ARTÍCULO RELACIONADO: CARLOS ARNICHES
En los años 1919 y 1920, el Centro de Escritores y Artistas de Alicante solicitó el debido homenaje de la ciudad a su ilustre hijo Carlos Arniches Barrera.
Pero aquellos nobles proyectos (colocación de una lápida conmemorativa; rotulación de una avenida; emplazamiento de un busto en bronce...) quedaron sin efecto.
Hasta el año 1921, la ocasión no volvió a presentarse. Fue tras el éxito de “No te ofendas, Beatriz”, obra teatral suya estrenada en el teatro de la ciudad. «Maestro, Alicante os admira, os quiere, está orgullosa de que seáis su hijo y anhela la ocasión de hacer patente estos sentimientos. ¿Por qué no aprovechar, maestro, esta ocasión para reconciliar vuestro espíritu con la "terreta" amada, que os mira lejano, muy lejano, tal como si hubierais de por vida renunciado a ella? Aceptad la invitación que el más modesto de los periodistas alicantinos os hace en nombre de la ciudad: iremos a buscaros hasta vuestro refugio glorioso; os traeremos en las andas de nuestro afecto, enguirnaldadas con las flores del entusiasmo y aromadas por el incienso de la admiración”.
Tan pronto llegó esta crítica periodística a su destinatario, Arniches, emocionado y agradecido, contestó inmediatamente con el siguiente telegrama dirigido al señor García Marcili:
«Mi querido paisano y amigo. Alicante no me debe nada. No es esta la primera vez que lo digo. Soy yo, como hijo que no olvida, el que debe a su pequeña patria -madre amable, santa y acogedora- la ofrenda humilde de unos modestos laureles, logrados en una vida de trabajo y de lucha. Y estos laureles, mojados por unas lágrimas y estremecidos por muchas inquietudes, un día iré a rendirlos a las plantas gloriosas de mi noble ciudad. Quedamos, pues, en que debo a Alicante y a ustedes todos, paisanos y amigos queridos, una visita que ha de cumplirse en breve, Dios mediante”.
Por aquel entonces, era alcalde de Alicante don Juan Bueno Sales. En la sesión municipal, celebrada el día 18 de aquel mes de noviembre se acordó que: “Previa declaración de urgencia, el señor Sánchez Santana propone que se invite oficialmente al ilustre autor dramático alicantino Don Carlos Arniches a que visite esta su Ciudad natal y que se le rinda el merecido testimonio de simpatía»
La invitación fue aceptada.
Hasta este momento, el homenaje que se proyectaba consistía en colocar una lápida conmemorativa del autor alicantino en su casa natal; otorgarle el título de Socio de Mérito del Casino, y ofrecerle función de honor en el primer coliseo de la ciudad y banquete de carácter popular.
La lápida conmemorativa para instalar en la casa de la calle de Golfín, fue labrada por Vicente Bañuls, quien ilustró con dibujos el pergamino con el nombramiento de Hijo Predilecto, obra que realizó el arquitecto don Juan Vidal.
A las ocho y media de la mañana del día 10 de diciembre de 1921, llegó a su ciudad natal Carlos Arniches Barrera. En la estación le aguardaban el alcalde con una representación de los concejales y el presidente de la Excma. Diputación. Acompañado de la comitiva, Arniches llegó al hotel Simón, donde se instaló con su familia. Desde sus balcones, el escritor contempla la maravillosa estampa de la Explanada con fondo de horizontes marinos, y exclamó: «¡Qué mayor homenaje!».
Rigurosamente, se cumplió el programa: Arniches se dirigió a la calle de Golfín, donde ya estaba colocada la lápida que el Círculo de Bellas Artes le había dedicado con este texto: «En esta casa nació el ilustre alicantino D. Carlos Arniches Barrera el día 11 de octubre de 1866. Honremos su memoria».
A continuación, Arniches asistió al comienzo de la representación, en el Teatro España, de El puñao de rosas, y desde allí se trasladó al Ayuntamiento, cuyo cabildo, reunido en sesión extraordinaria, iba a hacerle entrega del título de Hijo Predilecto de la Ciudad.
Este fue el discurso: «Ante ningún hombre descubro mi frente con más respeto; ante ningún hombre me inclino con más sentida reverencia como ante aquellos, que con su talento, su laboriosidad y su constancia consiguieron sacar de la oscuridad sus vidas. Muy joven, casi un niño era Arniches, cuando el huracán de la desgracia arrasó su casa, obligándole a abandonar su patria chica para ir a fijar su residencia en otra población que ofreciera más facilidades para la vida modesta que el Destino deparara. Y Carlos Arniches, sin otras armas que la pluma y las cuartillas, se apercibió a librar la batalla por la vida. Baste deciros que, primero, en esa guerra de trincheras, en la que se combate parapetado tras la mesa de redacción, y, después, en el campo abierto del escenario del teatro, donde se da el pecho, donde se entrega la reputación y el nombre, que lo mismo pueden ser sepultados en el abismo del ridículo, como elevados a la cumbre de la gloria, luchó con ahínco, luchó sin desmayo, luchó bravamente hasta que conquistó el aplauso de las muchedumbres. Entonces su nombre famoso se publicó junto al de Alicante. Y estimando que debemos honrar a quien así honró a su patria, el modesto concejal que tiene el honor de dirigiros la palabra creyó cumplir su deber de ciudadano, pidiendo al Excmo. Ayuntamiento que nombrase a don Carlos Arniches Hijo Predilecto de Alicante, cuya proposición, acordada unánimemente, tenemos hoy la satisfacción de ver cumplida."
Acto seguido y después de las palabras de don José Guardiola Ortiz, abrazó a Arniches, quien habló así:
«Si yo hubiese tenido la seguridad de encontrar unas palabras férvidas, llenas de emoción, para que os hubiesen expresado justamente toda la gratitud de mi alma, yo no habría escrito estas cuartillas; porque, además, nada me parece tan sincero y cordial como entregar a la palabra hablada el sentimiento palpitante y vivo, según va fluyendo de nuestro corazón. Pero yo no estaba seguro de que el estado emocional, en que en este momento habría de encontrarme, me permitiera coordinar serenamente unas cuantas palabras y unas pocas ideas. Comprenderéis, señores, la emoción de que me siento poseído en este momento, emoción superior a cuantas sentí en mi vida, a pesar de ser mi vida una vida inquieta de trabajador y de combatiente. Es esta hora, para mí, la hora más solemne y más conmovedora de mi existencia. ¿Por qué? Voy a decíroslo. Hace muchos años, muchos, era yo un niño todavía, ¡calculad cuántos!..., salí de Alicante empujado por vientos de desventura hacia una tierra extraña. En ella fracasaron mis aptitudes comerciales y, al poco tiempo, me llevaron a Madrid mis ilusiones literarias; y allí, malaventurado, solo, desconocido, sin auxilio de nadie y sin otras armas que una pluma y unas cuartillas, empezó mi lucha por el porvenir; una lucha cruel, implacable, llena de horas negras, de esas horas que no traen sino visiones de desesperanza y de amargura. No quiero entenebreceros estos instantes con el relato minucioso de mis tristes días de bohemio; pero es preciso llegar a este cuadro sombrío, porque de él arranca mi fe en esa virtud fortalecedora que derramó luego sobre mi corazón las rosas de la ventana y del bien. Es la virtud del trabajo, del trabajo, señores, que es sin duda la única razón con que yo puedo justificar ante vosotros mi éxito humilde. Pero el laborar del artista, sobre todo en sus principios, he de declararlo, tiene también instantes de inquietud y de contrariedad que producen peligrosas depresiones a un alma débil y perpleja. Yo no las he sufrido, lo declaro sin modestia, porque siempre entendí que el trabajo debe apoyarse en otra virtud auxiliar: la perseverancia; y con estas dos virtudes, a las magníficas de la voluntad, he visto luego que puede llegar el hombre a las más altas y halagadoras aspiraciones de su vida. Ved si no mi ejemplo; vedme a mí, que me encuentro hoy ante vosotros enaltecido y honrado con el más alto galardón con que puede soñar un alicantino: con el nombramiento de Hijo Predilecto de la Ciudad, como si ya no fuera bastante honor ser sencillamente su hijo. ¡Cómo iba yo a imaginar nunca que alcanzaría honra semejante! ¿Comprendéis ahora por qué bendigo yo el trabajo? Pues lo bendigo porque a él debo la alegría de este momento, que es la más fuerte alegría espiritual que he recibido en toda mi existencia. Ah, señores; bien he visto yo que no hay amor como el de la tierra en que nacemos, porque ella, al igual que la madre, apenas presencia los triunfos del hijo, y, sin embargo, luego, en el rincón del hogar querido, es la que le da el abrazo más entrañable, más duradero y más fuerte.Todas las horas amargas de mis días tristes de juventud, por muchas que hayan sido, están compensadas con exceso por esta sola hora en que el amor de Alicante me dice, por vuestro corazón, que no olvidó al hijo ausente. Acabo, pues, saludando a Alicante, en cuyo loor quiero derramar la copa de mi corazón, llena de enternecida gratitud. He dicho.»
Al término de este discurso, el alcalde hizo entrega al ilustre comediógrafo del artístico pergamino con el título de Hijo Predilecto de Alicante.
Al día siguiente, en el balneario «Diana», tuvo lugar un banquete, durante el cual los comensales cantaron a coro el Himne a Alacant, de Yagües y Latorre, y a cuyo término pronunciaron breves oraciones don Florentino de Elizaicin, el señor Casals, don Pascual Ors, don José Guardiola Ortiz y el homenajeado.
Más tarde, el presidente del Real Club de Regatas, don Ricardo Guillén, invitó al ilustre alicantino, esposa e hijas a un paseo marítimo. En esta excursión fueron sus acompañantes don José Mingot Shelly y señora doña María Tallo, don Heliodoro Guillén, don Eleuterio Abad Sellers y el señor Flores, entre otros. Aplaudido y vitoreado por un numeroso público, Carlos Arniches emprendió el regreso a Madrid en el tren de las nueve y media de la noche del domingo, día 11.
A modo de significativo colofón, digamos que, muy pocos días después de estos memorables acontecimientos en Alicante, Carlos Arniches estrenaba en el teatro de la Comedia, de Madrid, exactamente el 22 de diciembre, su tragedia grotesca Es mi hombre, que, como es sabido, reportó a su autor uno de sus más clamorosos triunfos escénicos.
Con fecha 25 del citado mes de diciembre, Arniches volvía a telegrafiar a Eduardo García Marcili, ahora en estos términos: «Todavía emocionado por los aplausos de mi éxito reciente, ruégole comunique a todos que he dedicado mi obra a Alicante. Remitiré ejemplares para el Ayuntamiento y para los amigos. La dedicatoria reza así: A Alicante. Apenas desprendido de tus manos maternales, que deshojaron sobre mi corazón las rosas de tu amor, vuelvo a Madrid, y los primeros aplausos que recojo de este pueblo generoso y bueno te los ofrezco a ti, mi tierra amada, para pagar, en parte mínima, la deuda de gratitud que dejaste abierta en mi alma filial. A las bellas y nobles mujeres y a los hombres inteligentes y cordiales que te representan, envío mi saludo fraterno.Y a ti, mi ciudad gloriosa, te ofrezco de hoy para siempre decir en toda oportunidad, ungidos los labios de emoción:
Hasta el año 1921, la ocasión no volvió a presentarse. Fue tras el éxito de “No te ofendas, Beatriz”, obra teatral suya estrenada en el teatro de la ciudad. «Maestro, Alicante os admira, os quiere, está orgullosa de que seáis su hijo y anhela la ocasión de hacer patente estos sentimientos. ¿Por qué no aprovechar, maestro, esta ocasión para reconciliar vuestro espíritu con la "terreta" amada, que os mira lejano, muy lejano, tal como si hubierais de por vida renunciado a ella? Aceptad la invitación que el más modesto de los periodistas alicantinos os hace en nombre de la ciudad: iremos a buscaros hasta vuestro refugio glorioso; os traeremos en las andas de nuestro afecto, enguirnaldadas con las flores del entusiasmo y aromadas por el incienso de la admiración”.
Tan pronto llegó esta crítica periodística a su destinatario, Arniches, emocionado y agradecido, contestó inmediatamente con el siguiente telegrama dirigido al señor García Marcili:
«Mi querido paisano y amigo. Alicante no me debe nada. No es esta la primera vez que lo digo. Soy yo, como hijo que no olvida, el que debe a su pequeña patria -madre amable, santa y acogedora- la ofrenda humilde de unos modestos laureles, logrados en una vida de trabajo y de lucha. Y estos laureles, mojados por unas lágrimas y estremecidos por muchas inquietudes, un día iré a rendirlos a las plantas gloriosas de mi noble ciudad. Quedamos, pues, en que debo a Alicante y a ustedes todos, paisanos y amigos queridos, una visita que ha de cumplirse en breve, Dios mediante”.
Por aquel entonces, era alcalde de Alicante don Juan Bueno Sales. En la sesión municipal, celebrada el día 18 de aquel mes de noviembre se acordó que: “Previa declaración de urgencia, el señor Sánchez Santana propone que se invite oficialmente al ilustre autor dramático alicantino Don Carlos Arniches a que visite esta su Ciudad natal y que se le rinda el merecido testimonio de simpatía»
La invitación fue aceptada.
Hasta este momento, el homenaje que se proyectaba consistía en colocar una lápida conmemorativa del autor alicantino en su casa natal; otorgarle el título de Socio de Mérito del Casino, y ofrecerle función de honor en el primer coliseo de la ciudad y banquete de carácter popular.
La lápida conmemorativa para instalar en la casa de la calle de Golfín, fue labrada por Vicente Bañuls, quien ilustró con dibujos el pergamino con el nombramiento de Hijo Predilecto, obra que realizó el arquitecto don Juan Vidal.
A las ocho y media de la mañana del día 10 de diciembre de 1921, llegó a su ciudad natal Carlos Arniches Barrera. En la estación le aguardaban el alcalde con una representación de los concejales y el presidente de la Excma. Diputación. Acompañado de la comitiva, Arniches llegó al hotel Simón, donde se instaló con su familia. Desde sus balcones, el escritor contempla la maravillosa estampa de la Explanada con fondo de horizontes marinos, y exclamó: «¡Qué mayor homenaje!».
Rigurosamente, se cumplió el programa: Arniches se dirigió a la calle de Golfín, donde ya estaba colocada la lápida que el Círculo de Bellas Artes le había dedicado con este texto: «En esta casa nació el ilustre alicantino D. Carlos Arniches Barrera el día 11 de octubre de 1866. Honremos su memoria».
A continuación, Arniches asistió al comienzo de la representación, en el Teatro España, de El puñao de rosas, y desde allí se trasladó al Ayuntamiento, cuyo cabildo, reunido en sesión extraordinaria, iba a hacerle entrega del título de Hijo Predilecto de la Ciudad.
Este fue el discurso: «Ante ningún hombre descubro mi frente con más respeto; ante ningún hombre me inclino con más sentida reverencia como ante aquellos, que con su talento, su laboriosidad y su constancia consiguieron sacar de la oscuridad sus vidas. Muy joven, casi un niño era Arniches, cuando el huracán de la desgracia arrasó su casa, obligándole a abandonar su patria chica para ir a fijar su residencia en otra población que ofreciera más facilidades para la vida modesta que el Destino deparara. Y Carlos Arniches, sin otras armas que la pluma y las cuartillas, se apercibió a librar la batalla por la vida. Baste deciros que, primero, en esa guerra de trincheras, en la que se combate parapetado tras la mesa de redacción, y, después, en el campo abierto del escenario del teatro, donde se da el pecho, donde se entrega la reputación y el nombre, que lo mismo pueden ser sepultados en el abismo del ridículo, como elevados a la cumbre de la gloria, luchó con ahínco, luchó sin desmayo, luchó bravamente hasta que conquistó el aplauso de las muchedumbres. Entonces su nombre famoso se publicó junto al de Alicante. Y estimando que debemos honrar a quien así honró a su patria, el modesto concejal que tiene el honor de dirigiros la palabra creyó cumplir su deber de ciudadano, pidiendo al Excmo. Ayuntamiento que nombrase a don Carlos Arniches Hijo Predilecto de Alicante, cuya proposición, acordada unánimemente, tenemos hoy la satisfacción de ver cumplida."
Acto seguido y después de las palabras de don José Guardiola Ortiz, abrazó a Arniches, quien habló así:
«Si yo hubiese tenido la seguridad de encontrar unas palabras férvidas, llenas de emoción, para que os hubiesen expresado justamente toda la gratitud de mi alma, yo no habría escrito estas cuartillas; porque, además, nada me parece tan sincero y cordial como entregar a la palabra hablada el sentimiento palpitante y vivo, según va fluyendo de nuestro corazón. Pero yo no estaba seguro de que el estado emocional, en que en este momento habría de encontrarme, me permitiera coordinar serenamente unas cuantas palabras y unas pocas ideas. Comprenderéis, señores, la emoción de que me siento poseído en este momento, emoción superior a cuantas sentí en mi vida, a pesar de ser mi vida una vida inquieta de trabajador y de combatiente. Es esta hora, para mí, la hora más solemne y más conmovedora de mi existencia. ¿Por qué? Voy a decíroslo. Hace muchos años, muchos, era yo un niño todavía, ¡calculad cuántos!..., salí de Alicante empujado por vientos de desventura hacia una tierra extraña. En ella fracasaron mis aptitudes comerciales y, al poco tiempo, me llevaron a Madrid mis ilusiones literarias; y allí, malaventurado, solo, desconocido, sin auxilio de nadie y sin otras armas que una pluma y unas cuartillas, empezó mi lucha por el porvenir; una lucha cruel, implacable, llena de horas negras, de esas horas que no traen sino visiones de desesperanza y de amargura. No quiero entenebreceros estos instantes con el relato minucioso de mis tristes días de bohemio; pero es preciso llegar a este cuadro sombrío, porque de él arranca mi fe en esa virtud fortalecedora que derramó luego sobre mi corazón las rosas de la ventana y del bien. Es la virtud del trabajo, del trabajo, señores, que es sin duda la única razón con que yo puedo justificar ante vosotros mi éxito humilde. Pero el laborar del artista, sobre todo en sus principios, he de declararlo, tiene también instantes de inquietud y de contrariedad que producen peligrosas depresiones a un alma débil y perpleja. Yo no las he sufrido, lo declaro sin modestia, porque siempre entendí que el trabajo debe apoyarse en otra virtud auxiliar: la perseverancia; y con estas dos virtudes, a las magníficas de la voluntad, he visto luego que puede llegar el hombre a las más altas y halagadoras aspiraciones de su vida. Ved si no mi ejemplo; vedme a mí, que me encuentro hoy ante vosotros enaltecido y honrado con el más alto galardón con que puede soñar un alicantino: con el nombramiento de Hijo Predilecto de la Ciudad, como si ya no fuera bastante honor ser sencillamente su hijo. ¡Cómo iba yo a imaginar nunca que alcanzaría honra semejante! ¿Comprendéis ahora por qué bendigo yo el trabajo? Pues lo bendigo porque a él debo la alegría de este momento, que es la más fuerte alegría espiritual que he recibido en toda mi existencia. Ah, señores; bien he visto yo que no hay amor como el de la tierra en que nacemos, porque ella, al igual que la madre, apenas presencia los triunfos del hijo, y, sin embargo, luego, en el rincón del hogar querido, es la que le da el abrazo más entrañable, más duradero y más fuerte.Todas las horas amargas de mis días tristes de juventud, por muchas que hayan sido, están compensadas con exceso por esta sola hora en que el amor de Alicante me dice, por vuestro corazón, que no olvidó al hijo ausente. Acabo, pues, saludando a Alicante, en cuyo loor quiero derramar la copa de mi corazón, llena de enternecida gratitud. He dicho.»
Al término de este discurso, el alcalde hizo entrega al ilustre comediógrafo del artístico pergamino con el título de Hijo Predilecto de Alicante.
Al día siguiente, en el balneario «Diana», tuvo lugar un banquete, durante el cual los comensales cantaron a coro el Himne a Alacant, de Yagües y Latorre, y a cuyo término pronunciaron breves oraciones don Florentino de Elizaicin, el señor Casals, don Pascual Ors, don José Guardiola Ortiz y el homenajeado.
Más tarde, el presidente del Real Club de Regatas, don Ricardo Guillén, invitó al ilustre alicantino, esposa e hijas a un paseo marítimo. En esta excursión fueron sus acompañantes don José Mingot Shelly y señora doña María Tallo, don Heliodoro Guillén, don Eleuterio Abad Sellers y el señor Flores, entre otros. Aplaudido y vitoreado por un numeroso público, Carlos Arniches emprendió el regreso a Madrid en el tren de las nueve y media de la noche del domingo, día 11.
A modo de significativo colofón, digamos que, muy pocos días después de estos memorables acontecimientos en Alicante, Carlos Arniches estrenaba en el teatro de la Comedia, de Madrid, exactamente el 22 de diciembre, su tragedia grotesca Es mi hombre, que, como es sabido, reportó a su autor uno de sus más clamorosos triunfos escénicos.
Con fecha 25 del citado mes de diciembre, Arniches volvía a telegrafiar a Eduardo García Marcili, ahora en estos términos: «Todavía emocionado por los aplausos de mi éxito reciente, ruégole comunique a todos que he dedicado mi obra a Alicante. Remitiré ejemplares para el Ayuntamiento y para los amigos. La dedicatoria reza así: A Alicante. Apenas desprendido de tus manos maternales, que deshojaron sobre mi corazón las rosas de tu amor, vuelvo a Madrid, y los primeros aplausos que recojo de este pueblo generoso y bueno te los ofrezco a ti, mi tierra amada, para pagar, en parte mínima, la deuda de gratitud que dejaste abierta en mi alma filial. A las bellas y nobles mujeres y a los hombres inteligentes y cordiales que te representan, envío mi saludo fraterno.Y a ti, mi ciudad gloriosa, te ofrezco de hoy para siempre decir en toda oportunidad, ungidos los labios de emoción:
Soc fill del poble, que te les chiques com les palmeres de chunt al mar.»
INFO: BIBLIOTECA VIRTUAL MIGUEL DE CERVANTES
FOTO 4: DANIEL BAÑULS Y RAFAEL ALTAMIRA
FOTO 4: DANIEL BAÑULS Y RAFAEL ALTAMIRA