La mayoría de las supersticiones nacieron durante la Edad Media, en una época en la cual el analfabetismo, la pobreza , las enfermedades y la muerte estaban a la orden del día.
En estas situaciones, las fuertes tormentas, los eclipses, las sequías y, sobre todo, los terremotos, atemorizaban a la sociedad, carente de recursos para hacerles frente.
Fue el auge de la religión, que a golpe de fuego, castigos corporales y súplicas, se erigía como único medio para acabar con el sufrimiento del cuerpo y purificación del alma.
El 2 de diciembre del año 2020, se celebrará el 400 aniversario de una de las tragedias más recordadas en la historia de nuestra provincia: el terremoto de Alcoi.
En Alicante Vivo sabemos que aún falta más de doce años para esa celebración, pero la importancia de aquellos acontecimientos y, sobre todo, la "curiosa" manera de actuar del pueblo alcoyano, nos han dado la excusa perfecta para hablar de él.
Así pues, nos encantaría que regresaran con nosotros a aquel 2 de diciembre de 1620.
Algo terrible está a punto de ocurrir en Alcoi.
Un Alcoi, socialmente, muy muy diferente al actual
Para medir la importancia de aquel terremoto, primero debemos medir los daños que ocasionó a la arquitectura religiosa de antaño: se partió la Iglesia Parroquial por la mitad; el Convento de San Agustín fue arrasado en un instante (arcos de sillería destrozados, tres torres derrumbadas, el coro desplomado sobre tres religiosos…); el Monasterio de San Francisco se abrió como una granada, muriendo siete mujeres y un niño; víctimas por toda la ciudad, destacando las 22 de la Calle del Portal…
El autor de la siguiente crónica, Carbonell, no había nacido en 1620.
Sin embargo, recogió el testimonio directo de aquellos que sí lo padecieron.
Como en otras ocasiones, el desastre natural ocurrió de noche.
Cuentan que las casas chocaban unas con otras al desplomarse; la gente salía de ellas con los niños en brazos y los ancianos al cuello; algunos con la mujer desmayada; los más rodaban por el suelo y los gritos de los sepultados y los bramidos de los irracionales, que no pudieron salir de los establos, se escuchaban por toda la ciudad.
En plena confusión, descalzos y medio desnudos, escaparon todos al cementerio. En un olivo cercano aparejaron un altar con el Santísimo: ante él, los religiosos hacían acto de contrición, se confesaban, se daban golpes en el pecho pidiendo misericordia por sus pecados…
No nos sorprendamos.
En aquellos años, era lo normal.
Los alcoyanos pensaban que había llegado el fin del mundo, al comprobar que los temblores no remitían.
Al contrario, a lo largo de la noche, hubo treinta y tres seísmos más.
Por fin amaneció.
Y con las primeras luces del alba se celebraron procesiones de desagravio en las cercanías del cementerio.
Y la gente de Cocentaina se ofreció para paliar “el dolor de sus vidas, haziendas, propias habitaciones y el rogar a Nuestro Señor”.
Mientras tanto, en Alcoi (o en lo que quedaba de él, mejor dicho), los albañiles advirtieron el peligro en que estaban las monjas del convento. Fueron sacadas del edificio en ruinas, a regañadientes, con los velos delante de la cara y los pies descalzos. Daban gritos de misericordia y decían que “ellas eran la causa de la desdicha que padecía el pueblo, reconociéndose muy pecadoras, cuando todos las veneraban perfectas.”
La habitantes de la Villa respondían con lastimosos suspiros, “dándose recias bofetadas, pues siendo ellos los autores de tanta fatiga, lo pagaban las mismas esposas de Dios”. La verdad es que el mismo relator de estos hechos, el señor Carbonell, no duda que fue un castigo divino, pues afirmaba: “Siempre los pecados de un Pueblo son los que atraen la ira de Dios”, y lo comparaba a la destrucción de Sodoma y Gomorra, la peste en tiempos de David, la muerte de los primogénitos de Egipto y el diluvio universal.
Ahí es nada.
Recordemos que el nombre de Alcoi proviene del árabe al-quai, que los conquistadores oyeron como al-coi, la “ciudad rica y fuerte”. Parece pues, que los mismos alcoyanos de aquel 1620, fueron conscientes de que su prepotencia y opulencia conllevó el castigo de Dios. Y el cronista de estos hechos terminó diciendo “fue presagiado todo, de que Dios quería acabar con todos los habitantes de Alcoy”.
Pero sigamos un poco más con el terremoto.
En los días posteriores se organizó una procesión hasta Cocentaina, para implorar conjuntamente a Nuestra Señora del Milagro; y se afirma que “muchos niños de teta no se alimentaron, queriendo ayunar para aplacar la ira de Dios”.
Sin embargo, los terremotos no cesaron. El día 18 hubo una réplica que no causó grandes daños. También hubo otras el día de Navidad y de Reyes. En la montaña de Cantagallet apareció una grieta de legua y media por la que cabía un buey.
Sólo en Alcoi, los desperfectos ascendieron a 200.000 ducados de la época.
Hoy en día, sabemos que aquel cataclismo fue debido a una sacudida del terreno por el choque de dos placas tectónicas y que, por muchas plegarias, golpes, meas-culpas y flagelaciones corporales que se dieran los alcoyanos, Dios no iba a hacer nada por evitarlo.
Pero como ya hemos dicho al principio, aquel Alcoi era muy diferente al de hoy en día
Fuente: Juan Luis Román del Cerro