El siguiente texto, lo escribió Fernando Gil Sánchez en 1985. Hoy, Santa Cruz todavía conserva su aire único, y las descripciones siguen siendo vigentes.
Santa Cruz es un barrio eminentemente místico. Presidido durante siglos por un santuario que daría nombre al lugar, la historia y la leyenda tejerían muchas páginas casi increíbles, aunque permanentes, pues de alguna forma han ido transmitiéndose de generación en generación.
Un experto en urbanismo, el arquitecto José Guardiola Picó, redactó hace 100 años un amplio documento sobre sus características más singulares, habló de sus orígenes y no olvidó sus necesidades, fundamentalmente las de influencia sanitaria que, por sus especiales circunstancias, constituían un grave problema para el vecindario.
Sin olvidar la gravedad que planteaba la singular condición topográfica de la ladera Sur del monte Benacantil, con sus grandes y a veces graves desniveles, el terraplenado para crear solares donde edificar casas, recordando por supuesto, que el apoyo de la vivienda es la calle y primero tenía que "nacer" ésta.
Pero decíamos que Santa Cruz es un barrio que aporta recios sabores místicos, y lo refleja, por ejemplo, en su nomenclatura urbana. Allí están el Carrer de Sant Antón, que es una de las calles más viejas del lugar y, para mayor gracia espiritual, donde dicen que existió una hornacina con la imagen del Santo, ante el que acudían las mozas de los barrios de San Roque y Santa Cruz -hermanos de ladera-, para contarle unas cosas y pedirle otras, fuera un novio o la curación de un enfermo.
También subsisten en el censo callejero las vías destinadas al Dean Martí, a San Isidoro, a Sant Rafél, la plaza del Carmen... Curioso, hay un diputado incrustado entre la mítica rotulación santacrucera: es el Diputado Auset, quien, digámoslo, tiene el privilegio con otro alicantino, Beltrán de Puigmoltó, de haber sido nuestro primer diputado a Cortes, allá por el mil trescientos y pico.
Santa Cruz, decían ayer, es un barrio de portuarios o trabajadores del Puerto, casi exclusivamente; en Santa Cruz, añaden, no ha habido nunca un solo palacio, incluso ha estado privado de jardines. Y es que "desde las cuestas más escarpadas del castillo van bajando las casitas humildes en alegre tropel", como escribió Eduardo Irles hace medio siglo.
La maceta juega un importante papel, es el principal objeto para la decoración de la fachada o de esa parcelita que quiere ser, y a veces lo consigue, un diminuto muestrario jardineril.
Junto a la importante maceta, el color, no muy variado, más bien discreto en tonos, representa la preocupación externa de los pobladores.
Hay antenas de televisión, me dicen unas vecinas que todas tienen lavadoras y claro, frigorífico. Ya fue superada la muy divulgada humildad de antaño, incluso dicen, entre bromas y risas, en el bar, que ellos, los vecinos de Santa Cruz, pueden mirar por encima del hombro a los restantes alicantinos.
En realidad, es que desde cualquier calle es posible contar cientos de tejados, abajo, en la llanura correctamente urbanizada.
La filosofía de los fundadores del barrio queda reflejada, por ejemplo, en la calle Diputado Auset. Serpentea, gira, sube, en la parte superior se convierte en un espléndido balcón colgado sobre la amplia bahía. No es extraño, pues, recordar a Irles cuando definía esto así: "las casas se desparraman hacia abajo formando callejuelas revueltas, recovecos y encrucijadas, parándose y haciendo corro en el remanso de una plazuela, en torno a una fuente, precipitándose por arroyos escalonados y recuestos angostos".
La pureza sigue vigente. Hay calles donde el tráfico rodado es desconocido; ni siquiera llega desde allá abajo el angustioso grito de una sirena policial buscando delincuentes ni la otra que conduce a una parturienta al Hospital. Anclado en su tiempo, el barrio que tiene más leyendas que calles, convive con solares convertidos en almacén de todo, incluso de basuras. Por fortuna, manda el sentido -admirable- de barrio típico. Fachadas saneadas, macetas, pérgolas, calles limpias, puertas brillantes, y la paz con todos.