Continuación del artículo: Los Balnearios del Postiguet (I)
Los Balnearios del Postiguet (II)
"El baño de mar puede tomarse por gusto o por prescripción facultativa, lo cual quiere decir que es medicinal, por cuya razón, no se debe abusar de él permaneciendo demasiado tiempo en el agua o excesivamente poco, pues lo mismo en uno que en otro caso, puede perjudicar al que se baña; el tiempo de duración puede ser desde 15 minutos a una hora según explicación de algunos doctores, pero hay que tener en cuenta el temperamento de cada persona; las hay muy gruesas que pueden resistir la hora indicada, y las hay delgadas que sólo pueden resistir 30 minutos. Por esto nos atrevemos a indicar que siempre que tengan que bañarse en el mar, se aconsejen de un médico de la localidad. Única manera de evitar erupciones y malestar por efecto del baño, que por falta del consejo de la ciencia, en vez de encontrar mejora en el organismo, puede entorpecerse por algún tiempo y causar los consiguientes perjuicios al que tal suceda"
Alicante era desde el siglo XVII un aliciente de descanso estival. En el Boletín de la Provincia del 20 de julio de 1834 se anunciaba una invitación refrescante para bañarse: “en la casa de madera con tres divisiones suficientes cada uno para una familia, que está colocado al lado del Muelle, a un profundidad de agua proporcionada para todas las edades”.
Las primeras instalaciones de este tipo no estaban en el Postiguet sino en la parte del puerto, frente a lo que fue plaza de Abastos (actualmente la Casa Carbonell). El presbítero Vidal Tur sostenía que durante la primera mitad del siglo XIX se instalaron dos casetas fijas en la orilla y otras flotantes dentro del mar.
En 1863, la obra de un cronista local, Nicasio Comillo Jover, registraba el ambiente que se creaba en estío en Alicante: “En los meses de verano le dan mayor movimiento los numerosos viajeros que acuden a nuestras playas en busca de un mar bonacible y de un clima templado, los cuales encuentran en la bahía de Alicante siete establecimientos de baños los más cómodos de España, por sus excelentes condiciones, y por estar construidos dentro del agua, a mas de veinte metros de la orilla”.
Sin embargo, las remodelaciones que se venían efectuando en el puerto obligaron a trasladar la oferta de balnearios al otro lado del Muelle: a la playa del Postiguet.
Se considera que los Baños de Simó (que recibieron después el nombre de "la Esperanza"), fueron los primeros en ocupar un lugar en la playa. Algunos años antes, en 1858, se había inaugurado la línea de ferrocarril que conectaba Madrid con Alicante, trascendental para el desarrollo futuro del turismo, ya que al público de cercanías y del resto de la provincia iba a sumarse en mayor cantidad el de Madrid y provincias interiores.
Se ha podio documentar la existencia de varios balnearios en las décadas de 1860, 1870 y 1880: el aludido la Esperanza, la Confianza (antes Neptuno), la Alianza, Ferrocarril, el Madrileño, las Delicias, la Estrella, Nuevo Neptuno, Diana, Ferrándiz y Guillermo, Almirante, Florida y la Rosa.
Algunos de éstos solicitaron licencia para su permanencia, no tanto para su apertura durante todo el año sino para evitar costes de montaje y desmontaje.
En 1878 el periodista Moja Bolívar centraba su atención en algunos balnearios, describiendo un espectáculo jocoso: “por las muchas sotanas que, desde el balcón, veo en sus galerías. Llámase La Esperanza, que indudablemente, es la virtud teologal a propósito para el verano, porque sabido es que el que espera ya está fresco”. Después pasaba a ocuparse de la siguiente instalación: “llamada la Alianza , sin duda, por significar el pacto que hombres y mujeres celebran al reunirse en unas mismas aguas”.
Pero en 1890 se puso también en funcionamiento un proyecto que, en realidad, se convirtió en revulsivo para el aumento de los turistas madrileños: el “tren botijo”. Se trataba de añadir una posibilidad más barata de emprender viaje hacia Alicante en trenes especiales. El primer "botijo" recorrió las vías el 20 de agosto de 1893; el último en 1917. El viaje era lento y excesivamente caluroso. Por ello sus pasajeros se acostumbraron a combatir inclemencias con provisión de botijos.
Cada verano, se organizaban seis trenes “botijo”: de julio a septiembre. La llegada a la estación de los “botijistas” (recibidos por comisiones municipales y bandas de músicas) solía ser espectacular por la cantidad de ocupantes que bajaban de los vagones. Se calcula que mientras hubo de estos trenes visitaban Alicante alrededor de 30.000 bañistas cada verano.
Para acogerlos, se había llegado ya en 1900 a la cifra de once balnearios.
Una guía turística de ese año los mencionaba por el orden que ocupaban en la playa. De derecha a izquierda, según se miraba al mar, se alineaban: "La Esperanza, La Alianza, Diana, La Estrella, La Confianza, La Florida, La Rosa, Las Delicias, Baños de Guillermo, El Almirante y Baños de Madrid."
Tenían portadas suntuosas que prestaron su perfil a numerosas postales con las que los clientes ponían al corriente de su llegada y estancia a los parientes lejanos; poseían accesos con barandas seguras y prometían interiores mucho más atrayentes que las antiguas casas de baño que les precedieron en el lado del puerto. Los balnearios ofrecieron un habitáculo donde despojarse de la ropa y ajustarse los bañadores de época, aunque no faltaban empleados de balnearios que aceptaban propinas de mirones malintencionados que se colaban en estancias contiguas con disimuladas mirillas por donde fisgonear las carnes de las clientas. Se bajaba luego por una escalerilla al agua y se ofertaban aparte, con fines terapéuticos, los baños de tina, baños de algas hervidas o simples baños de agua de mar caliente.
Como medida de ahorro existían abonos de nueve baños; no faltaban médicos (entre ellos Pascual Pérez, que llegó a publicar una obra en 1908 titulada Utilidad de los baños de mar) que aconsejaban la terapia bañista, muy aceptada en las creencia de la época para combatir la atonía, la anemia, el raquitismo, el remauntismo crónico o la dermatosis, entre otras dolencias.
Los chapuzones en el mar eran seguidos por espectadores que se concentraban en las balconadas más extremas. Todo un ritual, que comenzaba para el día de Corpus, al son de las campanas de San Nicolás, día en que, a modo de convocatoria, se decía aquello de “Poseu els Banys, Poseu els Banys”, que venía a ser como el pistoletazo de salida de la temporada.
En la segunda década del siglo XX, Francisco Figueras Pacheco los describía así: “Nuestros balnearios ofrecen el cuadro singularísimo de una airosa construcción, cuyo subsuelo es el mar, sobre el cual se extienden largos y elegantes salones formados por dos filas de cómodas casetas, que sendas galerías, a modo de balcones sobre las olas limitan exteriormente. Una breve escalera de ocho o diez peldaños, comunica el interior de cada casilla con el agua y permite a los bañistas bajar a ella con el menor número de molestias”.
Un caso especial fue el Diana. Permanente desde 1876, consiguió ser el más lujoso. Su promotora fue una comadrona conocida como la Campanera, casada con el campanero de la Iglesia de Santa María. La mujer cobraba cinco pesetas por asistencia. Debió ser una profesional solicitada y ahorradora, pues con la ayuda de una concesión ministerial, pudo levantar un balneario que se adentro en el mar ciento cincuenta metros. En 1919 acondicionó un restaurante en la parte final de la estructura. Por sus tarifas, el Diana no era apto para “botijistas”, que recalaban en el resto de balnearios más populares. Un alto porcentaje de los asiduos al Diana se hospedaba a poca distancia: en el Hotel Palas (antes denominado Simó). Además de la galera y el restaurante, el Diana ofrecía los tradicionales baños, así como venta de periódicos, postales y similares. Se alquilaban bañadores, toallas y salvavidas.
En agosto de 1938, varias bombas incendiarias destruyeron tres cuartas partes del balneario, quedando a salvo el restaurante. Tres días después se incendió lo que quedaba, cerrando una historia con muchos años de esplendor.
Como el Diana, otros balnearios quedaron destruidos, con sus restos y pilares de madera sobre la playa. La mayoría no reaparecieron ya, con lo que podía darse por culminada su etapa más memorable.
El turismo posterior vería renacer, todavía, los nombres de La Alianza y la Alambra, con fachadas distintas, hasta que en 1969 se optó por retirarlos.
En principio, iban a mantenerse los balnearios, beneficiarios de concesiones administrativas que caducaban en 1985, en el caso de La Alianza, y el 2015 en el caso de la Alhambra, pero la importante reforma del paseo de Gómiz cambió el rumbo de los acontecimientos al tiempo que surgían críticas al mantenimiento en pie de los balnearios.
La suerte estaba echada.
Cuatro millones de pesetas le costó al Ayuntamiento la expropiación; los gastos de demolición los asumía el municipio, mientras que a los propietarios se les permitía aprovechar los materiales retirados y se les respetaban los compromisos de sus restaurantes para las comuniones de mayo.
La imagen de los operarios retirando piezas de La Alianza y la Alhambra fue el punto final de una larga historia.
Una larga historia además , a la que bañistas, mirones y empleados ligaron, alguna vez en sus vidas, momentos inolvidables.
Puedes conocer la curiosa historia de Doña Violante y los Baños del Postiguet
Y también puedes ver dónde estuvieron localizados en nuestro Mapa de Panoramio