Hay lugares en nuestra tierra que se forjan a base de desgracias.
La gente de dichos lugares no sólo ha aprendido a convivir con dichos desastres naturales, sino que han sido capaces de levantar sus pueblos y ciudades con una energía y rapidez dignos de mención.
Una de dichas ciudades es Guardamar del Segura.
En el siglo XIX, la vida en Guardamar fue determinada por el terremoto de 1829 que lo arrasó y obligó a reconstruirlo en el emplazamiento actual. Los principales seismos atacaron los días 21 y 23 de marzo de 1829 que destruyeron Guardamar y muchos de los pueblos vecinos. El resultado fue calamitoso: destruidas 557 casas, la iglesia, parroquias, tres ermitas, la fortaleza, dos molinos harineros, dos silos y tres almazaras. Sorprendentemente, sólo hubo ocho muertos y catorce heridos, probablemente porque la población ya estaba alertada por el terremoto del día 21 que destruyó Torrevieja y Almoradí, y el de aquí fue dos días después, el 23 de marzo.
El movimiento sísmico tenía su epicentro en el actual término municipal de Torrevieja y alcanzó una magnitud de 6,3 en la escala de Ritcher y una intensidad de X 1/2 en la escala de Mercalli.
Sólo en Guardamar dejó a 3.000 personas sin vivienda.
Con la inminente llegada del siglo XX la fuerza de la Naturaleza volvió a llamar a las puertas de Guardamar. Los fuertes vientos de levante empujaban hacia el nuevo pueblo enormes médanos de arena, que empezaron a enterrar zonas de cultivo e incluso las calles del norte de la población (foto 1). En la primavera de 1896 se iniciaron las tareas de repoblación forestal bajo la dirección del Ingeniero de Montes, D. Francisco Mira y Botella, y la supervisión del ingeniero murciano D. Ricardo Codorníu y Starico -el apóstol del árbol-. Los trabajos en los que participó la mayoría del pueblo duraron algo más de veinte años y costaron 647.000 pesetas de las de entonces, que incluían mano de obra, semillas... (foto 3) Consistieron fundamentalmente en la plantación de especies adaptadas a los suelos arenosos y a la sequía crónica, como el pino pionero, el pino carrasco, eucaliptos o palmeras. También se emplearon especies herbáceas de menor entidad como el barrón, la mata melera, o la que popularmente se conoce como matacuchillo.
La repoblación de las dunas dio a Guardamar una de sus señas de identidad y uno de sus parajes más hermosos. Pero no hay que olvidar que al mismo tiempo garantizó durante esos años el trabajo y la prosperidad de muchas familias y fue sentida como una verdadera empresa común por todo Guardamar.
Fue entonces cuando la luz eléctrica comenzó a utilizarse en los hogares privilegiados de la localidad. De regia coronación de este proceso puede calificarse la visita de D. Alfonso XIII en miércoles 31 de enero de 1923. El monarca, acompañado de las autoridades, inauguró el canal levantando las compuertas, y posteriormente se dirigió a pie al pueblo, visitando las dunas y la iglesia. Paseando sin escolta y acompañado por los guardamarencos (foto 2), inauguró oficialmente el Parque que llevaría su nombre y dio por finalizada su estancia en la localidad.