11 abril 2010

MI INFANCIA EN CAROLINAS

Yo nací en la calle Francisco Verdú que, en los años 60, era por decirlo así, el último terreno de las Carolinas Altas. En esos años, Carolinas Altas era un microcosmos. No se si ahora continua siendo así, pero entonces era un barrio autoabastecido, con un magnífico mercado, el mercadillo de Campoamor a un pasito, y una excelente dotación de comercios, que impulsaba a la gente a hacer quizás más vida de barrio. Tal era la cosa, que entonces, la gente de Carolinas, cuando quería decir que iba a ir al centro, decía “voy a bajar a Alicante”. Así se sentía el barrio, como un verdadero pueblo, dentro de una ciudad. Cerca de donde yo vivía había un cine de invierno, el ya desaparecido cine “Carolinas” (el “Carolo” para la gente del barrio), donde las películas de Cantinflas, o el Gordo y el Flaco eran el pan nuestro de cada día para los niños de entonces.
             
Cinema Carolinas (el Carolo), en la C/Donoso Cortés 24-26 y 28, en una vista de los últimos años 50.

Viviendas que ocupan actualmente su lugar.
              
También había un cine de Verano: el cine Terraza (no confundir con el Terraza Manila de la C/Góngora, que fue muy posterior). El cine Terraza tenía su entrada principal por Maestro Alonso, casi en la esquina con la calle Devesa. Una segunda entrada daba a la misma calle Devesa (ahí estaba la repostería, en la que los aromas a cerveza, Pepsi y una especie de Fanta que se llamaba Orange Crush (con una preciosa botella, por cierto) mezclados con el corcho que entonces servían de rellano de las chapas, te inundaban de tal forma que aún hoy, cuarenta años después no tengo dificultad alguna en volver a recordarlos. Una tercera puerta, la trasera, daba a mi calle, de manera que las noches que no íbamos al cine con nuestros padres (lo cual era una verdadera fiesta para todos) desde mi casa se oían con nitidez los diálogos, los galopes de los caballos o las músicas de las películas.

Local de la C/Maestro Alonso que ocupa actualmente la antigua entrada al Cine Terraza.
            
Cerca de mi casa estaba el Horno de Rafelet, que aún hoy sobrevive, y en el que además de hornear un excelente pan, nos surtíamos de toda suerte de chocolatinas y pastelillos, entre los que recuerdo unos consistentes en una galleta maría con un montón de merengue encima y una guinda coronando el manjar. El horno también era usado por muchos vecinos como horno particular, donde llevaban su asados que eran hábilmente colocados dentro del horno por Rafelet. Ya en Maestro Alonso, subiendo hacia el hospital, estaba el estanco (ahora está enfrente) y la droguería Trini, donde sus dueños, Trini y sobre todo Pepín, su marido, un madrileño castizo hasta la médula, conseguían que siempre que entrabas allí salieras con una sonrisa en la boca, si no una carcajada.
               
Más hacia la Bola de Oro estaba la carnicería, y en dirección a la calle Garbinet, la sede de la O.J.E., de la que sólo recuerdo unos magníficos futbolines, y niños de uniforme, entre los que yo no me encontraba.
               
Frente de Juventudes en el día de su inauguración. Situado en la C/Pinoso esquina a Plus Ultra, junto al entonces Colegio Victor Pradera (hoy 9 d'octubre). Actualmente está ubicada allí, la tienda de muebles de José Alavés.
              
Casi enfrente, la parroquia de San José, y ya en la esquina, el Santapolero, que entonces ocupaba una casita con patio trasero, y al que en algunas noches de verano nos acercábamos buscando la tranquilidad, el fresquito y unas patatitas asadas que ponían que eran una maravilla. Y hablando de delicatessen, en la calle Pinoso ya estaba establecido Sirvent, al cual recuerdo moviendo un inmenso palo dentro del recipiente de la horchata, y charlando con mi padre, con quien hizo la “mili” en Tetuán. En la esquina de la Calle Devesa y Maestro Alonso estaba la tienda de ultramarinos del Señor Miguel y la señora Vicenta, un poco más abajo, en una entrada a una casa, estaba el kiosko (algo vital para un niño), y caminando un poco más, antes de llegar a lo que ahora es la imprenta Gama, estaba bodegas Molina, donde ibas y te vendían vino a granel, o cerveza el Neblí.

Empecé a ir al cole, con tres años, en un colegio privado algo conocido en la zona, que se llamaba Escuela Superior de Niños (Don Varó, para todo el mundo). Quizás fue de las pocas experiencias prescindibles en mi infancia, ya que la presión a que se sometía a los niños era tal que muchos hasta vomitaban del miedo. Afortunadamente para mí, aquello duró poco. El colegio, según el país iba progresando, fue yendo a menos, hasta que desapareció y cerró. Cerca estaba (y aún sigue) el bar Yola.


Colegio de Don Varó. En la C/Alcalá Galiano

Bar Yola, en Jaime Segarra, ángulo con Maestro Alonso. Con un entrañable luminoso de Cervezas El Neblí.
          
Pero si algo fue determinante en la zona en la que yo me movía en mi infancia, fue el Huerto de Devesa. Dicho huerto, ya abandonado cuando éramos niños, comenzaba en Francisco Verdú, y acababa en lo que hoy es la calle Pintor Otilio Serrano, entonces una calle que más bien parecía pertenecer a un pueblito, sin asfaltar (tampoco lo estaba la mía), y donde aún pervivía una lechería. Siguiendo hacia el Altozano-El Montoto, estaba la Cerámica, y el antiguo Nazaret.
               
El huerto tenía varías entradas, una digamos “natural”, un camino que partía desde mi calle y llegaba a una casita junto a la cual brotaba un nacimiento de agua, que luego al levantar Conde de Lumiares se estancaba y donde se criaban ranas. A la derecha del camino quedaban unas cuantas higueras y terreno baldío, donde los cardos se habían hecho fuertes. Otra entrada, que era la que usábamos nosotros era lo que ahora es Canónigo Genestar, a mitad de camino entre Francisco Verdú y Músico Pau Casals (esta calle no existía obviamente). Ahí se interrumpía la calle, y había una barrera de árboles (sobre los que teníamos nuestra cabaña). Por un hueco entre ellos, se entraba al huerto. Llegamos a pegarnos el trabajazo de limpiar una extensión considerable de cardos, para hacernos un campo de fútbol.


Ramón, hermano de Diego en el antiguo huerto. Al fondo los edificios recién construidos en Conde Lumiares.

Detrás vemos las torres de la iglesia de Los Ángeles y la chimenea de la Cerámica.
            
Aún siguen en pie: casas de la C/ Canónigo Genestar. Fechadas aproximadamente en 1928-32.
            
El huerto de Devesa fue mi parque, mi “urba”. Los niños en esos años, vivíamos mucho en la calle. Y los vecinos también. En mi tramo de calle, las noche de verano, los vecinos sacaban las cenas a la calle, y los niños estábamos por ahí campando a nuestras anchas hasta bien entrada la noche. Al atardecer pasaba el basurero, con un carro tirado por un bonito caballo percherón (juro que era así), y el señor que encendía las farolas, que no eran más que una bombillas al final de un palo. Tal ambiente se formaba, que los coches, si alguna vez pasaba alguno, tenían que esperar pacientemente a que se le hiciera sitio para pasar. Muchas noches, antes de que Sirvent montara su horchatería, subíamos Maestro Alonso hacia el Hospital, a una horchatería que creo recordar que se llamaba Gori, donde además hacían un helado de mantecado maravilloso.
               
Y hablando de Conde de Lumiares, no quiero dejar de citar la fábrica de galletas que estaba yendo de mi calle hacia el altozano, donde a los niños, las chicas que trabajaban allí nos daban siempre que íbamos para allá bolsas llenas de recortes de galletas…¡gratis, claro!. En cuanto a la obra de Conde de Lumiares, os contaré dos anécdotas. La primera es que cuando estaban poniendo el alcantarillado los niños nos divertíamos recorriéndolo por dentro, y que cuando ya estaba asfaltada pero no abierta al tráfico, el tirarse con una “galera” desde el altozano hasta la actual Plaza de América era una verdadera pasada.



Tres preciosas fotografías y la comparativa con el estado actual de la zona.
                
El barrio ha cambiado, y mucho. De esa zona, del huerto, de mi casa, no queda nada. Sin embargo, me da la sensación, las pocas veces en las que voy por allí, que sigue manteniéndose esa sensación de autonomía, de barrio, casi de pueblo que de siempre ha distinguido a las Carolinas.
Diego J. Escolano

Fotografías del Cinema Carolinas y del Frente de Juventudes, extraídas del libro: "Memoria Gráfica del Barrio de Carolinas".


 
La Asociación Cultural Alicante Vivo se reserva el derecho de moderación, eliminación de comentarios malintencionados, con lenguaje ofensivo o spam. Las opiniones aquí vertidas por terceras personas no representan a la Asociación Cultural Alicante Vivo.