23 septiembre 2007

LA BATALLA DEL EBRO: LA MADRE DE TODAS LAS BATALLAS.


Aunque me tiren el puente
Y también la pasarela,
me verás pasar el Ebro
en un barquito de vela.

Diez mil veces que lo tiren,
diez mil veces que lo haremos.
Tenemos cabeza dura
los del cuerpo de ingenieros.

En el Ebro se han hundido
las banderas italianas,
y en los puentes sólo quedan
las que son republicanas.

Si me quieres escribir,
ya sabes mi paradero
en el frente de Gandesa

Primera línea de fuego (Canción Popular de la guerra civil española, 1936-1939)

“A las 0,15 horas del día 25 de julio se ponía en acción todo el frente a que afectaba la maniobra, abordando el paso del río seis divisiones por doce puntos distintos. Centenares de barcas de todas clases se sacan cautelosamente de los escondrijos de la orilla del río, donde habían sido depositadas; los equipos que han de utilizarlas están prestos en los lugares designados. Se procede con riguroso silencio y con todo orden: primero pasarán los más audaces y los mejores jefes de las pequeñas unidades, porque ellos son la garantía de que no surja el pánico y se lleve la empresa iniciada con la mayor decisión; simultáneamente comienzan a tenderse pasarelas y puentes de vanguardia, mientras, próximas al río, dispersas y ocultas, esperan el grueso de las tropas, los tanques y la artillería, a que el primer escalón haya logrado sus objetivos, para proseguir la maniobra de paso sin solución de continuidad y con sujeción a un orden estricto”

Tras la pérdida de Teruel por las tropas republicanas el 20 de febrero de 1938, se produce la llegada de las tropas nacionales al Mediterráneo en Vinaroz (Castellón), quedando el territorio controlado por el gobierno del Frente Popular. Las tropas que se habían retirado de Teruel habían retrocedido hasta la margen izquierda del Ebro, por lo que, la presión ejercida sobre todo el Levante, se hizo insostenible.
A la vista de la situación, el general Vicente Rojo (jefe del Estado Mayor Central republicano), diseñó un plan para obligar a los nacionales a distraer fuerzas del ataque al Levante. Su plan consistía en lanzar una ofensiva, masiva y por sorpresa, sobre las fuerzas nacionales que guarnecían la margen derecha del río Ebro. Esto suponía un frente de más de 60 kilómetros, de Norte a Sur, entre las localidades de Mequinenza (Zaragoza) y Amposta (Tarragona).
La operación constituyó, sin duda, un hecho audaz y sorprendente, ya que en los tratados de táctica militar los ríos caudalosos como el Ebro eran considerados poco menos que barreras infranqueables.
Era el año 1938, tercer año de la guerra civil española.
El combate, que se libraría desde el 25 de julio hasta el 16 de noviembre siguiente, fue el escenario donde la República española se jugó a una única carta su última baza.
Por parte republicana, las fuerzas que intervinieron en la operación eran las integradas en la recién creada Agrupación Autónoma del Ebro, al mando del coronel de Milicias Juan Modesto. Entre estas tropas se encontraban las divisiones más fogueadas del bando republicano aunque, ante el aislamiento de Cataluña del resto del territorio republicano, hubieron de ser recompuestas por soldados catalanes muy jóvenes, de 17-18 años, sin experiencia de combate, pertenecientes al reemplazo de 1941. Era la llamada Quinta del biberón.
Por el lado nacional, las fuerzas que tomaron parte eran las formadas por el Cuerpo de Ejército Marroquí, integrado por unos 98.000 hombres al mando del general Yagüe. Todas las divisiones estaban compuestas por tropas muy aguerridas: legionarios, regulares, mercenarios africanos de los territorios de Ifni y Sahara y voluntarios de las milicias falangistas y carlistas. Se incorporaron también el Cuerpo de Ejército del Maestrazgo al mando del general Rafael García Valiño.
El río Ebro, contaba en aquel sector con unos 100 a 150 metros de anchura, una profundidad de hasta 5 metros y una velocidad de 1 a 2 metros por segundo, constituyendo de por si una barrera natural tras la cual se podía fortificar razonablemente las unidades republicanas.
Con independencia de ello, la República empezó a recibir armamento y las municiones para equipar las nuevas tropas. La apertura de la frontera francesa había permitido la oportuna llegada de numerosas armas procedente de la Checoslovaquia de Benes, o procedente de Méjico.
De este modo, los nuevos fusiles ametralladores causaban admiración por su ligereza o por su acabado. El ejército ingles compró, un tiempo más tarde, la patente de los mismos, que se hicieron famosos en la Segunda Guerra Mundial, con el nombre de “Bren”.
La preparación sistemática, meticulosa y muy técnica, basada en una excelente información, debería ser la base para el éxito inicial. De esta forma, noche tras noche, silenciosos nadadores especializados, fruto de un duro entrenamiento, pasaron durante muchas noches a la orilla nacional, a la busca de los tan necesarios datos. De esta forma se consiguió el orden de combate enemigo, sus sistemas de fuego, la posición de sus reservas y emplazamiento de la artillería enemiga.
El 18 de julio de 1938, el Estado Mayor republicano dio la orden a los jefes de las divisiones afectas a la operación de que empezaran a realizar reconocimientos de la zona del río que se les había asignado y por la cual les correspondería atravesar el Ebro.
Durante aquella operación (el enemigo dormía apaciblemente), nadie en la zona nacional se dio cuenta de aquella gigantesca concentración, y ni siquiera llamó su atención el ruido de los motores de los innumerables vehículos.
Las primeras horas del día 25 de julio transcurrieron sin recibirse noticias concretas en el mando republicano sobre la marcha de la batalla recién iniciada. Los observatorios propios tampoco daban ninguna información.
Tras durísimos combates con un elevado número de bajas por ambos bandos, se fue produciendo un lento pero progresivo retroceso de los republicanos. Así, el 2 de octubre, las divisiones de Navarra ocuparon las cotas más altas de la sierra de Lavall de la Torre y llegaron muy cerca de Venta de Camposines.
El 31 de octubre se produjo la toma de la sierra de Cavalls y el 2-3 de noviembre la de la sierra de Pàndols. Es en este punto donde tuvo lugar el último gran combate entre la aviación de ambos bandos.
La derrota del ejército republicano se fue haciendo cada vez más evidente a pesar de su tenaz resistencia.
Finalmente, los días del 7 al 13 se ocuparon por los nacionales Mora de Ebro, Venta de Camposines y La Fatarella.
A la caída de la tarde del día 15 de noviembre, bajo las órdenes de Manuel Tagüeña, todo estaba preparado en Flix para el cruce del río, en sentido inverso, de las tropas republicanas que se habían ido replegando. Y a las cuatro y media de la madrugada, ya día 16, los últimos combatientes republicanos del Ebro cruzaron a la margen izquierda.
Taguëña ordenó volar el puente de hierro de Flix, finalizando así la batalla del Ebro.
El toro nacional acababa de salir del callejón, y Franco, el gran estratega, había necesitado nada más y nada menos que 115 días en reconducirlo. Enmendando asi su ignorancia, tuvo que pagar como tributo de sangre, entre sus fuerzas de elite, la monstruosa cuenta de casi 59.000 bajas.
“Fue la batalla del Ebro una pelea cruentísima; un combate que se libró durante tres meses y medio con breves intermitencias en tierra y sin ellas en el aire; una batalla de material, en la que jugaron, en frentes estrechos y con una potencia arrolladora, todas las armas e ingenios de guerra, excepto gases; una pugna en la que se batían las tropas de choque propias y enemigas de mejor organización y de más sólida moral; una lucha desigual y terrible del hombre contra la máquina, de la fortificación contra los elementos destructores, de los medios del aire contra los de tierra, de la abundancia contra la pobreza, de la terquedad contra la tenacidad, de la audacia contra el valor, y del heroísmo contra el heroísmo, porque, al fin, era una batalla de españoles contra españoles”
Nada mejor, como resumen y epílogo, que el propio romancero popular que con versos sencillos y en unas breves estrofas, compendia lo que representó la epopeya del Ebro, y que constituye en si el recuerdo vivo de aquellos duros y cruentos días.

Las aguas del río Ebro
cantan bajo la metralla:
los hombres que así me cruzan
llevan el pueblo en el alma.


 
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