"Es extraño que Alicante no dedique una calle al capitán que salvó a 3.000 personas"
Rafael Torres relata en "Los náufragos del Stanbrook" la salida de los últimos republicanos rumbo al exilio.
Al escritor y periodista le extraña que Alicante no haya dedicado una calle al capitán Dickson, el hombre al frente del mercante inglés que se adentró en el Puerto de Alicante en los últimos días de marzo de 1939 para salvar de la represión franquista a cerca de 3.000 exiliados españoles rumbo a Orán.
Torres apunta la importancia del puerto alicantino al final de la guerra civil, ya que caídos los puertos de Cataluña, "en el de Alicante se reunieron unas 15.000 o 20.000 personas huyendo de las tropas franquistas vencedoras, entre las que había familias, cargos públicos, campesinos, maestros, militares en derrota, a quienes les habían prometido que habría barcos que les sacarían de España".
Sin embargo, la espera resultó desesperante. El puerto de Alicante se encontraba bloqueado por la Armada franquista, submarinos de Mussolini y la aviación nazi, lo que hacía difícil aproximarse a los navieros internacionales. "Fue el Stanbrook, un viejo carbonero inglés muy pequeño, de 1.500 toneladas, gobernado por un hombre de gran corazón, el capitán Dickson, el único que se atrevió a hacer lo que tantos otros no hicieron: apiadarse de los vencidos", indica el escritor, que añade que "Franco había hecho creer que permitiría la salida de gente, pero había convertido el puerto de Alicante en una ratonera, en una trampa".
El buque inglés pudo burlar el bloqueo y zarpar con cerca de 3.000 personas a bordo, que excedían de su capacidad, lo que le obligó a navegar escorado, por debajo de la línea de flotación y en medio de bombardeos. La travesía de un día, convertida en odisea, no culminó hasta llegar a Orán, donde Dickson amenazó con estrellar el barco contra los muelles si no le dejaban atracarlo. Como no podía ser de otra manera, el Stanbrook tuvo un fin trágico solo unos meses después, tras ser hundido por un torpedo alemán. El Capitán Archibald Dickson murió en el hundimiento. En los campos de concentración de Argelia, a donde llegaron los refugiados republicanos, se guardó un minuto de silencio en su memoria.
"Me extraña que este hombre no tenga ninguna calle dedicada en Alicante. No se le había perdido nada aquí y salvó la vida de 3.000 personas. Son gestas tan honorables y éticas que sin embargo los niños no estudian en la escuela", señala Torres, quien reivindica la memoria histórica con este libro, sobre todo "para las nuevas generaciones a las que el franquismo impidió conocer la historia y para homenajear y honrar a toda aquella gente que sufrió tanto por el franquismo".
Alicante fue el último trozo de la nación en que ondeó la bandera tricolor. Fue la ciudad en donde se desarrolló la historia del fin del mundo, del fin de la República que quería traer el progreso a España.
Y en ella, no lo olvidemos nunca, muchos alicantinos socorrieron a los que se quedaron, en su mayoría apresados o muertos.
Rafael Torres relata en "Los náufragos del Stanbrook" la salida de los últimos republicanos rumbo al exilio.
Al escritor y periodista le extraña que Alicante no haya dedicado una calle al capitán Dickson, el hombre al frente del mercante inglés que se adentró en el Puerto de Alicante en los últimos días de marzo de 1939 para salvar de la represión franquista a cerca de 3.000 exiliados españoles rumbo a Orán.
Torres apunta la importancia del puerto alicantino al final de la guerra civil, ya que caídos los puertos de Cataluña, "en el de Alicante se reunieron unas 15.000 o 20.000 personas huyendo de las tropas franquistas vencedoras, entre las que había familias, cargos públicos, campesinos, maestros, militares en derrota, a quienes les habían prometido que habría barcos que les sacarían de España".
Sin embargo, la espera resultó desesperante. El puerto de Alicante se encontraba bloqueado por la Armada franquista, submarinos de Mussolini y la aviación nazi, lo que hacía difícil aproximarse a los navieros internacionales. "Fue el Stanbrook, un viejo carbonero inglés muy pequeño, de 1.500 toneladas, gobernado por un hombre de gran corazón, el capitán Dickson, el único que se atrevió a hacer lo que tantos otros no hicieron: apiadarse de los vencidos", indica el escritor, que añade que "Franco había hecho creer que permitiría la salida de gente, pero había convertido el puerto de Alicante en una ratonera, en una trampa".
El buque inglés pudo burlar el bloqueo y zarpar con cerca de 3.000 personas a bordo, que excedían de su capacidad, lo que le obligó a navegar escorado, por debajo de la línea de flotación y en medio de bombardeos. La travesía de un día, convertida en odisea, no culminó hasta llegar a Orán, donde Dickson amenazó con estrellar el barco contra los muelles si no le dejaban atracarlo. Como no podía ser de otra manera, el Stanbrook tuvo un fin trágico solo unos meses después, tras ser hundido por un torpedo alemán. El Capitán Archibald Dickson murió en el hundimiento. En los campos de concentración de Argelia, a donde llegaron los refugiados republicanos, se guardó un minuto de silencio en su memoria.
"Me extraña que este hombre no tenga ninguna calle dedicada en Alicante. No se le había perdido nada aquí y salvó la vida de 3.000 personas. Son gestas tan honorables y éticas que sin embargo los niños no estudian en la escuela", señala Torres, quien reivindica la memoria histórica con este libro, sobre todo "para las nuevas generaciones a las que el franquismo impidió conocer la historia y para homenajear y honrar a toda aquella gente que sufrió tanto por el franquismo".
Alicante fue el último trozo de la nación en que ondeó la bandera tricolor. Fue la ciudad en donde se desarrolló la historia del fin del mundo, del fin de la República que quería traer el progreso a España.
Y en ella, no lo olvidemos nunca, muchos alicantinos socorrieron a los que se quedaron, en su mayoría apresados o muertos.