05 diciembre 2009

¡¡TE QUEREMOS, CÁCERES!!


             
Había que verla sobre el estrado, leyendo su discurso de aceptación del Premio Maisonnave. Había que verla y había que oirla. El que no fué no sabe lo que se perdió; o sí lo sabe, que en este mundo hay gente "pa tó", que dijo El Gallo. Porque, a pesar de estar el salón de la Sede hasta los topes, yo eché de menos a unos cuantos, y no quiero señalar. Y es que había que verla y había que oirla, allá arriba, en el estrado, mostrándose como es, porque no sabe mostrarse de ninguna otra manera. La Cáceres es la Cáceres, y ni puede, ni quiere, ni sabe mostrarse de otro modo que como es. Porque ella es de esas raras personas que siempre van de frente, que no engañan ni se engañan. ¿Para qué se va a mostrar de otro modo, para qué va a interpretar un papel, como hacemos la mayoría de los mortales, si no se puede ser más auténtica?

Allí estaba ella, de una pieza, con su biografía a cuestas, con sus ideales que no hay quien los tumbe, con su verdad de manchega de verdad, como ella dice, "todavía con el pelo de la dehesa", con su forma coloquial de hablar y escribir, que en ella es lo mismo, con su ejemplo de mujer libre, de amiga de los olvidades y los perjudicados por esta sociedad que no le gusta, que no nos gusta, de alicantina de verdad, de las que anteponen la ética a la estética en esta sufrida ciudad. No hay nada que decir de Ángeles, sino que es ella, sin velos, sin apariencias, ella y toda su humanidad. Como decía el Rector: la Universidad de Alicante y el Premio Maisonnave se honran al distinguir a la Cáceres. Como se honra Alicante en tenerla entre nosotros, vigilando la "terreta" para que no se nos eche a perder.

La entrega del premio fue un espectáculo inolvidable. Los discursos del Rector, de la Vicerrectora de Extensión Universitaria y de la Directora de la Sede sirvieron de estupendo marco a una inolvidable y genial "Laudatio" a cargo de Emilio Soler, que esta vez supero lo insuperable. Dios, cómo nos emocionó y nos hizo reír el Soler, con su sentido del humor, sus anécdotas y sus ocurrencias, llenas de velada ternura. Inolvidable. Y, después, allá en lo alto, en el estrado, la Cáceres y su circunstancia, más manchega que don Quijote y más alicantina que Maisonnave, que ya es decir.

El que no fue no sabe lo que se perdió, o sí lo sabe.

Te quiero, Ángeles Cáceres.
         
Te queremos mucho.


Miguel Ángel Pérez Oca.

 
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