22 mayo 2008

LO QUE EL TUCUMÁN ESCONDE....

El "Stanbrook" en Orán. (Archivo de Rodolfo Llopis. BGM)
Para aquellos que vivimos en la ciudad de Alicante, la Calle del Destructor Tucumán (antes llamada Mariana Pineda y Maria Cristina) es conocida hasta la saciedad. Situada entre la Avenida de la Estación y la Plaza del General Mancha, recibió ese nombre en honor al destructor argentino que partió hacia el exilio con familias y mandos franquistas y derechistas disfrazados de marineros, con la permisividad del Ayuntamiento.
Era el 13 de febrero de 1937.
Curiosamente, no se colocó placa de calle al “otro” buque argentino utilizado para los mismos menesteres: “El 25 de Mayo”. Quizá esa calle hubiera servido más para recordarle al pueblo alicantino la masacre perpetrada en el Mercado Central ese día de 1938, que para honrar al buque que sacó falangistas de Alicante al comienzo de la guerra.
Ironías de la vida.
Unos años más tarde, la palabra “destructor” fue borrada sigilosamente del nombre de la calle.
Hoy en día, a casi nadie le importa o ni siquiera sabe todo esto. Incluso muchos argentinos piensan que hace referencia a su tierra natal.
Sin embargo, existe un barco y un capitán que jamás ha merecido el honor de tener una calle, a pesar de haber salvado la vida a 3000 personas. Hablamos del “Stranbrook” y de su capitán, Archibald Dickson , cuya honorable y ética gesta debería estudiarse en las escuelas.
Les contamos la historia.
El “Stanbrook” era un pequeño barco carbonero de 1383 toneladas, construido en 1909 y gobernado por un hombre de gran corazón: el capitán Dickson. Él fue el único que se atrevió a hacer lo que tantos sacerdotes proclaman en sus altares: apiadarse de los indefensos y de los vencidos.
Propiedad de la Compañía France Navigation, el barco viajó con distintas banderas en tareas de abastecimiento para el gobierno de la República. El 27 de marzo de 1939, atracó en Alicante. Franco había hecho creer a la gente que permitiría la salida de refugiados por mar, aunque en realidad había convertido nuestra ciudad en una trampa.
Unas horas más tarde, el “Stanbrook” partía del puerto burlando el bloqueo del minador Júpiter, con más de 3000 personas a bordo.

El Destructor Tucumán

¡3000 personas!
Recordemos que el barco sólo tenía capacidad para 50. Entre ellas había 398 mujeres, 147 niños y 15 neonatos.
Según testimonios, “el barco iba lleno hasta el palo mayor: había gente en las bodegas, en el puente, en el techo de las cocinas y en la sala de máquinas. La línea de flotación estaba sumergida en el momento de levar anclas. Estábamos todos apiñados, sin comida y con el miedo a ser torpedeados por los submarinos enemigos”.
Partió hacia Orán, navegando en zig-zag por encima de la línea de flotación y bajo contundentes bombardeos. La travesía de un día culminó cuando las autoridades francesas negaron su entrada al puerto argelino. Fue allí cuando Archibald Dickson amenazó con estrellar el barco contra los muelles si no dejaban bajar a los pasajeros.
En Orán, los exiliados fueron trasladados a una antigua cárcel con funciones de albergue.
Un final feliz… aunque a medias.
¿Saben lo que ocurrió con el “Stanbrook”?
Siguió después prestando servicio en la marina mercante hasta que el 3 de diciembre de 1939 se hundió al chocar contra una mina alemana a la entrada del puerto de Amberes. El capitán murió en el acto.
A pesar del amargo viaje, uno de los exiliados españoles escribió más tarde una carta diciendo que en los campos de concentración de Argelia se le rindió un minuto de silencio.
Y es que aquel hombre y su navío se lo merecían.
Hoy han pasado 70 años desde aquello. E incomprensiblemente, mucha gente lo desconoce.
Suele ocurrir en ésta y otras ocasiones que nuestros dirigentes, astutos y ladinos, se frotan las manos ante tal muestra de ignorancia de su pueblo.
Sin embargo, no deja de ser curioso que tengamos en pleno siglo XXI una calle que rememore las hazañas del Destructor Tucumán, y no la de un barco que salvó la vida a más de 3000 personas: desinteresadamente y por encima de la suya propia.
¿No creen?
Juzguen y recapaciten.
Nosotros, mientras tanto, no reconocemos a nuestra ciudad.

JUAN JOSÉ AMORES y ALFREDO CAMPELLO
MIEMBROS DE LA ASOCIACIÓN CULTURAL ALICANTE VIVO

 
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