15 abril 2009

LA MONA DE PASCUA



Pasada la Semana Santa, llegan para los más pequeños las deseadas vacaciones de la Semana de Pascua y con ella, las tradiciones que año tras año, desde tiempos inmemoriales, se repiten transmitiéndose generación tras generación.
"La Mona" es una de estas tradiciones tan arraigadas, y pertenece al ámbito gastronómico de la Semana Santa junto a las torrijas, los pestiños y los buñuelos de viento, siendo típica de la Comunidad Valenciana y Cataluña. Se trata de una torta de la Pascua, cuya simbología tradicional se asocia a que la Cuaresma y sus abstinencias se han acabado.


Mona tradicional de Valencia y Alicante.

El huevo cocido le da un toque de diversión a este dulce, y un aporte alimenticio a la merienda.

En Cataluña la mona es una torta en la que predomina el chocolate y las formas que con él se pueden moldear. Sin embargo, en nuestra región, la mona tradicional no tiene chocolate, y está compuesta por un bollo dulce y seco, con un huevo cocido (con cáscara) incrustado en el centro. Los ingredientes de la masa son harina, azúcar, huevos y sal. Es una masa que conlleva mucho trabajo en su amasado, y requiere una hora de reposo previa a su cocción.


El nombre de este dulce proviene del árabe munna que significa "provisión de la boca", regalo que los moriscos hacían a sus señores. El pueblo que más fama tiene en la fabricación de este producto alimenticio es el de Alberic, aunque también puede encontrarse por los pueblos cercanos dónde se consume durante todo el año. Sin embargo en la mayor parte de la Comunidad Valenciana su consumo está más restringido a la Pascua.
Mona de Pascua catalana, hecha con chocolate.

Existen diversas variedades, siendo la que se consume durante todo el año conocida como panquemado o toña. La que se consume durante las fiestas de Pascua es un bollo elaborado con la misma masa que el panquemado que lleva uno o varios huevos (dependiendo del tamaño) con la cáscara pintada. Estos huevos son introducidos como elemento decorativo aunque también ayudan a dar forma al dulce. Las formas son muy diversas aunque suelen ser la de algún animal como una serpiente, lagartija o mono.

 Mona de pascua con forma de lagarto, anisetes de colores decorativos y huevo de chocolate. Hasta los dulces evolucionan a los gustos del consumidor infantil.


La variante catalana surgió como una evolución de la mona tradicional que tomamos en Alicante, y aunque actualmente sólo tengan de parecido el nombre, tienen un origen común. Esta "tarta de chocolate" empezó como una mona de bollo típica a la que se le sustituyó el huevo de gallina por uno de chocolate, combinando la tradición local con las tradiciones de Semana Santa en Europa (quizá por influencia francesa en Cataluña). Este cambio y la introducción del chocolate acabó siendo la base de la mona haciendo los pasteleros auténticas filigranas arquitectónicas con el chocolate.
En muchas poblaciones las pastelerías compiten para exhibir en su escaparate la escultura de chocolate más espectacular, que puede ser una maqueta de un edificio una figura de un personaje popular o un conjunto de tartas con figuras de chocolate o guirlache.

En los últimos años, se han introducido nuevas variantes en las monas alicantinas que llegan a combinarse con las monas catalanas y los dulces de pascua típicos del centro de europa, dando lugar a monas de pascua recubiertas de chocolate y anisetes de colores, o monas de bollo con un huevo de pascua de chocolate.



La tradición de la mona viene concatenada con la de los rituales del Domingo de Ramos, que de un modo u otro, son parte de nuestra historia y cultura, aunque poco a poco vaya perdiendo la carga religiosa y se esté tornando una tradición popular ligada al periodo estival de Pascua. Así lo explica Daniel Sala: 
Los ramos de olivo o de florido y perfumado naranjo en manos de la chiquillería se convertían en improvisadas armas que, teniendo como fondo el canto del  Pueri hebraeorum, provocaban la intervención apaciguadora de aquel concejal portador de una hermosa y blanca palma traída de Elche, cuando no del señor cura párroco que recordaba a los presentes la seriedad de los actos. Después, ramos y palmas irían al balcón de la casa, donde preservarían a ésta de tormentas y desgracias, al tiempo que el humo producido al quemar una pequeña porción ahuyentaría al temido pedrisco destructor de cosechas en días de tormenta.

Con el tiempo, las reformas postconciliares, la simplificación litúrgica de una Iglesia más preocupada del fondo que de la forma, los cambios experimentados por una sociedad cada vez más sometida a un proceso de laicismo… han ido convirtiendo la Semana Santa, para unos, en un simple período vacacional cada vez más alejado del sentido religioso de la misma, mientras que para otros, los creyentes y, sobre todo, generaciones más jóvenes, la conservación de algunas de aquellas ceremonias que el Ritual Romano establecía, les pueden resultar extrañas cuando siguen presentes en algunos (muy pocos) núcleos rurales de nuestra geografía. Tal es el caso de "la Salpassa". Y se complace uno en ver que ha sido objeto de estudio de folcloristas, etnólogos y antropólogos cuando repara en un hermoso trabajo que, en 1995, publicó la Generalitat Valenciana, en su Serie Minor del Consell Valencià de Cultura, bajo la autoría del antropólogo Álvaro Monferrer, quien lleva a cabo una clara exposición del origen, celebración ritual y festiva de la misma y sus variantes en diferentes localidades de las tierras valencianas.

Salpas, salispassa, salispassia, sarpasia, sarpassa... Con ser muchas las denominaciones registradas en diferentes lugares, se refiere al acto de bendición de las casas que el Ritual Romano de Pío V, en 1614, establecía para el Sábado de Gloria, por más que en la mayoría de los pueblos tenía lugar el Miércoles Santo. El párroco, revestido con sobrepelliz y estola, acompañado por los acólitos, visitaba todas y cada una de las casas de la vecindad para su bendición pascual. El ceremonial revestía distintas formas según localidades, pero con un denominador común: la bendición del agua y de la sal, elementos esenciales para la vida familiar. El sacerdote rezaba las palabras del Ritual, al tiempo que un acólito mezclaba la sal y el agua benditas de las que era portador con la que el ama de casa había dispuesto en la entrada de la misma en adornada y limpia mesa con las mejores galas; el otro acólito, recogía los huevos que, como obsequio, había depositados sobre la mesa. En las parroquias que disponían de un Lignum crucis , se daba este a besar a los presentes y con el hisopo o rama de romero aspergía las dependencias de la casa. Pero lo más llamativo de la Salpassa era el acompañamiento popular de la chiquillería que, adelantándose a la comitiva, golpeaba con sus pequeñas mazas de madera puertas y aceras, más que entonando, recitando simples melodías en tetracorde dórico de variado y estrambótico contenido por el que desfilaban personajes locales, sin quedar a salvo de las mismas "ni el retor ni l’escolà" y de las que S. Seguí, M. T. Oller, V. Torrent, F. Martínez y Martínez, J. Martí Gadea, A. Salvá Ballester y tantos otros, nos han dejado constancia en sus trabajos de campo ( "Ous a la pallissa, ous al ponedor, bones massades al senyor retor; ous ací, ous allà, bones massades a l’escolà").

La misa del Jueves Santo era la más importante del año, la de la institución del sacramento de la Eucaristía. La reserva del Santísimo en su Sagrario, acompañado bajo palio con el canto del Tantum ergo... , ascendiendo el escalonado Monumento, repleto de velas y flores, daba paso al silencio sepulcral observado hasta el momento de la Resurrección, sólo interrumpido por las matracas y batzoles que hacían sonar por las calles los niños para avisar a la celebración de los oficios divinos en la parroquia. Tras en rezo de las siete estaciones y la vela nocturna ante Monumento, con los primeros rayos de sol salían los fieles hacia el monte calvario entre cánticos y rezos para celebrar las catorce estaciones del Vía Crucis que entre viejos cipreses recuerdan la pasión y muerte de Cristo.

Con la solemne y silenciosa procesión del Santo Entierro del viernes, sólo interrumpida por el canto del Miserere, culminaban los actos de la Semana Santa. Al día siguiente, Sábado de Gloria, con el ritual de la bendición del agua y el fuego, las letanías y el resto del oficio, el canto del Gloria indicaba la Resurrección de Cristo; el rogle , todas las campanas de la iglesia y las de la torre campanario parecían enloquecer de alegría; como si todo volviera a renacer; las mujeres barrían las calles, se hacía limpieza general, todos marchaban a la fuente a lavar sus caras y manos en un claro simbolismo de renovación; por las calles se esparcía el perfume de ‘monas’, dulces y variada repostería que, en un constante ir y venir, llevaban las mujeres en la post sobre sus cabezas para cocerlas en el horno del pueblo; todo eran preparativos para la alegría de la celebración de la Pascua: variados cánticos infantiles ( "Xinxes marranxes, eixiu del forat, que el nostre Senyor ha ressucitat" ), algarabía callejera...

El Domingo de Pascua, con los primeros rayos del sol y alegres semblantes, la procesión del Encuentro iniciaba los festejos. Las mujeres, acompañando a la Virgen Dolorosa, cubierta con negro manto, salían de la parroquia por una calle, mientras los hombres seguían la imagen de Cristo por otra para encontrarse en la plaza mayor. La Virgen era despojada de su manto y aparecía vestida de blanco con rostro radiante de alegría; el canto dialogado entre ambos grupos del "Regina coeli laetare. Alleluya..." , la traca, el volteo general de campanas, y los cánticos de resurrección de vuelta al templo, preludiaban un día de gran fiesta.

Y, a partir de aquí, el aspecto profano de la Pascua. Los tres días de su celebración iban acompañados de las meriendas de ritual: mona, cassoleta y guisadet . Niños y mayores marchaban hacia el campo para celebrar entre juegos, bailes y canciones la alegría de un tiempo nuevo; y, entre ellas, ninguna como la que mejor define la Pascua valenciana: la Tarara.


Diferencias gastronómicas aparte entre catalanes y valencianos, la tradición se ha venido repitiendo, como un ritual simultáneo y casi sincronizado que mueve a miles de familias, año a año, por estas fechas, en la Comunidad Valenciana y en Cataluña, como un eslabón cultural que une a estos pueblos hermanos, como si de un ritual heredado se tratara, y lo repitiéramos año tras año, evocando lo aprendido de pequeños y transmitiéndolo a las nuevas generaciones. Los mismos preparativos costumbristas, idéntica alegría y el disfrute del contacto con la naturaleza son los invariables conocidos de cada pueblo o ciudad. Los grupos de jóvenes que quedan para hacer sus primeras escapadas siempre guardan los recuerdos de estos días como un tesoro muy especial.
La tradición indica que son los padrinos los que regalan la mona a sus ahijados el Domingo de Pascua después de misa, y a continuación la familia y los amigos se dirigen al campo para disfrutar de una comida en la naturaleza, siendo este el "Día de mona".



Cada pueblo tiene su monte o campo típico donde acudir a disfrutar de esta tradición. En Alicante era siempre muy típico acercarse a los campos de Los Ángeles, Babel, Vistahermosa, los dos castillos... Mientras que en el resto de la provincia había paisajes para todos los gustos: desde el carrascal de la Font Roja a los montes de Xorret de Catí, de las Dunas de Guardamar y Santa Pola a las calas de Campello como la Coveta Fumà... 
Seguro que a muchos os trae buenos recuerdos de cuando de pequeños por estas fechas os acercábais con la familia y los amigos a pasar un día de campo, disfrutando de los primeros días de buen tiempo y sol bajo la sombra de los árboles, volando las típicas cometas o catxirulos. Tras la comida (acompañada de la siempre deliciosa  longaniza de Pascua), para merendar, os tomábais "la mona" (sola o acompañada de unas onzas de chocolate), con la tradición añadida de "esclafar" el huevo cocido en la frente de alguien después de la correspondiente persecución hasta agarrarle.

Después, todo tipo de juegos populares amenizaban la tarde de los más jóvenes, ritual que iba siempre acompañado de los mismos ingredientes: mona, cassoleta y guisadet. Había un gran repertorio de canciones que se cantaban mientras se saltaba a la cuerda:
"Más arriba del cielo vive mi suegra
¡ay, ay!
Por no tener zapatos no voy a verla
¡ay, ay!
No voy a verla!"

"Dicen que Santa Teresa 
cura los enamorados.
Santa Teresita es buena
pero a mí no me ha curado"


“El dia de Pasqua,
Pepito plorava
perquè el catxirulo
no se li empinava.
La tarara sí, la tarara no,
la tarara, mare, que la balle jo”

"San Serenín del monte
San Serenín cortés..."

"¿Quién hace ese ruido?
¿Quién anda por ahí
que de día y de noche
no me deja dormir?"
La tradición de chafar el huevo en la frente.
Receta de Mona de Pascua: 

Ingredientes:
  • 3 Kilos de harina
  • 12 huevos
  • 1 Litro de Aceite de oliva
  • Medio kilo de azúcar
  • La ralladura de 1 Limón
  • 125 Gramos de levadura de pastilla
  • 125 Gramos de levadura natural
  • Agua tibia
Preparación:
Disolvemos primero la levadura de pastilla con agua tibia y un poco de harina. A continuación añadimos con ella la levadura natural, y dejamos que la mezcla fermente.

Tomamos un recipiente profundo y batimos en él los huevos, y añadimos a ellos la ralladura de limón, el azúcar, la harina y el aceite. Mezclamos bien formando una masa, y cuando estén fermentadas las levaduras, las añadimos y amasamos bien. Dejaremos luego reposar entre 2 y 3 horas.

Pasado ese tiempo, amasaremos de nuevo bien la pasta, y ya podemos formar las monas. Pueden ser de diferntes formas según la imaginación de quien las elabore; esféricas como los panquemaos, alargada o trenzadas, en forma de rollos, o como nos parezca. 
A continuación, las pintamos con huevo batido y se puede colocar como adorno por encima un huevo cocido, incluso teñido para dar color. Podemos además levantar una clara a punto de nieve y hacer adornos con la manga pastelera por encima, o montañitas. Se pueden esparcir por encima anises de colorines, pero sobre todo, se deben espolvorear bien con abundante azucar.

Las monas las habremos formado sobre obleas o sobre papel engrasado para horno, y las colocaremos sobre la bandeja de horno, para cocerlas a unos 180º durante 30 minutos.


Ahora, recordemos la parte social y familiar de esta tradición, de la mano del periodista Vidal Masanet, que describía de este modo la tradición de la Mona en el Diario Información en el año 1957:


La "mona"; tres días de bulliciosa festividad. Cronológicamente son aceptadas así: Importante, más importante, y... ¡lástima que todo acabe!
¿Qué es la "mona"? Alicante mismo que abres sus ventanas al verano. La ciudad que hace excursión.

Con anterioridad a la Semana Santa cada hogar ha sido escenario de los múltiples preparativos. La mamá ya ha pedido al papá el presupuesto de los múltiples preparativos. La mamá ya ha pedido al papá el presupuesto. vestidos livianos y de colorines para las chicas; pantalones y camisas para los chicos. Y alpargatas para todos. Falta por añadir el renglón comestible: conejos, pollos, conservas, huevos, patatas, tomates, etc.
Hace años -los tiempos cambian-, en los hogares donde predominaba el sexo débil, las cestas representaban un gasto mayor al de las casas integradas por varones. Era costumbre que las chicas aportaran la merienda. Ahora, impera el prorrateo o lo que popularmente se llama el "escote".
Elaboración de la mona de Pascua. Foto: Hermanos García.

Lo típico en estas tres jornadas es la "mona". Lo casero va dando paso a lo prefabricado; elaboración, sin complicaciones, ofrecida en los escaparates de los hornos y las pastelerías. Una razón de comodidad. En cambio, en un gran sector de familias subsiste todavía la costumbre de preparar las "monas" en casa. Recetas que constituyen un motivo de orgullo. Sabor, olor y presentación. En ello influía la levadura, y su reacción un tanto sincronizada, que siempre corría a cargo de la abuela. Y de la abuela -la tía Rosa, la "mare" Florentina, o doña Paca, etc.- hablaba la nieta a la hora de poner punto final a la merienda. ¿No fue el elogio a la "mona" el dintel de presentación del pretendiente?

Estas fechas tenían -y tienen- mucho de vínculo de relación. Los padres conocían a los novios de sus hijas. En todo, y con todo, andaba -y continúa andando- Cupido por medio. El muchacho, con gafitas, de la oficina de la esquina, ha sido invitado por tal o cual grupo. Entre las chicas, está la hija de don Florentino, del tercer piso. Han merendado juntos, y entre ellos existía ya un brote de simpatía.
Imágenes de las celebraciones de mona. Foto: Hermanos García.

La "mona" es campestre, aún cuando el confort la haya residenciado en patios azoteas o en las terrazas de algunos restaurantes. Lo auténtico es al aire libre, en los castillos de Santa Bárbara y San Fernando. Corretear y saltar a la comba. La entrada a los juegos infantiles, el baile en la planicie, y por música, los discos de una gramola. Al atardecer, el regreso a la ciudad. Y en la ciudad, baile en cualquier esquina, y el bullicio de la juventud en la Explanada. Y la preparación del "plan" para el día siguiente.
Los aburridos se refugian en los cines. Y también el cinematógrafo para los enamorados independientes. O indicado para un tercer día con los músculos cansados. Película y bocadillo

Así describía las estampas típicas de la tradición de la Mona el periodista Bernardo Capo para el Diario Información el 6 de Abril de 1958.

Sirva este recuerdo gastronómico, para abrir boca y que con el sabor recordado afloren los recuerdos de aquellos soleados días de excursiones al campo en cualquier monte o parque tranquilo de la provincia, a modo de anticipo del verano, donde años atrás, muchos cogieron de la mano a su primer amor, se escaparon por primera vez al campo con los amigos sin sus padres, o simplemente, pasaron días geniales de juegos y risas.


Fuentes:
Wikipedia
Comarca Rural
Diario Las Provincias
Diario Información 

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