Aigües, cuyo término valenciano significa Aguas, proviene del acuífero situado en el Cabeçó d'Or (en cuya vertiente oriental se localiza el municipio) y en el Barranco del Paisano, donde nace el Río de Aigües, que sirvió de frontera entre la Corona de Aragón y la Corona de Castilla. Todo ello quedó establecido en el Tratado de Almizra (1244), firmado por Jaime I de Aragón y el Infante D. Alfonso de Castilla, y donde aparece una de las primeras menciones de la localidad.
Otro documento importante para la historia de este municipio es la creación del Concejo de Alicante y la confirmación de su alfoz, en el que se engloba Aigües, firmado en 1252 por Alfonso X el Sabio.
Posteriormente, Fernando el Católico elevó a Ciudad la Villa de Alicante y ratificó la inclusión de Aigües. El documento, redactado en latín, da la denominación del lugar en valenciano. Pero no será hasta 1841 cuando el municipio se segregue de Alicante.
En la edad Moderna, el nombre de Aigües aparece vinculado a la familia Martínez de Vera desde que en 1604 D. Alfonso Martínez de Vera compró a D. Pedro Mora y Rocamora las heredades que este poseía en el término de Alicante, Aigües y Banyeres.
Es a mediados del siglo XVII cuando se crea el título de Marqués del Bosch y más tarde el de Conde de Casa Rojas, familia que sigue siendo propietaria de terrenos y edificaciones de la zona.
Posteriormente, Fernando el Católico elevó a Ciudad la Villa de Alicante y ratificó la inclusión de Aigües. El documento, redactado en latín, da la denominación del lugar en valenciano. Pero no será hasta 1841 cuando el municipio se segregue de Alicante.
En la edad Moderna, el nombre de Aigües aparece vinculado a la familia Martínez de Vera desde que en 1604 D. Alfonso Martínez de Vera compró a D. Pedro Mora y Rocamora las heredades que este poseía en el término de Alicante, Aigües y Banyeres.
Es a mediados del siglo XVII cuando se crea el título de Marqués del Bosch y más tarde el de Conde de Casa Rojas, familia que sigue siendo propietaria de terrenos y edificaciones de la zona.
"A media mañana, bajaba a la cuadra para aparejar el mulo. Lo albardaba con cuidado, mientras le hablaba al oído. Después, apretaba la cincha con un golpe delicado y tomando el ronzal, marchaban los dos a dar un paseo por el pueblo. Todos los días hacían el mismo recorrido, menos el domingo. El domingo, Juan iba al bar y el mulo permanecía en la cuadra, con el pesebre bien repleto de algarrobas. Los paseos comenzaron el día que Juan se jubiló. Una mañana, tomó la decisión de no volver a la tierra y nunca más lo hizo. Dejó que los almendros se secaran, que se perdieran los olivos. La gente decía, Juan se ha hecho viejo. Lo único que conservó fue el mulo. Cuando se le acabaron las fuerzas, llamó a unos hombres de Alcoy para que vinieran a llevarse al animal. La mañana en que apareció el camión, Juan bajó a la cuadra, como de costumbre. Ese día, sin embargo, no albardó al mulo. Se acercó a él y le pasó la mano por el lomo, acariciándolo. Macho, macho, les susurraba al oído. A continuación, desató el ronzal y subieron los dos al camión por una rampa de tablones que los hombres había improvisado. Juan les entregó el mulo. Después se dirigió a la cuadra, escudriñó un momento el interior, comprobó que todo estaba en orden y salió, cerrando la puerta con doble vuelta. Metió la llave en el bolsillo de la chaqueta y , aunque no era domingo, se encaminó hacia el bar."
Cuando alguien me pregunta por la vida en Aigües años atrás, le cuento la historia de Juan y de su mulo. Fue el último mulo que vi beber en el abrevadero. Ahora solo acuden allí los perros, que disputan el territorio a las avispas. Después, caminamos hacia el Morret de Cabot, entre un paisaje de huertos resecados, donde sobrevive milagrosamente algún algarrobo. En los comienzos de septiembre, el perfume de la algarroba invade el aire y despierta la nostalgia de los veranos libres de la niñez. Monte arriba, los bancales trepan siguiendo la inclinación de la ladera. Son estrechos y alargados. Tan estrechos que apenas pueden contener un par de almendros.
¡Cuánto esfuerzo para ganar este pedazo de tierra y levantar el muro que la defendería de la lluvia!
Pero, la lluvia y el viento derribaron los muros y la tierra escapa ahora ladera abajo.
Hace años que se secaron los almendros y la maleza ha vuelto a crecer en las terrazas. Me dicen: "tanto trabajo para nada". Y yo respondo que no fue para nada. Era sus vida y la vivieron de la única manera que sabían. Ignorantes y rudos, se enfrentaron a la necesidad sin discutir su destino. Por lo demás, si la cosecha era buena, hacían fiesta y los hombres jugaban al monte; si las cosas venían mal dadas, emigraban a Francia o a Argelia por una temporada. Quienes eran tan pobres que ni siquiera podían marchar, mojaban el pan en la sombra de una sardina.
No lo busques, lector, en estas fotografías.
No están aquí.
No está Pedro La Cuca, ni Lluis El Formiga, ni Tombapel que encandilaba a los niños con su arte para tirar cohetes en las fiestas, ni Ramón L’Esquilador que moriría en Argel, cerca de Solferino, de unas fiebres, ni Miquel El Cec, al que escuché una tarde tocar la armónica, en los oficios de Jueves Santo. No está Sesano, ni El Garrot.
Ni están sus mujeres. Ni sus hijos. Ni las calles que ellos fatigaron.
A cambio, lector, encontrarás fotografías del balneario, un hermoso edificio, de comienzos de siglo, que atrajo a un público ocioso y desahogado que hasta aquí acudía para tomar las aguas y pasar temporadas de descansos.
Que las gentes de Aigües sean hoy recordadas por las fotografías de un hotel que jamás pisaron como no fuera entrando por la puerta de servicio, no encierra ninguna ironía. Solo expresa la certeza de que los pobres no tienen historia. Y esta es la mayor de las pobrezas, pues se perpetúa más allá de la muerte, negando la memoria.
info y fotos: Jose Ramón Giner. Memoria Gráfica de Alicante y Comarca