El día 16 de Marzo, Alicante Vivo pudo cumplir uno de sus grandes sueños, que llevaba rondando por este microcosmos desde hacía ya demasiado: visitar las galerías excavadas en la roca de la Serra Grossa, que años atrás, fueron los depósitos subterráneos de la refinería que existió en el mismo lugar.
Recorrimos las galerías, tratamos de comprender cómo funcionaban y cómo se construyeron, algunos incluso nos empezamos a distraer con artefactos encontrados bajo el polvo intentando descifrar su utilidad... y después, tras la emocionante visita, dimos un paseo por la Serra Grossa.
Para quienes no conozcan este complejo (que suelen ser muchos, pues es el gran desconocido de la ciudad), diremos que es uno de los grandes tesoros ocultos de Alicante.
Como ya os hemos contado en alguna ocasión, Alicante y su puerto fueron un enclave estratégico tal, que cuando en España apenas superaban la decena, aquí hubo dos refinerías de petróleo (la otra fue la de "Industrias Fourcade y Provot" en Benalúa). Una de ellas, se ubicó, junto a un pequeño embarcadero donde se recibía el crudo (el llamado de Santa Ana, ubicado donde hoy está el conocido como Tiro de Pichón) en el inicio de la Serra Grossa. El complejo industrial se asentó sobre las naves de una antigua metalurgia llamada "La Británica" (heredando su nombre popular), y lo inició la compañía Deutsch y Cía en 1875, siendo, si no la primera, una de las pioneras del país en su actividad, pasando posteriormente a pertenecer a la marca "El león".
Una vista del final del Raval Roig, con las barcas de los pescadores varadas en el Postiguet. Al fondo, se distingue el antiguo embarcadero y la chimenea de la factoría. Aún no existía la carretera ni el trazado ferroviario, proyectados en 1903.
La refinería fue creciendo de modo continuo, ampliando las instalaciones conforme aumentaba la demanda. Entre 1900 y 1914, llegó a abastecer el 55% del mercado de petróleo español, cuyo destino era tanto el alumbrado urbano como el combustible para motores de vehículos civiles y militares.
En 1903 se levantó un enorme muro delimitador de la finca, de más de un kilómetro, que recientemente ha sido derribado.
En 1915 tuvo su enlace ferroviario con la línea que partía hacia La Marina y el ramal de mercancías que bajaba desde la estación de MZA hasta el puerto, y se pudo prescindir del embarcadero, que en 1929 fue destruido por un temporal.
Años después, en 1929, la industria pasó a manos del monopolio nacional: CAMPSA. La factoría tenía entonces 71.246 m2. Al tiempo que la industria se modernizaba, el ambiente se agitaba en el país, y el consumo de combustible crecía. La necesidad de nuevos depósitos y la escasa disponibilidad de suelo en la estrecha franja litoral de la montaña, se unieron a la premisa de proteger los depósitos de un posible bombardeo, pues estaban en una zona tan propicia para ser atacados por aire o por tierra, que las reservas de combustible podrían arder en una trágica explosión.
La factoría, hacia 1900.
Ya en 1932 se presentó un proyecto de ampliación y modernización de la factoría en la Hoya de Gascón para que pudiera ser capaz de afrontar las necesidades futuras y llegar a un tancaje de 73.350.000 litros.
Se optó por ampliar la factoría existente, y en plena contienda de la Guerra Civil, en 1937 se presentó el proyecto de la Factoría subterránea para CAMPSA, que fue ejecutándose durante la década siguiente excavando el terreno rocoso-arcilloso-calizo, y que se finalizó a principios de los 50 con el proceso de revestimiento interior con la proyección de hormigón gunitado en las bóvedas.
El período de las guerras modernas (Guerra Civil, Primera y Segunda Guerra Mundial) exigía que se tratara al petróleo como producto de primera necesidad para poder asegurar la efectividad bélica. Por ello, esta nueva factoría debería "cubrir las necesidades del país durante al menos cuatro meses y las de la defensa nacional (Guerra, Marina y Aviación) durante un año".
Plano de situación de la factoría subterránea. Sirva la fotografía aérea para hacer una comparativa con el entorno y hacerse una idea de la magnitud del recinto. Se trata de tres galerías longitudinales con depósitos a ambos lados. Los centrales son los de mayor tamaño (2000 m3) y los perimetrales son menores (500 m3), siendo los del lado Oeste circulares y los del lado Este rectangulares con un lado semicircular. Algunos nunca se llegaron a finalizar y permiten apreciar el proceso de su construcción por vaciado de la cúpula.
El recinto, se compone de una red de 3 galerías principales y 7 secundarias, formando una retícula que partía de las naves de la factoría, y en las que a los lados se ubicaban bóvedas de grandes dimensiones, dentro de las cuales se instalaron depósitos metálicos para almacenar el combustible. En la entrada de la galería central era la principal, y se realizaba a través del almacén de lubricantes. En ella aparece un espacio rectangular de gran altura donde posiblemente se realizaban labores de reparación o mantenimiento (se conserva una mesa metálica de trabajo).
Maqueta del "Proyecto de integración paisajística de las infraestructuras del TRAM y propuesta de parque litoral en Serra Grossa, Alicante". Eduardo de Miguel, arquitecto.
Los depósitos se llenaban y vaciaban a través de grandes tubos que entraban desde la factoría y distribuían el combustible a los diferentes tanques.
En el exterior era donde se llevaban a cabo todas las labores de destilación y manipulación del petróleo, en naves repartidas en varias plantas repartidas sobre la ladera cortada de la montaña.
En el nivel inferior, estaban los talleres, la portería, las oficinas, las cocheras, salas de máquinas, laboratorios, salas de grupos electrógenos, talleres de envases, almacenes de maderas, cobertizos para autocamiones, comedores y vestuarios para obreros, una cuadra excavada con aljibe, almacenes, un cobertizo para el generador de vapor (para la recepción a granel de ácidos y alquitranes), balsas para el agua de refrigerantes, letrinas, un pozo, cisternas, casetas para las bombas Wortington y para el grupo motor bomba de incendios, dos edificios de viviendas para empleados, la vivienda del director, la del subdirector y los depósitos de mampostería desaparecidos en 2006 (utilizados décadas después como perrera).
Además, había jardines y un huerto, con 16 palmeras, una higuera y 144 pinos.
Un poco más arriba, estaba la conserjería (hoy también desaparecida), y a través de unas escaleras, se accedía al nivel superior, donde hoy en día podemos encontrar varios asentamientos de indigentes, y donde se ubicaban más instalaciones de la factoría, el gran depósito circular exterior y la chimenea.
Las naves tenían cubiertas inclinadas a dos aguas, y muros de mampostería, siendo una de las últimas tipologías fabriles hasta la irrupción del acero como elemento ligero en la construcción industrial.
En el interior de estas instalaciones, los operarios trabajaban con el complejo proceso de transformación del petróleo en gas-oil y fuel-oil, así como otros derivados, utilizando gasómetros, campanas, calderas de destilación, rectificadores, filtros...
La envergadura del complejo era, como podemos imaginar, espectacular en comparación con la superficie urbana de Alicante. De hecho, tuvo un parque móvil notable en el conjunto de la ciudad: tres turismos (Cleveland y Ford, uno de ellos con matrícula A-91 puesto en marcha en 1913), y tres camiones (un camión cisterna y dos plataforma con cisterna portátil). Se cree que el primer vehículo matriculado en la ciudad perteneció a esta industria.
Tras la Guerra Civil, se finalizó la factoría subterránea, y se modificaron las instalaciones exteriores, desapareciendo las viviendas y añadiendo nuevos depósitos.
En cuanto entras por uno de estos accesos, apareces en un mundo asombrosamente diferente.
Las instalaciones se abandonaron en 1966 cuando CAMPSA decidió modernizarlas, y optó por trasladar sus depósitos al muelle de poniente del Puerto de Alicante, donde estuvieron ubicados hasta que se decidió trasladarlos de nuevo al exterior de la ciudad, y ubicar en esta privilegiada zona el centro comercial Panoramis. En 1979 se firmó el acta de desafección.
Cuando los almacenes subterráneos dejaron de funcionar, misteriosamente poco más se supo de éstos. La ciudad los olvidó, y poco a poco, los restos industriales se fueron retirando para ser vendidos como chatarra. Como bien nos apuntó Elías, posiblemente el hecho de cortar las chapas y las tuberías para sacarlas por los túneles, pudo ser el detonador de un incendio que dejó todas las paredes de las galerías tiznadas de negro y con un olor a humo que todavía hoy puede ser percibido.
Pasado un tiempo, las entradas se tapiaron, lo que permitió que el interior se conservara sin variaciones en el tiempo, hasta que se rompieron los muros de bloque de hormigón y la gente comenzó a explorar las galerías (hoy podemos ver los rastros de los más incivilizados, que dejaron pintadas en las paredes frases obscenas, nombres y demás).
A pesar de esto, el desconocimiento popular de este lugar ha favorecido que no se haya destruido aún más.
Aspecto del exterior y los accesos de la antigua factoría. Los cortes de la roca todavía insinúan el tejado aserrado de la nave exterior. Y la oscuridad que se insinúa desde las perforaciones de la roca invitan a la ensoñación del visitante.
Hoy, miles de personas pasan a diario frente a las instalaciones sin preguntarse qué serán aquellos agujeros que entran en la roca, o qué será aquella enorme construcción circular de piedra que se levanta en medio de la sierra.
Es nuestro deseo darlas a conocer, puesto que es un patrimonio único y espectacular, que debe ser preservado para contar a las futuras generaciones cómo fue aquél Alicante de principios del Siglo XX. Esta apasionante muestra de arqueología industrial podría restaurarse para hacerse accesible al público, y otorgarle algún uso cultural de interés que hiciera de la experiencia de estar dentro de la roca un nuevo atractivo para la ciudad.
Raíles, bidones, barriles, instalaciones eléctricas, vagonetas... a pesar de que los operarios del Tram han retirado muchos objetos del interior, todavía podemos encontrarnos sorpresas.
Desde entonces, este lugar ha caído en declive, y no son muchos los que han conocido su existencia a lo largo de décadas de abandono. En su interior, como si de un congelador temporal se tratara, permanecieron vagonetas, raíles, cables eléctricos y todo tipo de enseres que también fueron desapareciendo, pero que todavía hoy acompañan la escena y hablan al visitante de un pasado muy diferente.
Todavía se conserva la numeración original de las galerías grafiada en los accesos a cada bóveda.
El esfuerzo de aquellos que picaron la roca durante años, y que trazaron galerías inimaginables que atraviesan nuestra montaña, debería ser homenajeado y no olvidado entre suciedad y basura. Las obras del tram ya destruyeron injustificadamente los dos primeros depósitos de mampostería ubicados en el acceso de la factoría, y debemos impedir que suceda lo mismo con el depósito exterior circular y con las propias galerías.
En cuanto accedes, la vista tarda unos instantes en aclimatarse a la oscuridad más absoluta. Al cerebro le cuesta asimilar cómo en apenas unos pasos puedes cambiar de un territorio urbanizado, moderno y lleno de coches, semáforos y edificios, a una silenciosa galería perforada en la roca, y cuyo suelo está cubierto por una capa de fino polvo que al levantarse se apodera de tus pulmones mezclado con un aire frío y enrarecido.
Las galerías son un lugar sobrecogedor y realmente sorprendente para quien las descubre por primera vez, e incluso, para el que repite. Su escala y su presencia no pueden dejar a nadie que las visite sin causarle alguna sensación especial.
Este lugar es propicio para lo inesperado y lo insólito. Cuando estás varias decenas de metros dentro de la roca, y te asomas por una bóveda, un rayo de sol rebelde te sorprende entrando por un tragaluz, que desde el exterior, y con un trazado asombrosamente rectilíneo, permitía que las bóvedas se comunicaran para ventilar e iluminarse en caso de fallo eléctrico.
Las bóvedas, reforzadas con hormigón, presentan un aspecto fantasmagórico al desconcharse el hollín adosado a sus paredes. La escasa luz hace que sea muy difícil ver la cúpula por completo.
Los pasillos en ocasiones te obligan a caminar agachado, mientras el polvo se va levantando y tu cabeza roza con las rasillas cerámicas del techo.
Mirando sorprendidos a través del respiradero, cruzado por viejos tableros y escaleras, y que asciende decenas de metros hasta la superficie... hace falta valor y mucha destreza para adentrarse ahí. No llega a apreciarse el final.
Croquis de una sección transversal por el tanque nº12 y situación de las capas conductoras.
Uno de los conductos más asombrosos es un túnel vertical que funciona como respiradero de toda la galería, de unos 2 metros de diámetro, y que llega hasta la superficie de la montaña, junto al centro comercial Plaza Mar 2, en un orificio enrejado por unos perfiles metálicos, desde el que se descuelga una vieja cuerda.
Cada uno vive la experiencia a su modo, tocando las paredes, recorriendo sistemáticamente las galerías, parándose a sentir el silencio... pero en todos se repite un mismo patrón al entrar a las bóvedas: mirar hacia arriba admirando su tamaño.
Y en cada rincón, en cada esquina, encuentras algo que observar, algo que te haga evocar el miedo de oír las bombas cayendo sobre la refinería exterior, el ruido metálico del pico y la pala ahuecando la roca o el de las vagonetas moviéndose por los raíles...
Fotografías de los momentos vividos en el interior, mientras recorríamos las galerías.
En el exterior, todavía podemos disfrutar de parte de las instalaciones de la refinería que deberían formar parte del conjunto protegido, e incluirse en una regeneración paisajística de la ladera de la Serra Grossa.
Recomendamos a los lectores que deseen visitar las galerías los siguientes consejos:
- Acceder siempre acompañado, y habiendo avisado a alguien de la visita. El lugar no es peligroso, pero existen un par de puntos donde puede haber una caída de varios metros, y una persona inmovilizada podría estar días sin ser localizada (no hay cobertura de móvil).
- Ir provisto de linterna con suficiente batería y un pañuelo para protegerse las vías respiratorias en caso de levantar demasiadas polvaredas.
- No correr por las galerías (existen agujeros en el suelo, raíles semienterrados...).
- Ir durante el día (en caso de fallar la linterna, los lucernarios y la luz desde la entrada de las galerías puede servir de guía para salir) y provistos del plano.
- Un casco protector puede ser un buen equipamiento para prevenir golpes en la cabeza con el techo de las galerías y antiguos elementos eléctricos.
Fotografías de Jesús Sánchez, Elías Gomis, Ángel Valero y Rubén Bodewig
Fuente:
De la refinería "La Británica" a la factoría "La Cantera" de Alicante.
Cuadernos del Museo del Transporte de la Comunidad Valenciana.
Inmaculada Aguilar Civera.
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Puedes localizar las galerías de "La Británica" en nuestro Mapa de Panoramio.