En su origen, la escarpada orografía del Monte Benacantil sirvió para abrigar y proteger en su cima, a una población inicial de marineros y piratas norteafricanos que se instalaron en sus faldas.
Su altura, reforzada por unas leves defensas constructivas, permitió al gobernador Al-Sayj Al-Aslami oponerse al futuro califa Abd Al-Rahman III en el año 924. De esta primera oposición del pueblo contra el Estado, se pasó a ser un pacífico y dinámico puerto comercial, defendido por su eminente castillo, al servicio de los distintos señores taifas del siglo XI, hasta llegar a la primera mitad del siglo XIII en el que Alicante se convirtió en el puerto franco de la emigración musulmana, temerosa de la represalia de los conquistadores cristianos.
La historia se repite y la ciudad será a lo largo de su historia más puerta de salida que de entrada, de poblaciones y culturas expulsadas y castigadas al exilio, las cuales lo ultimo que vieron de la península fue, sin lugar a dudas, el perfil altivo de la enigmática “Cara del Moro” del castillo de Santa Bárbara.
Si el castillo de Santa Bárbara fue el origen de la actual ciudad, el castillo de San Fernando tiene a orgullo el ser quien le dio la vida a Alicante; es decir, de su entrañas manó el agua que abasteció a gran parte de su población hasta bien entrado este siglo. Y así lo recoge la leyenda de fuente de Santa Ana, la cual brotó al golpear la tierra el mismo D. Alfonso el Batallador.
Cuando la ciudad había crecido y presumía de un hermoso cinturón de murallas, el peligro de la invasión de las tropas francesas a principios del siglo XIX fue la razón para que se creyó prudente y necesario reforzar sus defensas con la construcción de este impresionante fuerte, pero de corta vida pues quedó inutilizado por la debilidad de sus cimientos a los pocos años de su construcción.
Inútiles y quizás avergonzados por servir de prisión y suplico de liberales en el siglo XIX, éstos castillos pasaron a convertirse en patrimonio de la ciudad que durante tantos siglos defendieron, siendo hoy un inapreciable legado lúdico-paisajístico para sus ciudadanos.
El castillo de Santa Bárbara, embellecido en sus alturas pero descontextualizado de su monte y de la ciudad que se extiende a sus pies, la cual no ceja en arañar y desventrar sus cimientos.
Su altura, reforzada por unas leves defensas constructivas, permitió al gobernador Al-Sayj Al-Aslami oponerse al futuro califa Abd Al-Rahman III en el año 924. De esta primera oposición del pueblo contra el Estado, se pasó a ser un pacífico y dinámico puerto comercial, defendido por su eminente castillo, al servicio de los distintos señores taifas del siglo XI, hasta llegar a la primera mitad del siglo XIII en el que Alicante se convirtió en el puerto franco de la emigración musulmana, temerosa de la represalia de los conquistadores cristianos.
La historia se repite y la ciudad será a lo largo de su historia más puerta de salida que de entrada, de poblaciones y culturas expulsadas y castigadas al exilio, las cuales lo ultimo que vieron de la península fue, sin lugar a dudas, el perfil altivo de la enigmática “Cara del Moro” del castillo de Santa Bárbara.
Si el castillo de Santa Bárbara fue el origen de la actual ciudad, el castillo de San Fernando tiene a orgullo el ser quien le dio la vida a Alicante; es decir, de su entrañas manó el agua que abasteció a gran parte de su población hasta bien entrado este siglo. Y así lo recoge la leyenda de fuente de Santa Ana, la cual brotó al golpear la tierra el mismo D. Alfonso el Batallador.
Cuando la ciudad había crecido y presumía de un hermoso cinturón de murallas, el peligro de la invasión de las tropas francesas a principios del siglo XIX fue la razón para que se creyó prudente y necesario reforzar sus defensas con la construcción de este impresionante fuerte, pero de corta vida pues quedó inutilizado por la debilidad de sus cimientos a los pocos años de su construcción.
Inútiles y quizás avergonzados por servir de prisión y suplico de liberales en el siglo XIX, éstos castillos pasaron a convertirse en patrimonio de la ciudad que durante tantos siglos defendieron, siendo hoy un inapreciable legado lúdico-paisajístico para sus ciudadanos.
El castillo de Santa Bárbara, embellecido en sus alturas pero descontextualizado de su monte y de la ciudad que se extiende a sus pies, la cual no ceja en arañar y desventrar sus cimientos.
Vista de la ciudad y del Castillo de Santa Bárbara tomada a finales de los años 40 desde la subida al Castillo de San Fernando.
Indigentes viviendo en el interior del castillo cuando se instaló allí dentro un asilo para mendigos. Era 1940
Restos del aljibe y del pozo del primer recinto, y panoramica del puente de acceso al macho del castillo, después de la Guerra Civil.
Vista del aljibe que existía, hoy cubierto por gravilla en la plaza del primer recinto, junto a la salida del ascensor, a finales de los años 30.
"La Torreta", con su fosa excavada en la roca y el puente que da acceso al primer recinto, en la década de 1960.
Fachada norte del cuartel de tropas y restos de la antigua ermita de Santa Bárbara.
info y fotos:Memoria Gráfica de Alicante y Comarca.
Carlos Mateo Martinez y Francisco Moreno Saez
Carlos Mateo Martinez y Francisco Moreno Saez