23 enero 2008

LAS MURALLAS DE ALICANTE (I)

Pues sí. Alicante estuvo totalmente amurallada... aunque casi nadie se acuerde de ello. Y no penséis que hablamos de hace 400 o 500 años... No, ni mecho menos. En cierta manera, lo estuvo hasta hace muy poco tiempo. Porque 150 años, no es nada. Pero eso, os lo explicamos a continuación.


Cuando a mediados del siglo XIX (1858, para ser más exactos) la Reina Isabell II viene a Alicante a inaugurar la linea ferroviaria entre la capital de España y nuestra provincia, los alicantinos recibieron la noticia con mucha satisfacción. Por fin, tras milenios disfrutando de un impresionante puerto mediterráneo, nuestra villa había de quedar unida a la Corte y a la capital.

Tenemos que tener en cuenta que Alicante vivía cercado por fuertes paredones; seguía siendo una ciudad amurallada, plaza fuerte, un gran cuartel, un fortín dispuesto a la defensa... y ya no había guerras. Había pasado de largo el peligro de Napoleón que justificaba la creación de un desastroso castillo (el de San Fernando), artillado y desartillado sin que llegase a ser disparado ni un solo cañonazo.

Por culpa de las murallas, Alicante no podía crecer; estaba aprisionada, ineludiblemente, por unos terribles muros de piedra.

Vista de la bahía de Alicante.

Según un informe estadístico de la época, en el Alicante intramuros había 15 plazas, 125 calles, 2490 casas y 16687 habitantes; en el barrio de San Antón, ya extramuros, había dos plazas, 16 calles, 417 casas y 2796 habitantes; y en el barrio del Arrabal Roig, también extramuros, las calles eran 4, las casas 171 y los vecinos 859.

Que la ciudad quería crecer, lo demuestra estas anotaciones de Juan Vila y Blanco: "Alicante vive la vida de las ciudades populosas. Nos han visitado y visitan las poblaciones limítrofes; todo Madrid ha venido a ver su Puerto, un Puerto digno de nuestra Corte Real. Terminado el ferrocarril, llegan diariamente muchas empresas alemanas, inglesas, francesas y españolas, de todo porte y fuerza".

El panorama era óptimo, esperanzador. Pero, insisto, apretaba en exceso nuestros muros de piedra. ¿Solución? Eliminar el corsé, abrir nuevas zonas, ampliar las posibilidades de crecimiento de una ciudad disparada a la evolución urbanística. Y claro, para qué engañarnos, aquella visita de la reina fue como agua de mayo. ¡Que se entere la monarquía de nuestro problema!

Puerta de entrada a la ciudad, con el Ayuntamiento al fondo.

Isabel II (ojo, nuestra Isabel, no la inglesa) llegó a la estación de Madrid a las seis y media de la tarde del dia 25 de mayo de 1858. Como decía el cronista local "viene elegante, graciosa, alta de estatura" y añade "desde la estación bajan los ilustres viajeros a la frondosa alameda, por entre cuyas dos filas de árboles que le dan ese nombre, y de los llamados del Paraiso, y de florescentes adelfas, más embellecido todo con otras dos filas de pintados mástiles en cuyas alturas flotan gallardetes, se dirigen a la Puerta de San Francisco, en donde le son ofrecidas, en bandeja de plata, las llaves de la ciudad".

Isabel II, pues, entró en la ciudad de Alicante por la Puerta de San Francisco, y sin duda alguna pudo leer el texto de la lápida colocada sobre la misma, con esta inscripción: "Alicante hizo estas murallas en defensa de Fernando VII. Año 1810".

Por entonces, era alcalde de nuestra ciudad José Miguel Caturla, quien, acompañado por los miembros de la corporación, esperaba a Su Majestad al pie de las escaleras.  

"Señora: el Ayuntamiento tiene el alto honor de ofrecer a VV.MM. para su hospedaje esta Casa Consistorial, preparada hasta donde le han permitido sus recursos".

La verdad es que el Ayuntamiento adaptó parte del edificio para la Reina y comitiva, y lo hizo con más voluntad que presupuesto económico. Pero quedó bien ante la Corte, y esto es muy importante cuando se trata de la primera familia de España. Tenemos que recordar que entre los acompañantes de Isabel II estaba el mismísimo escritor Pedro Antonio de Alarcón, que contó lo siguiente:  

"No dormía la Reina y eran las tres de la madrugada. Cuando quedó sola en sus aposentos, quiso examinarlos y en el detenido examen invirtió mucho tiempo. Y fue de su agrado lo que admiró. -En todo han pensado los alicantinos- exclamó la Reina, apercibiéndose de ciertos pormenores tenidos en cuenta por la municipalidad. También dijo: -Han hecho demasiado por mí. ¿cómo les recompensaré?-"


En primer plano, el molino situado en la Muntañeta. El grabado es de 1852.

Sin embargo, a la Reina le íbamos a ofrecer muy pronto la posibilidad de devolvernos el favor. Dos días después, el 27 de mayo, respondía Alicante en boca de los responsables del Municipio pidiendo, enre otras cosas, autorización real para construir viviendas fuera de las murallas, en el ensanche, con argumentos tan sólidos como irrebatibles: desarrollo de la ciudad y necesidad de seguir la línea de progreso marcada por la época.

Por desgracia, nadie llegaría a pensar que una de aquellas peticiones formuladas a Isabel II, la referida al necesario derribo de todas las murallas, iba a armar tanta polvareda y a prolongarse durante más de un siglo.
Pero no adelantemos acontecimientos.

Durante su estancia en tierras alicantinas, que se prolongó más de 3 días, la Reina había sido generosa, entregando hasta 90.000 reales a hospitales y conventos de Villena, Biar, Campo de Mirra, Cañada, Sax, Salinas, Monovar, etc... Por lo que respecta a la capital, las donaciones habían sido de 16.000 reales para los menesterosos, 2000 para el Convento de las Agustinas, 2000 para el Convento de las Capuchinas, 2000 para las Monjitas de Santa Clara del Monasterio de Santa Faz, 3000 para la mendicidad, 2000 para la Casa Socorro, 4000 para el Hospital de San Juan y 4000 para la cárcel.

Pero no nos liemos....

Sobre el tema de las murallas, señalaba un historiador lo siguiente:

 "Alicante estaba encintada desde el siglo XVI entre sus caminos cubiertos que desde lo alto del Castillo de Santa Bárbara descendían hasta la Calle Villa Vella y hasta la avenida de Alfonso X El Sabio. La muralla descendía hacia el mar por la actual Rambla y en cada una de sus entradas había torreones, algunos con capilla (San sebastián, Monserrate...) y sin que faltara su casalicio con una devota reproducción de la Santa Faz."

Y es que la ciudad crecia. Era necesario, ya, ampliar el casco urbano, que estaba protegido con muralla desde el Portal de Suecia (hoy Alfonso X el Sabio) hasta la actual Plaza de los Luceros, para descender al mar. Dentro de este recinto estaba la Muntañeta y el arrabal de San Francisco, con su torre de defensa. La Muntañeta tenía su molino de viento, había una cantera para la extracción de piedra que , aún de escasa calidad) era utilizada en la construcción de edificios, y un horno de cal y yesera. Por si le faltaba poco a aquel sector, unas cuantas casitas, humildes y elementales, empezaban a constituir un suburbio que se poblaría y mucho hasta 1930.

Resulta curioso que, aun cuando a la petición de los alicantinos respondió con un SÍ rotundo Isabel II, las murallas permanecieron en pie muchos años, con gran dolor de nuestros habitantes.

La "Guerra de las Murallas" había comenzado precisamente a los escasos días de la marcha de la Reina. Ella fue la que pronunció los primeros gritos contra los muros de piedra.

El dictamen del Ministros de la Guerra, fechado el 3 de julio y comunicado al Ayuntamiento, decía textualmente lo siguiente:

"Atendiendo la Reyna a la conveniencia y necesidad de dar más extendidos límites a la ciudad de Alicante, ceñida hoy por un recinto que impide su crecimiento, se autoriza su derribo total".

Pero de este hablaremos en la segunda parte del artículo, pues el asunto de tan evidente delicadeza, motivará prolongadas discusiones.

continua AQUÍ

Fuentes:
- Alicante de la A a la Z (Fernando Gil)

 
La Asociación Cultural Alicante Vivo se reserva el derecho de moderación, eliminación de comentarios malintencionados, con lenguaje ofensivo o spam. Las opiniones aquí vertidas por terceras personas no representan a la Asociación Cultural Alicante Vivo.