27 febrero 2008

ALICANTE: LA CIUDAD OLVIDADA

Parafraseando el libro de mi hermano, “25 de Mayo, la tragedia olvidada” me propongo hacer un ejercicio de reflexión sobre este terrible suceso.
Este año se cumple el 70 aniversario de la “tragedia”, yo le llamaría asesinato, masacre, etc., pero dejémoslo así. No quiero esperar a que se aproxime demasiado la fecha, pues creo que es de justicia hacer un repaso a este luctuoso hecho recordando diversos aspectos.
Primero, la situación actual de la memoria física del hecho y después, recordar algunos retazos de la historia que me ocupa.
LA VITRINA SILENCIOSA
Al entrar al recinto de la rotonda en la planta baja de mi querido Mercado Central, rodeo por la izquierda, costumbre budista, una vitrina que contiene cuatro objetos totalmente mudos. Son, los cuatro, historia. Unos representan el control que se ejercía sobre la venta bien hecha, su voz era una fina aguja y unos números que daban fe de la seriedad de unos honrados comerciantes cuyos nombre han pasado de abuelos a hijos y nietos, creando una estirpe de vendedores que desde antes de amanecer hasta pasada la primera parte de la tarde ponen al alcance del público los mejores productos de tierra y mar para consumo de los afortunados que allí acuden. No seria ningún pecado el indicarlo con una reseña escrita y alguna foto de las muchas en las que dichos objetos están presentes. Seria un merecido homenaje a la honestidad de nuestros vendedores del Mercado.
Otros dos objetos se unen al silencio de la vitrina anónima y son un reloj del que se cuenta que marcaba la hora en que la onda expansiva de una explosión allá por 1938 dejo parado. Hoy, alguien ha movido las manillas inmóviles y la hora fatal no es la que figura en las fotos adjuntas.
El cuarto objeto lo he visto día a día desde mi trabajo en el desaparecido Banco de Alicante y es un doble cilindro gris. Durante décadas, estuvo sobre la fachada frontal del Mercado. Hoy duerme anónimo junto a sus hermanos de historia.
LA ALARMA QUE SONÓ TARDE
Este doble cilindro tenia la función de avisar a la población civil de los asesinos ataques de la aviación rebelde y la de sus cómplices.
Estos aviones aparecían con el sol a la espalda provenientes casi siempre de Mallorca y aprovechaban, como corresponde a lo que eran, alimañas, la situación más propicia para no ser captados por los fonolocalizadores situados a las afueras de la ciudad. Por aquellos años no existía el radar.
Alguien avisaba de la ausencia de aviones de caza en la ciudad.
Aquel día, el avión procedente de Oran aterrizó en el aeropuerto de Air France ubicado en el Altet. Los fonolocalizadores detectaron ruido de motores y avistaron el avión de línea regular. A pocos minutos la Aviación Legionaria llegó en dos formaciones que no fueron localizadas hasta estar sobre la ciudad. La alarma sonó a la vez que las primeras bombas.
HOMENAJE A UN HEROE ANÓNIMO
Manuel Irles “Alacha”, era un estibador del Mercado Central que acababa de cumplir con su trabajo. Vivía justo sobre el mercado de verduras en la calle Capitán Segarra. Se disponía a lavarse en la terraza de su modesta casa. Acababa de guardar un puñado de cerezas y algunas sardinas.
La alarma, las primeras explosiones y los primeros gritos de dolor desentumecieron al cansado Manolo. Se asomó y con la camisa en la mano bajo los escalones hasta la calle comenzando junto con otros muchos ciudadanos a rescatar a vivos y muertos por las primeras explosiones. Aturdido por la catástrofe solo acertaba a intentar sacar de la maraña de hierros cuerpos golpeados, heridos, mutilados, irreconocibles por la sangre y el polvo.
Llegó la segunda escuadrilla y Manuel no se lo pensó, entre explosión y explosión continuó su faena. Todo acabó como empezó. ¿Habría una tercera escuadrilla?. Manuel siguió como lo hicieron otros muchos.
EL NÚMERO 312
Seria 1959 cuando en el patio de la Calle Juan de Herrera 38, esquina a Capitán Segarra, Miguel Pérez, mi padre, Perfecto Oca, mi tío y padrino, José Maria Mas, primo de mi padre y Manuel Irles, amigo de la familia, cantaban tangos a la vez que obsequiaban al tío José Maria Mas con vino, pulpo seco asado, capellans, fabes tendres y de postre horchata de Gori con toña.
Yo jugaba con mis soldados de goma a los pies de los festeros. A la fiesta se añadieron las mujeres de la casa y algún vecino. Mi hermano organizaba su mochila para partir a alguna montaña al día siguiente.
Manuel Irles me sujeto por los hombros y me dijo: “Eusebin, jo li vaig posar el nombre trescents dotze a un tros de cap que no es sabia si era d´home, dona o gos” (Eusebin, yo le puse el numero trescientos doce a un trozo de cabeza que se sabia si era de hombre, mujer o perro). Manuel, calló, cerró los ojos y lloró como un niño.
Era la primera vez que veia llorar a un hombre de la talla de Manuel. Era un gigante, fuerte por su trabajo y por el deporte.
No fue esta la única vez que Manuel me repitió el mensaje.
Pasaron los años y yo habia crecido. Manuel y los demás habían envejecido, mi padre había muerto con 54 años, los mismos que tengo yo ahora. Vi a Manuel por la calle y le salude. Manuel estrechó mi mano con alegría. Yo le pregunté por lo que pasó aquel día y él me lo dijo.
EPÍLOGO
Manuel pasó días colaborando a desescombrar y por su relación con los heridos y fallecidos participo con los médicos forenses a recomponer los cuerpos mutilados, aplastados, muchos anónimos que procedían del bombardeo. Algunos tardaron días en aparecer de entre los escombros. Los cuerpos se agrupaban ante el Hospital Provincial y eran numerados, recompuestos y una vez identificados trasladados, unos al Cementerio de Alicante, otros a San Vicente, Novelda, Agost, etc.. Unos fueron inscritos en el Juzgado de la zona sur y otros en la zona Norte. Los registros de la zona norte desaparecieron. Muchos cadáveres fueron enterrados en grupo en fosas comunes, otros los recuperó la familia, pero muchos fueron a la tierra sin nombre.
Cuenta Vicente Ramos en 1973 que desde principios de agosto de 1938 hasta el fin de la guerra, se publicó en la prensa listas de desaparecidos aquel día, hasta más de doscientos.
El fin de la Guerra trajo el silencio, pero la Democracia no trajo el recuerdo merecido. Por ello comprometo a quien se interese por ello a que no solo se mantenga la memoria si no que se exija la reparación histórica de aquellas victimas, las del Campo de los Almendros, las del Puerto de Alicante, a que se mande al Hijo Predilecto a su lugar, nunca al olvido, a que los demócratas se definan como tales y a que los neofranquistas se desprendan de sus mascaras.
En recuerdo de los más de trescientos, de los héroes anónimos, en particular a mi amigo Irles y su mensaje sin que hoy no seria quien soy, y a todos los que no olvidan.

Foto antigua con la alarma antiaérea.

Fachada principal del Mercado. Se indica la antigua ubicación de la alarma y la cúpula bajo la que esta "la vitrina muda".


La vitrina muda. Balanza, reloj, alarma antiaérea y peso.
¡Qué poco costaría indicar cada cosa lo que es!


Primera placa puesta por el Ayuntamiento el día 28 de Mayo de 2006.

La misma placa una semana después. Sobran las palabras.

La placa al día de hoy, protegida con un cristal blindado.

Gastón Castelló mira hacia el lugar donde cayeron las mas mortíferas. 25-05-2006.


Mi hermano Miguel Ángel Pérez Oca, autor del libro "25 de Mayo. La tragedia olvidada."
Su rostro refleja la decepción y la humillación que representa la "plaquita" puesta por el Alcalde.

Un año después, 25 de mayo de 2007, se repite el acto. Allí se acercaron mis amigos de Alicante Vivo, en su primer acto publico.

Parlamento homenaje por parte de miembros de la Comisión por la Recuperación de la Memoria Histórica.
Don Enrique Cerdan Tato, mi amigo.

Manolo Parra. Sindicalista, poeta y mi primer maestro en el mundo sindical.

Enrique sonríe y tras el la dulce y vital Marina Olcina, primera mujer concejal en el Ayuntamiento de Alicante
 durante la II República y primera autoridad que acudió en ayuda de las victimas del criminal bombardeo.

Marina Olcina.

Yo.

Campo de los almendros tras la humillante negativa del Alcalde Luis Díaz Alperi y sus peperos a recordar a los demócratas allí detenidos.

Un nuevo almendro que dura poco.

Como se ve, no nos quitaran ni la esperanza, ni la sonrisa.

Enrique y un superviviente del Campo de los Almendros.

Aunque no quieran, habrá almendros.

EUSEBIO PÉREZ OCA
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