Al igual que hizo Hans Christian Andersen, Cavanilles o el mismísimo Cervantes, otro ilustre viajero (en este caso francés) visitó nuestra provincia allá por el siglo XVII.
Se llamaba Jouvin de Rochefort, y centró su visita en la Vega Baja y Elche.
Poco tiene que ver la detallada descripción que de la ciudad del Vinalopó nos daba Jouvin cuando la comparamos con la moderna y gran urbe que es hoy la ciudad de Elche. Pese a la posible ficción de su viaje, la recopilación de datos procedentes de las experiencias de otros viajeros le permitió reconstruir una atractiva estampa del Elche de fines del siglo XVII.
Desgranando su texto, vemos cómo el francés sentía admiración por un gran hospital, el llamado Hospital de la Corredera, fundación del magnífico Pedro Fernández de Mesa, construido en 1514 extramuros de la ciudad, para el que dejó en su testamento quince mil sueldos a los que se añadió el producto de la venta del antiguo hospital medieval de la calle Mayor
Igualmente, se encontró gratamente sorprendido por el recio campanil de dos cuerpos, conocido popularmente como Calentura (nombre en relación con las calendas, como forma de medición del tiempo) cuyo reloj el consejo municipal acordó construir en 1571 imponiendo un sueldo por cada cahíz de molienda. Obra de Alfonso Gaytán, costó 700 libras de plata y se montó en la célebre Torre de la Vela; sus campanas, Vicente y Miguel, golpeadas desde 1759 por los martillos de los articulados brazos de Calentura y Calendureta, daban las horas y los cuartos.
Jouvin contaba que "en la Plaza Mayor se halla el Ayuntamiento, edificio grande e irregular cuya Torre del Concejo, construida en 1441 sobre la Lonja, da acceso a la Plaza, también llamada ‘plaza de la fruta’".
También reparó nuestro viajero en el convento franciscano de San José, situado al otro lado del río bajando de la ciudad por la antigua ‘cuesta de Bonus’, cuya fundación fue acordada el 2 de febrero de 1561.
Por desgracia, nada se conserva de aquel primer edificio.
Y si las bellezas arquitectónicas captaron la atención de Jouvin, no menos impresión causaron en él los bellos y antiguos palmerales que rodeaban la ciudad y que vienen a ser la carta de presentación de la ciudad ilicitana.
Por desgracia, no todo en el viaje fueron gratas experiencias.
Al parecer, a Jouvin le molestó mucho el problema de las costumbres que se usaban en los diferentes reinos de España: "el viajero será advertido de ir a casa del alcalde a tomar un pasaporte del dinero que lleve, no siendo permitido llevar más de cinco o seis monedas; también es preciso tener permiso para hacerlo, dando cinco sueldos a ese alcalde. Si no, los guardas que encontramos en los bosques te quitaran todo el dinero".
Y no le quito la razón, más aún cuando el propio francés argumentaba: "me parece injusto. Cada persona debe hacer lo que quiera con su dinero y llevarlo allí donde quiera. Habría alguna excusa de ello si se pasase al extranjero, pero no en los diferentes reinos de España, que dependen del mismo rey."
En fin.
Como hemos dicho, la Elche que se encontró era muy diferente a la actual.
¿O quizá no tanto?
info: Emilio Soler. Diario Información
Se llamaba Jouvin de Rochefort, y centró su visita en la Vega Baja y Elche.
Poco tiene que ver la detallada descripción que de la ciudad del Vinalopó nos daba Jouvin cuando la comparamos con la moderna y gran urbe que es hoy la ciudad de Elche. Pese a la posible ficción de su viaje, la recopilación de datos procedentes de las experiencias de otros viajeros le permitió reconstruir una atractiva estampa del Elche de fines del siglo XVII.
Desgranando su texto, vemos cómo el francés sentía admiración por un gran hospital, el llamado Hospital de la Corredera, fundación del magnífico Pedro Fernández de Mesa, construido en 1514 extramuros de la ciudad, para el que dejó en su testamento quince mil sueldos a los que se añadió el producto de la venta del antiguo hospital medieval de la calle Mayor
Igualmente, se encontró gratamente sorprendido por el recio campanil de dos cuerpos, conocido popularmente como Calentura (nombre en relación con las calendas, como forma de medición del tiempo) cuyo reloj el consejo municipal acordó construir en 1571 imponiendo un sueldo por cada cahíz de molienda. Obra de Alfonso Gaytán, costó 700 libras de plata y se montó en la célebre Torre de la Vela; sus campanas, Vicente y Miguel, golpeadas desde 1759 por los martillos de los articulados brazos de Calentura y Calendureta, daban las horas y los cuartos.
Jouvin contaba que "en la Plaza Mayor se halla el Ayuntamiento, edificio grande e irregular cuya Torre del Concejo, construida en 1441 sobre la Lonja, da acceso a la Plaza, también llamada ‘plaza de la fruta’".
También reparó nuestro viajero en el convento franciscano de San José, situado al otro lado del río bajando de la ciudad por la antigua ‘cuesta de Bonus’, cuya fundación fue acordada el 2 de febrero de 1561.
Por desgracia, nada se conserva de aquel primer edificio.
Y si las bellezas arquitectónicas captaron la atención de Jouvin, no menos impresión causaron en él los bellos y antiguos palmerales que rodeaban la ciudad y que vienen a ser la carta de presentación de la ciudad ilicitana.
Por desgracia, no todo en el viaje fueron gratas experiencias.
Al parecer, a Jouvin le molestó mucho el problema de las costumbres que se usaban en los diferentes reinos de España: "el viajero será advertido de ir a casa del alcalde a tomar un pasaporte del dinero que lleve, no siendo permitido llevar más de cinco o seis monedas; también es preciso tener permiso para hacerlo, dando cinco sueldos a ese alcalde. Si no, los guardas que encontramos en los bosques te quitaran todo el dinero".
Y no le quito la razón, más aún cuando el propio francés argumentaba: "me parece injusto. Cada persona debe hacer lo que quiera con su dinero y llevarlo allí donde quiera. Habría alguna excusa de ello si se pasase al extranjero, pero no en los diferentes reinos de España, que dependen del mismo rey."
En fin.
Como hemos dicho, la Elche que se encontró era muy diferente a la actual.
¿O quizá no tanto?
info: Emilio Soler. Diario Información