Los pronósticos meteorológicos nunca son propicios para los alicantinos. A veces, los hombres y las mujeres del tiempo hablan de lluvias que no llegan y si llegan de poco sirven. Solemos recordar con horror las habituales riadas e inundaciones, de las que ya tenemos noticias documentadas, en las actas capitulares del siglo XVIII, así como de las actuaciones previstas para evitar daños y males. En 1886, en su obra «Medios para mejorar las condiciones higiénicas de Alicante», Carreras escribía: «En días lluviosos da vergüenza ver Alicante, porque sus calles se convierten en inmensos lodazales, y no hay quien se cuide de mandar limpiarlas».
Evocamos, sumariamente, algunas de las más importantes riadas de las últimas décadas, dentro del periodo de tiempo que estamos examinando en este espacio, es decir de 1939 a 1979. Las repentinas inundaciones causaron y causan considerables colapsos en el tráfico, provocan hundimientos y ocasionan víctimas mortales. Muy particularmente, la Prensa nos ofrece abundante información de los desastres producidos por las copiosas lluvias otoñales que, en 1957, arrasaron las cuevas del barrio de Benalúa, y en 1961, el 4 de septiembre, devastaron el camping de la Albufereta, el puente sobre el río Seco en El Campello, y dejó inutilizadas las líneas telegráficas.
Un año después, de la partida de Rabasa se precipitó un caudaloso río que discurrió por la avenida de Jijona, por la plaza de España y por las calles de Calderón de la Barca y de San Vicente, Rambla abajo. La gran avenida destrozó algunas fábricas, inundó el Raval Roig y San Blas, y castigó violentamente las vías del ferrocarril de Madrid. Del Barranco de las Ovejas, se evacuaron más de seiscientos vecinos y dos personas perecieron. El 8 de octubre de 1966, el agua alcanzó casi dos metros y medio de nivel, se llevó por delante cuanto pilló a su paso, varios coches entre otras cosas, y produjo estragos importantes en las casas de la Renfe, en el Rincón de Nogueroles y en la calle de Jaime Segarra, valorados en veinte millones de pesetas. Sucesivamente, y no podemos pormenorizar, se registran avenidas en los años 1971, 1973, 1978 y 1979, año en el que, el 20 de septiembre, las aguas arrastraron unos 600 vehículos. Fue entonces, cuando el Ayuntamiento destinó la mitad del presupuesto de urbanismo para mejorar la red de alcantarillado. Y no hablemos del 20 de octubre de 1982.
En su libro «Evolución urbana de Alicante», el profesor Antonio Ramos Hidalgo nos ofrece un minucioso estudio de esta catástrofe.
Que llueva, pues, pero sin esa violencia que los alicantinos conocemos de muy atrás.
Un año después, de la partida de Rabasa se precipitó un caudaloso río que discurrió por la avenida de Jijona, por la plaza de España y por las calles de Calderón de la Barca y de San Vicente, Rambla abajo. La gran avenida destrozó algunas fábricas, inundó el Raval Roig y San Blas, y castigó violentamente las vías del ferrocarril de Madrid. Del Barranco de las Ovejas, se evacuaron más de seiscientos vecinos y dos personas perecieron. El 8 de octubre de 1966, el agua alcanzó casi dos metros y medio de nivel, se llevó por delante cuanto pilló a su paso, varios coches entre otras cosas, y produjo estragos importantes en las casas de la Renfe, en el Rincón de Nogueroles y en la calle de Jaime Segarra, valorados en veinte millones de pesetas. Sucesivamente, y no podemos pormenorizar, se registran avenidas en los años 1971, 1973, 1978 y 1979, año en el que, el 20 de septiembre, las aguas arrastraron unos 600 vehículos. Fue entonces, cuando el Ayuntamiento destinó la mitad del presupuesto de urbanismo para mejorar la red de alcantarillado. Y no hablemos del 20 de octubre de 1982.
En su libro «Evolución urbana de Alicante», el profesor Antonio Ramos Hidalgo nos ofrece un minucioso estudio de esta catástrofe.
Que llueva, pues, pero sin esa violencia que los alicantinos conocemos de muy atrás.
FOTOS: JUANJO Y JESÚS
Puedes leer más sobre las inundaciones históricas en Alicante en este artículo.
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