reincorporación al Colegio, el único, entre las corporaciones profesionales alicantinas, que acordó la expulsión de algunos de sus miembros. El entonces Decano, Don Ricardo Pérez Lassaletta, de acuerdo con su Junta de Gobierno, resuelve la revisión del expediente y designa para ello a un nuevo Instructor, el colegiado Enrique Sala Mira (no el mismo que propuso la expulsión, como alguien sugirió), quien, tras el estudio de los antecedentes, se pronuncia en los siguientes términos: “Que a pesar de estar plenamente probado que José Guardiola Ortiz fue siempre republicano, militante de partidos de izquierda en el amplio sentido de la palabra, no es menos cierto que ha sido uno de esos republicanos rebotados de la generación del 73 (del siglo XIX) que creían de buena fe que en España era posible una república de orden. Que igualmente su actuación durante la pasada dominación roja no fue de persecución contra los abogados derechistas sino de apoyo a los mismos, defendiendo con gran tesón y aun con riesgo de su libertad y su vida a los militares alicantinos, así como a otras personas que hubieron de comparecer ante los tribunales marxistas. Que por estas razones… es por lo que el juez que suscribe estima suficientemente sancionado a Guardiola, a quien se le deben abrir de nuevo las puertas de nuestro Colegio”.
Y así se acordó el 13 de julio de 1946. Inmediatamente, se formó una comisión que había de desplazarse al domicilio del ilustre Letrado para comunicarle la buena noticia. Cuando sus miembros, abogados amigos, llegaron a la plaza de Gabriel Miró su alegría se tornó desolación al encontrar a Guardiola de cuerpo presente: acababa de fallecer. La toga y el birrete, preceptiva indumentaria de la profesión en los actos formales de su ejercicio, cubrieron el féretro.
EL POLÍTICO
Como el mismo Letrado instructor que propuso la rehabilitación de Guardiola dijo en su propuesta, éste, en su calidad de republicano, pertenecía –tardíamente debido a su juventud, pues nació justamente en vísperas del fracaso de la experiencia republicana de 1873- a la saga de los ilustres prohombres que, desde el antiguo liberalismo político -del que Alicante había hecho profesión de fe a lo largo de todo el siglo diecinueve- precipitado en progresismo y democratismo, veían en esa forma de Estado un remedio para los ancestrales defectos de una dinastía que había acabado en el exilio y cuya Restauración (1874) rechazaban. Y ello era así porque los ideales republicanos del momento eran sinónimo de democracia, progreso y modernidad y nuestro personaje se adornaba de las virtudes del trabajo, de la igualdad y la superación personal. Un digno sucesor de Eleuterio Maisonnave, que había mantenido viva la tradición republicana de Alicante, fallecido en 1890, cuando Guardiola contaba dieciocho años.
Así pues, a lo largo del último decenio del siglo XIX y primero del XX, cuando el republicanismo naufragaba en la atonía por la extrema dispersión de sus fuerzas, Guardiola se erige en uno de los paladines de su recuperación, dentro de la tendencia posibilista de Emilio Castelar (uno de los cuatro Presidentes de aquella efímera I República) y, en Alicante, de Maisonnave.
Pero a partir de 1895 -con un Castelar retirado de la política cinco años antes- se orienta hacia la concepción centralista republicana de Nicolás Salmerón (otro de aquellos cuatro Presidentes), liderada en Alicante por José Ausó Arenas, quien, de acuerdo con Salmerón funda en 1897 el nuevo Partido Republicano Único o Fusión Republicana, al que apoyó Guardiola desde la dirección del periódico El Republicano, y que sufrió dos refundaciones (1900, 1903) hasta dar en la Unión Republicana.
Es a partir de 1897 cuando Guardiola entra a formar parte del Consistorio alicantino, en el que permanecerá ininterrumpidamente hasta la implantación de la dictadura de Primo de Rivera en 1923, resultando reelegido Concejal en 1901, 1905, 1909, 1913, 1917 y 1922. De 1897 hasta 1905 concurre como candidato independiente y se convierte en un referente del republicanismo alicantino.
De 1903 data la única tentativa de Guardiola de obtener un acta de diputado del Congreso, a cuyas elecciones concurrió también como republicano independiente, no resultando elegido. Posteriormente, se integró en el Partido Republicano Radical Socialista, que capitaneaba, en el ámbito nacional, el futuro ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes de uno de los Gobiernos de la II República Marcelino Domingo.
Los Concejales de la Conjunción republicano-socialista de
1909-1911. De pie,por la izquierda, el cuarto es Bono Luque,
que inauguró el Mercado Central de Abastos como alcalde en 1922.
Sentados, por la izquierda, el primero, Lorenzo Carbonell, el tercero,
Guardiola Ortiz, y el cuarto, el doctor Rico
(Del libro “Lorenzo Carbonell, Alcalde popular de Alicante”)
En 1908, con la fundación del Partido Republicano Radical por Alejandro Lerroux, con un nuevo modo de acción política, tiene lugar una dinamización de las corrientes antidinásticas que cristaliza en formaciones electorales con la denominación de Conjunción republicano-socialista. Dentro de esta coalición electoral concurre, de nuevo, a las elecciones municipales en 1909 (Distrito VI, Santa María), formación que alcanza un notable resultado y en la que figuran otros republicanos históricos, como Carbonell, Bono, Rico, Oarrichena, etc. Es precisamente con el famoso doctor Rico, dentro del profundo respeto y admiración que ambos se profesan, con el que se produce una fisura en los planteamientos que debe adoptar la formación y que darán lugar a enfrentamientos y conciliaciones, erigiéndose cada uno en cabeza de una facción: Guardiola, la centralista o radical; Rico, la autónoma o localista.
Repite acta de Concejal en 1913 por el Distrito I, Casas Consistoriales, y en 1917 por el mismo distrito, pero encuadrado como independiente en una nueva coalición: Alianza de Izquierdas. Y en 1922, por el Partido Radical Socialista.
Tras el interregno electoral de la dictadura de Primo de Rivera, concurre, otra vez como independiente, a las elecciones municipales del 12 de abril de 1931, en la que de nuevo obtiene acta de Concejal.
Pero esas elecciones han traído aparejada, además, otra forma de Estado: la República, y Guardiola, republicano histórico, es reclamado por el nuevo régimen para un cargo de confianza: Gobernador Civil de Valladolid, por lo que abandona el Ayuntamiento al poco tiempo, y ya no volverá, pues en 1933 renuncia al acta de Concejal.
El desarrollo de los avatares partidistas durante el período republicano, en el que la formación Radical Socialista se fusionó con el partido Acción Republicana de Manuel Azaña, fusión que precipitó en el llamado Izquierda Republicana, llevó a Guardiola Ortiz a encuadrarse en este último.
Durante el desempeño del cargo de Gobernador Civil en Valladolid - donde permaneció hasta 1934, en que la conjunción de centro-derecha Partido Radical-C.E.D.A. accedió al gobierno central- impidió, como el hombre tolerante y bueno que era y con el solo uso de su elocuencia, el incendio de la catedral por elementos incontrolados, con riesgo para su persona, pues se interpuso físicamente entre la masa y el pórtico con la única protección de dos agentes voluntarios de la Guardia Civil. Esta acción le fue agradecida por el Arzobispo Don Remigio Gandásegui y Gorrochátegui, con un abrazo en el Gobierno Civil, al que se desplazó vestido de paisano; de este encuentro surgió una sólida amistad personal.
Aquel gesto heroico no fue el único pues también salvó la vida de muchas personas, perseguidas en aquel momento por sus ideas, en especial, la de las religiosas de un convento, que tomó bajo su personal protección, y que fueron las primeras en transmitir su pésame a la familia cuando conocieron su fallecimiento, así como también lo hicieron muchos seglares de la capital castellana, agradecidos o, simplemente, en reconocimiento de su ejemplar actuación al frente del cargo.
LES FOGUERES
José Guardiola vió surgir los primeros monumentos fogueriles y participó activamente en la Festa colaborando en ocasiones con el médico, poeta y foguerer Ángel Pascual Devesa que fue Presidente de la Comisión Gestora de Alicante. Buena prueba de su identificación con estas fiestas populares son la difusión que hizo por medio de la radio, de artículos en revistas, publicaciones y discursos como el que en 1933 realizó en el Teatro Principal de Valencia dedicando una parte del mismo a Les Fogueres.
Su publicación Después de les Fogueres, que recoge su intervención en Radio Alicante el 6 de julio de 1934, constituye un magnífico documento en que nuestro ilustre alicantino recrea con gran detalle su conocimiento y pasión por la Festa. En él informaba de los orígenes en tiempo remotos de las hogueras de San Juan, de las costumbres y festejos populares haciendo un recorrido de les festes de carrer, charamita y tabalet, colgaduras y guirnaldas, cucañas, reparto del pan quemao, danzas, y el muñeco colgado con la figura del zapatero remendón del barrio; de otra figura femenina con avanzadas señales de maternidad y redondeces y otras de intencionada malicia. Se extendió asimismo en les bous de corda y les piules, tróns y cuets borrachos, y les coques en toñina, y exhortaba a que “los buenos alicantinos desde su órbita social o profesional hicieran cuanto en su mano esté para que estas fiestas, adscritas de tal suerte al sentimiento y entusiasmo popular no solo se afiancen sino que perfeccionen y acrezcan en magnitud e importancia”. También recomendaba “que el motivo de la foguera tendiera a ponerse en consonancia con la popularidad de la fiesta, y, dada la naturaleza de la obra, a que en ella campee la ingeniosidad y el humorismo...” No olvidó otros aspectos como el desfile de bellees, el pregón, y un canto al optimismo, tan innato en él.
Una buena prueba de su enraizamiento y amor a la Festa es que doce años mas tarde, en enero de 1946, seis meses antes de su muerte, escribió un extraordinario trabajo titulado Falles y Fogueres del que se conserva copia del manuscrito. He aquí su última página: “... En punto la media noche queda la ciudad completamente a oscuras y desde la cima del Benacantil se eleva un enorme haz de cohetes, que, rasgando las negruras del espacio, al llegar a lo alto estallan en lluvia de luces de colores, que son flores y estrellas de vistosa
policromía, y caen languideciendo formando gigantesca palmera que dosela la ciudad y se refleja en las quietas aguas de la bahía... al propio tiempo que suenan las músicas y braman las sirenas y ensordece el estampido de las tracas, y arden las hogueras formando un halo rojizo y chispeante en las alturas, y clamorea entusiásticamente la muchedumbre que siente el racial impulso atávico de rendirse a la adoración del fuego y enardecerse con el humo y el tronar de la pólvora!”
CONTINUARÁ
MANUEL SÁNCHEZ MONLLOR
JOSÉ MARÍA BONASTRE HERNÁNDEZ