El paraje del Clot de Galvany es muy conocido por su importancia como zona húmeda y por todas las agresiones que ha sufrido en si mismo y sigue sufriendo en su entorno más próximo. Este enclave tiene muchos valores al margen de los propios de un humedal: afloramientos geológicos, una red de búnkeres datados en la guerra civil o en la 2ª guerra mundial, yacimientos arqueológicos, complejo dunar y playas del Carabassí, acantilado fósil del Cabo de Santa Pola, etc.. Pero hay algunos aspectos poco conocidos y que nadie nombra. El Clot estaba rodeado de varias fincas agrícolas, entre la que destacaba la más próxima a la carretera de Cartagena y a Balsares. Esta finca disponía de un gran caserón (según el mapa topográfico escala 1:25.000 hoja titulada de Santa Pola podría tratarse de la Casa Pomar), sin datar, de aspecto señorial adosado a una torre de sillares, posiblemente defensiva por la proximidad al mar. Dentro de esta finca existía un rosario de aljibes con grandes bóvedas, interconectados entre si que garantizaban el consumo de agua de la propiedad y, posiblemente, el de alguna cabaña de ganado. Cercanos a la casa habían, que yo recuerde, al menos dos grandes ejemplares de encinas (Quercus ilex rotundifolia), así como otros grandes árboles beneficiados por el cuidado que se les ofrecía en la finca: una araucaria, varios pinos piñoneros, eucaliptos, etc... Aunque el paraje protegido del Clot pertenece a Elche, el espacio del que vamos a hablar, seguramente, se encuentre casi en el linde, en término municipal de Santa Pola, municipio que esta sofocando el Clot por la proximidad invasiva de sus urbanizaciones.
De toda esta realidad hoy no queda casi nada. La casa con su torre fue derruida y no queda rastro de ella, en su lugar hay montañas de áridos para la construcción y un gran depósito metálico. De los aljibes, ni se sabe, las zonas próximas a la casa han quedado sepultadas por viales abandonados y con ellas algún gran ejemplar arbóreo, todavía asoma un Pinus pinea sofocado por los escombros. La araucaria parece un cadáver descarnado en medio de la explanada de la obra. Y de las encinas, que es lo que me trae aquí, sólo queda una próxima a la araucaria, junto a un cercado que protege utensilios y materiales de construcción.
Esta vieja encina hoy parece agónica, desecadas sus ramas principales y su tronco, esperando una certera muerte de no ser que se le proteja y apoye para su supervivencia, sirviendo de testimonio de una especie rarísima en este enclave y de un paisaje olvidado.
Se trata de un árbol singular para esta latitud y proximidad al mar, que no debemos dejar perder pues es, quizás, el ser vivo más anciano de este paraje, y solo por ello merece todo nuestro respeto y de nuestra acción en pro de su defensa.
Francisco Sánchez Molinero