El tema de los pasadizos del Castillo de Santa Bárbara es muy recurrente entre los alicantinos desde hace mucho tiempo.
En un estudio reciente se llegó a la conclusión de que "los caminos cubiertos" a los que hacen referencia los cronistas antiguos no son mas que las escaleras que bajan desde el castillo a la ciudad y que al Poniente discurren por encima de la muralla y al Levante están protegidas por un muro defensivo como puede observarse desde el Postiguet.
Sin embargo, noticias sueltas y fantasiosas insisten en la existencia de esos pasadizos.
Todos sabemos cómo se las gastaban los cronistas antiguos: románticos, poéticos y fantasiosos..., pero que siempre fabulaban sobre algo real.
Es curioso que, a pesar de los años pasados desde que esas leyendas circulan entre los alicantinos, las reformas y obras en general que se han llevado a cabo en el castillo nunca han apreciado nada (o, al menos, nada ha trascendido sobre ello). Esta es una de esas leyendas:
"Hasta no hace muchos años, en el Raval Roig había una ermita. Se encontraba enfrente de la playa del Postiguet y dentro de las murallas del Benacantil. Una tarde de primavera, paseando por la playa, nos llamó la atención que la ermita había sido derruida. Cuando subimos para ver las obras, observamos que habían caído tres o cuatro casas que estaban a las faldas del castillo. En una de aquellas casas, al fondo, en la pared que tocaba la roca apareció un agujero a media altura. Lo primero que nos llamó la atención al mirar por el agujero era que había agua estancada; metimos un palo y comprobamos que no había mucha, nada más cuarenta o cincuenta centímetros. Después, alargando la visión todo lo que pudimos, vimos como estábamos delante de un túnel con una altura de metro y medio. La primera sensación fue la tibieza del agua que nos llegaba por las rodillas.. Después, al caminar, notamos que lo hacíamos por un terreno fangoso que nos obligaba a pisar con precaución por miedo a resbalar. Toda la vida se ha trasmitido de padres a hijos la certeza de que el Castillo del Benacantil está agujereado por unas galerías y utilizadas por los moros en caso de dificultades, y para huir si fuera el caso. Cuando yo era niño siempre me habían hablado de tres salidas conocidas: una que daba a los alrededores del Castillo San Fernando; la segunda que conducía a la playa del Cocó y la tercera galería bajaba desde una de las salas reales hasta la Mezquita Mayor (después de la conquista cristiana, Iglesia de Santa María). El pasadizo ahora se estrechaba, tenía unos cuarenta y cinco centímetros de amplio; en las paredes todavía se observaban las marcas dejadas por los picos agujereando la roca. Avanzamos unos siete u ocho metros, el nivel del agua tan solo era de unos quince o veinte centímetros. Íbamos subiendo. . Nada más girar topamos con un muro que cubría todo el corredor. Examinamos la pared: las piedras estaban unidas con cemento, lo que quería decir que no podía ser del tiempo de los moros, sino mucho más reciente. Dejamos que el silencio cubriera el pasadizo y golpeamos el muro y las paredes. El sonido a vacío nos confirmaba que el corredor donde estábamos continuaba.Comenzamos a deshacer la pared con una piqueta y de la otra parte una corriente de aire fortísima nos apagó la llama de la carburera, obligandonos a usar únicamente las linternas. El túnel continuaba con una cierta inclinación, siempre hacia arriba; avanzamos ocho o diez metros más cuando apareció una sala un poco más alta. Era una sala donde el pasadizo que descendía desde la parte alta del castillo se hacía más amplia y se dividía en dos bocas, una por donde nosotros subíamos y la otra a la derecha, nos aventuraba la posibilidad de encontrarnos con la salida que debía ir hasta la playa del Cocó donde los Alcaides tenían siempre una barca preparada por si la necesitaban. Decidimos explorar en primer lugar la de la derecha.El nivel de agua había aumentado a unos treinta y cinco o cuarenta centímetros pero un gran muro nos impedia avanzar. Volvimos a la sala. Enfilamos hacia arriba. Subíamos en rampas de diez o doce metros, con una ligera inclinación; cada tramo giraba en un ángulo de cuarenta y cinco grados e iba siempre hacia arriba. De momento, el pasadizo se hizo más alto y más amplio; delante nuestro teníamos una escalera con mucha pendiente. Corriendo subimos los cuarenta escalones. Casi sin aliento habíamos llegado a lo alto del Castillo, pero una pared de obra nos impedía la entrada. Una pared presidida por una Calavera tallada en una de las piedras de arriba. Intentamos todo tipo de maniobras para que se abriera la pared, pero no valió de nada. Decidimos volver, pero cuando estábamos en el último escalón, a un lado de la roca vimos una piedra con unos puntos que resaltaban. Un brusco movimiento la desprendió y nos permitió observarla mejor. Los puntos formaban dos tipos de cruces y también había un triángulo de relleno. Algunos de los signos que rodeaban la piedra parecían letras árabes, otras no se podían ver bien porque estaban medio tapadas por tierra y fango. En un papel dibujamos y copiamos esta piedra. Volvimos a subir los cuarenta escalones y con nerviosismo y un poco de miedo colocamos la piedra de los puntitos sobre la Calavera y la hicimos girar... Un sonido brusco y una losa de la parte baja del muro se movieron. Lo apartamos y entramos.
Estábamos en una de las mazmorras de tortura del Castillo! Una Calavera parecida presidía la pared de donde salimos. Fuimos a la puerta de la mazmorra y una reja cerrada nos impedía la salida. Pero ya sabíamos donde estábamos; en la plaza de Felipe II, enmedio de la fortaleza. Volvimos al pasadizo; sacamos la losa de los puntitos y la losa se cerró. Bajamos la escalera y al dejar la piedra en su sitio escuchamos un sonido brillante, como si alguna cosa se rompiera. Sacamos de nuevo la piedra y efectivamente había un trozo de vidrio roto que sobresalía de la tierra. Excavamos con una navaja y poco a poco aprareció una botellita. El cristal a la luz de las carbureras y las linternas era opaco y con tonalidades azules y doradas. Dentro había un papel enrollado. Lo sacamos por la parte rota y lentamente lo desenrollamos. No era un papel sino un trozo de piel de oveja o de cabra, con unas letras escritas que parecían árabes y otros signos que no entedíamos. Con mucha precaución lo volvimos a plegar y lo colocamos dentro de la botellita. Nos la guardamos envuelta en un pañuelo y dejamos la piedra de los puntitos en su sitio.
A la mañana siguiente, al mediodía nos presentamos nuevamente en las obras para volver a entrar y hacer un plano del pasadizo. Pero la entrada había sido tapiada con hormigón. Intentamos bajar desde el Castillo. Hablamos con el Alcaide y le explicamos toda la historia para que nos abriese el calabozo de la Calavera, pero con una sonrisa burlona nos dijo que todo eso de los túneles secretos eran fantasías que la gente se inventaba, y que el no había encontrado ningún plano donde apareciesen pasadizos. Pero, si un tunel es secreto y se hace para poder huir en caso de necesidad...¿Quién sería el valiente que haría un plano descubriéndolo?
Sin embargo, noticias sueltas y fantasiosas insisten en la existencia de esos pasadizos.
Todos sabemos cómo se las gastaban los cronistas antiguos: románticos, poéticos y fantasiosos..., pero que siempre fabulaban sobre algo real.
Es curioso que, a pesar de los años pasados desde que esas leyendas circulan entre los alicantinos, las reformas y obras en general que se han llevado a cabo en el castillo nunca han apreciado nada (o, al menos, nada ha trascendido sobre ello). Esta es una de esas leyendas:
"Hasta no hace muchos años, en el Raval Roig había una ermita. Se encontraba enfrente de la playa del Postiguet y dentro de las murallas del Benacantil. Una tarde de primavera, paseando por la playa, nos llamó la atención que la ermita había sido derruida. Cuando subimos para ver las obras, observamos que habían caído tres o cuatro casas que estaban a las faldas del castillo. En una de aquellas casas, al fondo, en la pared que tocaba la roca apareció un agujero a media altura. Lo primero que nos llamó la atención al mirar por el agujero era que había agua estancada; metimos un palo y comprobamos que no había mucha, nada más cuarenta o cincuenta centímetros. Después, alargando la visión todo lo que pudimos, vimos como estábamos delante de un túnel con una altura de metro y medio. La primera sensación fue la tibieza del agua que nos llegaba por las rodillas.. Después, al caminar, notamos que lo hacíamos por un terreno fangoso que nos obligaba a pisar con precaución por miedo a resbalar. Toda la vida se ha trasmitido de padres a hijos la certeza de que el Castillo del Benacantil está agujereado por unas galerías y utilizadas por los moros en caso de dificultades, y para huir si fuera el caso. Cuando yo era niño siempre me habían hablado de tres salidas conocidas: una que daba a los alrededores del Castillo San Fernando; la segunda que conducía a la playa del Cocó y la tercera galería bajaba desde una de las salas reales hasta la Mezquita Mayor (después de la conquista cristiana, Iglesia de Santa María). El pasadizo ahora se estrechaba, tenía unos cuarenta y cinco centímetros de amplio; en las paredes todavía se observaban las marcas dejadas por los picos agujereando la roca. Avanzamos unos siete u ocho metros, el nivel del agua tan solo era de unos quince o veinte centímetros. Íbamos subiendo. . Nada más girar topamos con un muro que cubría todo el corredor. Examinamos la pared: las piedras estaban unidas con cemento, lo que quería decir que no podía ser del tiempo de los moros, sino mucho más reciente. Dejamos que el silencio cubriera el pasadizo y golpeamos el muro y las paredes. El sonido a vacío nos confirmaba que el corredor donde estábamos continuaba.Comenzamos a deshacer la pared con una piqueta y de la otra parte una corriente de aire fortísima nos apagó la llama de la carburera, obligandonos a usar únicamente las linternas. El túnel continuaba con una cierta inclinación, siempre hacia arriba; avanzamos ocho o diez metros más cuando apareció una sala un poco más alta. Era una sala donde el pasadizo que descendía desde la parte alta del castillo se hacía más amplia y se dividía en dos bocas, una por donde nosotros subíamos y la otra a la derecha, nos aventuraba la posibilidad de encontrarnos con la salida que debía ir hasta la playa del Cocó donde los Alcaides tenían siempre una barca preparada por si la necesitaban. Decidimos explorar en primer lugar la de la derecha.El nivel de agua había aumentado a unos treinta y cinco o cuarenta centímetros pero un gran muro nos impedia avanzar. Volvimos a la sala. Enfilamos hacia arriba. Subíamos en rampas de diez o doce metros, con una ligera inclinación; cada tramo giraba en un ángulo de cuarenta y cinco grados e iba siempre hacia arriba. De momento, el pasadizo se hizo más alto y más amplio; delante nuestro teníamos una escalera con mucha pendiente. Corriendo subimos los cuarenta escalones. Casi sin aliento habíamos llegado a lo alto del Castillo, pero una pared de obra nos impedía la entrada. Una pared presidida por una Calavera tallada en una de las piedras de arriba. Intentamos todo tipo de maniobras para que se abriera la pared, pero no valió de nada. Decidimos volver, pero cuando estábamos en el último escalón, a un lado de la roca vimos una piedra con unos puntos que resaltaban. Un brusco movimiento la desprendió y nos permitió observarla mejor. Los puntos formaban dos tipos de cruces y también había un triángulo de relleno. Algunos de los signos que rodeaban la piedra parecían letras árabes, otras no se podían ver bien porque estaban medio tapadas por tierra y fango. En un papel dibujamos y copiamos esta piedra. Volvimos a subir los cuarenta escalones y con nerviosismo y un poco de miedo colocamos la piedra de los puntitos sobre la Calavera y la hicimos girar... Un sonido brusco y una losa de la parte baja del muro se movieron. Lo apartamos y entramos.
Estábamos en una de las mazmorras de tortura del Castillo! Una Calavera parecida presidía la pared de donde salimos. Fuimos a la puerta de la mazmorra y una reja cerrada nos impedía la salida. Pero ya sabíamos donde estábamos; en la plaza de Felipe II, enmedio de la fortaleza. Volvimos al pasadizo; sacamos la losa de los puntitos y la losa se cerró. Bajamos la escalera y al dejar la piedra en su sitio escuchamos un sonido brillante, como si alguna cosa se rompiera. Sacamos de nuevo la piedra y efectivamente había un trozo de vidrio roto que sobresalía de la tierra. Excavamos con una navaja y poco a poco aprareció una botellita. El cristal a la luz de las carbureras y las linternas era opaco y con tonalidades azules y doradas. Dentro había un papel enrollado. Lo sacamos por la parte rota y lentamente lo desenrollamos. No era un papel sino un trozo de piel de oveja o de cabra, con unas letras escritas que parecían árabes y otros signos que no entedíamos. Con mucha precaución lo volvimos a plegar y lo colocamos dentro de la botellita. Nos la guardamos envuelta en un pañuelo y dejamos la piedra de los puntitos en su sitio.
A la mañana siguiente, al mediodía nos presentamos nuevamente en las obras para volver a entrar y hacer un plano del pasadizo. Pero la entrada había sido tapiada con hormigón. Intentamos bajar desde el Castillo. Hablamos con el Alcaide y le explicamos toda la historia para que nos abriese el calabozo de la Calavera, pero con una sonrisa burlona nos dijo que todo eso de los túneles secretos eran fantasías que la gente se inventaba, y que el no había encontrado ningún plano donde apareciesen pasadizos. Pero, si un tunel es secreto y se hace para poder huir en caso de necesidad...¿Quién sería el valiente que haría un plano descubriéndolo?
Han pasado algunos años desde que entramos por el pasadizo. No lo hemos podido volver a recorrer. Pero no nos ha importado porque teníamos el mensaje del pergamino. Durante estos años, y ayudados por estudiosos del mundo árabe, hemos podido probar la equivalencia, la clave secreta que escondía la Piedra de los puntitos y la Calavera. Solamente indicarte que los árabes escribían de derecha a izquierda y que cuando aparece una media luna/rectángulo quiere decir separación de palabras.
Tuyo es el misterio y el placer de descubrirlo.
Tuyo es el misterio y el placer de descubrirlo.
LEANDRO IBORRA
DIBUJO DE: MERXE AZNAR
DIBUJO DE: MERXE AZNAR