Como en ascuas se retuercen, crujen,
cautivos del sol, de mil soles,
semillas de ayer que tímidas rebrotan,
escuchan en silencio el rumor de las pisadas
de aquellos que miran sin querer ver.
Su vida ya no es de nadie, son de la tierra,
nadie acaricia sus arrugas,
nadie recoge ya sus frutos ni se resguarda en su sombra
solitarios, nostálgicos, recuerdan las aguas
las gentes, el aturullado respirar de las mulas.
Vigas, colañas y horcates les envidian,
oxidadas hachas les reclaman para el fuego,
amargos quilates de vida penden de sus ramas
y vuelven hoy a la tierra,
mientras enjutas tripas de posguerra aun se relamen.
Aguardan su momento, pacientes y cansados,
saben que algún día el sol templara sus cortezas
frías de esperar y echaran a andar, arrancando de cuajo sus raíces
llevando tras de sí, terrones de la tierra que les sustenta.
La misma tierra que les vio crecer, la misma que nos vio nacer.